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12 octubre 2021

RELATO CORTO: UN DISTINGUIDO VIAJERO





“Luego la Reina mandó que fuese un alguacil de corte, por la posta, tras Cristóbal Colón, y de parte de su Alteza le dijese cómo lo mandaba tornar y lo trajese; el cual halló a dos leguas de Granada, a la puente que se dice de Pinos.” (CRÓNICA OFICIAL DE LAS CAPITULACIONES DE SANTA FÉ)


En principio, se podría sostener que el jinete que asoma a lo   lejos   de   entre   las   simétricas   filas   de   las   ateridas y abundantes alamedas, que bordean el angosto camino de la Vega en la brumosa mañana, atesora un aire calmado; y si no fuera por su porte distinguido y las caras ropas que  viste podría confundirse con uno de los muchos campesinos que atraviesan a diario esos parajes fértiles en los que abundan las alquerías que con tanta devoción levantaron los primeros pobladores musulmanes.

La mañana, a pesar de destilar humedad, la cual levita vaporosa de los campos recién regados, es luminosa y presagia un sol primaveral que seguramente inundará el resto del día y posibilitará que las labores agrícolas se puedan llevar a cabo sin dilación. El viajero viaja asentado cómodamente en su corcel, al que guía suave gracias a la soltura con que maneja las bridas, mientras dirige con indisimulado interés su vista hacia la derecha en dirección al fuerte promontorio marmóreo, que presidiendo la llana vega pareciera aún más alto. Por su cuidada instrucción y cultura sabe perfectamente en qué lugar se halla y no puede evitar desviarse unos cientos de metros para subir una suave cuesta presidida a ambos lados por arbustos, y de esa manera llegar a un otero desde el que se divisan abundantes vestigios de edificios ruinosos que formaron parte de lo que siglos atrás fue la Madinat Ilbira musulmana, capital de la Küra de Ilbira, la mítica ciudad que, tras  un  pasado  glorioso,  un  buen  día  fue  abandonada   y desplazadas sus instituciones y habitantes a la emergente Madinat Garnata, antigua capital del fastuoso Reino de Granada, último enclave musulmán que gobierna con mano blanda el que, propios y extraños, apodan como Rey Chico, último monarca nazarí; el mismo que está a punto de capitular ante la presión de sus adversarios, Isabel y Fernando, Reyes de Castilla y Aragón, acampados con sus huestes a pocas leguas de allí, en la llamada alquería de Atqa, lugar al que vienen en denominar desde entonces como Santafé.

Justo de aquel amplio lugar viene, siguiendo el curso de las rumorosas acequias, que muestran aún sus inacabados ramales, buscando una dirección que a simple vista podría ser equívoca pero que a todas luces, si no hay desventura de por medio, le llevará hasta un lugar denominado Pinos.

Viene calmado pero cabizbajo, intentando encajar el duro golpe que le ha supuesto la negativa de la Reina Católica de sufragar sus visionarios viajes a un nuevo mundo que, está seguro, permanece perdido en el tiempo, sin vestigios de civilización alguna. Sin embargo, las frescas alamedas, el rumor de las acequias y la amplia libertad que siente cabalgando por esos luminosos caminos de esa vega límpida, le ofrecen un optimismo que no sentía horas atrás cuando se alejaba del enorme campamento a pocos leguas de la capital del reino nazarí.   Advierte que ese optimismo se convierte en una paz dichosa y pronto se tornará en una sensación muy similar a la felicidad.

Espoleado por esos sentimientos puros, se detiene a descansar junto a una antigua alquería de sólida construcción, ubicada a menos de media legua de su destino. En una pequeña poza hace abrevar a su corcel, al tiempo que un gentil labrador moro, que se afana en las tareas del campo, le ofrece complaciente dulces manzanas, que abundan en esa zona. En momentos como ésos pone en tela de juicio su misión, su sueño, tan oneroso para su ánimo. Observando aquel vergel y aquella luz, en otras circunstancias, no dudaría en quedarse allí para siempre. Pero su destino es otro.

Enfrascado en esos pensamientos no advierte que muy cerca ya se aprecian algunas construcciones dispersas y, por la frondosidad de los árboles, todo parece indicar que un río de amplio cauce desparrama sus abundantes y claras aguas con generosidad. No obstante, pregunta al labrador moro que le ha ofrecido las viandas y éste le confirma lo que ya presagiaba: pronto llegará al puente que aparece indicado en su mapa.

Y así es. Al poco, atraviesa el sólido puente sobre el río Cubillas, según dicen, de origen romano, y busca la dirección más septentrional, no sin antes detenerse en la denominada Posada de la Puente que, según su cuaderno de bitácora, es la más cercana al río, que en esos momentos muestra sus aguas plácidas y claras en la cegadora mañana. La posada ocupa la totalidad de un amplio y vetusto edificio encalado, asentado firmemente en la parte izquierda de una pequeña pero ascendente cuesta empedrada. Es parada obligada, porque de continuar el recto y polvoriento camino, a cuyos lados se arremolinan unas pocas casas diseminadas con amplios patios, con toda probabilidad no encontraría otra posada o venta hasta pasadas unas cuantas leguas y el camino de pronto se tornaría serpenteante y complicado a la altura del Velillos, el otro río que circunda la pequeña población de Pinos, en cuyo margen derecho se detendrá el viajero, al pie del denominado Cerro de los Infantes, con el fin de contemplar las ruinas míticas del que fue denominado Castillo de Velillos, el cual mandaron construir, en inusual sociedad, el rey zirí de Sevilla, Al- Mu'tamid, y el rey cristiano de Castilla Alfonso VI, en los albores del Siglo XI, con el fin de arrebatar territorio al último rey zirí de Granada, Abd Alläh. A partir de ese lugar, el sendero será cada vez más ascendente y sinuoso, en dirección a la bulliciosa y milenaria ciudad de Córdoba.

Se apea de su corcel y lo amarra a una de las argollas incrustadas en la desconchada fachada principal de la posada, sin que ello venga a significar, en principio, que el viajero tenga previsto pernoctar en la misma. Sin embargo, contra todo pronóstico, pide una habitación tranquila para    pernoctar dos noches, una cuadra, paja y agua fresca para el descanso y alimento de su caballo, que de tanta utilidad le ha de ser en el largo viaje que presume realizará.

—Mi nombre es Cristóbal Colón —le dice al mozo de barba lampiña que le atiende— y en los próximos días podría ser requerido por un alguacil enviado por Isabel, la preclara reina de Castilla, que junto a su esposo, Fernando, rey de Aragón, pernocta con sus huestes en los alrededores, en un amplio campamento a pocas leguas de la ciudad de Granada, al que vienen denominando Santafé.

Su tono de voz oscila entre afable y castrense, por lo que el mozo asume que el huésped que acaba de llegar a la posada es una persona singular. Y, sabedor de la poca presencia de viajeros tan distinguidos por aquellos lares, se deshace en gestos zalameros y complacientes. Sin embargo, el viajero de aire tan distinguido y ropas caras, al contrario de lo que piensa el mozo, no se siente en ese momento una persona singular; todo lo contrario, se siente el ser más mísero sobre la tierra al comprobar cómo su proyecto, su sueño de toda una vida se hacía añicos con la negativa de la reina Isabel de sufragar los gastos para emprender esa odisea que, está seguro, le podría llevar a descubrir un mundo desconocido y de cuya existencia está convencido tras haber estudiado una y otra vez, de forma minuciosa, la elaborada cartografía que atesora.

Tumbado en aquel catre ajado que le habían asignado, intenta recrear en su mente las palabras que la misma Reina en persona le había dicho unas horas antes y, entre ellas, cree advertir un atisbo de esperanza a pesar de la rotunda negativa a capitular por parte de la soberana. No está seguro, pero diría que en la mirada de la soberana pudo observar un refulgente rayo de luz. Y a ese recuerdo queda asido.

Intenta, también, en ese momento aciago y de desánimo recordar con precisión las palabras que atribuladamente él mismo articula ante las desesperanzadas palabras de la Reina:

«Señora, me hallaré a dos leguas de aquí, en un lugar denominado Pinos. En la posada que hay junto al vetusto puente del río Cubillas pernoctaré durante dos noches a la espera de que su graciosa Majestad reconsidere su soberana decisión y sea conforme en capitular». Pero ni tan siquiera esos pensamientos le ofrecen sosiego al viajero. Un hombre solo, tumbado en un viejo catre de una modesta posada de una aldea perdida en algún lugar de la frondosa Vega del Reino de Granada. Un hombre atado a un sueño, que en ese momento se convierte en demasiada carga para su escaso ánimo. Un hombre que aún ignora que un emisario real le visitará al día siguiente, comunicándole que la Reina reclama su presencia al haber reconsiderado su inicial decisión, a pesar de los graves asuntos que la retienen junto a su esposo a las puertas de la ciudad —aún musulmana— de Granada, ya a punto de claudicar. En definitiva, un hombre que en ese momento no puede saber que su proyecto, su sueño de toda una vida, que pende de un espacio temporal breve, cambiará el destino de las Españas y del mundo.


Relato incluido en el libro Conversación en la taberna y 41 relatos disponible en Amazon


30 septiembre 2020

PÉRDIDA Y OLVIDO (NUEVA COLECCIÓN RELATOS CORTOS Y MICRORRELATOS DE PRÓXIMA PUBLICACIÓN EN AMAZON)

 Ilusionado con el nuevo proyecto editorial independiente que está a punto de ser publicado en Amazon, por lo pronto en formato eBook, aunque no descarto el formato papel. Finalmente, se tratará de una selección de 17 relatos cortos y 17 microrrelatos, todos de muy variada temática. 

El título elegido es el del primer relato Pérdida y olvido, un relato corto de estrato histórico que fue publicado en una antología a nivel de Andalucía en un precioso y cuidado libro. Hay otros (tanto relato corto como microrrelato) también publicados en antologías y en prensa y muchos otros totalmente inéditos.

Esta que muestro será la portada de la versión eBook: 







24 diciembre 2014

RELATO DE NAVIDAD: TU PUEBLO SOLO ESTÁ EN TU MENTE (CONCURSO RELATOS IDEAL ESPECIAL NOCHEBUENA 2014)

En principio, un relato que está incluido en mi libro de relatos 'Conversación en la taberna y 41 relatos' (LUHU Editorial), de próxima aparición, se llama 'Tu pueblo está en tu mente'. Es uno de esos relatos que te sorprenden cada vez que lo lees. Disfruté escribiéndolo y siempre lo he considerado, digamos...distinto. 
El relato que este año me ha seleccionado IDEAL para el concurso de relatos de Navidad se llama casi igual. De hecho, de aquel relato hay material en éste, que es un ejercicio que me gusta hacer de vez en cuando: que de un relato salga material para otro inédito; que de un microrrelato salga un relato corto; o que de un relato corto salga una novela -corta o larga, eso el tiempo lo dirá-. Es material que está en tu interior y que ha de salir de una manera u otra.
En esta ocasión parte del material de aquel relato se ha reconvertido en navideño y a todo se le ha añadido material inédito, siendo el resultado un nuevo relato de corte navideño, como digo. Y ese lo que podréis leer si gustáis a continuación, eso sí, si no habéis tenido ocasión de leerlo en papel, que siempre es aconsejable cuando se trata de literatura: 

TU PUEBLO SOLO ESTÁ EN TU MENTE 


 La idea de visitar su pueblo en las próximas navidades tras mucho tiempo se había convertido en una obsesión. La vida la había enseñado que nada es cómo se recuerda y mucho menos lo que se añora, pero también que lo intensamente vivido, de alguna manera, perdura para siempre.
            ¿Había visto nieve en las calles de su infancia? Ahora no estaba seguro de ello. Lo estuvo durante mucho tiempo hasta el punto de recordar cada hora de aquella mañana en la que la nieve se dejó ver bien temprano. Su hermana le despertó para que viera cómo los primeros copos apenas llegaban al suelo. Se volatilizaban con la misma rapidez que una pompa de jabón, si bien poco a poco se fueron asentando en las aceras y en los tejados. Recordaba aquello como algo mágico. Posteriormente ya todo se dibujó de blanco y los adultos siguieron haciendo los quehaceres de cada día, como si no hubiera ocurrido nada. Pero para él todo aquello era extraordinario y no podía pasar inadvertido. Así que decidió conservar esos momentos en su mente para siempre.
            Sin embargo, ahora que estaba a punto de regresar a su pueblo tras mucho tiempo, no estaba seguro de haber visto la nieve en las calles de su infancia. Los recuerdos son caprichosos y la nostalgia una vil traidora, se dijo mientras veía las primeras casas de la población desde su coche.  
            A medida que se adentraba en las primeras calles se iban amontonando los recuerdos como si se trataran de un carrusel. Primero los de la infancia y luego los de la adolescencia.  Comprobó que en ésta ya no importaba tanto la nieve, tan sólo la tragedia en que se convertían los días, arrebatados por pasiones, encuentros y desencuentros sentimentales. Años de búsqueda interior.
            Otras calles, otros recuerdos. Ahora llegaron de golpe y sin aviso los de la juventud, época en que lo interior y lo exterior se fusionaba y se confundía sin remedio. En esos recuerdos se hallaba cuando comprobó con estupor y cierta tristeza que apenas recordaba las navidades posteriores a la infancia. Todo lo más, el ruido de los petardos gamberros previos a la Misa del Gallo en la Plaza de la Iglesia y las ruidosas y anárquicas fiestas en casas desvencijadas en Nochevieja.  Y sin esos recuerdos no confiaba en revivir las cosas que tanto anhelaba.
            De pronto aquel pueblo de su infancia le pareció otro. Se sintió aturdido. Los sentimientos de euforia de unas horas antes ahora eran de desazón, de desposesión. Es su pueblo, pero no lo reconoce. Podría admitir sin problemas que sus años de ausencia en él lo han transformado. Obras, nuevos diseños de mobiliario urbano, nuevas construcciones de edificios, relevo generacional....Pero no es eso lo que él aprecia, no es eso lo que siente. Son otras calles, otras gentes. Es otro pueblo. Y si es otro pueblo ¿quién es él? ¿Dónde están guardados todos esos años allí vividos, todas esas navidades pasadas? ¿Dónde los recuerdos? ¿Los amigos? ¿La familia? Si el pueblo es otro, entonces, el pasado se ha revertido. ¿Otra dimensión? ¿Otra secuencia?
 Advierte que las gentes con las que se cruza lo miran como a un desconocido. Y sabe perfectamente la forma en que se mira a un desconocido. Vas a un lugar nuevo y hay algo en los ojos de los demás que te dicen que no te conocen, que nunca te han visto por allí, que desconfían. Que eres un extraño. Y es eso lo que advierte ahora, cuando aparca el coche en la calle principal y comienza a andar por la acera.
Un extraño.
Entre la gente.
En las calles y en las plazas.
Entra en un bar y le atienden de manera distante. Lo percibe al momento. Anhela sentir la cercanía de los lugareños, como en otra época. Pide un café y se lo sirven. Pero ese café es neutro. Casi inhumano. Sin calor.
Sin calor.
Sin esencia.
Un extraño.
Se aproxima a un rostro que cree reconocer, pero ese rostro no reconoce el suyo. Llama a ese rostro por su nombre. Está seguro de saber quién es. Es uno de sus amigos de la infancia. Con él jugó durante muchos años. Lo agarra por los hombros y lo mira. Le dice: ¡soy yo! Pero el individuo se zafa de él como puede. Cree que es un loco. Y de pronto se siente como debió sentirse George Bailey: nada ha existido porque no ha nacido.
Un extraño.
Sin pasado.
Sin futuro.
Sale del bar acongojado y alguien pasa a su lado y le mira con expresión cercana. Atisba un  gramo de esperanza. Es un hombre mayor que se conduce a duras penas apoyado en su callado. Necesita hablar con alguien y le pregunta qué está pasando. Éste le mira con entendimiento y le habla con una voz profunda que no ha escuchado jamás. Le dice: 'No olvides que tu pueblo solo está en tu mente'.   

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...