Este
viajero lo ha hecho en una época idónea, porque considera que el frío otoñal
—ya en puertas del invierno y por tanto de la Navidad— es, quizá, la mejor
época para conocer ese entramado urbano. Pero no porque considere que el resto
del año no lo sea, sino porque esa quietud de las calles, el frío y hasta es
posible que el tenue y siempre melancólico alumbrado navideño, son elementos
añadidos que pueden hacer la experiencia más enriquecedora. Pero es tan solo
una apreciación personal. Para otros será la suave brisa nocturna de la
primavera la que deba acompañar al viajero por su paseo nocturno. Es solo
cuestión de gustos.
Así
que, con esas premisas, este viajero se adentró durante un par de noches por el
Toledo nocturno. Antes, como mandan los cánones, había conocido la ciudad de
día; había disfrutado de sus rincones, de sus museos, de sus edificios civiles
y religiosos de distintas épocas históricas que se encuentran solapadas en la
capital de Castilla-La Mancha. Un contacto diurno imprescindible para poder
ubicarse en la noche y delimitar la ciudad diurna de la ciudad nocturna que, en
esencia, no es la misma o, al menos, es eso lo que interpretó este viajero.
(Párrafos de un texto más largo que formará parte del eBook "Relatos y artículos de viajes" de próxima aparición).