Es posible que, a nivel particular, haya llegado a cierto estado de percepción del que antes carecía (o, tal vez, no carecía sino que no priorizaba al ser uno hijo de su tiempo y circunstancias concretas). Ese estado me hace ser cada vez más sensible con el maltrato a todos los animales. Tras documentarme bastante llego a la conclusión de que esa sensibilidad es evolución. Los animales son especies distintas a la humana que conviven con nosotros, no son ni mejores ni peores, solo distintas. A nosotros, los humanos, la evolución nos otorgó una mente para pensar y razonar, así como establecer códigos éticos y reglas morales. A ellos los dotó de más olfato, más oído, más vista o más agilidad. Pero otorgar no confiere ningún privilegio sino utilizamos esas virtudes para mejorarnos a nosotros mismos y a los seres vivos que nos rodean. El hombre no utiliza bien esas virtudes, sin embargo, los animales, al basar su conducta en la intuición y el instinto de supervivencia, suelen exprimir sus virtudes al máximo. Los humanos hemos errado bastante. Nos autodesignamos la especie dominante, la que tiene derecho a destruir a las demás, pero eso no es más que otro error cultural histórico. Un error que se nos inculca al nacer: come carne, bebe leche, come pescado, dale una patada al perro si ladra, el toro nace para morir en una plaza, del cerdo hasta los andares, pisa a los insectos, mata de una pedrada a la serpiente, cazar es un deporte, los caracoles y cigalas como hay que cocinarlos es vivos en agua hirviendo...En fin, las frases hechas, los refranes y las aseveraciones relacionadas con el maltrato animal sin lugar a réplica son infinitas. Todo eso nos convierte en seres muy violentos, desde niños.
Intento reconstruir y reinterpretar todos los mensajes que llegan de la sociedad y de los hábitos de consumo y no logro conseguir nada. Por ejemplo, en estas fechas navideñas que llegan, las celebraciones no suelen ser apenas nada si no hay de por medio un animal sacrificado, ya sea de la especie terrestre, avícola o marina. Es casi imposible concebir una celebración que no disponga de un plato de un animal previamente maltratado y finalmente exterminado, que bien aderezado hace las delicias de nuestros paladales, a pesar de que no es ético ni conviene casi nunca a nuestra salud. No importa ese dolor, esos ojos que suplican camino al matadero, todo ese miedo y chillidos espeluznantes antes de ser sacrificados. Solo importa nuestra ambición y bienestar.
Leonardo Da Vinci dijo hace más de quinientos años que llegaría el día en el que se considere un crimen matar animales con el objeto de alimentarnos, pero es tan infinita nuestra obstinación que no han bastado quinientos años para que se cumpla lo que el genio italiano solía aventurar como algo que en el futuro se iba a realizar. Un genio que no falló en casi nada de lo que aventuró, falló en esto. Harán falta otros quinientos años o tal vez más.
Pero nuestra violencia no solo está en el tenedor como venía a decir Ghandi, también lo está en nuestro comportamiento diario para con los animales. Es así porque los consideramos inferiores y si es eso lo que sentimos y pensamos, nada nos impedirá maltratarlos o matarlos. Sin embargo, existe -existimos- personas que un buen día nos replanteamos todo y reparamos en la mirada de nuestros animales, nos hemos compadecido de ellos, con indiferencia de su especie y forma, hemos conectado a nivel de empatía y cósmico con ellos; y sí eso ya ha ocurrido no hay vuelta atrás. Ojalá esa empatía se extienda como un reguero de pólvora por toda la raza humana. Es posible que ya haya comenzado el proceso de transformación. No lo sabremos, quizá, hasta que pasen otros quinientos años.