Cuando uno se cruza en su vida con una serie como Deadwood, algo te transforma por dentro. También me pasó con Breaking Bad. Es lo que tienen las series geniales. Me explico.
Conocí Deadwood a través de un casual comentario que hizo un compañero de trabajo. 'José Antonio, a ti que te gusta tanto el Western, ¿conoces Deadwood? No, no la conocía. Y si no hubiera sido por ese comentario casual, probablemente, hubiera seguido sin conocerla. Entre otras cosas porque pasó muy fugazmente por España y no se trata de una serie de masas, tipo 'Lost' o 'Los soprano'.
Pero es magnífica. Es increíble. Desde mi punto de vista, dada la puesta en escena y la forma de tratar el Western, una obra maestra que, lamentablemente, sólo tuvo tres temporadas.
Pero no necesitaba más. Lo que se ha de contar sobre la historia real de la creación del pueblo de Deadwood en torno al año 1870, ubicado actualmente en Dakota del Sur, se cuenta de manera excelente a lo largo de 36 capítulos, los cuales absorbes con una delectación sin igual. Cada capítulo es una historia única, un mundo caótico en pleno proceso de creación, un juego arriesgado permanente. Y todo bajo el tapiz del Oeste como debió ser. Violencia, humillación, alcohol, prostitución sin tabúes, lucha de poderes, demencial falta de higiene y prevención sanitaria, pero también, mucha gente que lucha por un mundo mejor a pesar de las enormes dificultades y la falta de normas e, incluso, de moral y ética. Un mundo en constante nacimiento, formación y ebullición donde nada parecer ser cómo es.
Un territorio ganado a los indios por el general Custer. Un territorio de frontera con el trasfondo de la fiebre del oro y la llegada de los primeros colonos, muchos europeos, pero también asiáticos. La mayoría con la intención de hacer fortuna y de vivir en paz, un lugar en el que asentarse; pero no todos tienen ese mismo propósito. Gente que busca el poder y la riqueza y que no está dispuesta a detenerse ante nada, sabedores de que se trata de una ciudad sin ley, al margen de pertenencia a ningún estado de la unión, en una primera instancia. Gente que busca el río revuelto para forrarse a toda costa.
Personajes que existieron en la vida real y que el paso del tiempo los ha ido mitificando, si bien muchos de ellos ya lo estaban en vida. Gente mítica como Wil Bill Hickok, un curioso pistolero con alma de justiciero honrado, si es que eso es posible. O su amiga del alma, la controvertida y alcoholizada Calamity Jane. O el caso del conocido proxeneta de la época Al Swearengen, magníficamente protagonizado por Ian MacShane, el Judas de la película 'Jesús de Nazareth' de Zeferelli. O el honrado y de carácter impredecible Seth Bullock, a la postre sherif de la ciudad y hombre admirado y odiado a partes iguales.
Toda una galería de personajes provisto cada uno de ellos de sus propios anhelos, pasiones, esperanzas o ideas. Y todo bajo un mundo en constante movimiento, en el que cada día es un dilemas y la existencia una quimera.
Acertó nuevamente HBO con esta serie. Con los magníficos diálogos, con la excelente fotografía, con la más que acertada banda sonora. Una serie que, además, contiene mucha pedagogía y nos muestra de manera muy objetiva y directa el origen de lo que conocemos como Western. Una serie para guardar y volver a ver porque en ella siempre se descubrirán nuevas facetas e historias paralelas que no dejan indiferente a nadie. En síntesis, como decía, una obra maestra.