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28 octubre 2013

UN CUENTO GÓTICO: LA APUESTA (I)




Lo prometido es siempre deuda. Había dos cuentos góticos programados. El primero fue publicado hace unos días; por tanto, ahora publico el segundo. Pero éste es mas largo. Por tanto, lo dividiremos en dos entradas consecutivas.


LA APUESTA (I)


Consideremos como hipótesis inicial, antes que nada, que a aquella pequeña población no había llegado aún el devenir de la modernidad. Por tanto, no existían las múltiples opciones ociosas con los que cuenta la civilización actual. Pero no pensemos tampoco que nos encontramos perdidos en un lugar de la historia demasiado remoto. Tan sólo que la industria del ocio, la televisión, Internet, los juegos electrónicos y las múltiples opciones que hacen que los individuos programen sus veladas, aún estaban por venir. Es más, tampoco existía el sistema tan consabido hoy día del transporte motorizado, por lo que las callejuelas de los pueblos como aquél eran estrechas y deshechas por las inclemencias del tiempo invernal. La frontera entre la calzada y las aceras era inexistente y las primeras luces eléctricas públicas tan sólo se veían muy de cuando en cuando en las capitales de provincia. Por tanto, si a lo ya descrito añadimos que las mínimas luces de las faroles públicas no eran más que una mínima llama de luz alimentada por gas que la niebla tragaba en los días de invierno,  ya tendremos el escenario adecuado para imaginar con más precisión la historia que narramos a continuación.
               Como se decía al principio, el escenario no es otro que una pequeña población de interior, alejada de la capital y rodeada básicamente de olivos. Ese esquema podría responder muy bien a alguno de los pueblos andaluces. Por tanto, podríamos admitir como factible que nos encontramos en un pueblo andaluz en una época ni lejana ni cercana.
               Si existiera la posibilidad y pudiéramos contemplar a aquella población a vista de pájaro en el momento exacto de la historia que pasamos a narrar, encontraríamos un pueblo oscuro en plena estación invernal; no llueve en ese momento, pero ha llovido, por lo que la lluvia recién caída y el frío hacen que la mayoría de la humilde gente que vive en esa población esté ahora en su modesta morada, arracimados en torno a una pequeña mesa camilla, en cuyo interior laten las brasas de un brasero de carbón de encina recién hecho. O, incluso, es posible que algunos vecinos ya se encuentre en la cama a la espera que les visite, traidor como siempre, Morfeo.
               No obstante, no todos los vecinos son de esa opinión. De hecho, en la parte central de esa población vista hipotéticamente a vista de pájaro se aprecian una ventana algo más iluminadas que las demás. Se trata de la taberna del pueblo. La única taberna del pueblo. Y en este momento, siendo ya noche cerrada, se encuentra en su interior  un nutrido grupo de  amigos. Como es fácil deducir, se trata de hombres jóvenes que aún no consideran como atractiva la opción de encerrarse en sus casas. Así que hablan y ríen en torno a una mesa iluminada por una consumida vela, mientras consumen entre todos una generosa jarra de vino. No parecen aburrirse, pero de todos es sabido que necesitan nuevos estímulos para que la noche siga siendo amena ya que dependen tan sólo de su propia inventiva, de la ocurrencia de las palabras, de los gestos, de los chistes bien contados, de las anécdotas interesantes.., no hay muchas más opciones de diversión. Por tanto, uno de ellos, el que parece que lleva la voz cantante en el grupo, propone una apuesta. Los demás, se preguntan ansiosos sobre qué tipo de apuesta se le habrá ocurrido en esta ocasión a quien siempre las propone.
               -Quiero apostarme con vosotros una visita al cementerio esta misma noche -dice ante el estupor de los demás-.
               Todos en su fuero interior desaprueban la apuesta, pero nadie se atreve a decirlo públicamente. Son jóvenes y osados y les gustan los retos, así que todos aceptan.
               -La apuesta consistirá en una especie de competición. Cada noche, uno de nosotros se dirigirá al cementerio y tendrá que llevar a cabo varias acciones -dice con indisimulado entusiasmo-. La perderá el que no la lleve a cabo de acuerdo con las reglas propuestas.
               Nadie articula ningún comentario ni hace aún pregunta alguna, así que el especialista en apuestas sigue hablando ante la concentrada atención de todos ellos, que muestran seriedad en sus rostros.
               -Habrá que dirigirse hacia la zona de los ahorcados que, como sabéis, está repleta de antiguas tumbas valladas, muchas de las cuales están abiertas debido a su antigüedad y la erosión producida por las fuertes lluvias y vientos, así como por la falta de mantenimiento -dice de corrido como si el plan ya estuviera en su mente desde hacía días-. Ya sabéis que a los ojos de todos los vecinos del pueblo son tumbas malditas.  
               -Pero ya sabes que la iglesia y el ayuntamiento prohíben que se visite esa zona, por tratarse de personas que han ofendido a Dios, disponiendo de su propia vida.
               -Sí, y eso es lo realmente emocionante. Además, propongo, que se visite la tumba del Conde de Cubillas...-dijo desafiante-
               Cuando pronunció ese nombre, los rostros de sus amigos, apenas iluminado por la tenue vela, se tornaron lívidos e inquietos. Se miraron entre ellos.
               -No podemos hacer eso. Ya sabes que esa tumba está...-dijo con ansiedad uno de ellos, sin que llegara a acabar la frase-.
               Hubo un silencio incómodo en el grupo y en ese momento una ráfaga de viento golpeó la ventana a la que mirando todos con ojos asustados.
               -No podemos negarnos a una apuesta -dijo otro de los amigos-. Eso sería como traicionarnos a nosotros mismos. Jamás hemos dejado de cumplir una apuesta.
               Esa aseveración contundente no obtuvo réplica alguna, por lo que de forma tácita todos ya estaban admitiendo internamente que la apuesta iba a culminarse.
               -De acuerdo -dijo el especialista en apuestas-. Tan sólo queda designar quién irá esta misma noche.
               Le pidieron al tabernero que cogiera cinco mondadientes -porque ese era el número de amigos que allí se congregaban- y que a continuación le recortará a cada uno un trozo, procurando que ninguno de ellos tuvieran la misma longitud, para a continuación igualarlos al mismo nivel por la parte visible, guardando la parte recortada de estos en el puño de su mano derecha, de manera que nadie pudiera adivinar cuál de ellos era el más largo o el más corto. La mala suerte haría que uno de ellos escogiera el mondadientes más corto. Ese sería el que tendría que ir la primera noche al cementerio, penetrar en la tumba abierta del Conde de Cubillas, cuyos restos llevaban allí enterrados treinta años, escribir una palabra convenida en las decrépitas tablas del ataúd y, finalmente, clavar un hierro junto a la tumba como pruebas fehacientes que el apostante había estado allí. Los demás, le acompañarían hasta las mismas tapias del cementerio para asegurar que el elegido entraba en el interior del mismo y una vez asegurados que así era, dejarían a éste sólo con su siniestra misión.
               Y así se hizo, tal y como estaba programado. El destino quiso que el mondadientes más corto lo sacara el más joven de los amigos del que todos sabían -aunque no decían- que era el más renqueante y menos osado del grupo, tal y como ya había mostrado en otras estrafalarias apuestas que el especialista proponía. Eso produjo más que una broma pesada por parte de los demás miembros del grupo, pero así eran las apuestas: osadas y sin vuelta atrás. (Continuará...Pinchad aquí para leer la segunda parte)
              

21 octubre 2013

UN CUENTO GÓTICO: UNA VISITA A MEDIANOCHE.

Como perjuraba en la entrada de la semana pasada, aquí llega el primero de los  dos cuentos góticos previstos:


UNA VISITA A MEDIANOCHE


    En teoría, se no trataba de otra cosa que de un funeral más. Una persona había muerto. Padre y esposo muy apreciado en la localidad, en la que había vivido toda su vida. Ese dato había sido decisivo para que el velatorio pudiera considerarse como muy concurrido y el entierro multitudinario en esa pequeña localidad en la que todo el mundo se conocía. 
En una época en la que la muerte era aún más extraña y misteriosa que ahora y no existía apenas divertimento alguno y la electricidad apenas llegaba a las humildes casas, la única compañía en aquella noche de dolor para la familia del finado no era otra que la que se ofrecían unos a otros, así como la de algunos allegados y vecinos, que era costumbre acompañaran a los dolidos en esa velada de dolor.
      La noche era lluviosa y muy oscura, no en vano era invierno cerrado. Febrero para más señas. Y las calles, además de oscuras y vacías, estaban embarradas por la pertinaz y constante agua que había caído durante todo el día, así que el silencio de las humildes casas en la noche cerrada tan sólo era interrumpido por el ruido de los ajados canalones que no cesaban de depositar agua a la calzada.
      El entierro de aquel padre y esposo querídisimo, tras dos días y una noche completa de velatorio, había estado pasado por agua. Los hombres que portaban sobre sus hombros el ataúd desde la iglesia al cementerio iban completamente empapados y el mismo hoyo en el que recibiría cristiana sepultura el finado se había llenado hasta su mitad de agua y haría falta achicarlo cuando se procediera a depositar el féretro. Pero eso no era problema aquella tarde cerrada de oscuras nubes, toda vez que por aquellos años no era costumbre enterrar a los fallecidos en ese preciso instante. Los operarios municipales encargados del cementerio abrían el hoyo en cuanto se les notificaba el fallecimiento y en uno de sus lados se amontonaba la tierra sacada, al tiempo que se cruzaban de lado a lado unas resistentes tablas sobre la superficie del hoyo. Sobre estas tablas se depositaba el ataúd, el cual permanecía a la intemperie toda la noche a la espera que los enterradores acudieran por la mañana temprano a enterrarlo. Esa costumbre que parecía estar basada en la tradición, en realidad, tenía una razón médico-científica, toda vez que las autoridades médicas no confiaban demasiado de que la certificación oficial de la muerte fuera totalmente infalible. Así que la prudencia médica se convirtió en tradición y toda familia exigía que su finado permaneciera a la intemperie toda la noche, además, de los dos días y una noche completa de velatorio previas. Todas las medidas eran pocas ante la abundancia de casos en los que, pasado el tiempo legal, se habrían tumbas para que contuviesen cadáveres y en ocasiones se apreciaba cómo el supuesto fallecido había cambiado de postura y sus uñas se encontraban incrustadas en los podridos trozos de madera del ataúd.
     Mientras tanto, la noche cerrada transcurría lenta, dolorosa y pesada en aquella humilde morada de la que horas antes había salido para siempre el cuerpo del buen padre fallecido a los ojos de todos. Un pequeño grupo se arremolinaba en torno a la mesa camilla ubicada en mitad de un pequeño cuarto tristemente iluminado: la viuda, las dos hijas y el hijo del matrimonio. Además, les acompañaban dos familiares cercanos: la hermana menor del fallecido y la hermana mayor de la viuda. Algunas vecinas habían estado dando compañía a los dolientes pero era ya tarde y se habían ido a casa. Nadie hablaba en el grupo. Con las cabezas cabizbajas se podían escuchar suspiros apagados y de vez en cuando  algunas de las hijas se interesaba por el apetito de la madre, la cual desautorizaba toda iniciativa de traer alimentos. El silencio era absoluto tanto en la casa como en la calle, toda vez que aún no habían llegado a aquella humilde localidad los vehículos a motor. Todo lo más, el ruido seco y farragoso que provocaban las ruedas de madera de algún carro, que se dirigiera a su cuadra arrastrado por mulas, al aplastar los guijarros de la calle o los torpes pasos de algún vecino noctámbulo que tras pasar la velada en la taberna se dirigiera zigzageante a su domicilio.
      Entonces alguien toco en la puerta. Los allí reunidos en torno a la mesa camilla alzaron sus cabizbajas cabezas y comenzaron a mirarse entre ellos. Las últimas vecinas ya se habían despedido definitivamente y aquella forma de aporrear la puerta no se correspondía con la forma de aporrear que tenía ninguna de ellas. Además, ya se acercaba la medianoche y la hija mayor ya había propuesto que se retiraran todos a dormir. Pero volvieron a aporrear la puerta. Esta vez de manera más contundente. Las miradas cruzadas entre los miembros de la familia ya no eran de sorpresa sino de inquietud. E incluso de nerviosismo. Nadie quería decirlo pero todos lo pensaban: esa forma de aporrear con contundencia era propia del amado padre y esposo: dos toques rápidos, duros y secos. Hasta que finalmente, eso que todos pensaban lo acabó por decir el hijo: 'Es la misma forma de tocar que tenía padre'. 'No digas tonterías hijo mío', dijo la viuda, a pesar de que todos estaban de acuerdo con lo que el hijo había dicho. Incluso la propia viuda.
       Escucharon aporrear la puerta por tercera vez. Ya no había escusa posible para dilatar la apertura de la puerta. Sin embargo, no parecía que hubiera ánimo en ninguno de los reunidos en torno a la mesa de camilla para levantarse, andar los escasos metros de pasillo y abrir la puerta. Finalmente, el hijo se ofreció a hacerlo, tal vez, por ser el más osado al decir alto y claro que aquella forma de tocar era propia de su padre recién fallecido.
         Se levantó fatigosamente y se dirigió hacia la puerta preguntando quién era, pero al otro lado de la puerta nadie contestaba. Así que el joven sumido en un mar de dudas optó por abrir. Las mujeres, aún sentadas en torno a la mesa camilla, escucharon el ruido seco de las viejas bisagras de la puerta de madera y a continuación un golpe seco confundido con un pequeño alarido. Cuando se levantaron y acudieron hacia la puerta alarmadas por aquel extraño alarido se toparon con una escena dantesca que jamás pudieron borrar de su mente mientras vivieron.
         En teoría, abrió la puerta alguien que estaba vivo y encontró al otro lado a alguien que en teoría estaba muerto. Pero cambiaron las tornas porque lo que encontraron las mujeres de la familia fue justo al contrario: el vivo estaba ahora muerto y el muerto estaba ahora vivo.
     Las autoridades emitieron un informe oficial explicando lo sucedido y esa explicación, al parecer, dejó dormir y vivir en paz al pueblo y a la familia: 'Cuando el hijo menor de la familia abrió la puerta se encontró con la figura de su padre vestido con la ropa de su mortaja y al no poder soportar la sorpresa o el terror, falleció de un ataque cardíaco. El padre, por su parte, supuesto fallecido, había recobrado el conocimiento tras haber permanecido en coma varios días y descubrió que se encontraba dentro de un ataúd.           Cuando abrió los ojos sólo encontró a su alrededor negrura y silencio y la lógica confusión no le permitió saber en ese momento dónde se encontraba. Por fortuna el féretro se encontraba abierto y a la intemperie y pudo salir sin apenas dificultad de él. En su tribulación no reparó en lo inoportuno de presentarse directamente en su domicilio, cuando lo que hubiera procedido es haber acudido al puesto de la Guardia Civil de la localidad para comunicar su nueva situación'. 
     Tampoco estaban al tanto de esa nueva situación los dos enterradores que, al rayar el alba, acudieron según estaba previsto a enterrar el cadáver y tampoco podrán olvidar ya jamás el haber encontrado el ataúd vacío y con la tapa casi partida por la mitad. Hay quien cuenta que ninguno de los dos pudieron ya dedicarse más a esa profesión y que jamás aceptaron como racional la teoría que esgrimió el informe de las autoridades.          

15 octubre 2013

RELATO: EL PASTOR ALEMÁN

Aquella aciaga tarde, L., iba corriendo por la ruta que hacía, al menos, una vez a la semana. Normalmente corría por allí en soledad. Le gustaba esa soledad mítica del corredor. Escuchar su propia respiración y el crepitar de las hojas secas que tras caer de los árboles, alfombraban el camino. Era otoño y los pinares iban adquiriendo un color rojizo que acentuaba aún más el débil sol otoñal. Pero aquella tarde no iba sólo. Le acompañaba V., que siempre había querido hacer esa ruta de la que tanto le había hablado L. 
Era un entrenamiento normal. Un ritmo medio bajo; una distancia corta. No más de 10 kilómetros. Un entrenamiento lúdico. Se trataba de ir disfrutando de aquella naturaleza tan especial mientras corrían. Atravesar el ajado puente del sempiterno río y adentrarse en el camino que pasa cerca del cortijo en el que siempre está alerta un perro. El perro del cortijo como ya lo conocía L., e, incluso, V., por habérselo escuchado tanto a aquél. 
El perro ladraba cuando pasaba L. corriendo, pero cada vez fue ahogando más su ladrido, hasta el punto que un buen día dejó de ladrar a su paso. Lo veía venir en lontananza y se acercaba a la verja, pero cuando parecía que iba a comenzar a ladrar, en vez de ello, tan sólo se limitaba a mirarlo fijamente. 
A L. aquella mirada le parecía, últimamente, triste. Es más, le pareció que movía el rabo de forma imperceptible. Se extrañó de esa nueva actitud de aquel bravo 'Pastor Alemán', una raza que, por lo general, no se amedranta ante nada. Pero consideró como probable que el fiero animal ya se había acostumbrado a su presencia y su olfato le decía que aquel individuo que pasaba por allí corriendo bajo el sol, la lluvia o la nieve, no mostraba ningún peligro. Instinto animal, supuso. 
Y es eso lo que más o menos le venía explicando a su amigo V. cuando faltaban pocos metros para pasar junto al cortijo. Por eso le sorprendió escuchar los ladridos del perro desde mucho antes que se acercaran a la verja. Consideró que su cambio de actitud podría deberse a que no iba sólo. Así que, distraídos como iban ambos corredores con aquellas cuitas no repararon en que aquel día, por la razón que fuere, la verja estaba entreabierta y cuando quisieron reparar en esa circunstancia el Pastor Alemán ya se encontraba delante de ellos, cerrándoles el camino. L. dijo a V. que no temiera, que el perro le conocía y que probablemente no fuera más que una pose. Aminoraron la velocidad (a los perros lo que más les inquieta es ver a una persona corriendo) pero el perro no parecía tranquilizarse. Comenzó a ladrar con mucho nerviosismo y alargando el rabo adoptó una posición que parecía de ataque, tensando la cerviz. Entonces ocurrió lo que nadie deseaba ni esperaba: el Pastor Alemán se abalanzó primero sobre V. al cual derribó al suelo. L., se quedó petrificado sin saber qué hacer. Sabía que en breve el perro, cuando considerara que ya había abatido y herido a su amigo, se abalanzaría sobre él. Correr en ese momento no era lo más adecuado. Además, eso supondría dejar cobardemente a su amigo expuesto a los continuos ataques del perro. Observó con horror cómo su amigo V., ya con la cara cubierta de sangre, manoteaba y gritaba sin que pudiera zafarse del animal, mientras que petrificado como estaba y con los ojos cerrados, L., contaba los segundos que le quedaban para encontrarse en la misma situación que su amigo. Algo tenía que hacer. Así que sacó fuerzas de flaqueza y rabia de dónde no había nada y golpeó al Pastor Alemán en el lomo al tiempo que comenzó a gritarle. Sin saber por qué -en esos momentos la mente muestra un comportamiento extraño- pronunció el nombre del cachorro de Pastor Alemán -de raza  idéntica a la de aquel macho maduro- que le regaló un amigo. Se sorprendió de aquella reacción porque aquel perro ya llevaba desaparecido siete años y desde entonces no lo había vuelto a ver. Pero para su sorpresa, el Pastor Alemán al escuchar el nombre detuvo por completo su ataque y se dirigió de forma sumisa con el rabo entre las piernas hacia L. Éste no daba crédito a lo que veía. Aquel perro era otro. Si segundos antes se mostraba ante sus ojos como un perro predador, ahora parecía el más pacífico e inofensivo de los canes. Su amigo V., desde el suelo, al comprobar que el perro se dirigía a L., gritó a éste que huyera, pero nada indicaba que aquel perro tuviera en su mente atacar de nuevo. 
El Pastor Alemán a cada paso que daba en dirección a L, más se arrastraba por el suelo, hasta el punto que cuando llegó a su posición, ya parecía el perro más servir del mundo, expuesto a soportar el castigo que se le quisiera infringir. De esa forma sumisa, metió la cabeza entre las temblorosas piernas de L., y éste por instinto lo acarició en la cabeza al tiempo que observaba lo familiar que le era la chapa sujeta al collar del perro. Con el corazón casi saltándole emboscado en confusos sentimientos, leyó la inscripción de la ajada chapa: 'Mi nombre es Dinky y si me has encontrado, por favor, llama a mi dueño L. al teléfono 655 555 555'. 

08 octubre 2013

RELATO BREVE: LA DESPEDIDA

Cuando Roberto miró para atrás comprendió que no tenía que haberlo hecho. Fueron tantos los recuerdos que se agolparon de pronto en su mente que tendría que haber evitado que afloraran. Pero no pudo evitarlo. Se dijo que tan sólo lo haría una vez: echaría un pequeño vistazo y, luego, no volvería a mirar de nuevo. 
Pero bastó con esa sola mirada breve para que el torrente salvaje de los recuerdos se le agolpara de pronto en las sienes y las hicieran casi estallar. En ese momento no quiso mostrar ningún tipo de debilidad porque siempre había odiado mostrar sus sentimientos en público. No por el hecho de haber nacido hombre, nada de eso. Tan sólo se trataba de una simple convicción estética. Cuando era pequeño había visto a mucha gente exponer ridículamente sus emociones en público y siempre había visto todo eso con desagrado. Principalmente, siempre le había parecido poco estético mostrar esos sentimientos en los cementerios. Era comprensible llorar a lo que se marcha, a lo que se marchita, a lo que ya jamás se va a volver a ver, a no ser que se haga en el lenguaje onírico, pero de ahí a montar un espectáculo delante de conocidos y desconocidos había un abismo. Y él, precisamente, se encontraba en ese momento en un cementerio; y fue en ese lugar, cuando ya salía hacia el exterior, en el que había osado mirar atrás no pudiendo evitar soltar alguna lágrima. Habían sido tantas las horas juntos. Tantas las aventuras y las desventuras. Tantos los viajes realizados en su compañía. Tantas las visitas al taller...,para acabar siendo desguazado en aquel triste cementerio de coches a la salida de la ciudad. 

01 octubre 2013

RELATO: EL VIAJERO SIN MEMORIA

No recuerdo en qué momento olvidé el número de la habitación que me habían asignado esa misma mañana en el hotel de ciudad en el que me alojaría durante cuatro noches. Para colmo, tampoco encontraba la tarjeta digital que seguramente me habían entregado en recepción en ese momento de excitación, confusión y nerviosismo que sufro siempre que llego a algún hotel.  Probablemente se tratara de uno de esos olvidos livianos que acaban creciendo exponencialmente hasta agotar por completo toda energía por intentar recordar. Había pasado una noche sumido en sueños febriles y tenía sensación de haber perdido cierta noción del tiempo. En estos sueños yo era un viajero errante que se encontraba siempre en el hall de algún hotel de ciudades lejanas. Era común que en los últimos meses tuviera ese tipo de sueños.
               Es más, no era la primera vez que había sufrido esa crisis de la memoria, pero en mi propio ámbito domiciliario no suponía ningún tipo de problema porque todo me era familiar y acababa finalmente recordando. Las calles, la silueta de los edificios, los establecimientos comerciales, incluso, los rostros de las personas con las que me cruzaba en la calle me eran totalmente reconocibles y bastaba con hacer un pequeño esfuerzo y asirme a elementos comunes para acabar recordando. Pero en aquella ciudad tan alejada de la mía nada me era familiar ni reconocible. Nada sería igual, por lo que esos olvidos podrían acabar por convertirse en un problema.
               De todas formas, el olvido del número de la habitación no debía suponerle. Cuando haya regresado al hotel, daría mi nombre e, inmediatamente, el atento personal de recepción me daría amablemente una nueva tarjeta digital para acceder a mi habitación. Sería uno de los asuntos más comunes que solían atender a diario. Así que dejé de preocuparme y decidí sumergirme en la ciudad y disfrutar de sus calles, de sus museos, de sus restaurantes y de sus espectáculos. Sin lugar a dudas, era la ciudad española que con más ahínco deseaba visitar y estaba cumpliendo un antiguo sueño. No iba a permitir ahora que un asunto menor me lo estropeara.
               Cuando regresé al hotel inmediatamente indiqué que había extraviado la tarjeta y que no recordaba el número de la habitación. La joven que atendía la recepción, a la que no conocía porque seguramente había entrado en un nuevo turno, me sonrió con condescendencia y me preguntó por mi nombre y apellidos. Me llamo Juan Bermúdez -le dije con seguridad-, e inmediatamente ella comenzó a teclear mi nombre en el ordenador. Su sonrisa inicial se fue desdibujando poco a poco hasta que finalmente me dijo con cierto tono de preocupación que mi nombre no se encontraba registrado en el hotel. Es imposible -le dije- he llegado esta misma mañana. La chica me miró con cierta preocupación que, probablemente fuera debida más a su falta de pericia en encontrar mi nombre que al hecho de no estar yo registrado. Siguió tecleando no se sabe qué en el ordenador, pero al no encontrar resultados satisfactorios y tras dudarlo unos segundos, descolgó el teléfono y habló con alguien en un tono levemente servil. Aguarde unos minutos -me indicó- que enseguida vendrá el gerente a hablar con usted. No pude evitar indignarme un poco toda vez que mis escasos días en la ciudad ya comenzaban a complicarse.
               A los pocos minutos llegó un señor joven, pulcramente vestido, que se presentó como el gerente del hotel. Lamento comunicarle Señor Bermúdez -me dijo con educación y tacto profesional- que usted no se encuentra registrado en este hotel. Según nuestros datos -continuó diciendo- la reserva para estos días la hizo usted en un hotel de París, perteneciente a nuestra cadena.          

22 septiembre 2013

RELATO: EL INDIVIDUO DEL CEMENTERIO

Soy corredor y una de mis inquietudes como tal es buscar rutas nuevas, alternativas, distintas. Así que de tanto buscar y calibrar, tengo toda una colección de trayectos de todo tipo: en llano, en cuesta, terrenos serpenteantes, rompepiernas..., pero nunca había hecho la ruta que decidí hacer la otra tarde; o al menos, no idéntica ruta.  
Las tardes cada vez son más cortas, así que decidí comenzar el entrenamiento en una zona cercana a casa. Haría nueve o diez kilómetros, la distancia justa para que la luz del día diera paso a la arrebatadora luz de la noche. El sitio elegido fue a la salida del pueblo de Albolote, cerca de Granada. Dejaría el coche justo en la puerta del cementerio de la localidad que, curiosamente, se encuentra al final de la calle principal de la población y desde allí iniciaría mi ruta. El cementerio es el último inmueble -por llamarle de alguna forma- de la calle y de la población y tiene vecindad directa con las últimas casas del pueblo. Inmediatamente me adentraría en la carretera que conduce al Torreón y en un momento concreto, cuando el GPS reflejara una distancia aproximada de cuatro kilómetros y medio, me daría la vuelta. Sí, haría nueve en total.
El calculo fue correcto y el final de la ruta, como preveía, me sorprende casi anocheciendo en el puente anterior al cementerio, desde cuya posición alta existe una diáfana vista al mismo. El claroscuro azulado que proyecta la luna nueva, que emerge bellísima tras las estribaciones más altas de Sierra Nevada, mancha las lápidas de blanco mármol y dibuja un espectáculo magnífico que disfruto con delectación toda vez que ya estoy llegando a mi destino y he tenido unas sensaciones magníficas. Se trata de uno de esos momentos de dicha que solemos tener los corredores cuando estamos acabando un entrenamiento agradable.
Cuando llego al coche, la calle, quizá por respeto al vecino cementerio, se encuentra en completo silencio interrumpido tan sólo por algún que otro vehículo que accede a la población. El negro manto de la noche me sorprende cambiándome las zapatillas técnicas por las de descanso y estirando, mientras saboreo una manzana. Percibo que ya es completamente de noche gracias a la presencia cada vez más notoria de la mortecina luz de las farolas adosadas junto a la tapia del cementerio. Miro al mismo y observo cómo los negruzcos cipreses recortan sus inquietantes formas en el cielo, que posee un extraño color azul cada vez más oscuro. La luna ya se ha apoderado de los astros de la noche y el sol ya se ha ido hacia otras latitudes. Estoy inmerso en esos pensamientos y no percibo que a pocos metros de donde estoy estirando se encuentra una persona que me mira fijamente. Se trata de un hombre de mediana edad, de estatura media y complexión delgada. Me sorprende la blancura de su tez y sus ojos cóncavos. Viste ropa ajada y sus movimientos son lentos. Me mira con fijeza y con cierta curiosidad, pero es algo a lo que estoy acostumbrado porque a mucha gente le resulta curioso ver a un tipo en paños menores cambiándose junto al maletero de su coche. Entonces, de pronto, el individuo comienza a hablar conmigo. En un primer momento no comprendo lo que me dice porque posee una pronunciación algo extraña, pero estoy muy acostumbrado a hablar con gente desconocida cuando corro e inmediatamente atiendo a lo que quiera que me esté diciendo. ¿Cuántos kilómetros has hecho? me pregunta, como si me conociera de toda la vida. No me sorprendo, porque esa pregunta también me la hacen con frecuencia. Pero ocurre que ya me he acostumbrado a contestar de una manera u otra si quien pregunta es corredor o no lo es. Creo que éste no lo es y le contesto que he hecho nueve, un buen trote, añado, para no mostrar prepotencia. 'No me parece mucho', dice ante mi sorpresa, y añade enseguida: 'yo fui corredor en otro tiempo, pero no pude seguir corriendo porque tuve un grave accidente'. Yo seguía cambiándome y estirando, pero me interesó lo que decía y alcé la vista para decirle que lamentaba que no pudiera seguir corriendo. Pero el individuo ya no estaba allí. Me extrañó mucho que desapareciera de golpe; es más, me pareció una falta de consideración, toda vez que fue él el que inició la conversación. Rodeé el coche y llegué hasta la misma puerta del cementerio, pero no lo vi por ninguna parte. Eso me pareció irreal, incomprensible, pero intenté no darle más importancia. 
Acabé de cambiarme y me dispuse a entrar en el coche para marcharme a casa. El negro manto de la noche ya había caído por completo, por lo que los faros del coche son la única luz que me permite ver la cerrada y ajada cancela negra de hierro que da acceso al cementerio. Al maniobrar para dar la vuelta al coche y enfilar en dirección contraria a donde estaba aparcado, el halo de luz del faro derecho penetró directamente en el interior del cementerio, pudiendo observar con nitidez las primeras cruces y tumbas; y fue entonces cuando vi de nuevo a aquel individuo que había hablado conmigo minutos antes junto a una de esas primeras tumbas. No comprendía cómo había entrado dentro sin que yo lo hubiera advertido. Se encontraba de pie, quieto como una estatua y con la tez aún más lívida e inexpresiva, mirándome fijamente como había hecho minutos antes. Incluso, a pesar del desagravio anterior, alcé la mano para despedirme pero no devolvió el saludo.
Y aunque en ningún momento le vi portar herramienta alguna, decidí considerar que debía tratarse de un operario municipal haciendo algún trabajo urgente que no podía esperar, a pesar de las horas tan intempestivas.            

18 septiembre 2013

RELATO: NO DES LA ESPALDA A LAS SOMBRAS

L, paseaba a su perro como cada noche cerca del descampado sempiterno frente a su casa. Ya no hacía calor, pero tampoco frío. El otoño ya había entrado y eso era visible por las primeras hojas caídas de los árboles del parque, pero aún había regusto a verano. Pero ya era tarde y las calles ya habían perdido la alegría de unas semanas antes, todo el mundo había vuelto a sus obligaciones y por las ventanas se observaba el reflejo de los aparatos de televisión o algún flexo encendido por los estudiantes más previsores. 
L., pensaba en todo eso mientras que el perro iba olisqueando para hallar su lugar favorito en el que comenzaría su letanía diaria de decesos y orina, pero esta noche el animal, de natural pacífico, se encontraba algo más inquieto. Miraba constantemente a izquierda y derecha al mismo tiempo que estiraba las orejas como queriendo agudizar el oído. Pero todo estaba silencioso alrededor; tan sólo el animal podía escuchar lo que fuere que escuchara. 
Fue en ese momento cuando L., percibió una leve sombra y no le dio al hecho la menor importancia. Es cierto que por allí no pasaba nadie en ese momento y tampoco había ningún otro animal suelto, por lo que, con toda seguridad, se trataría de alguna nube o un pájaro que volara a rasante bajo. Pero el perro estaba cada vez más inquieto. Percibió otra sombra, más cercana en esta ocasión. Se podría decir que si la sombra hubiera sido corpórea le habría rozado. No obstante, siguió andando con su perro dándole la espalda a lo que fuera aquello. Intentó no darle importancia, aunque sintió un extraño escalofrío en la zona de la médula ósea. En ese momento no lo sabía -no lo podía saber-, pero al dar la espalda a la sombra estaba alimentándola y ésta no hacia más que aumentar. No quiso mirar atrás, a pesar de que el perro ya no dejaba de ladrar e intentar furiosamente desatarse de la correa que su dueño llevaba fuertemente asida a su mano izquierda. Pero a pesar de no volver la cabeza, pudo comprobar a ambos lados de su cuerpo cómo por mor de la luz mortecina de la farola de la calle se reflejaban en el suelo unas sombras de lo que parecían ser unas garras de felino muy desarrolladas. Instintivamente aceleró el paso cada vez con más miedo, pero eso tan sólo servía para que esa sombra fuera en aumento. Entonces fue cuando la sombra pronunció una palabra en forma de orden que le dejó helado: ¡Mírame! No se trataba de una voz humana en absoluto. Una voz que tan sólo había escuchado en algunas películas, amplificada y distorsionada por algún medio de reproducción acústica, pero en esta ocasión esa voz la tenía justo detrás de él y surgía de una sombra cada vez más gigantesca, amorfa e inabarcable. Obviamente, no se atrevió a mirar en ningún momento haciendo caso omiso a esa voz que tan sólo sonó en una ocasión. 
A día de hoy naufraga sin salida en una sombra inmensa que no deja de crecer. 

29 agosto 2013

RELATOS DE VERANO: EL BARRENDERO QUE LEÍA A KANT

En mis veintitrés años que llevo ejerciendo la abogacía jamás me había entrado un asunto tan complicado; o mejor dicho: tan curioso. Y, la verdad, desde que Adela, mi secretaria, lo pusiera encima de la mesa de mi despacho a primera hora de la mañana no he parado de darle vueltas. Tomen nota. 
Juan Francisco Rodríguez González, de 45 años de edad y con una antigüedad de veinticinco años en el Servicio Municipal de Recogida de Residuos Sólidos Urbanos, ha sido súbitamente despedido después de atesorar una impecable hoja de servicios. O, al menos, eso es lo que indica el dossier que me dejó Adela esta mañana en la mesa.
A priori, no parece un caso muy distinto a los muchos que entran en mi despacho de abogado laboralista, pero si les dijera la causa del despido, seguramente, comprenderán mi inquietud: Juan Francisco Rodríguez ha sido despedido por leer a Kant durante el horario de trabajo. En realidad, no está claro si ha sido despedido por leer a Kant o, sencillamente, por leer en plena jornada laboral, pero el caso es que, Juan Francisco, barrendero de varias de las calles más céntricas de la ciudad, solía quedarse horas y horas ensimismado leyendo a Kant. Se apoyaba en su enorme escobón y ajeno a las miradas de todo el mundo, abría su ajado libro y se absorbía en la lectura del filósofo alemán nacido en el siglo XVIII. 
He de reconocer que estoy muy perdido y no sé cómo plantear la defensa. Para colmo, el asunto se ha convertido en mediático por inusual y ha saltado a las primeras páginas de los periódicos de la ciudad e, incluso, ha saltado a la prensa regional y nacional, circunstancia ésta que suele arruinar los casos judiciales. Pero lejos de parar ahí la cosa, como era de suponer, se ha complicado aún más, ya que amplios sectores sociales y culturales de la ciudad y del país están tomando partido; unos -los menos- a favor de Juan Francisco Rodríguez y otros -los más- en contra. 
En contra, lógicamente, está la empresa, la cual ha enviado a mi despacho la fotocopia de la somera comunicación de despido. La transcribo para mejor entendimiento: "A fecha de hoy la empresa concesionaria del Servicio Municipal de Recogida de Residuos Sólidos Urbanos "ALIMPIAR" ha decidido rescindir el contrato de forma irrevocable al operario Juan Francisco Rodríguez González por incumplimiento de sus funcioness como barrendero al descuidar las tareas encomendadas, dedicándose durante la jornada de trabajo a la lectura de Camps (es así como lo escribe textualmente la empresa, deduciéndose su origen valenciano)". Por su parte, el Comité de Empresa ha emitido un comunicado harto confuso, dejando entrever el fuerte debate interno que ha debido surgir en torno al despido de Juan Francisco. Trascribo el comunicado para mejor entendimiento: "El Comité de Empresa de la Empresa concesionaria del Servicio Municipal de Recogida de Residuos Sólidos Urbanos 'ALIMPIAR" entiende que el despido de nuestro compañero Juan Francisco Rodríguez González forma parte de una estrategia de la empresa para reducir la plantilla y, de esa manera, aumentar los magros beneficios como concesionaria del Servicio Municipal indicado, el cuál se financia en exclusiva con las altas tasas tributarias que abonan los ciudadanos...". Como se puede comprobar, el Comité de Empresa -algo que suele ser habitual- ha pasado de puntillas por la verdadera causa del despido, con el que está de acuerdo parte del comité según me han informado mis fidedignas fuentes, principalmente, porque consideran una agravio para la clase obrera que un miembro de la misma se dedique a leer las chorradas que escribe el chorizo de Camps. 
Pero no acaba ahí la cosa, porque a los pocos días de publicarse la noticia en prensa, el Instituto Nacional de Estudios Kantianos (INNAESKANT) ha decidido inmiscuirse en el anuncio tomando partido a favor de Juan Francisco. Transcribo el mensaje que han enviado a todos los medios de comunicación de la ciudad para mejor entendimiento: " La Junta Directiva y la Asamblea de socios de INNAESKANT en reunión extraordinaria de 4 de agosto, conocida la situación de nuestro asociado Juan Francisco Rodríguez González, hace el siguiente comunicado: conocida la decisión de la empresa "ALIMPIAR" de despedir a Juan Francisco por leer a Kant (omite que lo hacía en horario de trabajo), nuestra asociación rechaza rotundamente tal despido ya que con el mismo se demuestra un profundo desprecio por la obra de uno de los mayores pensadores mundiales. Por tanto, en defensa de este desagravio la asociación INNAESKANT ha decidido personarse en el procedimiento iniciado ante la jurisdicción laboral, reservándose el derecho de querellarse penalmente contra 'ALIMPIAR". 
Como es fácil deducir, la opinión pública de la ciudad está dividida, siendo mayoría la que considera que debe ser despedido por descuidar sus tareas encomendadas.
Y yo, en medio de todas las miradas, estoy sopesando abandonar el caso. Es más, en mis años de instituto se me atragantó 'Crítica de la razón pura".

            

08 agosto 2013

RELATOS BREVES DE VERANO

LA TESIS


Ayer por la mañana, contra todo pronóstico, decidí enfilar para la costa. Yo mismo me quedé sorprendido por esa inédita decisión, pero cuando quise darme cuenta ya estaba a la altura de Padul y decidí continuar. Algo me decía que me toparía con algo extraordinario.
Ya puestos -me dije- iré al municipio con la playa más concurrida. Y como si se tratara de una teletransportación en el tiempo, en el término aproximado de una hora me vi viendo el mar azul desde la carretera nacional -futura autovía cuando mande la providencia- que conduce a la playa de Velilla en el término de Almuñecar.
Me costó aparcar, algo que ya sabía, pero una vez estacionado el vehículo me dirigí con paso firme hacía la famosa playa que -ya podía verlo- estaría a reventar de gente ansiosa de agua y de sol. 
Pero cuando ya estaba a pocos metros no podía dar crédito a lo que mis ojos iban procesando: la playa estaba practicamente vacía a excepción de tres o cuatro bañistas que leían ávidamente un libro en papel, o bien, un libro electrónico. Comprobé que se podían escuchar nítidamente las olas a las 12 de la mañana de un día de agosto porque el silencio era casi escandaloso. No podía ser. Miré para un sitio y para otro pensando que tal vez se tratara de una de esas bromas televisivas o, probablemente, se estaría grabando alguna película o un anuncio, pero al no ver nada extraño a mi alrededor, me dirigí a una de las pocas personas que estaba plácidamente leyendo un libro en la playa para preguntarle sobre qué estaba ocurriendo para que la playa se encontrara vacía a esas horas.
- Ocurrir no ocurre nada, pero los tres o cuatro que aquí estamos leyendo frente al mar consideramos la idea de correr el rumor de que el Real Madrid acababa de llegar al Ayuntamiento de Almuñecar a ver qué ocurría. Somos doctorandos y estamos elaborando una tesis sobre psicología de masas en la Universidad de Granada. 

31 julio 2013

RELATOS DE VERANO

EL ESPECTRO DE A.M.


A.M. era sacristán de la iglesia de mi pueblo. Una de esas personas que poseen una marcada fe religiosa pero que por las circunstancias que fueran jamás pudieron ser curas. Así que era sacristán. Además, era soltero y dicen las lenguas viperinas que afeminado. Pero es muy probable que eso no fuera cierto, porque hasta no hace mucho en los pueblos -más en los pequeños- ser soltero y no andar con hembra era sinónimo de ser afeminado.    
Además, su fe cristiana o lo que fuere le inspiraba más buenas obras. Una de ellas era ayudar a las familias más humildes con la mortaja del finado. Así que se podría decir que era un buen hombre.
Le recuerdo alto, algo desgarbado y muy vital. Andaba a pasos grandes y verlo atravesar raudo la plaza de la iglesia en dirección a la iglesia, en dirección a la sacristía, era una imagen muy cotidiana en el pueblo. Al parecer todo el mundo le apreciaba, pero un buen día los vecinos de la localidad se levantaron con la noticia de que A.M  se había tirado desde el campanario de la torre de la iglesia y se había matado. Lógicamente, todo el mundo pensó que se había suicidado porque otro misterio no cabía. No estamos hablando de la novela de Umberto Eco y, posterior proverbial película cuyo protagonista no era otro que un tal Guillermo de Ockhan. 
Como es lógico, ese hecho luctuoso consternó a medio pueblo, pero otro medio comentó que su suicidio se debió a la murmuración de la población gitana sobre su condición sexual. 
No se sabe cómo, pero a los pocos días, cuando comenzaba a anochecer en el otoño recién llegado, época de castañas y braseros, aparecía por la zona del Puente de la Virgen un 'marimanta'. Así era denominada la figura que en las calles oscuras andaba con parsimonia cuando anochecía y que muchos perjuraban haber visto; una especie de espectro de la noche que aterrorizaba a la población gitana, que es la que vivía por esa zona, generalmente. 
Nadie sabe cómo ni por qué, pero el terror se apoderó de esta etnia y era palpable la escasa presencia de miembros de ésta en la calle cuando el cielo comenzaba a cubrirse con el oscuro manto. Se dice que era el espectro de A.M. que venía de ultratumba para vengarse de aquellos que provocaron en él tal confusión y depresión que le condujeron al suicidio. 
Nadie supo realmente qué era o quién era aquella marimanta que tuvo al pueblo en vilo durante unas semanas y que, al parecer, se aparecía de manera alternativa en varias calles de la zona, pero cuentan que en alguna conversación furtiva de taberna algunos amigos del finado reían de sus probables bien conseguidas fechorías.

27 febrero 2013

RELATOS DE INVIERNO


CORREDORES ANÓNIMOS


Tras meditarlo detenidamente, optó por reunir a la familia y a los amigos más íntimos y entre todos decidieron que lo mejor para él sería entrar en ese grupo de terapia. Corredores anónimos, se llamaba.
            Así que con el nerviosismo propio del novato, se dirigió a la sede del grupo que se encontraba en un edificio de nueva construcción a las afueras de la ciudad. Enseguida comprendió que su caso no era único; de hecho había un nutrido grupo de personas que charlaban entre ellos alrededor de unas sillas perfectamente ubicadas y que formaban un perfecto círculo. Sin duda, mucha gente también necesitaba ayuda.
            Todos los allí presentes eran tipos y tipas espigados y delgados. Aparentaban un aspecto saludable y no se les veía ni una mínima protuberancia en la tripa; gente que, antes que él, también habían solicitado integrarse en el grupo.
            Le atendió un tipo alto y delgado con aspecto juvenil que vestía un vistoso chándal compuesto de pantalón negro y chaqueta lima marca JOMA. El chándal era técnico, confeccionado con tejido de poliamida, que era el último grito en cuanto a tejido transpirable; sus colores y diseño entraba por los ojos. Me tengo que hacer con uno de esos, se dijo. Por su aspecto y su vestimenta, debía de tratarse del jefe de grupo. Así era. Éste se presentó y le animó a integrarse en el grupo sin reservas. ‘Ya verá cómo sale de aquí reconfortado’, le dijo mientras le acompañaba con delicadeza al círculo que acababan de formar los veinte miembros del grupo.

          -Queridos amigos y amigas, volvemos a encontrarnos aquí de nuevo para continuar con nuestra terapia que tanto bien nos está haciendo. Pero antes quiero presentaros a un nuevo miembro; o mejor que se presente él mismo:
          -Hola, me llamo Esteban y soy corredor –dijo tímidamente-
          -Hola Esteban, bienvenido –dijeron todos al unísono-
 -Esteban –dijo el jefe del grupo-, cuéntanos tu caso sin reservas.
 -Bueno...yo –intentó decir con pronunciación titubeante- comencé a correr sin ningún propósito concreto...ahora..., perdonad....
-Tranquilo Esteban, comprendemos tu nerviosismo, pero piensa que te encuentras ante un grupo de amigos y  todos nosotros también hemos pasado por lo mismo. Puedes expresarte sin tapujos.
-Yo...comencé a correr sin ningún propósito concreto. Corría dos, tres...a lo sumo cuatro kilómetros, pero en poco tiempo ya quería correr diez. Contacte con gente que también corría y ellos me sugirieron que cambiara de zapatillas porque podía lesionarme, y así lo hice. Luego vinieron los pantalones técnicos, la camiseta técnica, la malla técnica....no sé cómo, pero poco a poco me sorprendí a mi mismo  preparándome para correr mi primera media maratón. Dejé de salir de copas con mis amigos. A partir de ahí todo cambió...mi pareja, mis amigos, mi familia, nadie me entiende.
-Comprendemos por lo que estás pasando Esteban.  Te vendría bien escuchar otros testimonios. Permíteme que te tutee.
Inmediatamente varios miembros del grupo alzaron la mano para exponer su caso y el jefe del grupo moderó señalando a uno de ellos.
-Hola, me llamo Jaime y soy corredor –dijo éste de manera resulta-
-Hola Jaime, -dijeron todos al unísono-
-Yo corrí mi primer medio maratón hace un año y ahora estoy entrenando para correr un maratón. Y, sí, también algo está cambiando en mí. Soy consciente que mi cambio de rumbo no es aceptado por personas de mi entorno más íntimo, pero yo no quiero cambiar mi nueva vida.
-Hola me llamo Carmen y soy corredora –dijo otra integrante del grupo cuando fue señalada por el moderador-
-Hola Carmen –dijeron todos al unísono-
-El mío es un caso preocupante. Tengo un  buen trabajo ejecutivo en una multinacional que me obligaba a comer todos los días fuera de casa y, en ocasiones, a tener que alternar con los clientes. La báscula era mi peor enemiga; para colmo fumaba compulsivamente como consecuencia del estrés. El mes pasado me tuvieron que ingresar en el hospital a causa de una afección cardíaca y en el hospital un fisioterapeuta me indicó que me vendría bien correr y le hice caso; ahora estoy a punto de correr mi segundo maratón. No fumo nada y la báscula ya es mi amiga, pero en la empresa comienzan a mirarme mal cuando evito las comidas de empresa y el tiempo para alternar con potenciales buenos clientes lo dedico a entrenar. Mis rendimiento comercial ha bajado y temo que peligre mi trabajo. 
-Hola, me llamo Luis y soy corredor –dijo el siguiente-
-Hola Luis –dijeron todos al unísono-
-Yo comencé a correr con la ropa que buenamente encontré en mi armario, pero al poco tiempo comencé a comprarme tejidos técnicos y zapatillas técnicas, circunstancia ésta que provocó un cisma en mi matrimonio. Mi mujer me acusaba de gastarme demasiado en ‘esas ropas’ como las llama ella. Desde entonces me siento un incomprendido y temo llegar a casa con un nuevo tejido o zapatillas; de hecho las introduzco a hurtadillas, como si estuviera cometiendo un delito.
-Hola, me llamo Adolfo y soy corredor -dijo un hombre ya entrado en edad-. Yo fui bastante infeliz hasta los 50 años de edad. Mi vida no tenía mucho sentido. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Las tardes las pasaba jugando al dominó en un sórdido bar con un grupo de vecinos del barrio. Me sentía un jubilado a los 50 y mi cuerpo y mi mente estaban oxidados. Pero un día, un vecino joven -quizá compadeciéndose de mi aspecto, cada vez más triste y envejecido- me invitó a que corriera con él. Al principio lo tomé a broma, pero al día siguiente me puse un viejo chándal que tenía de la época de la mili y me fui a trotar con él a un parque cercano a mi domicilio. No fueron más de dos kilómetros, pero sentí que rejuvenecía. Progresivamente dejé de ir al bar con los amigos y el año pasado me atreví a correr mi primer medio maratón. Ahora soy otra persona, pero me entristece que mis antiguos compañeros de dominó ni siquiera me saluden por el barrio y hagan comentarios entre ellos cuando paso corriendo por el bar. 
-Hola, me llamo Santiago y soy corredor.
-Hola Santiago, -dijeron todos al unisono- 
-He sido una persona obesa hasta el año pasado, que fue cuando comencé a correr en serio. Mi problema es que en mi familia me consideran un bicho raro. Mis padres y mis hermanos, obesos desde siempre, no comprenden que no coma los alimentos que ellos suelen comer habitualmente. Mi madre se pone histérica cuando rechazó sus grasientos guisos y sus diversos fritos. De hecho, se echa a llorar.  Cada vez me siento más extraño entre mi propia familia y la situación es cada vez más insostenible. 

Cuando acabó la sesión, la cabeza de Esteban le daba vueltas. Sentía que había estado en otra dimensión. Aquellas confesiones la habían hecho comprender que no era el único que tenía problemas desde que se dedicó a correr en serio. Sin embargo, salió del local con ánimo reconfortado. Comprendió que a partir de aquel día todo sería distinto en su vida y que todo lo que le esperaba en el exterior no era más que una sombra dañina de su nueva trayectoria. Sin duda, seguiría asistiendo al grupo de terapia cada tarde.      

19 febrero 2013

RELATOS DE INVIERNO

ORÍGENES

Hace poco tuve la suerte de encontrarme con un tipo de lo más especial. Resulta que mi compañero de oficina Luis es aficionado a la historia y está metido de lleno en la investigación y estudio del origen de sus ancestros. 
Para ese fin ha considerado que la mejor opción es estudiar el Catastro de Ensenada porque en éste aparecen los propietarios que han tenido las tierras de su pueblo de origen  en periodos históricos diversos y través de éstos ir conociendo, con la ayuda de la heráldica, hasta donde se remonta su apellido. Una tarea que le fue facilitada por el tipo con el que tuve la suerte de encontrarme gracias a él. Resulta que éste había elaborado un método basado en la historiografía, la heráldica y la genética para determinar nuestra procedencia y me invitó a ofrecerme voluntario. Y como curioso que soy y apasionado por la historia y nuestros orígenes no lo pensé ni un momento. Sus herramientas son completísimas bases de datos historiográficas, herádicas y genéticas, que a través de un software muy complejo van intercalando los datos hasta mostrar muestras casi perfectas.  
Tras un breve estudio de los apellidos paternos y maternos sobre 'los que suele haber mucho falseamiento histórico', me dijo, acabó por extraerme unas muestras sanguíneas para determinar el ADN, no sin antes advertirme que tendría que aceptar sin paliativos y con objetividad cuales eran mis orígenes ya que se trata de un método muy sofisticado y prácticamente infalible. Me hizo firmar un documento de asentimiento.
Para tal fin, dijo, lo mejor es anclarse en un apellido que pudiera tener más visos de autenticidad. Y fue así como ancló el apellido de Gallego, que es el segundo de mi madre. Y he aquí el informe literal: 

1. Los primeros apellidados 'Gallego' llegaron a estas tierras sobre 1510 con motivo de la repoblación tras la expulsión de moros y judíos.
2. Esos gallegos descienden de la antigua Castilla imperial, la que tenía salida al mar (la zona oeste de la actual Galicia; de ahí el apellido. Desde el siglo XII se puede concluir que no hubo cruce de razas, de acuerdo con la lectura genética y los rasgos actuales del caso estudiado (o sea yo). 
3. Los apellidados Gallegos, lógicamente, no siempre tuvieron ese apellido. Un exhaustivo estudio concluye que, con anterioridad, no contaban con apellido alguno sino que como solía ser habitual entre la plebe, solían nominarse como hijos de.. (por ejemplo, Pero hijo de Jimeno), que era lo habitual. El apellido gallego se adquiere cuando engrosan la lista para repoblar las nuevas zonas ocupadas, como método para distinguir de donde procedía cada contingente de personas. 

4. De acuerdo con la genética mostrada, con anterioridad los antepasados del estudiado se enmarcan dentro del pueblo Visigodo; pero hay que indicar que aquí sí existen mezclas de sangre, dándose casos muy curiosos. Hay datos genéticos que evidencian orígenes Visigodos pero también una fuerte presencia de genes propios de individuos pertenecientes al pueblo celta que tenían mucha presencia en la zona indicada y que rechazaron la invasión romana con más éxito que otros pueblos de la antigua Iberia como es el caso de turdetanos o carpetanos que habitaban en la zona sur y centro, respectivamente. 

5. Anclando la rama Celta, se evidencia que hay rasgos vacceos, pueblo celtíbero que venía a ocupar lo que podría ser la zona que hoy día identificamos como Castilla-León (Palencia, Zamora, Valladoilid, León...), aproximádamente. Asimismo, se denotan cruces con otros pueblos de origen celtíbero, algo muy común por entonces; en ese sentido se evidencian rasgos arévacos, cuya capital-fortín, como sabemos, era Numancia. 
6. Por tanto, cabe concluir que el estudiado presenta rasgos genéticos propios de pueblos íberos (Vacceos, Arévacos), muchos de los cuales son de procedencia Indoeuropea y Visigoda -ramificación del pueblo Godo de origen Centroeuropeo-, descartándose genética de origen romana o árabe, por referirnos a las civilizaciones más persistentes en la actual España. 


30 diciembre 2012

RELATOS BREVES DE INVIERNO

LA COLA DEL INEM

En una rutinaria mañana, a eso de las 12 horas y en plenas Navidades, el antiguo empresario de la construcción Fernando Colmenerejo se encuentra en la cola del INEM de su localidad. Justo tres personas detrás, se encuentra el que fuera su oficial jefe de albañilería, Rafael García, que fue durante diez años su encargado y persona de mayor confianza. 
Fernando Colmenerejo mira para atrás de manera distraída mientras espera su turno para que le sellen la revisión para seguir poder cobrando el desempleo y reconoce enseguida el rostro de su antiguo oficial de albañilería, el cual hojea o parece que hojea un periódico gratuito que le acaban de entregar en la entrada de las oficinas. 
Es una situación violenta, porque parece que ambos se han visto, pero aquellos que durante tantos años compartieron tantas cosas, tanto profesional como personalmente, no parecen tener el más mínimo interés en saludarse, después de cómo acabaron las cosas entre ellos. Uno se refugia en la lectura del periódico y al otro le basta con no volver a mirar atrás, ya que al no poseer la nuca ojos, no existe peligro de ver.  
Sin embargo, de pronto, se produce una situación violenta. Ninguno dos la esperaba, pero en un pis pas, las dos personas de la cola, que se interponían entre ambos, se retiran de la misma y se dirigen a otra ventanilla. De esta manera, entre ambos ya no hay nadie y aunque la nuca del antiguo empresario de la construcción sigue sin tener ojos, la situación del antiguo oficial jefe de albañilería, es mucho más complicada: ya no es posible mantener los ojos clavados en el escuálido periódico, imitando leer por enésima vez la efímera prensa gratuita.
Así que violentado, el antiguo oficial jefe decide retirarse de la cola y de esa manera, perder el derecho a cobrar el desempleo ese mes, toda vez que es el último día para la revisión y la ventanilla está a punto de cerrar.
Sale de la cola con enérgico enfado, diciéndose para sí mismo que ese tipejo le iba a estar puteando toda su vida.

27 diciembre 2012

RELATOS BREVES DE INVIERNO (EN DOS ACTOS)


¡QUÉ BELLO ES VIVIR! (O CENA DE NOCHEBUENA EN DOS ACTOS BREVES)

Primer Acto

           Nada más asomar la cabeza en el hall de la casa, ya se apreciaba ese agradable olor que vaticina una cocina a pleno rendimiento; incluso, la temperatura es alta en toda la vivienda debido a los elevados grados de los fogones. El calor va en aumento por la cada vez mayor presencia de miembros de la familia que  para celebrar la Nochebuena se reunirán,  al menos, una vez al año. Curiosamente muchos de los hermanos, cuñados, sobrinos y primos no se han visto apenas a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días y, lógicamente, tienen pocas cosas en común, pero la tradición es la tradición. Al menos, mientras vivan los progenitores.  Lo haremos por ellos, es la frase más utilizada por todos.
        Preparadas las viandas, comienza la cena para aproximadamente 13 personas, entre adultos y niños; y con ella comienzan las primeras conversaciones, que parecieran forzadas, según observaría un testigo imparcial. 

  Segundo Acto

        Rompe el hielo la madre y abuela; la progenitora y dueña de la casa. Mujer de bastante edad, la experiencia le ha enseñado que es ante una buena mesa cuando pueden ocurrir las mejores y las peores cosas. Consciente de ello comienza a hablar nada más sentarse todos a la mesa:
        -Bueno, ¿qué tal vuestras vacaciones? -hace la pregunta genéricamente a grandes y pequeños-
      Los niños son los primeros en contestar: ¡ya no tenemos cole hasta enero! es la frase más utilizada; pero los adultos siguen guardando silencio. Así que la madre y abuela cambia la estrategia, consciente de que muchos de sus descendientes y parejas apenas se han saludado.
       -¿Y qué tal el trabajo? -pregunta dirigiéndose en concreto a los adultos?
      -¿Qué trabajo mamá? ¿No sabes que lo perdí hace nueve meses? -contesta secamente el hijo mayor ante la inquisitiva mirada de su esposa-.
     -Pero los demás sí lo conservamos. Siempre piensas que las preguntas solo van dirigidas a ti -le reprende con dureza el segundo de los hermanos-.
     -Sí, claro que lo conservas. No todos pudimos disfrutar de tus privilegios -se defiende el hermano mayor-.
      -¿A qué privilegios te refieres? -le pregunta molesta a la esposa del segundo de los hermanos-.
     -Nadie ignora en esta casa que mientras yo me tuve que quedar cuidando el pequeño negocio familiar al enfermar mi padre, tu esposo querido pudo acabar la carrera de Veterinaria en Córdoba -contraataca el mayor de los hermanos-.
     -Sí, claro. Yo no tuve que joderme, quedándome en casa a cuidar de papá cuando tuvo la trombosis cerebral -intervino la hermana pequeña-. Por si no os acordáis tuve que dejar la carrera de Derecho en segundo, ya que el hermanito cerebro tenía que acabar Veterinaria.
   -Que yo tenga más inteligencia que vosotros dos juntos, no es culpa mía -dijo con malicia y mordacidad el veterinario-.Jamás pudisteis aceptar eso. 
    -Siempre has sido un miserable, un creído y un mal educado -terció el hermano mayor-.
  -No te permito ese tono....-dijo el segundo de los hermanos, haciendo ademán de levantarse de la silla-.
    -¿Vas a agredirle, en vez de estarle agradecido? -le preguntó amenazante la esposa del hermano mayor-.
     -Te dije que era mejor que no viniéramos a comer esta noche -le reprendió el joven esposo a su esposa, la hermana menor de la familia-.
     -No hubiera sido mala idea, de todas formas nadie te hubiera echado en falta -dijo con intencionada maldad la esposa del segundo hermano, que jamás tragó al joven esposo de su cuñada-.     
    El padre que no podía articular palabra desde la trombosis cerebral, comenzó a hacer grandes aspavientos con las manos, hasta el punto de tirar la sopera. Tal era su enfado ante el espectáculo que estaba presenciando, impotente y dolido. Mientras tanto, la madre, que con tanta ilusión había preparado la cena para la reunión familiar de Nochebuena, no pudo evitar dejar la mesa llorando, dejando caer la silla al suelo al levantarse enérgicamente.
    Mientras tanto, en la Primera, el aspirante a ángel de primera clase, Clarence, saltaba desde el nevado puente a las frías y turbulentas aguas del río, emulándole inmediatamente un atormentado George Bailey.
     No ajenos a la situación, los niños perdieron progresivamente el interés por el juego y la sopa dejó de elevar al aire sus anárquicos hilos de vapor que presagiaban un sabroso y cremoso sabor.    


(ESTE RELATO ES PURA FICCIÓN, PERO QUIÉN SABE SI, EN OCASIONES, LA FICCIÓN NO ES MÁS QUE UNA TORPE IMITACIÓN DE LA REALIDAD).  

Por José Antonio Flores Vera

22 noviembre 2012

'CONVERSACIÓN EN LA TABERNA' ARRASA EN LA RED

Verdaderamente celebro que mi 'Mi conversación en la taberna' esté haciendo estragos en la red. Esa sencilla pero compleja conversación de dos amigos ante unas Alhambras especiales deja ver muy claramente como funciona esta sociedad y de eso se han hecho eco las redes sociales, los blogs, los correos electrónicos  y todo bicho viviente digital que funciona en el mundo virtual (¡hasta yo lo he recibido por correo!). 
Hubiera sido perfecto que se hubiera citado la fuente, pero no es así. No es lo que más importa, porque tampoco es un texto que me haya preocupado de registrar, como no lo está ninguno de los aquí publicados. Y ya sabemos como es el mundo digital y multimedia: se quita, se corta, se pone...en fin, ese es su gran inconveniente, algo que no ocurre -al menos a mí no me ha ocurrido- cuando he publicado artículos doctrinales, artículos de opinión o relatos en un medio escrito, en el que siempre acompaña tu nombre a lo escrito o creado y la mera publicación en un medio garantiza su autoría.
Sin embargo, lo importante es que mi 'Conversación en la taberna' esté circulando.
Por si alguien no lo pudo leer en su día, aquí os lo dejo: 

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...