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04 diciembre 2025
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EL HÉROE DE LA NAVIDAD: UNA REFLEXIÓN AMENA SOBRE LA NAVIDAD DE LA PANDEMIA
EL HÉROE DE LA NAVIDAD
Uno tiene sus filias cinematográficas, a veces de vocación inconfesable, pero en esta ocasión he de confesarlo porque es el momento: me gusta el cine de género navideño; no es sinónimo de que me guste la Navidad o, al menos la que hemos montado entre todos a base de chequera (sería más contemporáneo decir tarjeta) y consumismo.
Llevo tiempo sospechando que me gusta este tipo de cine porque, quizá, encuentre en él otro tipo de Navidad, en el que el verdadero héroe (quítenle al cine de Hollywood el héroe y se queda en nada) no es el triunfador de Wall Strett ni el chico guapo y deportista del instituto, sino el que reivindica el espíritu navideño y lo va contagiando a los demás, a pesar de las dificultades, de la poca predisposición de los demás, del cenizo que no hace más que susurrarte al oído que para qué tanto esfuerzo, si al final todo va a salir mal; pese a la incomprensión de todo el universo. Sí, ese es el verdadero héroe de este tipo de cine, aseveración que confirmaría el mismísimo Christopher Vogler. Y es que hasta ahora lo hemos tenido fácil: llegaba la víspera de la Navidad, luego esta, y bastaba con salir a ver las luces de la ciudad, comprar, comer en un restaurante, adquirir un par de regalos para los más queridos, consumir en definitiva, y ya está. Claro, nadie se esperaba que un virus que comenzó a dar topetazos allá por marzo haya decidido quedarse el resto del año. No, nadie lo esperaba. Y como lo que no se espera está exento de planificación, nada hemos planificado. Por tanto, no queda otra que convertirnos en héroes, tanto quienes consumismo como quienes proveen para que lo hagamos. Todos tenemos que ser héroes. Como en esas películas navideñas, donde el protagonista, de la nada, sin planificarlo, sin pensar en ello ni tan siquiera, decide emprender un viaje (o las circunstancias hacen que lo emprenda) y le da un giro copernicano a su vida, dejando atrás todo aquello de lo que le parecía imposible prescindir: un buen trabajo, un sueldo con muchos ceros, un gran apartamento, un gran coche, varios viajes exóticos al año, una vida social rica de fiesta en fiesta… para acabar sus días de nuevo en la casa de sus padres, en aquel recóndito pueblecillo casi siempre nevado de donde salió por piernas porque aquello no era vida ni futuro para una persona tan joven y con hambre de mundo.
Pero vuelve al lugar que un día abandonó, precisamente, porque las circunstancias han cambiado o ha cambiado él y lo que le parecía cutre y poca cosa, ahora se convierte en lo más importante de todo; y lo que le parecía muy importante y sofisticado, ahora se convierte en algo liliputiense y exento de interés. Porque quizá sea tiempo de introspección, de disfrutar de un buen paseo al aire libre, de alejarse de grandes multitudes, de no hacer cola en la paquetería; tiempo de volver a lo ancestral, a aquella época en la que bastaba con un polvorón y una copa de anís junto a una chimenea cuyo rumor crepitante de los maderos quemados era la mejor canción. Tal vez, un momento para resetear, y como aquel héroe de la Navidad regresar de nuevo a aquello de lo que huimos, sin sospechar que huíamos de nosotros mismos.
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YA ABRIÓ LA NAVIDAD EL CORTE INGLÉS
El Corte Inglés, como cada año, ya ha decidido que comience la Navidad. Lo ha decidido desde siempre, pero desde que la crisis está instaurada en la sociedad y en las Instituciones, lo decide de forma aún más tajante, ya que pone en marcha su colorido mucho antes de que lo hagan los ayuntamientos en las calles y plazas que retrasan su fecha de encendido para buscar el ahorro energético máximo para no destrozar aún más sus paupérrimas cuentas públicas.
Y fue el pasado viernes, 25 de noviembre, cuando el Corte Inglés, líder de Navidades antitradicionales decidió dar el pistoletazo de salida a estas fiestas en sus centros y organizó actos y fanfarrias para acompañar todo ese exceso iluminado y vistoso al que nos tiene a todos acostumbrados y que hace aflorar una sonrisa angélica tantos a mayores como a pequeños.
Y fui testigo ocular de ello por casualidad.
Ajeno a esta fecha de inauguración de la Navidad –lo juro- el pasado viernes me dirigí a uno de sus centros a adquirir un libro y de camino buscar un BD que no hay forma de encontrar y me vi inmerso en una especie de comparsa musical de esas que suelen acompañar los actos de las fiestas populares de los pueblos; intenté alejarme pero ya era tarde, así que salí al exterior para esperar a que cesaran los fastos y me entretuve en hacer esta fotografía de la fachada recién iluminada que ilustro.

No encontré el libro y decidí aprovechar el aún poco tráfico de la ciudad –que será horrible dentro de pocos días- y desplazarme con la moto a Alcampo para seguir con mi búsqueda, comprobando que en ese centro de la zona norte de Granada también refulgían sus luces, si bien con un perfil mucho más modesto, tal y como se puede apreciar en esta fotografía. Y todo eso me hizo reflexionar.

Así que pensé en toda esa prosopopeya, llegando a la conclusión que, lógicamente, cada centro comercial se dirige a distintos niveles sociales y públicos y, particularmente, el Corte Inglés suele imprimirle a su marketing algo especial que los demás no llegan ni de lejos. Son los reyes de la venta, que duda cabe.
Por lo general, Alcampo y el Corte Inglés comparten un buen número de artículos, pero no existe ni una mínima posibilidad de comparar el marketing que utilizan uno y otro.
Por ejemplo, me fijé en el último libro de Carlos Ruiz Zafón, "El prisionero del cielo", que es un escritor-fenómeno mediático editorial desde la aparición de su primer volumen “La sombra del viento”. Pues bien, este libro se ofrece en el Corte Inglés provisto y rodeado de un marketing impresionante, adornado de parafernalias, paneles, anaqueles especiales y todo lo necesario para que penetre por nuestros ojos acompañado de la frase insistente que rebota en nuestra mente: ¡cómpralo, cómpralo!. Otra cosa será leerlo, pero sí, gracias a su marketing preciso y sofisticado la venta estará casi asegurada, sea para regalo o para vanagloriarse de tenerlo y haberlo comprado en el Corte Inglés.
Sin embargo, en Alcampo ese libro lo encontré en un lugar oscuro y de nula parafernalia, sencillamente alojado en el cajón de las novedades, mezclado con otros de poco fuste, sin que ningún reclamo de marketing nos anime a comprarlo, a pesar de que es un cinco por ciento más económico que en el Corte Inglés.
Ese ejemplo es trasladable a todos los artículos que comparten.
Por tanto, lo que el consumidor espera cuando compra un artículo no es sólo el artículo en sí sino toda esa parafernalia que le rodea, que va desde la presentación del mismo hasta el envoltorio, pasando por su singular presencia y singularidad en el comercio. Es más, el Corte Inglés no sólo vende algo material sino que también vende una ilusión, muy de cartón piedra, eso sí, pero ilusión al fin y al cabo, que no es poca cosa para los tiempos que corren.
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