21 octubre 2013

UN CUENTO GÓTICO: UNA VISITA A MEDIANOCHE.

Como perjuraba en la entrada de la semana pasada, aquí llega el primero de los  dos cuentos góticos previstos:


UNA VISITA A MEDIANOCHE


    En teoría, se no trataba de otra cosa que de un funeral más. Una persona había muerto. Padre y esposo muy apreciado en la localidad, en la que había vivido toda su vida. Ese dato había sido decisivo para que el velatorio pudiera considerarse como muy concurrido y el entierro multitudinario en esa pequeña localidad en la que todo el mundo se conocía. 
En una época en la que la muerte era aún más extraña y misteriosa que ahora y no existía apenas divertimento alguno y la electricidad apenas llegaba a las humildes casas, la única compañía en aquella noche de dolor para la familia del finado no era otra que la que se ofrecían unos a otros, así como la de algunos allegados y vecinos, que era costumbre acompañaran a los dolidos en esa velada de dolor.
      La noche era lluviosa y muy oscura, no en vano era invierno cerrado. Febrero para más señas. Y las calles, además de oscuras y vacías, estaban embarradas por la pertinaz y constante agua que había caído durante todo el día, así que el silencio de las humildes casas en la noche cerrada tan sólo era interrumpido por el ruido de los ajados canalones que no cesaban de depositar agua a la calzada.
      El entierro de aquel padre y esposo querídisimo, tras dos días y una noche completa de velatorio, había estado pasado por agua. Los hombres que portaban sobre sus hombros el ataúd desde la iglesia al cementerio iban completamente empapados y el mismo hoyo en el que recibiría cristiana sepultura el finado se había llenado hasta su mitad de agua y haría falta achicarlo cuando se procediera a depositar el féretro. Pero eso no era problema aquella tarde cerrada de oscuras nubes, toda vez que por aquellos años no era costumbre enterrar a los fallecidos en ese preciso instante. Los operarios municipales encargados del cementerio abrían el hoyo en cuanto se les notificaba el fallecimiento y en uno de sus lados se amontonaba la tierra sacada, al tiempo que se cruzaban de lado a lado unas resistentes tablas sobre la superficie del hoyo. Sobre estas tablas se depositaba el ataúd, el cual permanecía a la intemperie toda la noche a la espera que los enterradores acudieran por la mañana temprano a enterrarlo. Esa costumbre que parecía estar basada en la tradición, en realidad, tenía una razón médico-científica, toda vez que las autoridades médicas no confiaban demasiado de que la certificación oficial de la muerte fuera totalmente infalible. Así que la prudencia médica se convirtió en tradición y toda familia exigía que su finado permaneciera a la intemperie toda la noche, además, de los dos días y una noche completa de velatorio previas. Todas las medidas eran pocas ante la abundancia de casos en los que, pasado el tiempo legal, se habrían tumbas para que contuviesen cadáveres y en ocasiones se apreciaba cómo el supuesto fallecido había cambiado de postura y sus uñas se encontraban incrustadas en los podridos trozos de madera del ataúd.
     Mientras tanto, la noche cerrada transcurría lenta, dolorosa y pesada en aquella humilde morada de la que horas antes había salido para siempre el cuerpo del buen padre fallecido a los ojos de todos. Un pequeño grupo se arremolinaba en torno a la mesa camilla ubicada en mitad de un pequeño cuarto tristemente iluminado: la viuda, las dos hijas y el hijo del matrimonio. Además, les acompañaban dos familiares cercanos: la hermana menor del fallecido y la hermana mayor de la viuda. Algunas vecinas habían estado dando compañía a los dolientes pero era ya tarde y se habían ido a casa. Nadie hablaba en el grupo. Con las cabezas cabizbajas se podían escuchar suspiros apagados y de vez en cuando  algunas de las hijas se interesaba por el apetito de la madre, la cual desautorizaba toda iniciativa de traer alimentos. El silencio era absoluto tanto en la casa como en la calle, toda vez que aún no habían llegado a aquella humilde localidad los vehículos a motor. Todo lo más, el ruido seco y farragoso que provocaban las ruedas de madera de algún carro, que se dirigiera a su cuadra arrastrado por mulas, al aplastar los guijarros de la calle o los torpes pasos de algún vecino noctámbulo que tras pasar la velada en la taberna se dirigiera zigzageante a su domicilio.
      Entonces alguien toco en la puerta. Los allí reunidos en torno a la mesa camilla alzaron sus cabizbajas cabezas y comenzaron a mirarse entre ellos. Las últimas vecinas ya se habían despedido definitivamente y aquella forma de aporrear la puerta no se correspondía con la forma de aporrear que tenía ninguna de ellas. Además, ya se acercaba la medianoche y la hija mayor ya había propuesto que se retiraran todos a dormir. Pero volvieron a aporrear la puerta. Esta vez de manera más contundente. Las miradas cruzadas entre los miembros de la familia ya no eran de sorpresa sino de inquietud. E incluso de nerviosismo. Nadie quería decirlo pero todos lo pensaban: esa forma de aporrear con contundencia era propia del amado padre y esposo: dos toques rápidos, duros y secos. Hasta que finalmente, eso que todos pensaban lo acabó por decir el hijo: 'Es la misma forma de tocar que tenía padre'. 'No digas tonterías hijo mío', dijo la viuda, a pesar de que todos estaban de acuerdo con lo que el hijo había dicho. Incluso la propia viuda.
       Escucharon aporrear la puerta por tercera vez. Ya no había escusa posible para dilatar la apertura de la puerta. Sin embargo, no parecía que hubiera ánimo en ninguno de los reunidos en torno a la mesa de camilla para levantarse, andar los escasos metros de pasillo y abrir la puerta. Finalmente, el hijo se ofreció a hacerlo, tal vez, por ser el más osado al decir alto y claro que aquella forma de tocar era propia de su padre recién fallecido.
         Se levantó fatigosamente y se dirigió hacia la puerta preguntando quién era, pero al otro lado de la puerta nadie contestaba. Así que el joven sumido en un mar de dudas optó por abrir. Las mujeres, aún sentadas en torno a la mesa camilla, escucharon el ruido seco de las viejas bisagras de la puerta de madera y a continuación un golpe seco confundido con un pequeño alarido. Cuando se levantaron y acudieron hacia la puerta alarmadas por aquel extraño alarido se toparon con una escena dantesca que jamás pudieron borrar de su mente mientras vivieron.
         En teoría, abrió la puerta alguien que estaba vivo y encontró al otro lado a alguien que en teoría estaba muerto. Pero cambiaron las tornas porque lo que encontraron las mujeres de la familia fue justo al contrario: el vivo estaba ahora muerto y el muerto estaba ahora vivo.
     Las autoridades emitieron un informe oficial explicando lo sucedido y esa explicación, al parecer, dejó dormir y vivir en paz al pueblo y a la familia: 'Cuando el hijo menor de la familia abrió la puerta se encontró con la figura de su padre vestido con la ropa de su mortaja y al no poder soportar la sorpresa o el terror, falleció de un ataque cardíaco. El padre, por su parte, supuesto fallecido, había recobrado el conocimiento tras haber permanecido en coma varios días y descubrió que se encontraba dentro de un ataúd.           Cuando abrió los ojos sólo encontró a su alrededor negrura y silencio y la lógica confusión no le permitió saber en ese momento dónde se encontraba. Por fortuna el féretro se encontraba abierto y a la intemperie y pudo salir sin apenas dificultad de él. En su tribulación no reparó en lo inoportuno de presentarse directamente en su domicilio, cuando lo que hubiera procedido es haber acudido al puesto de la Guardia Civil de la localidad para comunicar su nueva situación'. 
     Tampoco estaban al tanto de esa nueva situación los dos enterradores que, al rayar el alba, acudieron según estaba previsto a enterrar el cadáver y tampoco podrán olvidar ya jamás el haber encontrado el ataúd vacío y con la tapa casi partida por la mitad. Hay quien cuenta que ninguno de los dos pudieron ya dedicarse más a esa profesión y que jamás aceptaron como racional la teoría que esgrimió el informe de las autoridades.          

8 comentarios:

  1. Rezuma a Edgar Allan Poe! Olvidé decirte que la foto de la cabecera es idónea. ¡Esa es la vega!

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    1. El más gótico de los clásicos...Ese paisaje es genial. Yo pienso igual: es la Vega en esencia. Cuando corres por ahí en un día lluvioso -como el de la foto- llevas todos los sentidos a flor de piel y piensas que en pocas pocas puedes emplear mejor tu tiempo. Saludos.

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  2. Pufff, menuda entrada. Compae, mas de una pesadilla he sufrido ante ese temor. Despertar y sentirte enterrado bajo un montón de tierra y una pesada lápida. Que sueños mas escalofriantes. Ahora sí que lo tengo claro QUIERO SER INCINERADO.

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    1. Jeje, Paco te imaginas en una situación así, en mitad de la noche, en la oscuridad más absoluta y abrir los ojos y encontrarte tan sólo negrura a tu alrededor; y luego viene lo peor: comunicar que sigues vivo. El del cuento no estuvo muy acertado.
      Es un cuento, pero existe una base real que ocurrió en nuestro pueblo o cerca, según mi abuela paterna.
      Un abrazo y a dormir sin pesadillas.

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  3. Como lector empedernido , insisto , debes recopilar estos cuentos y relatos y publicarlos. No resultan indiferentes, todo lo contrario , posees ese don que no muchos escritores tienen de enganchar casi desde la primera frase de sus obras. A pesar de mi traición cobarde al libro de papel, desde que me regalaron el "diabólico kindle", cuenta con un comprador de esa recopilación de tus relatos y cuentos.
    Además , si la ínclita Sinde, ha llegado ser finalista de un premio de novela- que no pienso ni comprar ni leer, pero si piratear- no te quepa duda de que tu arte escribiendo será reconocido y alabado.

    P.D entretenida película la de vacaciones en el infierno del ajado mel gibsom

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    1. Gracias Alfredo por tus palabras. En los relatos breves es fundamental no desperdiciar ni una palabra, cosa que si puedes hacer en las novelas porque siempre acaba retomando la trama y lo importante es el final. Es más en las novelas conviene rellenar. De ahí que en los relatos me esmere mucho en 'enganchar' desde la primera linea si es posible. Estoy en esa recopilación ¿cómo vera la luz? No lo sé, pero la verá.
      Ve 'Amor y letras', que merece la pena. Hubiera sido tomada más en serio si le dejan el título original 'Liberal arts'.
      Saludos.

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  4. José Antonio, como para leerlo y luego andar por la espesa negrura de un bosque. ¡Qué mala leche tiene el cuentito! Como te cuentan, enganchado desde la primera línea; esas historias abundaban en los tiempos de maricastaño, cuando en las casas no teníamos tele y el único divertimento era un o una abuelo abuela que te contaba historias para no dormir... esas que te llevaban a meterte en lo más profundo de la cama y a oír hasta el circular de tu sangre.
    Perdona que me meta de enterado, casi al final del 4º párrafo, se te ha colado una palabra que no va con la tumba.
    ¿Para cuándo la próxima?

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    1. J. Gerardo, el martes publicaré el próximo cuento gótico, ahora que es tiempo propicio por la fiesta que se avecina. Gracias por la observación. Saludos

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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