El uno de octubre de 2025 me despido de Facebook tras diez años y medio ininterrumpidos. No se trata del típico calentón que todos, antes o después, hemos tenido, sobre todo cuando vemos que esta red social, igual que todas, absorbe más tiempo del debido, y tiene la extraña cualidad de que creamos que la realidad sea lo que cada día escupe cualquier red social, en vez de ver la verdadera, la verdadera, tal y como la hemos visto siempre, al menos hasta 2009, que es cuando irrumpió en España la primera red social, Facebook, precisamente.
Yo siempre fui reacio a las redes sociales. Venía del mundo del blogs, que también fue criticado y denostado por los puristas cuando apareció. Escribí cada día o casi cada día en una bitácora electrónica y dejar que las ideas, las reflexiones, las preferencias cinéfilas, musicales, deportivas o las que fueren, navegaran por el mundo cibernético pareció disparatado a mucha gente, a pesar de que lo que se escribía era, casi siempre, razonable y elaborado, currado como se suele decir, sencillamente porque los blogs estaban concebidos para la palabra y no para la imagen. Sin embargo, la aparición de Facebook y las demás redes sociales hicieron que el blog se quedara agazapado en un rincón y utilizado solo para asuntos muy concretos y especializados. La razón no era otra que las redes se habían convertido en predilectas para el público a cambio de que los mensajes fuesen más cortos, menos elaborados y, casi siempre, menos razonables. Eso fue así con Facebook, red que, al menos, te permitía escribir casi sin límite, aunque ningún experto aconsejaba escribir tochos porque nadie iba a leerlos. Para solucionarlo, aparecieron redes como Twitter, la actual X, e Instagram. En la primera, los caracteres que te permitían eran muy limitados (es decir, que podías insultar, pero con no demasiadas palabras), mientras que en la segunda, el texto se subordinaba a la imagen, que era lo importante. Hablo en pasado, porque era así cuando aparecieron, pero se puede también hablar en presente, porque es así como sigue viendo.
Tras estas redes aparecieron otras, basadas ya descaradamente en la imagen y no en la palabra, luego, estaba claro que lo que querían sus creadores (y esto seguro que también los gobiernos y las grandes corporaciones económicas) es que el usuario se viera atrapado por la siempre atractiva y adictiva imagen, y no por la palabra, que poco a poco ha ido perdiendo presencia en nuestra sociedad, en favor de la imagen. O sea, que si observamos un poco, la tendencia es cada vez más imagen (menos pensar y más consumir) y menos palabras (que exige, necesariamente, más reflexión a través de la comprensión lectora).
He de reconocer que yo llegué a Facebook por mis libros, en concreto por la publicación de mi primer libro, Conversación en la taberna y 41 relatos, y en su momento esta red social tenía más conexión con la creatividad que ahora: he conseguido buenos lectores en esta red, he de admitir. Pero los tiempos cambian y quince años son muchos años para la vertiginosa velocidad del mundo digital. No existía la IA, o al menos no existía a nivel popular, y ya existe. Y al existir para el público, se abre otro nuevo ciclo. El primero, el fundacional fue Internet en general, el segundo, quizá, la proliferación de los blogs, el tercero, la irrupción de Facebook y las demás redes sociales que le continuaron, y yo veo un nuevo ciclo con la irrupción de la IA. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que es un buen momento para alejarse un poco de todo esto para ganar perspectiva, para intentar aún, si no recuperar, al menos mantener todo lo bueno que había antes de la irrupción de todo esto, al menos las generaciones que hemos asistido al cambio.
Por eso decía al principio que la decisión de alejarme de Facebook ha sido sosegada, reflexiva y totalmente elegible. El libre albedrío es lo que nos caracteriza a la raza humana, algo que ni la IA podrá arrebatarnos.
Sé positivamente que mis libros perderán aún más audiencia (aunque tampoco las redes sociales servían demasiado para que tuvieran más), pero todo tiene un precio, y uno que encuentra en la escritura una forma principal de interpretar el mundo, seguiré escribiendo y, supongo, que, en la medida de mis posibilidades, publicando, aunque llegue a pocos lectores.
No obstante, mi página de autor continuará su curso. Es la siguiente:


