A pesar de estar situada en el mismo continente, compartir una idea occidental del mundo y no existir excesiva distancia, a pesar de la globalización que casi todo lo está igualando, Reino Unido y España son distintas. Pero no sólo Reino Unido es distinta a España, lo es en general a los demás países. Es algo que para nada es fortuito. De hecho, sostengo que esos elementos de distinción con el resto del mundo se quieren seguir fomentando desde la antigua y pérfida Albión.
Cuando paseas por las calles de Londres, visitas sus parques, sus museos, sus edificios icónicos, comprendes que los habitantes de este gran país, crisol de diversos sentimientos nacionalistas, quieren ser distintos.
Obviamente, comprenden que sus tradiciones, su moneda propia, su empeño en conducir al contrario que el resto del mundo, sus exclusivos taxis y autobuses, sus museos, comprenden, decía, que todos esos valores cada vez se están convirtiendo más en símbolos turísticos que en señas propias de identidad, pero aún así ningún británico estaría dispuesto a admitir que eso es así, a pesar de que desde fuera, quienes les visitamos, cada vez contemplamos con más claridad que hasta su monarquía es más un elemento publicitario tradicional que una institución que atesora más de 1000 años ininterrumplidos a excepción de los doce años de republicanismo liderados por Cromwell, cuya altiva estatua preside una de las principales entradas a "The Houses of Parliament", que alberga las cámaras de los Lores y Comunes, órganos legislativos de Reino Unido. No pude evitar establecer una correlación con la hipotética presencia de una estatua de mi admirado Manuel Azaña en la entrada al Congreso de los Diputados o al Senado de España. Esa quizá sea una de las grandezas democráticas que ostenta Reino Unido.
Pero nos atrae Reino Unido a pesar de sus diferencias; o tal vez por eso mismo.
Todos los países de este mundo pueden -y deben- de aprender de todos los países de este mundo. Parecerá la frase una cacofonía, pero tiene pleno sentido. Por ejemplo, nuestro país es admirado por nuestro sol, nuestra forma de vida más distendida, por nuestras playas y, probablemente, por la capacidad de aunar voluntades democráticas tras una dictadura larga y tediosa. Además, también se valora la modernidad de nuestras ciudades y la última puesta en escena de deportistas, artistas e intelectuales. Pero, obviamente, carecemos de otras cosas que, particularmente yo envidio de otros países. Pero para Reino Unido el devenir de los nuevos tiempos, cuando la tradición ya casi no se mantiene por si sola, cuando las cosas ya no son lo que eran, una sociedad antigua, curtida y miles de vericuetos históricos, decía, que para este país ese devenir significa sacar el cuello y salir a flote, llamando indistintamente tradición o turismo a las cosas que atesoran ¿ No lo hacemos también en España? Si aquellos lugares que eran exclusivos ya se han convertido en comunes por mor de esa globalización, de la influencia de Internet o por la fiebre viajera, ya no tiene sentido otra cosa que seguir haciendo de la tradición, de las costumbres, una suerte de nuevas formas de mostrar al mundo de lo que disponemos, de lo que detenta cada sociedad. Y eso es algo que te confunde sobremanera cuando pisas tierras británicas.
De hecho, cada nación vende mejor aquello por lo que se le conoce y valora.
De Alemania valoro la constancia y la seriedad profesional genérica - y obviamente no estoy diciendo que aquí no se posea-, y de Reino Unido me complace su puntualidad y educación.
Obviamente hablamos de valores generales. Valores que sospechas se quieren seguir detentando, al menos como titulares que resumen una sociedad o una cultura, que otra cosa distinta es la puesta en escena, que en el día a día es muy similar en casi todas partes, porque en casi todas partes compartimos cuatro o cinco cosas comunes que nos atañen.
En Londres he observado que se respeta al individuo por el simple hecho de serlo, sin que eso forme parte de ninguna atracción turística. Es una esencia propia. Con ello no me estoy refiriendo al trato que puedan dispensar las instituciones británicas al individuo, si bien de éstas se extrae la esencia más primigenia de esa forma de entender la convivencia. En un país de nuevos ricos como es España todo al que se le cruce la oportunidad se lanza al abordaje y gestiona la corruptela amparándose en una forma de hacer política. Y eso es lo que vende al electorado. Sin embargo, en Reino Unido esa etapa -si es que la sufrieron- la tienen más que superada. Es una sociedad democrática antigua y mil años de esa forma de entender las instituciones y la convivencia dejan un poso que se convierte en tradición y ésta en orgullo. No diré que no existan casos de corrupción, pero los niveles de ésta son tan públicos, perseguidos y de bajo nivel que cualquier chorizada de cualquier concejalillo de urbanismo de España sonrojaría al mayor corruptor de esta sociedad tan avanzada. De hecho, no hace muchos meses salió a la luz pública las chorizadas de conservadores y laboristas desviando fondos para su avío personal y cómo en pocos días todo fue restituido y disculpado, al tiempo que proliferaron las dimisiones.
Pero cuando hablaba de educación me refería básicamente a las relaciones entre las personas, a las relaciones ciudadanas existentes en el día a día. Existe respeto y, por lo tanto, existe educación, valores ambos que no son tan frecuentes en España, a pesar de que la ciudadanía en esta megaciudad se mueve a una rapidez impresionante. Una rapidez que difícilmente hace presagiar buenos modales. Pero éstos están presente en todo momento, incluida la increíble limpieza de sus calles, estaciones, plazas y parques. No en vano la limpieza es una de las exteriorizaciones más palpables de buena educación ¿Verdad?
Sin embargo, esos buenos modales no impiden rigurosidad cuando es necesario. Y esa rigurosidad es muy patente en las horas de clausura de museos, comercios y demás lugares abiertos al público. En esos momentos un no significa no, algo extraño para quienes venimos de lugares en los que un no, en ocasiones, dependiendo de amigismo, influencia u otros atributos, se puede convertir en un sí. Ese contraste siempre lo va a percibir un ciudadano con sangre latina. Y esa actitud es algo que te traes en la maleta, que te deja muy buen sabor de boca, a pesar de la incomprensión y enojo inicial (lo dice quien casi sufrió un portazo en las narices en el British Museum, a lo que como buen británico respondí con un I' m sorry).
Reino Unido quiere seguir viviendo de sus símbolos, aquellos que un día fueron la bandera que ondeaba en medio mundo. Tal vez por eso, existe una importante apego a la monarquía, institución consolidada que nada tiene que vez con la mucho más advenediza y oportunista monarquía española.
Con ello no estoy valorando la monarquía británica, nada más lejos de mi intención y sentimiento republicano, pero cuando estás allí y hablas con la gente comprendes que esta institución está en la base de la formación de este país, aunque quizá por ese mismo motivo, y tal como nos informó la guía que nos condujo por las cámaras de los Lores y de los Comunes, la monarquía es aceptada por los británicos, aunque no toleran bien que ejerza un poder excesivo. Existe, por tanto, un perfecto equilibrio institucional, que lleva más de 1000 años funcionando. Nada que ver con las diversas monarquías hispanas y la pléyade de monarcas corruptos que han desvalijado España.
En cuanto al misticismo futbolero que todos conocemos, no es necesario visitar Reino Unido para comprender que es un país volcado en el fútbol en general y en su Premier League en particular. Pero si visitas una clásica taberna inglesa y pides una pinta de Guinnes o London Praide mientras retransmiten un partido de la liga inglesa entiendes que también el fútbol es inherente a sus raíces, algo que comprendes cuando te cuentan que la mayoría de los equipos que actualmente encandilan a millones de aficionados datan de finales del siglo XIX. Comprendes por tanto por qué una megaciudad como Londrés posea cuatro equipos en la Premier -Arsenal, Tothenhan, Fhulan y Chelsea- y otros tantos en la Segunda y Tercera División. Londres respira fútbol por sus poros, como lo hace todo el país. Pero es lógico, si consideramos que los casi 15 millones de habitantes que tiene Londres y su área metropolitana suponen prácticamente el doble de la población de Andalucía, si bien concentrados en no tan vasto territorio como el andaluz. Y eso a la fuerza tiene que definir y moldear el carácter.
En cuanto a su mediático transporte en Londres tiene una doble vertiente mítica: en primer lugar por su tradición y en segundo por tratarse de una megápolis. Hay que tener en cuenta que lo que se denomina el Gran Londres, que cuenta con 33 distristos, posee casi ocho millones de habitantes y es en esa amplia zona en la que se desarrolla gran parte del trajín diario. Pero es que además, el área urbana suma casi un millón y medio más y el área metropolitana otros cinco millones de habitantes más aproximádamente. Por tanto, con estas cifras mareantes no es difícil hacerse una idea del volumen de transporte existente, compuesto por metro, taxi, autobús y distintas líneas de trenes, además de transbordadores que atraviesan de un lado a otro el Thamesis. Y, lógicamente, no podemos olvidar los cinco aeropuertos internacionales, si bien no todos con el mismo nivel de ocupación, desde luego. Por suerte, nuestro vuelo se dirigió a Gatwick (por cierto, gestionado actualmente por una empresa española), el segundo en importancia tras Heathrow, y que "sólo" gestiona 36 millones de usuarios al año.
¿ Y qué decir de los símbolos de transporte de pasajeros de la capital del Imperio ? Hay que ir por partes.
El omnipresente taxi de marca muy británica, Austin, de color negro y en menor medida gris y burdeos siempre estará presente en la retina del viajero. No habrá calle, por pequeña que sea, que no sea cruzada por el típico taxi londinense, conducidos por tipos que necesitan tres años de estudio para mostrar su nivel callejero, de ahí que dirigirse a un taxista inglés dista mucho de la forma de dirigirse a un taxista hispano. Seguramente, quieren mostrar a los cuatro vientos que ellos tuvieron que hacer un complejo examen para obtener su licencia. A la par están los famosos autobuses de dos plantas, que no son todos los que circulan por Londres. De entre éstos, el viajero no debería de perder la oportunidad de subir a una segunda planta de uno de los más clásicos. Y en tercer lugar está el caótico metro, con un sistema de organización muy particular. Un metro obsoleto, necesitado de reformas y que durante el fin de semana suspende líneas y cierra estaciones. Pero eso sí lo comunican insistentemente por megafonía y letreros.
Un conocido me pregunto por Londres, y le respondí que a algunas ciudades puedes ir o no ir, pero hay determinadas ciudades a las que hay que ir como una obligación inherente a la existencia. Seguramente a lo largo de la corta vida de una persona, habrá un puñado de libros que hay que leer (por poner unos cuantos ejemplos, El Quijote, La Iliada y la Odisea, la Biblia), igual que existirán algunas películas que hay ver (Blade runner, Qué bello es vivir, La diligencia, Río Bravo, Ciudadano Kane, no sé...), y algunas ciudades que hay que ver. Y , entre ellas, sospecho que está Londres.