No es la mejor película de Sorrentino porque, probablemente, este admirador de su obra siempre tiene presente en su retina La gran belleza (2013) o la primera temporada (aún no he visto la segunda) de la serie corta El joven papa (2016), pero se aprecia de lejos su sello, su peculiar forma de concebir el cine. Paolo Sorrentino, como director, es una gloria viviente del cine italiano actual, mientras que su actor fetiche Toni Servillo lo es como actor, potentísimo actor con mil y un registros. El cine del director italiano no sería igual sin el gran actor, pero ha demostrado dirigir muy bien también sin él, como ya ocurrió en 2016 con El joven papa, una de las mejores series que servidor ha visto jamás.
Sorrentino es un tipo muy crítico, pero su crítica es elegante, sin que por ello deje de ser corrosiva. Solamente puede ser crítico con algo quien lo ama mucho y no cabe duda que el cineasta ama mucho a su país, a Italia. De ahí que ensalce su decadencia y sus defectos, normalmente, a través de personajes reales o ficticios. En La gran belleza jugó con las sombras e historias paralelas anónimas para descubrirnos una Roma bellísima y decadente, pasos que yo intenté seguir, como si se tratara de un tour cultural, en mi visita a la capital otrora republicana e imperial. Otras veces, sus dardos han sido lanzados directamente al Vaticano, que es una prolongación de Roma, sino Roma en versión más religiosa (y digo más, porque la Roma real está ya de por sí plagada de símbolos religiosos), y en esta ocasión no podía dejar la oportunidad de lanzarse en picado sobre el, quizá, más controvertido, amado y odiado personaje en cuya mediocre cabeza ha estado el destino de los italianos en varias legislaturas. Solo en Italia podrá reinar alguien así, nos podríamos decir, y tal vez sea cierto. Italia es distinta también en esto. Como ya demostró Roma hace cientos de años, es capaz de construir y destruir con la misma eficacia un imperio. Esa impronta aún queda en Italia y, sobre todo, en Roma.
Silvio Berlusconi es un personaje real, pero también es una caricatura de sí mismo y, en mi opinión, ambos elementos los ha conjugado muy bien el director italiano con la inestimable ayuda de Toni Servillo. Qué duda cabe que todo lo que refleja esta larguísima película es real al mismo tiempo que es ficción; y también es ficción al mismo tiempo que es real. No importa la alteración de los conceptos, porque todo es posible en la vida, el dinero y el poder de este personaje de ojos diminutos, que canta boleros hasta extenuar a sus invitados en sus opulentas y desmedidas fiestas.
Que la película ensalce sobre todo la capacidad hortera del personaje y su gusto por los lujos prohibitivos y las jovencitas de ambición sin límites y cabeza huera no significa que no cuente muchas cosas más relacionadas con su condición política, que no hombre de estado, que eso no llega, así como condición de empresario y esposo.
Quizá la mejor definición provenga de Javier Marías, locución que se cita en el filme: dado al esperpento por su fuerte complejo de inferioridad.
Seguramente os estaréis preguntando si merece la pena ver las dos horas y medio de metraje. Sí, merece la pena, sobre todo si ya conocéis el cine del director transalpino.