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Foto de J.A. Flores |
El pasado miércoles, trece de agosto, el grupo Medina Azahara actuó en la ciudad de Maracena con motivo de sus fiestas patronales. Me enteré de casualidad, leyendo Ideal, y me dije que no debía desaprovechar la oportunidad de volver a ver a la veterana banda cordobesa, sobre todo cuando no iba a tardar más de veinte minutos andando desde mi domicilio. Sin embargo, sabía que al ser una actuación gratuita para los habitantes de Maracena y muy barata para los que no lo eran y en plenas fiestas de una ciudad que está ya en casi veinticinco mil habitantes iba a ser una tarea algo estresante. Porque para mí siempre lo es acudir a citar multitudinarias, pero ésta lo sería aún más, supuse.
Es un grupo que ya había visto ya en varias ocasiones -incluso lo contraté cuando yo era Concejal de estas cosas en mi pueblo- y presuponía que nada iba a cambiar demasiado con respecto a actuaciones anteriores. En su contra, los sempiternos temas de siempre, con algunas incorporaciones nuevas lógicamente. A su favor: el buen directo, el emocionante directo, gracias a que atesora buenos músicos solventes, muchos de ellos premiados. Así que saqué fuerzas de flaqueza y me dirigí al buen anfiteatro de esta localidad -un acierto, oye- sitio en el que ya había visto con mis buenos amigos concejales de corporaciones anteriores a célebres artistas, algunos de ellos ya tristemente desaparecidos como es el caso de Carlos Cano.
La sorpresa fue comprobar que la entrada al recinto -con aforo para mas de cuatro mil quinientas personas, rezaba un cartel- no estaba franqueada por taquilla alguna; es decir, que era libre incluso para los foráneos. Luego, pensé, aquí se va a concentrar todo tipo de gente, al ser una actividad gratis total en el primer día de fiestas de la ciudad: personas mayores, que siempre conocen con antelación suficiente la gratuidad de los sitios, olfatos que se afinan cuando se posee una pensión ridícula y, además, se tienen a su cargo un buen número de parentela, que es algo muy común por estas tierras, dado el fuerte paro, la desintegración, etc., etc.; ésos, decía, ya estarían allí desde la puesta de sol. Pugnando en número le iría a rebufo las familias con hijos pequeños, muy abundantes, con sus carrillos de bebé cuatro por cuatro y toda la parafernalia; de cerca, les seguiría grupos de animosos amigos del pueblo que, aunque no les interesara demasiado el grupo, no iban a desaprovechar pasar un buen rato, porque a nadie la amarga un dulce y son las fiestas de mi pueblo y tal; y ya en buen número también, los verdaderos seguidores del grupo, gente venida de otros sitios de la provincia de Granada dispuesta a abonar su entrada, que importándoles un bledo lo que allí se cocía con anterioridad al concierto de su banda favorito, se iban situando en foso del anfiteatro, justo enfrente del escenario, que es donde mejor se escucha el sonido, al tener los altavoces de frente y no haber apenar distorsión. En fin, que entre unos y otros, el aforo estaba al límite, si no superado.
Lógicamente antes, que para eso eran sus fiestas, este foráneo, debió contemplar con un ojo al menos, todo un cuadro flamenco de la escuela de la localidad, supongo; pero lo que ya no esperaba -y juro que tuve que hacer de tripas corazón- era el pregón, pasadas las doce de la noche, que en teoría es cuando debía comenzar su actuación Medina Azahara. Como tampoco esperaba que antes el alcalde socialista de la localidad, con la excusa de presentar al pregonero, una persona mayor que había sido concejal de cultura y que yo conocí hacía ya bastantes años, no tuvo problema alguno en lanzar allí una arenga-mitin: que si esto ya no es pueblo, sino una ciudad; que si estamos acometiendo tal cosa y las de más allá; que todo esto es por vosotros; que disfrutéis de vuestras fiestas, en fin, yo pensé que a esas alturas ya se iba a olvidar de presentar al pregonero. Pero al final lo hizo, porque seguramente su concejal de fiestas ya le estaban dando toquecillos.
Pero, en fin, me dije, debía de admitirlo, yo allí era un foráneo al que habían posibilitado ver gratis total al grupo Medina Azahara, pagado con los impuestos de toda aquella gente que se congregaba allí. Así que me fui a por una 1925 y un pinchito, a la espera de que se fuera preparando el escenario para los cordobeses. Sin embargo, cuando regresé, el pregonero aún estaba ante el micro entonando unas coplillas y recordando cómo eran las fiestas del pueblo en su infancia, que es a lo que aluden casi siempre los pregoneros -eso sí, si son de allí, porque si no lo son siempre dirán que esas fiestas eran sus preferidas-. Me pregunté que qué diría yo si alguna vez -caso harto improbable- me llamaran y yo aceptara -cosa que dudo- dar un pregón en mi pueblo (cuando yo era concejal recuerdo no haber designado jamás a pregonero alguno; lo hacía el alcalde o alguien de la comisión). Posiblemente también hablaría de cómo eran las fiestas de mi pueblo cuando yo era niño, no me iba a poner hablar de la novela 'Los detectives salvajes' de Roberto Bolaño que estoy acabando.
En fin, entretenido como estaba con esos pensamientos tan extraños que a veces me asaltan - y que luego tengo la desfachatez de escribir aquí-, el pregonero se despidió de golpe, tras entonar una última cancioncilla y antes de lo que yo ya creía -mentalizado a que el concierto comenzaría mucho más tarde-, a eso de las doce y media de la noche pasadas, se apagaron las luces del escenario e hizo aparición Medina Azahara. Contemple algunos rostros de la gente mayor que allí permanecía estoicamente sentada con su Fanta de limón en la mesa -ellas- y su cubatilla -ellos, a pesar de tu tensión alta, Paco- y no sé por qué leí en su expresión que les hubiera gustado que hubiera seguido hablando el pregonero, que ahora iban a tener que aguantar a esos melenudos -aunque ya más que maduritos- con esa música estruendosa y tal -¿qué hubiera pasado si el grupo hubiera sido , no sé, Obús?-. Sin embargo, los rostros de los fans del grupo eran todo lo contrario, rostros iluminados e ilusionados.
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Foto de J.A. Flores |
¿Y qué decir del enésimo concierto en directo de Medina Azahara?
Me temí lo peor; temí que a pesar de la emoción que suscita su directo me aburriera como las ostras, escuchando de nuevo las mismas cantinelas de libertad propias de los primeros años de autonomía, antes de que todos supiéramos los artistas que iban a comandarla, antes de que barruntáramos la llegada de los Chaves, los Zarrías, en fin, todos esos que ahora están encausados por el asunto del latrocinio en masa y en cadena de los ERES falsos y que espero que la jueza Alaya y la providencia descubran de una puta vez la verdadera cara de esta gente.
Pero no nos perdamos del objetivo principal de esta entrada. Tras un comienzo normalito, recurriendo a los viejos temas de siempre, comprendí que el grupo, a medida que iba sumando temas al repertorio, estaba haciendo un esfuerzo innovador.
En primer lugar, con la incorporación de un nuevo batería y un nuevo bajo, al que acompañaban la guitarra del incombustuble Paco Ventura, uno de los mejores guitarristas de España, según medios especializados, y el teclado del orondo Manuel Ibañez, seis veces proclamados mejor teclista de España. Me pareció, no obstante, que la voz de Manuel Martinez no era lo preclara y potente que le había escuchado antes, pero poco a poco ésta se fue aclarando. La razón la encontré no ya en la voz -que puede que esté ya más cascada tras tantos años y bolos- sino en el sonido, que poco a poco fue mejorando.
Pues, oye, que aquello se fue animando y ganando en calidad. Porque a pesar de que el grupo cordobés no introducía temas nuevos, sí que la forma de tocarlos y la puesta de escena era francamente atractiva, tanto en instrumentalización, luces, y multimedia. Aquello, en verdad, fue ganando enteros, por lo que me dije que la veterana banda había comprendido que no podía ir por los escenarios de España y también de latinoamérica haciendo siempre lo mismo. Se percibe sin duda la mano de algún productor con ideas modernas y renovadas porque por allí sonaron 'sólos' de todos sus instrumentalistas, alargues de notas musicales, improvisaciones, cierres de temas con elementos distintos a los ya conocidos. Sí, era otra Medina Azahara, a pesar de que seguía siendo la misma.
Por tanto, dos horas de concierto, amenísimo a partir de la última hora y la gente -no sé si los mayores y las mamis con sus hijos en el carrito cuatro por cuatro- solictando otra y otra, algo que esta banda atiende largamente.