Llegó el día. Veladas las armas, armado caballero y bastantes kilómetros por delante.
Mi reto era ir a Pinos Puente -y volver, claro- por dos rutas alternativas. Conocía ambas rutas por haber corrido en ellas, pero eran totalmente inéditas en bicicleta. No olvidemos que yo practicaba bici de carretera cuando aún existían los "escalapies".
Sabía que la función aeróbica no iba a ser un problema, pero estaba por ver cómo funcionarían los pies. Además, existen una serie de elementos nuevos que suceden cuando vas en bicicleta, encontrándose entre los más importantes: la sentada en el sillín, la posición de agarre en el manillar con importante trascendencia para hombros, espalda y brazos. Todo me afectó como no podía ser de otra manera en el primer día de salida.
La ruta de ida transcurrió por la zona del Pantano del Cubillas hasta Caparacena y desde allí a Pinos Puente. Una ruta que inicié -para evitar la autovía- por la localidad de Albolote a través del acceso al Torreón. La llegada a Pinos Puente fue cómoda y rápida y la satisfacción por el primer objetivo cumplido era celebrado interiormente. Además llegaba a mi pueblo de una guisa muy distinta a la de corredor: el casco y las extrañas zapatillas provocan extrañeza en tí también, además de en quienes te observan por primera vez.
La Specialized respondió bien, muy bien. Los cambios de marcha los hace con precisión a pesar de que algún desajuste aflora -algo que ya me advirtieron en la tienda- hasta que la máquina no se acople completamente. El primero - el segundo es el de los pedales como a continuación explicaré con detalle- consiste en un leve rozamiento del freno de disco de la rueda delantera. Además, como comentó Abel, habrá que ir poco a poco ajustando la altura del sillín y manillar hasta ir completamente cómodo.
La vuelta la ejecuté a través de la Vega, siguiendo el curso inverso del Río Genil. Con entrada desde el camino que comienza a espaldas de la Cruz de Granada. Desde allí hasta Pedro Ruíz, cercanías de Santa Fé y Vegas del Genil y finalmente entrada a Granada a través de la zona de PULEVA. Una ida algo más larga que la vuelta y algo más tortuosa: por el calor, por el cansancio, por los baches del camino, un poco por todo. En total, entre 45 y 50 kilómetros, quizá demasiados para un debút.
LAS CAÍDAS
He caído. En tres ocasiones. Caídas todas ellas cuando estaba detenido. Caídas debidas a la poca pericia o poca regulación de los pedales automáticos.
La primera caída y más aparatosa que ha costado una fabulosa rozadura en el codo izquierdo fue en mi propia calle, a los dos minutos de coger la bicicleta. Me detuve y no tuve tiempo para sacar ambas piernas. Fue casi una caída en cámara lenta. Y como en la novela de García Márquez, "Crónica de una muerte anunciada", segundos antes ya sabía que iba a caer. Luchaba agónicamente por sacar ambos pies pero no hubo tiempo. Caí por el costado derecho y le serví de colchón a la bicicleta. Incluso en el suelo aún seguía con la pierna derecha introducida en el pedal automático. Sin duda, hay que regular esos pedales.
No hubo numerosos testigos a esa hora. Tan sólo un operario de mudanzas. La caprichosa fortuna quiso que esa empresa de mudanzas fuera "Mudanzas Cariño" (una conocida empresa granadina, en concreto de mi pueblo: Pinos Puente). Y digo caprichosa fortuna porque mi maillot refleja el nombre de esa marca. Probablemente el operario hubiera sentido alguna forma de orgullo cuando me vió pasar bien ataviado haciendo publicidad de su empresa. Orgullo que seguramente se tornó desdén ante esa ridícula caída. Así de dual y cambiante es la realidad.
La segunda caída fue ya en Pinos Puente, cuando enfilaba en dirección al camino que está justo a espaldas del Restaurante de Granada, fue la más espectacular y la que más público congregó. En mi fuero interior no tenía previsto ofrecer dos sesiones el mismo día -aún me quedaría otra-, pero la realidad se impuso.
He de decir en mi descargo que una furgoneta de Seur -ya me quejé ante Emilio que allí trabaja- tuvo parte de culpa: en la rotonda de salida a la carretera nacional de Córdoba, la furgoneta se cruzó delante de mí y tuve que frenar en seco y, claro, no me dió tiempo de sacar los pies de los pedales y caí, con el saldo a mi favor, en esta ocasión, de la rodilla derecha desollada.
En ese momento cuatro o cinco vehículos esperaban su turno para salir a la carretera y enfrente está el Restaurante La Cruz de Granada; de manera que esta segunda actuación sí tuvo numeroso público.
Cuando caes de esta forma tan ridícula, lógicamente el sentimiento es ridículo e inmediatamente piensas en lo que pensarán los demás. Gracias a que ayer hubo una caída en masa en la Vuelta Ciclista a España (sin desgracias que lamentar, por suerte) y probablemente todos mis espectadores en ese momento pensaran que son gajes de la bicicleta. Así que se guardo un respetuoso silencio, excepto en un caso. Un hombre que iba de copiloto en un coche al llegar a mi altura preguntó si me había pasado. No, le contesté.
"¿Te ha pasado algo?" preguntó, creyendo yo descubrir en el tono de su pregunta una aseveración en el sentido de que esa caida formaba parte de mi afición. Eso me satisfizo.
Aún quedaba otra caída. Ésta fue unos quince minutos más tarde. En el anejo santaferino de Pedro Ruiz, justo antes de enfilar el camino del río Genil que me conduciría casi en línea recta hasta Granada, como recordarán algunosa amigos de Las Verdes.
Eran más de las 12,30 y necesitaba algún líquido. Así que pasé por un bar de esta pequeña localidad y me detuve en seco. De nuevo no reparé en que tenía que haber sacado antes los pies y volví a caer justo en la puerta del bar.
Esta acción ya se estaba convirtiendo en repetitiva y me acordé de la excelente película "Atrapado en el tiempo".
Curiosamente en esta ocasión no me lastimé porque ya había ensayado a lo largo de la mañana. Es más, fue una caída elegante, casi un amago.
Una caída, ni por asomo tan espectacular como la anterior. De hecho, dos operarios que estaban muy cerca ni siquiera se percataron. Me alegré de ir quedándome sin público.
Pudo haber una cuarta ya en Granada, pero ya iba prevenido. Prevenido y porque pude asirme a una señal de Stop, justo en el momento en que conseguía despegar los pies de los pedales. Lógicamente, hasta llegar a casa, todo fueron precauciones y opté por no dejar que el mecanismo atrapada la zapatilla. Un pedaleo mucho más incómodo pero más seguro.
Con tres funciones ya había cumplido sobremanera.
Lógicamente, habrá que regular esos pedales porque cuando caes es aconsejable levantarse con más fuerza.
Y, por supuesto, acepto con deportividad estos inconvenientes: nada es tan inherente al deporte como cierto riesgo. Esto está en "nuestra nómina".