18 septiembre 2013

RELATO: NO DES LA ESPALDA A LAS SOMBRAS

L, paseaba a su perro como cada noche cerca del descampado sempiterno frente a su casa. Ya no hacía calor, pero tampoco frío. El otoño ya había entrado y eso era visible por las primeras hojas caídas de los árboles del parque, pero aún había regusto a verano. Pero ya era tarde y las calles ya habían perdido la alegría de unas semanas antes, todo el mundo había vuelto a sus obligaciones y por las ventanas se observaba el reflejo de los aparatos de televisión o algún flexo encendido por los estudiantes más previsores. 
L., pensaba en todo eso mientras que el perro iba olisqueando para hallar su lugar favorito en el que comenzaría su letanía diaria de decesos y orina, pero esta noche el animal, de natural pacífico, se encontraba algo más inquieto. Miraba constantemente a izquierda y derecha al mismo tiempo que estiraba las orejas como queriendo agudizar el oído. Pero todo estaba silencioso alrededor; tan sólo el animal podía escuchar lo que fuere que escuchara. 
Fue en ese momento cuando L., percibió una leve sombra y no le dio al hecho la menor importancia. Es cierto que por allí no pasaba nadie en ese momento y tampoco había ningún otro animal suelto, por lo que, con toda seguridad, se trataría de alguna nube o un pájaro que volara a rasante bajo. Pero el perro estaba cada vez más inquieto. Percibió otra sombra, más cercana en esta ocasión. Se podría decir que si la sombra hubiera sido corpórea le habría rozado. No obstante, siguió andando con su perro dándole la espalda a lo que fuera aquello. Intentó no darle importancia, aunque sintió un extraño escalofrío en la zona de la médula ósea. En ese momento no lo sabía -no lo podía saber-, pero al dar la espalda a la sombra estaba alimentándola y ésta no hacia más que aumentar. No quiso mirar atrás, a pesar de que el perro ya no dejaba de ladrar e intentar furiosamente desatarse de la correa que su dueño llevaba fuertemente asida a su mano izquierda. Pero a pesar de no volver la cabeza, pudo comprobar a ambos lados de su cuerpo cómo por mor de la luz mortecina de la farola de la calle se reflejaban en el suelo unas sombras de lo que parecían ser unas garras de felino muy desarrolladas. Instintivamente aceleró el paso cada vez con más miedo, pero eso tan sólo servía para que esa sombra fuera en aumento. Entonces fue cuando la sombra pronunció una palabra en forma de orden que le dejó helado: ¡Mírame! No se trataba de una voz humana en absoluto. Una voz que tan sólo había escuchado en algunas películas, amplificada y distorsionada por algún medio de reproducción acústica, pero en esta ocasión esa voz la tenía justo detrás de él y surgía de una sombra cada vez más gigantesca, amorfa e inabarcable. Obviamente, no se atrevió a mirar en ningún momento haciendo caso omiso a esa voz que tan sólo sonó en una ocasión. 
A día de hoy naufraga sin salida en una sombra inmensa que no deja de crecer. 

3 comentarios:

  1. Creo que a partir de ahora voy a sacar a mis perros solo con luz del día.

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  2. Me ha puesto la piel de gallina.
    SaludoSS.

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  3. La noche y sus criaturas. Gracias Juan por pasarte por aquí.Saludos.

    Alfredo, desconcierta y aterroriza que parta de una acción cotidiana. Saludos

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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