Estamos rozando la Navidad, qué duda cabe. Por tanto, conviene introducirse en ella, porque siempre hay una Navidad en nuestra interior que no es la que nos quieren hacer ver..
Os dejo con el artículo del último número de la revista Garnata, llamado:
RITOS NAVIDEÑOS
Pensar la Navidad como un producto de consumo creado por los grandes almacenes no es más que buscar en la superficie, aunque tampoco habría de identificarla, únicamente, con el sentir religioso católico, que es una forma de consumo más sofisticado, el mercado de almas. La Navidad, sin duda, tiene un trasfondo más antropológico y sociológico, algo apegado al hombre desde casi siempre, probablemente un sentimiento ontológico anterior al cristianismo mismo. O, incluso, podría quedarse tan sólo en la dimensión de los sentidos, sin más.
Pero sea lo que fuere -y para cada uno será una o varias de esas cosas- lo cierto es que forma parte de nuestras vidas de una forma o de otra. Incluso odiando estas fechas, que por causas diversas es algo muy común, siempre se toma partido por la Navidad. A nadie le es indiferente.
La literatura, el cine, la música en sus distintas acepciones, la pintura... cada una de las grandes formas de expresión del alma humana han homenajeado a esta época de alguna manera, por lo que resulta fácil deducir que estamos ante unos días del calendario que han dicho mucho al hombre a través de los tiempos. Y, realmente, así es por mucho que queramos pasar de puntillas entre la última y la primera semana de cada año.
Particularmente considero que el consumo desaforado empobrece estas fechas. Las hace acartonadas y les birla la pureza tradicional. De ahí, que cada uno deba buscar en estos días sus iconos concretos que en absoluto consisten en atiborrarse de artículos que comercios engalanados con alfombras rojas y purpurina exponen en sus escaparates.
Particularmente, cada Navidad invoco ritos invariables, ya que otros que me gustaría invocar ya no es posible hacerlo. Por ejemplo, me gustaría que se repitieran de forma indefinida esas Nochebuenas en mi pueblo con los amigos de la infancia, recorriendo casas para buscar el mantecado y la copa de anís o buscando el calor de la amistad y la vecindad antes y después de la Misa del Gallo, envueltos varios de nosotros en esas kilométricas bufandas de lana que nos hacían nuestras abuelas o nuestras madres. Pero lo artificial acabó con aquello que era natural. Por tanto, me conformo con volver a ver cada veinticuatro de diciembre "Qué bello es vivir", de Frank Capra o releyendo de nuevo (y volviendo a ver las distintas versiones cinematográficas) la imperecedera Canción de Navidad del Charles Dickens o los cuentos navideños de Chéjov. Es decir, que ante la ausencia de otras formas de interpretar y vivir estos días entrañables, me refugio en la literatura y en el cine, no descartando piezas musicales clásicas que solo escucho por estas fechas.
Como tampoco me dejará de emocionar -a pesar de que es algo muy simple- una modesta luz de navidad encendida en una calle remota de un pueblo solitario, silencioso y modesto, y si es posible (y eso dependerá de la climatología de cada año), la aparición de unos cuantos copos de nieve en una noche friísima y oscura.