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18 septiembre 2012

SOBRE CARRERA, LECHAZOS Y OTRAS VELEIDADES

A muchos les habrá parecido exagerado, pero no exagero -al margen de licencias literarias- cuando digo que el lechazo iba aún en mis tripas en la Media Maratón del Melocotón. El lechazo de Aranda de Duero (¿qué comerá Juan Carlos Higuero, siendo de aquel pueblo?), el medallón de solomillo de ternera de  Hondarribia en el restaurante de la propia sede del PNV o la excelente carrillada de ternera del Asador Arriaga, en el casco viejo de Bilbao, por poner tan sólo tres ejemplos. Y es que, como bien comentaba Javi, todo eso es mal combustible para el corredor. Pero es que uno es corredor por afición y no por profesión, y como he escrito en muchas ocasiones eso tiene un montón de ventajas.  
Lo que ocurre es que este tipo de veleidades gastronómicas han de tener su tiempo y como ocurre con el agua y el aceite, mezclarlas con la actividad de correr tienen sus inconvenientes. Y sus riesgos. Que menos que después del pecado gastronómico, le demos al cuerpo días de "desintoxicación" y unas cuantas sesiones de reencuentro. Pero no lo hice.  
Y no lo hice porque no hubo tiempo. Llegar de saborear todos esos platos del norte y calzar las zapas para patear por las calles de Guadix ¿Nula planificación? Sí, sin duda, pero no se le puede pedir más a un simple aficionado al running. 
Como creo que hacemos la mayoría, en la vida ordinaria suelo contenerme mucho en materia gastronómica. Es más, casi soy un ser vegetariano -aunque en absoluto lo soy- cuando ando en la vida diaria. Resulta que la dinámica del día y la necesidad de salir a entrenar día sí, día no, hace que todos nos contengamos con las comidas y las bebidas espirituosas. No por nada, sino porque con ese abigarrado combustible no hay manera de poder hacer una sesión de entrenamiento digna al día siguiente. 
Zarajos de Cuenca.
Al menos, en mi caso. Por tanto, ¿que es lo que hago para sucumbir a estos banquetes gastronómicas? Aprovechar los viajes, porque soy de la opinión que no hay que dejar de probar nada que sea típico de la zona que visitas, ya sean esas tripas asadas que en Cuenca llaman 'zarajos' o el susodicho lechazo de Aranda, pasando por todas las especialidades espirituosas o reposteras. Unas cosas te gustarán más y otras menos, pero hay que probar y dar fe de la cultura gastronómica. Si no se hace así, da la sensación que uno no ha visitado esos lugares.
Otra cosa muy distinta y es tomarle excesiva afición a esa práctica gastronómica en el día a día, porque esa práctica conllevaría con toda seguridad la lapidación como sufrido corredor. 

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...