Todo permanece, pero todo cambia.
No sé por qué me asaltó esa frase mientras corría por las ignotas tierras que conducen a la comarca granadina de los Montes Orientales, en la que los ríos de cauce amplio y pobre caudal rompen los campos de olivos y pedregales.
Conozco esa zona. Conozco esos pueblos, en los que parece que el tiempo se haya detenido. Es tan franca la presencia inmemorial de esas tierras que perturban los sentidos. Algo que no parece cambiar no puede ser otra cosa que extraño.
Porque raro te sientes corriendo por allí, a pesar de la moderada frecuencia. Porque, ya digo, extraño es el terreno. Solitario y como perdido en un lugar remoto.
Al pasar por una cabecera del río Velillos, en el lugar en el que se construyó hace mucho tiempo una media luna, recordé que no lejos, hace ya mucho tiempo, enterré a mi perro. Era mi amigo fiel y quise que sus restos acabaran en un lugar en el que él parecía corretear a gusto. Y recordé también que allí siempre hubo un olivo. Actualmente no sé si éste está ya o no, porque no recuerdo el sitio exacto, pero nada parece haber cambiado.
Recuerdo también que el capricho del destino dispusiera que cuando me disponía a cavar, torpemente, un hoyo con una ajada pala que me prestó un vecino, aparecieron por aquellos lares -venían de correr- mi amigo Paco y su hermano Antonio, a los cuales les extrañó ver por allí mi coche, aparcado en el borde de la carretera. Reconozco que aquello me supuso un alivio, no sólo por la ayuda física que ambos dispensaron sino también por la espiritual (enterrar a un amigo siempre es duro).
Un poco más adelante, está el Cortijo de las Dos Hermanas (¿O las Tres Hermanas?). Es un cortijo que siempre me ha gustado. Posee un amplio espacio de terreno y una bonita casa, en la que se celebraban retiradas Nochebuenas, según siempre me ha contado mi amigo Manolo 'El Lobo'. Nunca fui a ninguna, pero siempre quise ir. Pero ya es tarde para ello porque he perdido el contacto con quien sí las frecuentaba, y quizá aún frecuente.
Un poco más adelante está Búcor, de recuerdo familiar tan próximo. Fue allí donde mi amigo Emilio y yo disfrutamos de una plácida noche de romería, en pleno agosto, sumergidos en abrevadero de mulos, imaginándonos nosotros que se trataba de una piscina. Tuvo culpa el alcohol, pero también nuestra inestables jóvenes cabezas. Una aventura casi nos mete en un problema legal, pero eso es otra historia. Y ya, en breve, aparecerá el famoso Cortijo de Enmedio, famoso por los experimentos de explotación agraria que allí se llevaron a cabo.
No son más de diez kilómetros los recorridos, pero pareciera que son el doble. Toca volver. Beber agua en la generosa fuente de Olivares y volver por la misma carretera.
Un enjuague de la memoria muy conveniente el vivido el pasado sábado, durante una deportiva mediodía otoñal dotada de una luz clarísima.