El muy preciado y prestigioso trofeo.
La noche previa a la prueba había sido corta en sueño. Por lo general –y mucho menos en periodo estival- no es común levantarse un domingo a las cinco de la mañana para ir a correr a las siete. Pero sabedor de que siempre olvido detalles importantes (calcetines, vaselinas, protectores solares...), opté por anticipar la madrugada, a pesar de la escasa costumbre de irme a dormir temprano –he de reconocer que soy más ave nocturna que diurna y leo y escribo por la noche-. Me obligué, pero mandaban los biorritmos y no fue fácil conciliar el sueño. Por tanto, la noche corta y las horas de sueño escasas.
Para aparcar en una zona con no demasiado aparcamiento ¿mejor coche o moto? Pequeña diatriba que hay que solucionar. Para evitar problemas de última hora, moto pues, la cual atraviesa rauda un centro de Granada aún silente y dormido, aspecto que engrandece y singulariza aún más este tipo de carreras, pero curiosamente no me pregunté en ningún momento ¿qué hago aquí?
El ambiente es aún desangelado en la zona de salida, apenas unos cuantos corredores y numeroso personal de la organización trayendo y llevando cosas desde las furgonetas anárquicamente aparcadas al final del Paseo del Salón, en la zona más cercana a Puente Verde. Justo desde allí se inicia la prueba, previas dos vueltas a ese bulevar señero granadino. Sorprendente el nutrido grupo de espectadores -familiares de los corredores los más- que nos animaron a las 7,15 horas, que el horario de salida.
Prudencia decían todos los consejos de foros y relatos vivenciales. Prudencia en todo momento, principalmente –nos decía el ganador de edición de 2005, Oscar Alarcón- en esos primeros 11 kilómetros de falso llano hasta Pinos Genil, que al ser fáciles la tendencia es acelerar. Prudencia y cabeza fría que ya llegarán las puertas del infierno.
Y llegaron. El infierno cada uno lo vive de forma distinta y cada uno es esclavo de su genética, su capacidad mental y física y resultado de su propio entrenamiento. Para muchos las puertas del infierno podrían estar en las mismísimas primeras rampas pasado el pueblo de Pinos Genil, pero para otros, los menos, probablemente no atisben el inframundo hasta bien pasada la zona de los Albergues, en la Hoya de la Mora.
Yo comencé a vislumbrar esas puertas cuando comprendí allá por el avituallamiento sólido del kilómetro 23 que mis abductores –principalmente el derecho, que es mi pierna vaga- se cargaban más de lo aconsejado. Subí tranquilo pero solvente las duras rampas de la antigua carretera de la Sierra y me incorporé a la nueva sin demasiados problemas a pesar de la dureza del recorrido en esa zona de carretera nueva, pero en ese avituallamiento tras comer con delectación unos trozos de melón, sandía y plátano y beber líquido, comprendí que la segunda parte de la carrera para mí ya no iba a ser lo mismo. Antes, a la altura del Hotel El Guerra, Roberto Gil, en mitad de la carretera me ofrecía, a elegir, agua fresquísima o isotónico –creí ver- fresquísimo. Opté por el agua. En ese momento iba bien, y él mismo me asegura en un comentario anterior que no llevaba aspecto de sufrimiento. Pero mis problemas musculares comenzaron unos kilómetros más tarde. Ya dije en el análisis de Ideal que este tipo de factores pertenecen al grupo de los desconocidos. Pero no llegué a percibir tal dolencia como lesión; no, al menos, que me moderara en el esfuerzo.
Para comprender esa aseveración basta con comprobar unos datos: la figurada media maratón la pasé sin demasiada fatiga en 2 horas y 10 minutos y al paso por El Dornajo, tan sólo cuatro kilómetros después, el Forer marcaba 2,42, es decir que empleé en esos duros cuatro kilómetros 32 minutos, o lo que es lo mismo, lo que supone correr cada kilómetro en, aproximadamente, ocho minutos. Dentro de ese intervalo de tiempo, lógicamente, se encontraba los minutos perdidos en el avituallamiento sólido, que no fueron excesivos. Estaba claro que tenía un problema.
Tenía un problema porque faltaban aún los siguientes 25 kilómetros y éstos eran los más duros de la prueba, no sólo por la dificultad orográfica, sino por la altura y la fatiga muscular ya acumulada.
Sin embargo, no me puse nervioso porque mi mente tardó poco en interpretar –al mismo tiempo que olvidar- que la segunda parte de la prueba nada tendría que ver con la primera. Así que con esa premisa inicié corriendo las primeras duras rampas del Dornajo produciéndose lo que ya era una realidad constatable: fuerte dolor y pinchazos en los abductores y una rigidez que daba la sensación fueran a partirse por la mitad. En esas circunstancias, la única opción que tenía era andar rápido. De esa forma, la zona se relajaba y me posibilitaba continuar.
No sabía con exactitud qué pasaría en los siguientes kilómetros, pero sí que subir el Dornajo corriendo iba a ser imposible, pensamiento éste que me produjo desazón porque entrené por allí y sentí muy buenas sensaciones: mi propósito e ilusión era subir esos mortíferos siete kilómetros iniciales corriendo, porque llegado a la zona de las Sabinillas podría buscar una mejor recuperación dada la menor dificultad de ese trayecto, para beber en el avituallamiento situado justo en el cruce que gira hacia la zona de los Albergues e intentar, sí era posible, subir esos pocos kilómetros hasta las puertas de la Hoya. Es lo que había hecho en el entrenamiento hace unas cuántas semanas y es lo que me planteaba hacer en esta prueba. Pero dada mi dolencia muscular –nueva en mi mapa fisiológico de lesiones- eso ya se quedaba en el plano de lo teórico.
La única opción era andar lo más rápido posible y, coyunturalmente, correr hasta que la zona dañada lo permitiera.
No recuerdo en qué punto de la subida al Dornajo apareció Víctor Bernier perfectamente pertrechado en su traje ciclista montando una bicicleta de carretera de aspecto inmejorable. Víctor me acompañó y animó durante varios kilómetros en los cuales le fui explicando mis dolencias. Posteriormente lo vería a falta de dos kilómetros aproximadamente. José Antonio que te veo muy bien, ya estás casi en la meta, me dijo mi paisano de adopción.
Como decía, me dio mucha rabia no poder subir El Dornajo y mucho más apenas arrancarme a correr por la zona de las Sabinillas, que sin saber porqué me parece estéticamente muy atractiva. Justo en ese trazado vi a lo lejos a José del Oliver con cámara en mano esperando mi paso y bromeando me puse a correr para la foto (¿habrá salido la foto?). Por tanto, si sobre el kilómetro treinta y cinco aún tenía ánimo de bromear no debía ser malo mi estado físico. Otra cosa era poder correr.
A partir de ahí, el cada vez más insistente goteo de corredores que iban andando me animó y ya comprendí que hasta el final de la prueba -unos quince kilómetros todavía- el andar rápido se iba a convertir en la "vedette principal". Ya me lo vino a decir Víctor: ahora te enfrentarás con los montañeros. Estos andan que vuelan.
Otro paso para mí simbólico -y psicológico- es el los "chiringuitos" de La Hoya de la Mora, unos metros antes de la barrera que impide el paso de vehículos. Por ahí, quería pasar corriendo y apretar los dientes si el dolor aparecía. En ese momento iba con un corredor jienense e íbamos hablando de entrenamientos y carreras. Le dije que por ahí iba a pasar corriendo y si se animaba. Él no se animó y yo pasé corriendo, pero a esas alturas -por encima de los 2750 metros ya-, el correr y el andar rápido prácticamente ya iban de la mano. De hecho, este corredor jienense llegó a mi altura al minuto de estar yo tomando liquido en el primer avituallamiento de carretera que conduce al Pico del Veleta. Un poco antes, el periodista de Ideal y también corredor, Manolo Pedreira, apostado con su bicicleta junto al Albergue militar me dijo que fuera pensando en el contenido del artículo para Ideal. Y cumplí su deseo en los siguientes kilómetros. Por tanto, si aún podía pensar en un artículo se demostraba una vez más que mi estado general no era malo. El problema, nuevamente, era poder correr.
A partir de ahí, la estampa es típica: corredores andando rápido y algún que otro intentando correr para parar casi enseguida. Ya estábamos a diez kilómetros de la meta.
Diez kilómetros que se hacen interminables. La estampa viene a ser ésta: en casi todo momento ves imponente el pico del Veleta. Lo ves cercano y tienes la sensación que ya lo estás tocando, pero olvidas que estás en alta montaña y que las carreteras en este terreno simulan una colmena: hay que rodear una y otra vez para llegar hasta arriba, complicándose cada vez el terreno. Pensaba más o menos en eso cuando me crucé al gran Daniel, que venía de correr la mini-subida, la "prueba de los niños" como él mismo me comentó con su gracejo habitual. Andó conmigo animándome durante unas decenas de metros.
Entonces fue cuando comencé a comprender la dificultad de andar rápido -o no- en altura y el porqué de la presencia de tanto bastón cuando semanas previas entrené por aquella zona. Definitivamente, correr por allí es casi imposible tras haber superado más de cuarenta kilómetros, pero andar se convierte en una tarea también titánica. Las piernas ya van rotas y el ritmo aeróbico cuenta ya mantenerlo. Son momentos en los que la prueba te abofetea la cara. Y efectivamente, corredores con experiencia montañera, pasaban raudos, tal y como aseveró Víctor. Pero si estaban ya por allí, también demostraban ser buenos corredores.
A falta de cuatro o cinco kilómetros ya no existe lucha interna sobre el correr y el andar. Quien haya realizado esta prueba sabe de lo que estoy hablando. Lo único que ya importa es llegar y, eso sí, dejar fuerzas para entrar en meta corriendo, asunto éste que se convierte una hazaña para muchos corredores. Hay quien ya no puede ni dar una zancada y llega andando y hay quien al llegar cae destrozado al suelo. La meta se encuentra en un desvío de la carretera y transcurre por un terreno muy irregular y pedregoso donde cuesta dar zancadas. Sin embargo, me sorprendí a mi mismo arrancando desde bastante antes del camino, en plena carretera, para doblar a la derecha y penetrar en el camino pedregoso sin problemas físicos, al margen de la afección muscular en los abductores. Llegué fuerte y pletórico y con un sabor agridulce. Dulce por haber culminado la prueba y agrio por no haber podido correr durante más kilómetros.
Pero en estas pruebas, definitivamente, mandan más los factores desconocidos que los conocidos y yo fui víctima de varios de ellos.
Como conclusión final diré que a pocas horas de haber terminado la muy temida y prestigiosa prueba del Veleta mi sensación ahora es más dulce que agria. He comprendido que esta prueba se puede hacer con muchas más garantías si se asume un entrenamiento más largo y sistemático que incluya gimnasio y mucho entrenamiento en altura.
Pero sí he sido sincero en toda la crónica también lo seré en la siguiente aseveración que suena un poco anormal y pretenciosa: no he tenido casi en ningún momento la sensación de sufrimiento infinito -aunque sí sufrimiento, por supuesto- que afirman sufrir muchos corredores. Es cierto que sufrí sobre los kilómetros 23 a 25, no tanto por un bajón de mi estado físico sino por la constatación de que algo no iba bien en mis abductores. Sin embargo, dicho esto, estoy totalmente seguro que el sufrimiento hubiera sido más infinito si no hubiera tenido esos problemas musculares y hubiera corrido muchos más kilómetros.
Asimismo, siguiendo con la racha de sinceridad he de decir, porque así lo entiendo, que acabar esta carrera es muy difícil, que hay que tener una buena base física, que hay que hacerse como corredor para emprender este tipo de pruebas, pero también afirmaré que si se alterna el correr con el andar puede estar al alcance de cualquier que cumpla con esos elementos mínimos. Otra cosa muy distinta es no dejar de correr en todo momento o, incluso, correr hasta el kilómetro cuarenta, algo que es posible conseguir -y me propongo hacerlo- con una preparación más concienzuda y temprana.
Por supuesto, dar la enhorabuena a todo el que ha conseguido llegar a la cima, con independencia del tiempo realizado -en mi caso, 6 horas y 45 minutos-, y agradecer muy sinceramente la excelente disposición de mi compañero de club Esquí-Atletismo Caja Rural, Bernardo de la Torre, -ya "veletero"- por esas cervezas Alhambra especial fresquísimas y esas viandas que nos tenía preparadas en Pradollano, al mismo tiempo que admirar la merecida progresión de mi también compañero de club Fernando Medina por esa progresión en su tercer "Veleta".
Gracias a todos (en el blog y en la vida real) por esos ánimos durante las semanas previas y animaros a que os inscribáis en el Veleta del 2012 donde muy probablemente nos veamos si las circunstancias acompañan.
Y si habéis llegado hasta aquí redoblar mi gratitud dada la extensión -que era necesaria- de esta sentida crónica.