EL BAR DE LA ESQUINA
A eso de las ocho p.m., siendo
noche cerrada, Julio salió del piso en el que residía, ubicado en un bloque de viviendas residenciales del extrarradio, al norte de la ciudad. No solía salir de casa más tarde de esa hora, pero
sintió de repente unas ganas tremendas de salir al bar de la esquina a leer la
prensa del día, cosa que no había podido hacer a lo largo de la jornada.
Pediría una cerveza en el que más que seguro bar vacío
y se acodaría en la barra a leer plácidamente la prensa, ya que no le gustaban las mesas
de los bares. Él siempre había sido de barra.
Estaba seguro que el bar estaría
vacío porque era lunes y con la crisis la gente cada vez salía menos entre
semana. Ese vacío de los bares en días ordinarios y grises le atraía sobremanera, pero al mismo tiempo le hacía sentir una inmensa tristeza. O tal
vez, melancolía.
Fuere como fuere, lo importante es que había sentido
unas ganas tremendas por salir y su esfuerzo le había costado cambiarse la
cómoda ropa de estar en casa. Además, hacía frío y había llovido durante toda
la tarde. Pero, bueno, aprovecharía para arrojar la basura al contenedor.
Llegó al bar, y para su sorpresa, no estaba vacío en absoluto.
Es más, estaba totalmente lleno, a rebosar. Si nadie le dijera que es lunes, podría pasar perfectamente por ser un sábado por la tarde, a la hora del partido televisado. Eso le extrañó. Tuvo suerte y pudo
enganchar el diario local y mientras pedía una cerveza al conocido camarero,
intentó observar la expresión de su cara. No se debe tener la misma expresión
estando el bar vacío que estando el bar lleno, a rebosar. Pero no logró
descifrar ningún tipo de expresión especial en la cara del camarero. Incomprensiblemente parecía aburrido. Éste le saludo de manera formal y relajada, pero también cálida, como siempre. Un saludo que no
era de familiaridad, dado que rara vez iba Julio a aquel bar. Si acaso a ver
algún partido de fútbol de pago o a leer la prensa, como era el móvil de hoy.
Pero eso lo había hecho en ocho o diez ocasiones en los dos años que llevaba el
bar abierto. Así que el saludo del camarero era completamente coherente con el
rol que él asumía como cliente. Como debe ser, pensó Julio para sí, porque
nunca le había gustado la excesiva familiaridad de los camareros hacia él, a no
ser que hubiera frecuentado el bar durante mucho tiempo y hubiera surgido ya algún rayo de amistad.
A pesar de que el bar estaba lleno, a rebosar, Julio pudo leer tranquilamente la prensa, sin ruido de fondo. Mientras se felicitaba por ello, el camarero se acercó desde el otro lado de la barra y, de manera casual, de esas que se utilizan para entablar conversación amistosamente, mientras se afanaba en secar una copa con una servilleta, le dijo a Julio: 'está la cosa muy jodida. Con usted, es el tercer cliente que entra en el bar en toda la tarde. Este país se está yendo a la mierda'.