Es más, no era la primera vez que había sufrido esa
crisis de la memoria, pero en mi propio ámbito domiciliario no suponía ningún
tipo de problema porque todo me era familiar y acababa finalmente recordando.
Las calles, la silueta de los edificios, los establecimientos comerciales,
incluso, los rostros de las personas con las que me cruzaba en la calle me eran
totalmente reconocibles y bastaba con hacer un pequeño esfuerzo y asirme a
elementos comunes para acabar recordando. Pero en aquella ciudad tan alejada de
la mía nada me era familiar ni reconocible. Nada sería igual, por lo que esos
olvidos podrían acabar por convertirse en un problema.
De todas formas, el olvido del número de la habitación
no debía suponerle. Cuando haya regresado al hotel, daría mi nombre e,
inmediatamente, el atento personal de recepción me daría amablemente una nueva
tarjeta digital para acceder a mi habitación. Sería uno de los asuntos más
comunes que solían atender a diario. Así que dejé de preocuparme y decidí
sumergirme en la ciudad y disfrutar de sus calles, de sus museos, de sus restaurantes
y de sus espectáculos. Sin lugar a dudas, era la ciudad española que con más
ahínco deseaba visitar y estaba cumpliendo un antiguo sueño. No iba a permitir
ahora que un asunto menor me lo estropeara.
Cuando regresé al hotel inmediatamente indiqué que había
extraviado la tarjeta y que no recordaba el número de la habitación. La joven
que atendía la recepción, a la que no conocía porque seguramente había entrado
en un nuevo turno, me sonrió con condescendencia y me preguntó por mi nombre y
apellidos. Me llamo Juan Bermúdez -le dije con seguridad-, e inmediatamente
ella comenzó a teclear mi nombre en el ordenador. Su sonrisa inicial se fue
desdibujando poco a poco hasta que finalmente me dijo con cierto tono de
preocupación que mi nombre no se encontraba registrado en el hotel. Es
imposible -le dije- he llegado esta misma mañana. La chica me miró con cierta
preocupación que, probablemente fuera debida más a su falta de pericia en
encontrar mi nombre que al hecho de no estar yo registrado. Siguió tecleando no
se sabe qué en el ordenador, pero al no encontrar resultados satisfactorios y
tras dudarlo unos segundos, descolgó el teléfono y habló con alguien en un tono
levemente servil. Aguarde unos minutos -me indicó- que enseguida vendrá el
gerente a hablar con usted. No pude evitar indignarme un poco toda vez que mis
escasos días en la ciudad ya comenzaban a complicarse.
A
los pocos minutos llegó un señor joven, pulcramente vestido, que se presentó
como el gerente del hotel. Lamento comunicarle Señor Bermúdez -me dijo con
educación y tacto profesional- que usted no se encuentra registrado en este
hotel. Según nuestros datos -continuó diciendo- la reserva para estos días la
hizo usted en un hotel de París, perteneciente a nuestra cadena.
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