Cuenta una leyenda toledana que hubo un
hecho ocurrido en el año 797 de nuestra era, siendo emir de Córdoba Al-Hakam I,
a la postre nieto del mítico Abd al-Rahman I, que se trasladó al lenguaje
popular como noche toledana. Un hecho cruento de crímenes y venganzas.
Optativamente, también se suele utilizar el término para definir una noche en
blanco, bien por motivos desagradables o bien por motivos festivos y lúdicos.
Sin embargo, las noches toledanas a las que me referiré nada tienen que ver con
estos hechos, sino con la experiencia de un viaje a Toledo, en el cual
—tal vez para escapar a los muchos relatos que habrá sobre la experiencia
diurna en la ciudad-—, me centraré en su aspecto nocturno. Porque hay ciudades
que por la noche pasan desapercibidas, ciudades que la noche no le ofrece nada
especial, a no ser que decidas convertirla en una noche toledana especial de
hedonismo. Sin embargo, la noche y Toledo si casan bien. Establecen una
conexión indeleble auténtica y misteriosa, convirtiendo un paseo por la ciudad
histórica en todo un acontecimiento, una experiencia que va más allá de lo
viajero o lo turístico. La evocación de las estrechas calles de su judería, el
misterio del perfil recortado en la luna de sus edificios antiguos e
históricos, todo ese silencio que destila la ciudad como atrapada en el
tiempo...De ahí que la experiencia viajera a Toledo no es completa si no se
absorbe la noche paseando por sus calles y plazas, contemplando la quietud misteriosa de sus edificios,
atributo que como decía es dable tan solo a pocas ciudades, pudiendo ser Toledo
la que más realce el espíritu del viajero que procura dejar su imaginación a
que vuele al mismo ritmo que transita por todo ese torbellino callejero, sin
que apenas encuentre el momento de detenerse, a pesar de la soledad que
fácilmente logrará apreciar.
Este
viajero lo ha hecho en una época idónea, porque considera que el frío otoñal
—ya en puertas del invierno y por tanto de la Navidad— es, quizá, la mejor
época para conocer ese entramado urbano. Pero no porque considere que el resto
del año no lo sea, sino porque esa quietud de las calles, el frío y hasta es
posible que el tenue y siempre melancólico alumbrado navideño, son elementos
añadidos que pueden hacer la experiencia más enriquecedora. Pero es tan solo
una apreciación personal. Para otros será la suave brisa nocturna de la
primavera la que deba acompañar al viajero por su paseo nocturno. Es solo
cuestión de gustos.
Así
que, con esas premisas, este viajero se adentró durante un par de noches por el
Toledo nocturno. Antes, como mandan los cánones, había conocido la ciudad de
día; había disfrutado de sus rincones, de sus museos, de sus edificios civiles
y religiosos de distintas épocas históricas que se encuentran solapadas en la
capital de Castilla-La Mancha. Un contacto diurno imprescindible para poder
ubicarse en la noche y delimitar la ciudad diurna de la ciudad nocturna que, en
esencia, no es la misma o, al menos, es eso lo que interpretó este viajero.
(Párrafos de un texto más largo que formará parte del eBook "Relatos y artículos de viajes" de próxima aparición).