Efectivamente, como bien enfatizaba Alfredo soy un lechón perdido. Pero no, no me he echado a la mala vida verde -que es una vida saludable bañada de zumo de cebada-. Y es que tras un largo periplo, siempre vengo herido de la última estación: Madrid. Me explico.
Madrid, me atrapó cuando allí hice la mili. La saboreé literariamente gracias a mis grandes amigos literarios (y a ese destino cómodo y plácido que me ofrecieron gracias a una prueba de aptitud).
Quevedo me enseñó el Madrid de los Austrias, que lo configuró en bohemio, Max Estella, el personaje autodestruido de Valle Inclán, que no era más que su "Alter Ego" literario. Pero además tuve la suerte de encontrar una guía de Madrid como pocas en la trilogía "Memorias de Madrid" de Paco Umbral, que probablemente por mucha vanidad adquirida acabó convirtiéndose en un sospechoso columnista, cuando se trataba de una de las mejores plumas del país.
Como digo, todo eso me dejó herido de Madrid. Y cuando estás mal herido, si no mueres en el intento, siempre acabas por volver a esos lugares literarios que tanto te han aportado como dicen que el asesino vuelve al lugar del crimen, algo que es así desde "Crimen y Castigo.
Madrid es enorme. No ya por su magnitud física, sino por su significado. De ahí que el viajero que busca un Madrid literario e histórico no debe devorar todo de golpe sino episódicamente.
Porque se ha de ser consciente de que no existe sólo el Madrid literario sino que siempre nos vamos a encontrar con un Madrid mediático, muy mediático. De hecho, ayer me sorprendía encontrarme junto a la estatua de Valle Inclán, en los aledaños de la calle Génova -famosa por encontrarse en sus aledaños ni más ni menos que la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial y la sede del PP (Populares, reza la inscripción de la fachada), con aquel Dominguez, famoso policía implicado en el caso GAL.
También existe un Madrid político. El actual no me interesa apenas, pero sí los iconos que están unidos a la II República española, época que al margen de connotaciones políticas, siempre me ha parecido apasionante. De hecho, las memorias de Azaña, que salieron en un libro de recomendable lectura denominado "Los cuadernos robados", nos trasladan a lugares muy presentes en la actualidad.
Pero como venía a dejar traslucir al principio de esta entrada, jamás dejo de visitar el Madrid de los Austrias "de la mano de Francisco de Quevedo y Villegas". De hecho, "La Posada de la Villa", hoy transformada en una coqueta taberna es uno de los iconos de "El buscón", que me cautivó cuando casualmente la descubrí hace ya bastantes años. Igual que descubrí hace muy poco, la taberna del "Capitán Alatriste", que es la continuación moderna de ese Madrid histórico, gracias a la hábil mano de Pérez Reverte y su famoso "capitán", soldado abnegado y de honor de los Tercios de Flandes.
En cada ocasión introduzco nuevos iconos a descubrir. De hecho, hasta este año no había descubierto la Residencia de Estudiantes, aquel lugar de encuentro que acabó generando toda una generación: la del 27. Una generación en la que confluye la literatura, la pintura, el cine...había que descubrirla y encontrarla en su lugar primitivo, un vasto espacio bucólico en el corazón de Madrid que cuenta con la virtud de lo edénico y recogido. Un excelente trabajo de conservación que habrá que agradecer en el futuro. Gracias a la última novela de Muñoz Molina "La noche de los tiempos", he vuelto a recordar que tenía pendiente esa visita, que al fin se ha cumplido.
Mucho más habría que escribir sobre ese Madrid mítico, ese Madrid mediático, como la visita hecha al Madrid más post moderno, las torres "skyline", esas que pretenden emular a Manhatan en la capital de España. Había que visitarlas porque ya me fascinó su presencia cuando, aún en construcción, pasamos juntos a ellas en la Maratón de Madrid de 2007. Su ubicación está en la antigua ciudad deportiva del Real Madrid.
Misión más difícil era subir a la terraza de alguna de las cuatro y contemplar "todo Madrid". Y para tal fin, nada mejor que la sinceridad de expresar ese deseo en el fastuoso hotel "Eurostar Tower" de cinco estrellas que ocupa las treinta y una plantas de una de las torres. Gracias a un joven, Jose Miguel, una especie de personal de seguridad de traje y corbata y de exquisito trato y amplia formación, pudimos contemplar la magnificencia de las vistas que ofrecían de todo Madrid desde ese irreal Spa y sala VIP. José Miguel, sin embargo, nos hablaba de preparar oposiciones y nos pedía consejos, diciendo en un par de ocasiones: "no sé que hago aquí con dos carreras y un master". Son las grandes contradicciones de ese Madrid hiperrrico y al mismo tiempo hiperpobre, una ciudad en la que cualquier joven hiperformado, consciente de su destino -que está haciendo añicos la sirvenguenzería política de este país- te hace participe de ese gran poder que radica en su ciudad, pero que él jamás podrá ni tocar, aunque sí cuenta con el poder de guiar a dos desconocidos educados y sinceros por un lugar que poco tiene que ver con nuestro concepto platónico del mundo. Yo pasé en 2007 por allí corriendo y me dije que algún día tendría que estar en lo alto de alguna de esas torres. José Miguel, un madrileño de pro, que nació en "La Paz", que estaba a nuestros pies, me lo facilitó.
Pero amigos, en ese largo periplo intermitente y algo anárquico de salidas y llegadas, he corrido. Y he corrido bien, sorprendiéndome en ocasiones con ritmos satisfactorios y siempre con las endorfinas a flor de piel. Pero eso es otra historia de la habrá que hablar en los próximos días.
Bienvenidos de nuevo y gracias por vuestras siempre ilusionantes visitas, que en época de sequía de entradas también han sido generosas. Como siempre.