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29 julio 2021

MATADEROS DE CRISTAL



                                                  Por José Antonio Flores Vera


Hasta hace bien poco no solían programar en televisión imágenes de animales agónicos en mataderos y granjas industriales. Era, y sigue siendo en gran parte, un mundo cerrado en el que las prácticas abusivas y terribles a animales, que luego serán comida para las personas, son muy frecuentes, sino inherentes a la actividad. En la intimidad y nocturnidad (literalmente) más absoluta se perpetran horribles atrocidades propias de un campo de concentración a aves, cerdos, terneras, becerros, bueyes, toros (cuando no sirven para la lidia), conejos, corderos, chotos…la lista es tan amplia que da verdadera congoja, tan solo enumerando a los mamíferos vertebrados porque hay un sinfín de prácticas similares o más perniciosas a otras especies (por ejemplo a las cigalas y otro tipo de crustáceos se sumergen vivos en agua hirviendo o son asados aún con vida en planchas y barbacoas para poder ser servidos como alimento ante la vista de los comensales en muchos casos). Millones de estos animales y otros (porque hay culturas que también sacrifican otras especies que no suelen sacrificar otras, como el caso de los perros y gatos en algunos países orientales, práctica que ya va cesando) son sacrificados cada día en todo el mundo. Pero no se trata tan solo de que sean sacrificados, sino que son maltratados desde que nacen, en su inmensa mayoría, humillados, haciéndolos entrar por su propio pie en el matadero (es tan cínica la legislación, que si no entran por su propio pie en el matadero no son válidos para consumo humano), y lo hacen a empujones, sino agredidos, punzados, apaleados, para después, en muchos casos, ser encerrados en mínimas jaulas o chiqueras donde enferman muchos de ellos de estrés o de ansiedad, de miedo en definitiva, como la imagen que pude ver en televisión hace muy poco de un cerdo que casi desfallecía de ansiedad y de miedo dentro de una ínfima jaula e intentaba llamar la atención con una de sus patas al cámara que lo grababa. Todo eso lo sabemos porque algunos empleados con alma lo han confesado y porque muchos investigadores lo han podido grabar de manera furtiva con sus cámaras. Admiro mucho a esos investigadores porque se trata de gente adscrita a movimientos animalistas, gente que dedica parte de su vida a la defensa de los derechos de los animales y tragan sus nauseas, su rabia, su compasión y sus lágrimas para que el mundo pueda ver lo que ocurre tras esos gruesos y tristes muros. Gracias a esa labor mucha gente está abriendo los ojos y habrá gente, por supuesto, que no los abrirá jamás porque la humanidad es muy diversa en cuanto a sentimientos y pensamientos. Hay gente que piensa que estos animales nacen para nuestro consumo, pero no es cierto en absoluto. 

Ha dicho el escritor sudafricano John Maxwell Coetzze, premio Nobel de Literatura en 2003 lo siguiente:  «Si hubiera un matadero de cristal en medio de la ciudad, un matadero al que la gente pudiera acercarse a escuchar a los animales chillar, a ver cómo son masacrados sin piedad, quizá cambiarían de idea» (Conferencia del 30 de junio de 2016 en el Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid). Es una frase tremenda y sobrecogedora que ha repetido en sus conferencias por medio mundo; una frase que no muestra barroquismo alguno y nos da a entender que determinadas ramas industriales (la cárnica en este caso, pero tal vez más de las que pensamos) no mostrarán jamás qué ocurre puertas adentro porque en ese anonimato, en esa opacidad se encuentra la razón de ser de su negocio, a pesar de que existen inspecciones, rutinarias las más de las veces. 

Lo que dice el escritor Nobel es algo que todo el mundo supone pero que le cuesta ver porque la imaginación o el pensamiento jamás tendrán la acción testimonial de la visión y como eso es conocido por quienes llevan a cabo esas prácticas, bien porque es su trabajo o bien porque es su negocio, la manera más directa de evitar que el mundo conozca nada de lo que ocurre es dejar que sigan imaginando sin llegar a ver. Sin embargo, como decía al principio, las cámaras de televisión y la irrupción de las redes sociales (que algo positivo han de tener) cada vez penetran con  más facilidad en estos lugares y denuncian con imágenes lo que no basta denunciar con palabras. Y eso está generando cambios legislativos en muchos países (sobre todo los más avanzados), así como la forma de alimentarnos, sobre todo las generaciones más jóvenes, porque no está justificado ni es moral ni ético, muchos menos compasivo, que la gente no conozca, en realidad, qué ocurre cuando un filete llega a su mesa. 

Y, por supuesto, aquí no estamos hablando del efecto invernadero que provoca la ganadería industrial intensiva, ni de sus perversos efectos para el medio ambiente, ni de su escasa sostenibilidad, nada de eso, porque eso habría que dejarlo para los especialistas, sino de algo tan elemental y común como es la humanidad y la compasión hacia otros seres vivos que por el mero hecho de que no hablen o no piensen (o al menos eso creemos) no merecen el castigo que se les infligen para poder servir de consumo humano, pudiendo (como podemos) comer otros alimentos más éticos y sostenibles como la ciencia nutricional más avanzada o la ONU o la FAO no cesan de aconsejar.



04 junio 2018

UN GORRIÓN EN LA FAMILIA Y OTRAS REFLEXIONES

Resultado de imagen de GORRION PEQUEÑOAdquirí la costumbre este pasado invierno -muy duro en Granada- de alimentar en mi amplia terraza a gorriones. Eran mayoría de éstos los que venían, pero también llegó alguna que otra paloma y algún que otro tipo de pájaro de mayor tamaño. Y esa costumbre diaria hizo que alguna hembra de gorrión se quedara a anidar en un tejado pequeño que cubre uno de los elementos de la terraza. Lo advertí por el inarmónico piar del o los guacharros, que iban aumentando su sonido y su armonía a medida que crecían con gran rapidez. Desconozco si sobreviven todos los que nacieron aunque me temo que eso es difícil que ocurra, pero sí pude ver a alguno de ellos ya crecidito que ha hecho del pequeño tejado su hogar y de vez en cuando sale de su nido o espacio habilitado para comprobar si puede volar. Desconozco también si el que veo es siempre el mismo o son distintos, pero también le he dispensado alimento. El resultado final es que ahí siguen buscando la forma de alimentarse o buscando la forma para atreverse a echar a volar, a pesar de la altura considerable que hay. Como es lógico, no seré yo el que les meta prisa. Esta es su casa y lo saben. 
Lo curioso es que he faltado unos días de casa y al regresar lo primero que escuché es su anárquico piar. Esbocé una sonrisa porque no me acordaba que los dejé ahí cuando partí. Algo similar a cuando uno o varios miembros de una familia se van una temporada de casa pero quedan uno o varios miembros en el hogar. De ahí que no haya tenido la sensación que la casa haya quedado vacía y sola.

Por un mundo más respetuoso con los animales

En este mundo en el que vivimos, los humanos solemos ignorar demasiado a las distintas especies de animales que nos rodean. No se trata de que las ignoremos en el sentido de dejarlas vivir, que sería lo justo, sino que esa ignorancia viene referida a un desdén mayúsculo hacia ellas que se convierte en el germen del uso violento que ejercemos contra éstas, ya sea para utilizarlas como comida, diversión, usar sus pieles o sus plumas o, sencillamente, despreciándolas por considerarlas inferiores. No existe una empatía humana generalizada hacia esas muchas especies que conviven con y entre nosotros, en la mayoría de los casos ofreciéndonos múltiples opciones que mejoran nuestra calidad de vida porque son aún más necesarias que nosotros mismos para el equilibrio medioambental. En realidad, vemos a las demás especies como seres vivos que están a nuestro servicio, actitud que adquirimos culturalmente desde la infancia porque así está asentado en nuestra sociedad e, incluso, en nuestras religiones. Sin embargo, a poco que observemos encontraremos en todas y cada una de ellas virtudes y habilidades plausibles que nosotros no poseemos. Nosotros poseemos una supuesta inteligencia, no siempre bien empleada, pero en otros aspectos somos inferiores. No tenemos la visión del águila ni el oído del perro ni la agilidad de los felinos ni la audacia de los reptiles ni la fuerza del elefante o del caballo, pero eso lo pasamos por alto porque consideramos que con tener una inteligencia superior ya es más que suficiente.
Hemos de cambiar nuestra mentalidad y tender a una línea antiespecista que sirva para igualar las virtudes y también los defectos que tenemos entre sí las distintas especies. Es la única forma de llegar al respeto hacia todos los animales que pueblan el planeta.              

04 diciembre 2017

NUESTROS AMIGOS LOS ANIMALES.

Resultado de imagen de GRABADOS ANIMALESEs posible que, a nivel particular, haya llegado a cierto estado de percepción del que antes carecía (o, tal vez, no carecía sino que no priorizaba al ser uno hijo de su tiempo y circunstancias concretas). Ese estado me hace ser cada vez más sensible con el maltrato a todos los animales. Tras documentarme bastante llego a la conclusión de que esa sensibilidad es evolución. Los animales son especies distintas a la humana que conviven con nosotros, no son ni mejores ni peores, solo distintas. A nosotros, los humanos, la evolución nos otorgó una mente para pensar y razonar, así como establecer códigos éticos y reglas morales. A ellos los dotó de más olfato, más oído, más vista o más agilidad. Pero otorgar no confiere ningún privilegio sino utilizamos esas virtudes para mejorarnos a nosotros mismos y a los seres vivos que nos rodean. El hombre no utiliza bien esas virtudes, sin embargo, los animales, al basar su conducta en la intuición y el instinto de supervivencia, suelen exprimir sus virtudes al máximo. Los humanos hemos errado bastante.  Nos autodesignamos la especie dominante, la que tiene derecho a destruir a las demás, pero eso no es más que otro error cultural histórico. Un error que se nos inculca al nacer: come carne, bebe leche, come pescado, dale una patada al perro si ladra, el toro nace para morir en una plaza, del cerdo hasta los andares, pisa a los insectos, mata de una pedrada a la serpiente, cazar es un deporte, los caracoles y cigalas como hay que cocinarlos es vivos en agua hirviendo...En fin, las frases hechas, los refranes y las aseveraciones relacionadas con el maltrato animal sin lugar a réplica son infinitas. Todo eso nos convierte en seres muy violentos, desde niños.
     Intento reconstruir y reinterpretar todos los mensajes que llegan de la sociedad y de los hábitos de consumo y no logro conseguir nada. Por ejemplo, en estas fechas navideñas que llegan, las celebraciones no suelen ser apenas nada si no hay de por medio un animal sacrificado, ya sea de la especie terrestre, avícola o marina. Es casi imposible concebir una celebración que no disponga de un plato de un animal previamente maltratado y finalmente exterminado, que bien aderezado hace las delicias de nuestros paladales, a pesar de que no es ético ni conviene casi nunca a nuestra salud. No importa ese dolor, esos ojos que suplican camino al matadero, todo ese miedo y chillidos espeluznantes antes de ser sacrificados. Solo importa nuestra ambición y bienestar.
     Leonardo Da Vinci dijo hace más de quinientos años que llegaría el día en el que se considere un crimen matar animales con el objeto de alimentarnos, pero es tan infinita nuestra obstinación que no han bastado quinientos años para que se cumpla lo que el genio italiano solía aventurar como algo que en el futuro se iba a realizar. Un genio que no falló en casi nada de lo que aventuró, falló en esto. Harán falta otros quinientos años o tal vez más.
     Pero nuestra violencia no solo está en el tenedor como venía a decir Ghandi, también lo está en nuestro comportamiento diario para con los animales. Es así porque los consideramos inferiores y si es eso lo que sentimos y pensamos, nada nos impedirá maltratarlos o matarlos. Sin embargo, existe -existimos- personas que un buen día nos replanteamos todo y reparamos en la mirada de nuestros animales, nos hemos compadecido de ellos, con indiferencia de su especie y forma, hemos conectado a nivel de empatía y cósmico con ellos; y sí eso ya ha ocurrido no hay vuelta atrás. Ojalá esa empatía se extienda como un reguero de pólvora por toda la raza humana. Es posible que ya haya comenzado el proceso de transformación. No lo sabremos, quizá, hasta que pasen otros quinientos años.    

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...