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31 marzo 2022
15 febrero 2021
26 agosto 2017
IDEAL: DE QUÉ HABLA MURAKAMI CUANDO HABLA DE ESCRIBIR (24/8/2017)
No hace mucho llegó a las librerías un nuevo libro del
escritor japonés Haruki Murakami. Sin embargo, no se trata de una novela,
género al que nos tiene acostumbrados este original autor, cuestionado por el establishment literario, sobre todo, de
su país. Su título vuelve a ser una frase, algo que es muy común en este
escritor. “De qué hablo cuando hablo de escribir”, técnica titulada similar a
la usada hace varios años para el libro “De qué hablo cuando hablo de correr”,
en el que exponía cómo entendía su relación con el correr, actividad que no la
ve tan lejana de la literatura porque, en verdad, son actividades que comparten
más rasgos de los que, a priori, pudiera parecer. De hecho, en este último
ensayo —una especie de memorias sobre su trayectoria como escritor y el proceso
creativo— vuelve a relacionar ambas cosas en diversas ocasiones, hasta el punto
de afirmar que necesita sentirse fuerte físicamente para encarar la ardua tarea
de enfrentarse a una novela larga, que suele ser el género en el que se
encuentra más a gusto nuestro autor. Y por eso, entre otros motivos, corre casi
a diario (en eso yo no le podría discutir ni un ápice).
Debe ser que la madurez del escritor
—sumada a la independencia que otorga el éxito de millones de lectores en todo
el mundo— provoca en el mismo una especie de virus de sinceridad, pero el caso
es que su texto está repleto de afirmaciones crudas relacionadas con la persona
y el creador, así como con la literatura, el sector editorial y la crítica,
sobre todo en el ámbito de Japón, país donde —según sus propias palabras— no ha
sido, en general, bien tratado. Calificado desde casi sus orígenes como
escritor demasiado occidentalizado,
nunca se vio con buenos ojos en el país
del sol naciente que no haya sido demasiado empático con el mundillo
literario japonés y sí con el de otros países occidentales. Sin embargo, según se deduce de este ensayo,
todo indica que se debe más al carácter individualista del escritor que a un
rechazo sistemático en sí, como él mismo viene a repetir en varias ocasiones,
sobre todo en un país como Japón en el que el sentimiento colectivo es mucho
más acusado que en los países occidentales, razón por la que Murakami, al
parecer, siempre se ha sentido más a gusto en éstos que en su propio país.
Particularmente interesante es la
descripción que hace de su proceso creativo, de la forma en que afronta la
escritura de una nueva novela larga y la peculiar forma de crear personajes,
para lo cual “extraigo de manera inconsciente fragmentos de información
archivada en distintos compartimentos de mi cerebro y después los combino”,
denominándole a esas acciones “otoma-kobito, es decir, algo así como “enanitos
automáticos”. De ahí que entienda que el
escritor deba ser un observador atento de la realidad que lo rodea, porque es
de esa observación de donde podrá sacar el material necesario para contar una
historia o varias historias paralelas, como suele ser habitual en este
escritor. No sabemos si es falsa humildad —pienso que no— o, tal vez, el
desapego propio de un escritor consagrado que ya no ha de demostrar nada, pero
lo cierto es que se considera un escritor con un mínimo talento inicial que
forja una obra a base de perseverancia y soledad, además, de un cierto
empecinamiento, que es propio de su carácter, como él mismo reconoce. Es en ese
proceso cuando necesita sentirse fuerte físicamente y por lo que necesita una
hora de ejercicio diario que, en su caso, suele ser correr, alejándose
—reconoce él mismo también— de la imagen que se tiene en el subconsciente
colectivo del escritor maldito, acodado en un antro de perdición, rodeado de
humo y alcohol, que necesita trasnochar cada noche para poder escribir. Su
caso, es todo lo contrario: él necesita acostarse pronto y madrugar para poder
hacerlo.
En otro capítulo, como si de un
ajuste de cuentas con el mundo editorial y de la crítica de su país se tratara,
Haruki Murakami nos revela su salida editorial al extranjero, sobre todo a
Estados Unidos y Europa, lugares en los que, quizá, exentos de esa crítica
fratricida llevada a cabo en su propio país, el autor es tratado con bastante
más magnanimidad por parte de la crítica, a pesar de las dificultades de
abrirse camino como escritor japonés en occidente; un escritor entre dos mundos
muy distintos en cuanto a la concepción de la literatura. En todo caso,
Murakami ha contado con el don preciado que anhela todo escritor: la fidelidad
de sus lectores, ese muro infranqueable que ni el sector editorial ni el propio
establishment podrán superar con
independencia de épocas y lugares.
Por José Antonio Flores Vera
25 octubre 2016
ATRAPADOS EN LAS REDES (IDEAL, 25/10/2016)
ATRAPADOS EN LAS REDES
Por José Antonio
Flores Vera
Vivimos en un mundo cambiante. Y el
cambio ya no es cíclico. Es mucho más inmediato y cada vez más urgente. Un
mundo cambiante, cuya explicación teórica siempre llega tarde. Y cuando llega,
ya es el momento de volver a explicarlo porque han cambiado las reglas y los
hábitos. Arduo trabajo para los sociólogos, que supongo no darán abasto.
En todo ese cambio está jugando un
papel decisivo la irrupción de las redes sociales, las cuales cada vez ocupan
más espacio en nuestras vidas hasta el punto de parecer estar atrapados por
ellas. No solo a niveles básicos de
entretenimiento, sino también a niveles trascendentales. Quítenle a las nuevas
generaciones (y a las no tan nuevas) las redes sociales y les estarás quitando
parte de su existencia. La comunicación, la información, los hábitos de
consumo, las relaciones personales…Casi todo se sustenta en ellas. El mundo se
comprende mejor a través de ellas. Para muchos, sin su impronta, el mundo es
mucho más incomprensible, porque basan su éxito en hacernos creer que están
diseñadas a nuestra medida.
Pero, ojo, que hay trampa. Al margen
de teorías conspirativas, que se circunscriben en el ámbito del control que se
quiere ejercer sobre la humanidad a través de las redes sociales, lo que sí
parece claro es que la visualización del mundo real a través de éstas jamás
podrá ser una solución. El mundo físico, ya sabemos todos que es complejo, cambiante,
inabarcable, inexplicable casi siempre y no será el mundo cibernético de
Internet y sus múltiples efectos el que logre explicarlo. Por lo pronto, un
individuo normal como nosotros, a lo largo del día, tendrá ocasión de ver miles
de imágenes a través de los diversos dispositivos con conexión a Internet.
Imágenes que pretenden transmitir algo, ya sea ideológico, lúdico o
testimonial. Una información que nuestra mente no podrá procesar en absoluto y
que nos apartará de tareas que exigen concentración -aunque a priori no lo
percibamos- como es la lectura, el estudio o una charla íntima con los amigos o
la familia. Tal vez ése sea el efecto más pernicioso y perjudicial de todo ese
mundo digital que nos atosiga, en el que todo el mundo tiene ocasión de plasmar
sus ideas y sus gustos a través de palabras o imágenes. Toda esa vorágine
diaria, probablemente, nos aparta de lo que, quizá, no debería jamás
desprenderse el ser humano y que tantos siglos ha tardado en conquistar. Me
refiero a la lectura. En mi opinión, una de las acciones humanas más
trascendente. O, incluso, la contemplación de una obra de arte o la
visualización de una magnífica película clásica, por poner algunos ejemplos.
Sí, sin lugar a dudas, toda esta vorágine digital -que lejos de detenerse va en
aumento- nos va apartando de esos actos esenciales para la formación del
individuo como tal. De hecho, la propia literatura, el arte y el cine, por hablar
de tres elementos fundamentales en nuestras vidas, cada vez se adaptan más a
esa era digital, convirtiéndolas en otra cosa distinta a lo que eran. Una
literatura de consumo efímero y digitalizado o una contemplación artística a
través de los píxeles de la pantalla, son cosas distintas, habría que
denominarlas de otra forma, pero no de manera similar a como se denomina la
sensación que produce el tacto de un libro o la contemplación de una obra de
arte original en una pinacoteca.
20 noviembre 2014
CORRER EN OTOÑO (IDEAL, 20/11/2014)
El otoño. Esa estación tan especial. Los árboles desnudos, las hojas caídas, la luz melancólica...Unas zapatillas, algo de abrigo y tus piernas, tu corazón y tus pulmones..
Si no habéis tenido la ocasión de leer en la edición en papel de Ideal mi artículo de hoy, aquí lo reproduzco.
CORRER EN OTOÑO
Si
hay una estación en la que me guste correr, ésa es el otoño. Disfruto corriendo
todo año -y ya lo hacía con regularidad mucho antes de que se pusiera tan de
moda- pero en otoño correr es distinto.
Es posible que sea la luz especial
del cielo o el amarillo marchito de las hojas de los árboles, aunque estoy casi
seguro que lo que realmente hace del otoño una época especial para correr -y
para vivir- es la dulce melancolía de sus días. Todo ese lento despliegue de
colores y olores que se pueden sentir a cada paso.
Si recorres un camino, lo encuentras
alfombrado de pobladas y apretadas hojas, hasta el punto de no dejar ver ni un
palmo de tierra; y si atraviesas un pequeño puente y observas el manso fluir
del riachuelo que hay debajo, escuchas el sordo rumor del agua y eso hace que
te sientas integrado y desintegrado al mismo tiempo en esa naturaleza tan
incipiente a primera vista.
Es el mismo riachuelo que has visto
en verano y en primavera, incluso en invierno, pero al mismo tiempo es otro. Y
es entonces cuando te dejas llevar por tus pasos y te ilusiona pensar que a la
vuelta volverás a presenciar de nuevo el espectáculo del rumor del agua bajo
tus pies. En esas circunstancias tan excepcionales, ni encarar las cuestas se
convierte en suplicio alguno.
Y si te adentras en terreno de la
Vega, en algún lugar entre los términos municipales de Pinos Puente y Fuente
Vaqueros, que no ha sufrido los atroces atentados de la urbanización, el placer
para la vista es inigualable cuando presencias en lontananza las desnudas
alamedas bajo ese color otoñal tan peculiar. Transitas por caminos de tierra
cubiertos de hojas secas y húmedas y el silencio es tan sólo interrumpido por
el crepitar de las mismas al ser aplastadas por los pies. A todo este
espectáculo para los sentidos se suele sumar el humilde y emocionante olor a
leña quemada de los cortijos, tan propio de esta época. Pocas cosas son tan
hermosas si lo que te gusta es correr o, tal vez, dar largas caminatas por ese
entorno.
En otras ocasiones, por lugares
menos yermos, lo que contemplas es lo
que ya te sabes de memoria: el breve cerro, rocoso y pelado, que cambia de
aspecto cuatro veces al año, dependiendo de la estación. Sin embargo, en otoño
no sólo cambia sino que sus tonos
grisáceos lo convierten en otro distinto. Alojas la vista en él y te cuesta
reconocerlo.
Como cuesta reconocer la vereda del
río que estás acostumbrado a ver todo el año. Ésta ahora es más íntima, y eso
es porque en otoño todo es más transido y
efímero. Nada rebosa vida como sí lo hace en primavera, pero al mismo
tiempo hay mucha vida en toda la naturaleza que vas contemplando; una vida casi
decadente, a punto de extinguirse, pero que contiene esa vitalidad de la que
carecen los cuerpos cuando van a marchitarse. Todo muy extraño.
Y si hay un momento aún más extraño,
ése es el del ocaso. El negro manto de la noche no llega de golpe como en el
invierno, porque en otoño en el horizonte las nubes dibujan un color anaranjado
como si aún tuvieran nostalgia del verano. Y cuando cae la noche, en ocasiones,
ésta es oscura y en otras la brillante luna le confiere una luz casi
primaveral.
Todas esas cosas tan dispares tan
sólo es posible contemplarlas en otoño. Mientras corres.
11 noviembre 2014
CREATIVIDAD (IDEAL, 11/11/2014)
'Creatividad' es una reflexión sobre el proceso creativo en el arte. Si no ha sido posible que lo leáis en papel os dejo mi último artículo publicado en las ediciones de Granada, Jaén y Almería del diario Ideal.
CREATIVIDAD
Desde siempre he considerado que la
creatividad es el atributo humano más interesante. Crear dónde no hay nada,
sólo vacío, es algo emocionante, único.
La
mayoría de los humanos nos dedicamos a admirar lo que un grupo privilegiado
crea, o bien, tan sólo nos regocijamos ante ese arte, que tiene un lenguaje
universal y en cierta medida misterioso. Por eso, quien tiene el privilegio de
poder crear se convierte en alguien poderoso e irrepetible. O al menos, su
obra.
Ya
sea ante una página en blanco, ante un pentagrama, ante un lienzo o ante un
trozo de piedra o de madera, sacar algo de todo eso que, en realidad, son
objetos sin vida, es proverbial. Sí, la creatividad es algo bello y distinto a
todo lo humano, pero al mismo tiempo es un atributo muy humano.
Pero
en ese proceso hay un enorme sufrimiento. El creador no es consciente de lo que
está creando en ese momento tortuoso de emociones e ideas encontradas. Será el
receptor y consumidor de la obra y la
posterioridad quienes emitan el veredicto final, aunque eso es un asunto que,
en realidad, poco tiene que ver con el proceso creativo. Entre otras cosas,
porque siempre he creído que quien tiene la capacidad de crear, no lo hace con
el propósito único de que otros disfruten su obra, no piensa demasiado en si va
a ser algo exitoso o no, ni tan siquiera si gustará a alguien. Quien crea pensando
sólo de esa forma, en verdad, no es un verdadero creador. El verdadero, crea
por necesidad, aunque, qué duda cabe, querrá que su obra guste y se esforzará
por ello, sobre todo si se convierte en su profesión y medio de vida, pero no
será ése su móvil principal. Crear debe ser siempre una necesidad inevitable,
innegable, ineludible. Pero, como antes exponía, hay que enfatizar en el mucho sufrimiento que conlleva crear, porque
se aspira a la perfección y el creador siempre sentirá que su obra está
inacabada.
Escuchas
una pieza musical magistral y sientes que estás ante la perfección, pero no lo
ha percibido de la misma forma el autor. Éste siempre la verá imperfecta,
aunque sabedor de que jamás alcanzará esa perfección, no tendrá más remedio que
concluirla en un momento dado. O destruirla. Es más, es probable que esa obra sea
su obsesión y acabará por odiarla tarde o temprano. Demasiadas horas en soledad
para perfeccionarla, demasiado silencio a su alrededor, demasiado sacrificio.
El
ejemplo que expongo es igualmente aplicable para al escritor, para el pintor,
para el escultor..., seres que agobiados por el resultado final de su obra,
acabarán siendo esclavos de ella. Y ese paseo por el infierno hace que el
proceso creativo sea lento en muchos casos o, en el peor de ellos, hasta
abandonado. De ahí que el verdadero creador acabe por ser identificado por todo
el mundo como tal, pero serán sus obras las que realmente perduren y tengan
verdadera importancia, algo que se aprecia muy bien en las obras anónimas
famosas.
¿Pero
cuál es el misterioso motivo que provoca la admiración universal de 'Don
Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes o La Misa de Réquiem, de W.A.
Mozart, por poner sólo dos ejemplos representativos? No creo que nadie lo sepa
con exactitud; ni tan siquiera pudieron saberlo sus propios autores en el
momento de la creación. La grandeza y la aceptación de éstas se ha ido forjando
con el paso del tiempo, a medida que las generaciones venideras han ido
comprendiendo y asimilando su importancia y perfección. El arte siempre perdura
y lo que no lo es se extingue. Como si se tratara de una norma divina.
27 octubre 2013
LA BELLEZA CONVULSIVA (IDEAL 27/10/2013)
Como ya había comentado en una entrada anterior, esta fotografía que hice de Plaza Nueva con la Torre de La Vela al fondo mi inspiró un artículo en el que comencé a trabajar en seguida y que quería denominar 'La belleza convulsiva'.
Este artículo ha sido publicado por el diario Ideal este último domingo. Os dejo con él por si tuvisteis ocasión de leerlo en prensa o, sencillamente, no llega Ideal desde el lugar en el que me seguís:
LA BELLEZA CONVULSIVA
Cuando
el peatón llega al final de la calle Elvira y dirige su mirada hacia la
izquierda, se enfrenta con la anchura cegadora de Plaza Nueva y comprueba con
estrépito de los sentidos que parece estar presidiéndola a lo lejos y en lo
alto, esbelta y sólida, la Torre de la
Vela. No es una imagen a la que te acostumbres por mucho que la hayas visto
porque determinadas obras arquitectónicas, aunque estén entre nosotros, en el
mundo real, parecen sacadas del mundo onírico. Desconozco si los antiguos
constructores de la Alhambra llegaron a ser conscientes de la perturbación
sensorial que iban a provocar en generaciones futuras, pero si lo fueron,
habría que agradecerles eternamente su proverbial visión, porque no demasiadas obras
arquitectónicas en el mundo provocan ese estupor emocional y esa convulsión
volcánica de los sentidos.
Y si el peatón que llega hasta Plaza
Nueva lo hace por primera vez, poca o ninguna sensibilidad habrá de tener si lo
que ve, cuando alza la vista, no le eleva el espíritu y lo transporta a lugares
imaginados en los que sólo existe la belleza y los objetos nos tocan, más que
ser tocados ellos por nosotros. Una suerte de vivencia de inusual significado
emocional que ocurre pocas veces en la vida.
Se dice que cuando Stendhal visitó
Florencia se le disparó el ritmo cardiaco y esa alteración fisiológica -que más
bien era sensorial- le indispuso hasta el punto de sentir vértigo, mareos,
espasmos, temblores y palpitaciones; tal acumulación de obras arquitectónicas,
escultóricas y pictóricas en tan poco espacio físico, en la capital de la
Toscana, fueron demasiado para él, un alma sensible como demostró con su buena
literatura. Su estupor fue tal que lo que penetraba por sus ojos y se
transmitía al cerebro se iba convirtiendo en un elixir tan delicioso a la vez
que venenoso que, nublándole los sentidos, se irradiaba hacia la vertiente
fisiológica, hasta el punto de provocarle un problema de salud evidente. Porque
alguien dotado de una sensibilidad desarrollada puede llegar a sentir que todo
le da vueltas cuando se rodea de tanta belleza artística y así lo debió
entender André Breton cuando escribió que 'la belleza será convulsiva o no
será'.
Algo muy similar produce esa visión de
la Alhambra y su entorno en la mayoría de las personas. Recordemos en ese
sentido las palabras del expresidente Bill Clinton cuando, zarandeado por la
emoción del momento, expuso de manera espontánea la impresión que le produjo el
monumento nazarí y su entorno desde el Mirador
de San Nicolás -probablemente la mejor imagen posible de la Alhambra-. La
puesta de sol más bella del mundo, vino a decir ante luces y taquígrafos. Luego
hubo de matizar sus palabras por la repercusión que tuvieron éstas en Estados
Unidos e igualar ese bello atardecer, con el monumento nazarí en primer plano,
al del Gran Cañón del Colorado, en Arizona, pero esa segunda opinión de
vocación apaciguadora, quizá, ya perteneció al ámbito de lo políticamente
correcto de cara a sus conciudadanos y su electorado. Realmente, no exageró el
político norteamericano como no lo hacen los miles de visitantes foráneos que
le emulan desde entonces.
Porque
hay determinadas obras arquitectónicas que nacen tocadas por una especie de magia
y todo en ellas es especial: su ubicación, su construcción, su peculiar
arquitectura, su diseño. Un estado de gracia inherente, al igual que ocurre con
alguna que otra obra literaria, alguna que otra película, alguna que otra composición
musical, alguna que otra escultura o alguna que otra pintura. Y la existencia
de ese corto y exclusivo catálogo hace que la breve estancia en este hostil
mundo se torne algo más agradable.
28 junio 2013
¿QUIÉN PILOTA EL CAMBIO? (IDEAL, 27/6/2013)
España ha vuelto a derrotar a la temible Italia, si bien en esta ocasión ha costado más. Eso está bien. Ofrece al ciudadano, si no esperanza, al menos, un rato de entretenimiento, pero sin ánimo de ser aguafiestas -para eso está ya la clase política- no debemos olvidar ni por un momento, que el fútbol no es más que una burbuja protegida y que no siempre será así. Los privilegios acabarán si no es que están acabando ya. Lo veremos muy pronto. De hecho, la investigación y publicidad del 'caso Messi' no es más que el aviso que el gobierno quiere dar. Es como si dijera: 'si podemos meter en cintura a Messi, podemos meter a cualquiera'. ¿ Pero quién mete en cintura a la rapiña política? ¿Quién pilota el cambio? Sobre ese asunto escribo más de seiscientas palabras en el periódico Ideal del día 27. Si no os fue posible leerlo en papel, aquí podéis hacerlo.
¿QUIÉN PILOTA EL CAMBIO?
Lo que parecía un incipiente
rumor, una voz común ahogada, cada día toma más cuerpo. Se escucha en la calles
y en los bares y el rumor va a más. Ya no se trata de una mera conjetura trasnochada,
ni una silente percepción apreciada en encuestas varias: no interesa la clase
política y sus cuitas; causa rechazo, indignación, impotencia. El desinterés es
inversamente proporcional a la frustración.
Lo que hace algunos lustros podría considerarse la
opinión de cuatro antisistema, ahora se está convirtiendo en un clamor popular.
Y cuando el pueblo manifiesta como una sola garganta su enconada cólera se
suelen trastocar las estructuras. Observemos el ejemplo de Turquía, donde una inicial
oposición a la remodelación del parque Gezi de Estambul está sirviendo para
exteriorizar el rechazo popular hacia una forma de gobernar determinada. Aquí,
en este país, no sólo se han eliminado parques, se han eliminado ecosistemas
enteros, y no se trata tan sólo de una mera metáfora. Pero en España el
personal parece ser más pacífico. O más conformista. O más desencantado. O todo
junto.
Fuere lo que fuere, lo que es evidente es que existe
un galopante divorcio entre la clase política y el pueblo. Un distanciamiento
que ya no se soluciona con el sempiterno diálogo me temo, sino con el cambio de
rumbo. Y ahí está el problema. O la pregunta: ¿Quién pilota el cambio? ¿La
misma clase política? ¿El pueblo con su voto en las urnas, que cada vez se
torna más insignificante? ¿La Unión Europea que se está convirtiendo más en un
problema que en una solución? No parece haber muchas salidas.
O no parece haberlas, o bien, no pensaron en ellas
quienes debieron hacerlo. No cayeron en la cuenta que la corrupción, pese a lo
que parezca, no tiene tanto que ver con lo material ni con lo político como con
la ética y la moral; en última, instancia, con todo lo relacionado con el
espíritu humano. Y éste, por poco que pese, es realmente el que cuenta. En nada
de eso pensaron y es probable que ahora en este país sea necesaria una
transición de veras, una refundación, una catarsis. Arreglar lo que no se
abordó en su día. Aunque también parte
de culpa radica en los súbditos, en el pueblo. Culpables por no mirar de frente
al problema. Por ser condescendientes, manejables, crédulos. Por no dudar de
todo lo que nos contaban a pie de coche oficial. Por no ser más contundentes
cuando comenzó el festín. Por pensar ingenuamente que todos podríamos
participar de él.
Porque aunque parezca mentira, la clase política sigue
pensando de forma interesada que todo se limpia con unas nuevas elecciones, con
otro partido en el poder o con otros políticos menos salpicados, con un borrón
y cuenta nueva, con una ley de punto y final, pero se equivocan: nada que concierne
al espíritu se limpia con cosas triviales. Es necesaria una diálisis más
contundente que purifique al sistema. O que lo cambie.
Y llegado a este punto es cuando habría que
preguntarse si todo lo que está ocurriendo, todo lo que se está pudriendo a
pasos agigantados, todo lo que está salpicando a diario no sea más que el
comienzo de la catarsis que está por venir. Un dejar hacer para que todo se
pudra. Como negarse a retirar la manzana podrida para que se pueda pudrir toda
la caja. No olvidemos que los grandes cambios siempre han venido de la mano de
acciones a priori insignificantes. Lo que no está claro es si los ciudadanos
estamos capacitados para asimilar todo lo que está aún por saberse, todas esas
carpetas que algunos se niegan a abrir porque el hundimiento del sistema
estaría asegurado, todos esos apuntes en paraísos fiscales que pugnan por salir
pero que no llegan a hacerlo, todos esos sumarios sellados, todas esas bocas
alimentadas que faltándoles el sustento acabarán por abrirse.
21 marzo 2013
RELATO: CUANDO LAS PALABRAS SON HUECAS
Escribía hace unos días una entrada que denominé 'Una mujer guay'. Era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y yo me encontraba en un bar tomándome una 'milnoh' (que es como le decimos en Granada a la muy sabrosa Alhambra 1925 Reserva). En fin, que prometí continuar con lo observado en aquel bar y surgió un relato, que como sabéis, siempre juega con la realidad y la ficción, intercambiando ambas.
CUANDO LAS PALABRAS SON HUECAS
Era viernes, ocho de marzo, y
yo me encontraba tomando una 'milnoh'
en una bar del centro mientras leía Ideal. Al fondo del amplio local la
televisión, de forma atronadora, como queriendo llamar la atención de los
clientes, no cesaba de dar noticias sobre los papeles de Bárcenas y el caso Nóos, en fin, toda esa cantinela
informativa con la que nos afean el día
y de la que quieren que coparticipemos todos para ver si es posible que tengamos
de una vez por todas conciencia de pueblo unido contra la corrupción política.
En algún momento de las noticias salió hablando una
tipa de un partido político -no importa cuál a estas alturas- informalmente
vestida, pero muy bien vestida, bien maquillada y luciendo su nutrida melena
que se agitaba con disimulado desorden cada vez que giraba ufana su cabeza para
atender a las formales preguntas de los periodistas. Se trataba de una
declaración oficial de esas que los partidos acostumbran a dar cuando se celebra
algo que consideran importante. Se le veía cómoda y hablaba con mucho aplomo
porque era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y ella estaba hablando
de la mujer trabajadora y sus derechos. Cómodamente sentada y sintiéndose
importante, con gesto adusto y solemne se refería a las conquistas sociales
conseguidas en torno a la mujer trabajadora y que tan sólo su partido había
conseguido hacer efectivas en este país, mientras que determinados partidos -decía-
lo único que han hecho es poner obstáculos a los derechos de la mujer
trabajadora. Yo ya estaba comenzando a cansarme porque la escuchaba más a ella
que a mí propio pensamiento interior, que intentaba ordenar la información que
leía en el periódico.
Por un momento estuve a punto de decirle a la chica joven
que atendía la barra y las mesas ella sólita que bajara el volumen, pero
observando el agobio que tenía ésta, atendiendo a los clientes de la barra, a
los de las mesas, preparando tapas en una plancha, poniendo el lavaplatos,
cobrando, y un largo etcétera, me pareció violento e inmoral interrumpirla.
Además, era el día de la Mujer Trabajadora, su día. Por tanto, lejos de
decirle que bajara el volumen, alcé mi mirada del periódico y me puse a
observar cómo aquella chica se multiplicaba haciendo todas esas cosas al mismo
tiempo y pensé que probablemente no cobrara más de 500 € al mes, si es que los
cobraba, tras muchas horas de trabajo. También pude advertir que de cuando en
cuando, en los pocos segundos de asueto que conseguía arañar de su endiablada
tarea, miraba de soslayo a la tele con gesto
de hastío o de indignación, que eso no lo pude advertir con claridad. Posteriormente
dirigí de nuevo mi mirada a la política que aún seguía hablando en la televisión
cada vez con mayor seguridad, verborrea
y solemnidad sobre la mujer trabajadora y sus derechos. Cuando acabara su
intervención le esperaría su coche oficial y, seguramente, se iría a celebrar
con sus compas de partido lo bien que había hablado. Por su parte -pensé- a la
chica del bar, con un poco de suerte, tal vez, estando ya la noche cerrada,
vendría a buscarla su novio en una desvencijada moto y, probablemente, pocas
fuerzas le iban a quedar para celebrar nada, entre otras cosas, porque nada
había que celebrar.
Y entonces es cuando estuve a punto de arrojar el
platillo de la tapa a la pantalla del televisor, pero no lo hice porque con
toda seguridad ese daño se lo hubieran imputado a la camarera y tan sólo le
hubiera faltado eso para completar el día, su día.
ACTUALIZACIÓN: ARTÍCULO -RELATO PUBLICADO EN IDEAL EL DÍA 26/3/2013
ACTUALIZACIÓN: ARTÍCULO -RELATO PUBLICADO EN IDEAL EL DÍA 26/3/2013
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