¡QUÉ BELLO ES VIVIR!
(O CENA DE NOCHEBUENA EN DOS ACTOS BREVES)
Primer Acto
Nada más asomar la cabeza en el hall de la casa, ya se
apreciaba ese agradable olor que vaticina una cocina a pleno rendimiento;
incluso, la temperatura es alta en toda la vivienda debido a los elevados grados
de los fogones. El calor va en aumento por la cada vez mayor presencia de miembros de la familia que para celebrar la Nochebuena se reunirán, al menos, una vez al año. Curiosamente muchos de
los hermanos, cuñados, sobrinos y primos no se han visto apenas a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días y, lógicamente, tienen pocas cosas en
común, pero la tradición es la tradición. Al menos, mientras vivan los
progenitores. Lo haremos por ellos, es
la frase más utilizada por todos.
Preparadas las viandas, comienza la cena para
aproximadamente 13 personas, entre adultos y niños; y con ella comienzan las
primeras conversaciones, que parecieran forzadas, según observaría un testigo imparcial.
Segundo Acto
Rompe el hielo la madre y abuela; la progenitora y
dueña de la casa. Mujer de bastante edad, la experiencia le ha enseñado que es
ante una buena mesa cuando pueden ocurrir las mejores y las peores cosas.
Consciente de ello comienza a hablar nada más sentarse todos a la mesa:
-Bueno, ¿qué tal vuestras vacaciones? -hace la
pregunta genéricamente a grandes y pequeños-
Los niños son los primeros en contestar: ¡ya no
tenemos cole hasta enero! es la frase más utilizada; pero los adultos siguen guardando
silencio. Así que la madre y abuela cambia la estrategia, consciente de que muchos de sus descendientes y parejas apenas se han saludado.
-¿Y qué tal el trabajo? -pregunta dirigiéndose en
concreto a los adultos?
-¿Qué trabajo mamá? ¿No sabes que lo perdí hace nueve
meses? -contesta secamente el hijo mayor ante la inquisitiva mirada de su
esposa-.
-Pero los demás sí lo conservamos. Siempre piensas que
las preguntas solo van dirigidas a ti -le reprende con dureza el segundo de los
hermanos-.
-Sí, claro que lo conservas. No todos pudimos
disfrutar de tus privilegios -se defiende el hermano mayor-.
-¿A qué privilegios te refieres? -le pregunta molesta a la
esposa del segundo de los hermanos-.
-Nadie ignora en esta casa que mientras yo me tuve que
quedar cuidando el pequeño negocio familiar al enfermar mi padre, tu esposo querido pudo acabar la
carrera de Veterinaria en Córdoba -contraataca el mayor de los hermanos-.
-Sí, claro. Yo no tuve que joderme, quedándome en casa
a cuidar de papá cuando tuvo la trombosis cerebral -intervino la hermana
pequeña-. Por si no os acordáis tuve que dejar la carrera de Derecho en
segundo, ya que el hermanito cerebro tenía que acabar Veterinaria.
-Que yo tenga más inteligencia que vosotros dos
juntos, no es culpa mía -dijo con malicia y mordacidad el veterinario-.Jamás pudisteis aceptar eso.
-Siempre has sido un miserable, un creído y un mal educado
-terció el hermano mayor-.
-No te permito ese tono....-dijo el segundo de los hermanos, haciendo ademán de levantarse de la silla-.
-¿Vas a agredirle, en vez de estarle agradecido? -le preguntó amenazante la esposa del hermano mayor-.
-Te dije que era mejor que no viniéramos a comer esta
noche -le reprendió el joven esposo a su esposa, la hermana menor de la familia-.
-No hubiera sido mala idea, de todas formas nadie te hubiera echado en falta -dijo con
intencionada maldad la esposa del segundo hermano, que jamás tragó al joven
esposo de su cuñada-.
El padre que no podía articular palabra desde la trombosis
cerebral, comenzó a hacer grandes aspavientos con las manos, hasta el punto de
tirar la sopera. Tal era su enfado ante el espectáculo que estaba presenciando, impotente y dolido.
Mientras tanto, la madre, que con tanta ilusión había preparado la cena para la
reunión familiar de Nochebuena, no pudo evitar dejar la mesa llorando, dejando
caer la silla al suelo al levantarse enérgicamente.
Mientras tanto, en la Primera, el aspirante a ángel de primera clase, Clarence, saltaba desde
el nevado puente a las frías y turbulentas aguas del río, emulándole inmediatamente un atormentado George Bailey.
No ajenos a la situación, los niños perdieron progresivamente el interés por el
juego y la sopa dejó de elevar al aire sus anárquicos hilos de vapor que presagiaban un sabroso y cremoso sabor.
(ESTE RELATO ES PURA FICCIÓN,
PERO QUIÉN SABE SI, EN OCASIONES, LA FICCIÓN NO ES MÁS QUE UNA TORPE IMITACIÓN DE LA REALIDAD).
Por José Antonio Flores Vera