Desde mi perspectiva, muchas altas instituciones en este país podrían estar a estas alturas en estado de desahucio y descomposición si nuestra transición hubiera incluido mecanismos de transparencia para la democracia que se acababa de entrenar.
Muchos 'padres de la patria', por entonces, consideraron que estando recién llegados de una dictadura y con una cruenta guerra civil cuarenta años antes, poco se podía hacer. Pero yo creo que sí se podía haber hecho mucho más, porque poco o ninguna relación tiene el haber pasado por esas dos etapas históricas tan perversas y el haberse dotado de mecanismos de transparencia. Hubiera bastado tan sólo con haber seguido el modelo de las democracias europeas más asentadas. Pero no se hizo y ahora estos gazapos se han de solventar en plena tormenta y con una democracia que hace ya tiempo dejó de ser menor de edad.
Esa falta de transparencia y trapisondía la parecen todas las instituciones altas de este país, pero en poco tiempo se comenzarán a ver las obras de restauración de una de las más principales: la monarquía -Jefatura de Estado-, en la que centraré esta reflexión.
De hecho, no es un asunto que tan sólo competa a los propios integrantes de la Casa Real, también compete al conjunto de la sociedad, por un motivo principal a mi modo de ver: la institución menos democrática no puede seguir haciendo las cosas a su manera en una pretendida democracia. Es cierto, que lo ha estado haciendo hasta ahora, pero ya ha llegado el momento del punto y final. Opino, que de alguna manera todos -en mayor o menor medida- somos cómplices de mirar hacia otro lado con relación a las abusivas prácticas de esta institución. Entre todos hemos sido permisivos y hemos creado al monstruo, que ahora, ya crecidíto y desagradecido puede acabar devorándonos. Una especie de vuelta al mito de Frankestein.
El proceso de putrefacción de esta alta institución es connatural a su esencia, que deriva de periodos históricos en los que la democracia no se sabía ni pronunciar, a pesar de que los griegos ya dieron lecciones más que precisas antes de nuestra era cristiana.
Pero ocurre que nuestro país ha llegado tarde y mal a todos los procesos históricos renovados y en este país ha habido demasiada poca predisposición desde siempre a la transparencia y a la honradez; baste con leer nuestra historia desde que España se integra en la modernidad para comprender que por esta piel de toro tan sólo han pasado desarmados, bribones y trepas, con alguna que otra excepción que pronto se han procurado de quitar de en medio.
Y para colmo, somos un país tan recalcitrante, que no contentos con su nefasta impronta, volvemos a solicitar que nos reinen los borbones, símbolo de todos los males que ha sufrido este país. Así somos.
Pero volviendo a nuestros días y siguiendo con el hilo argumental, considero que en un plazo más o menos corto, la monarquía española actual ha de sufrir una catarsis obligatoria porque no es de recibo que se sigan sucediendo los escándalos a que nos tienen acostumbrados sus miembros. No en una democracia que pretende serlo, porque ¿qué país serio se puede permitir la opacidad que se permite nuestra Jefatura de Estado? ¿Cómo es posible que se escondan los escándalos tan descomunales a los que estamos asistiendo? Necesitamos saber de una ver por todas todo lo que se está ocultando con la complicidad de los partidos políticos y el gobierno. Necesitamos saber de una vez por todas la relación de los negocios de Urdangarín con la Casa Real; necesitamos saber con exactitud en qué se gastan los fondos públicos de la Casa Real, hasta el último céntimo de euro; y necesitamos saber -por hablar tan sólo de lo último- quién es y qué papel desempeña o ha desempeñado la famosa princesa alemana y todo eso necesitamos saberlo ya, antes de que esta vencida democracia entré en un estado de muerte terminal, si no es que ha entrado ya.
Es más, ni tan siquiera reclamaré aquí la necesidad de una república porque tampoco me parece interesante la entrada de este sistema político si tan sólo es para limpiar por fuera 'los sepulcros blanqueados'. De nada serviría una hipotética III República si se continúan con estos mecanismos de opacidad, mercadeo, falta de transparencia y supuesta corrupción. De lo que hablo es de otra cosa. Hablo de mecanismos democráticos puros; de mecanismos que aseguren un Estado de Derecho real, en el que la separación de poderes sea efectiva y que tan sólo el imperio de la ley sea el inicio y el final del camino, sin distinciones en función de quién se sea, qué se represente o de dónde se derive.
¿Es mucho pedir? Me temo que sí.