Como sabe todo el que pasa por aquí de manera asidua u ocasional, me encanta correr. Es más este blog, que es el que ha ido recogiendo las cenizas de los dos anteriores, tuvo su origen en todo lo relacionado con las sensaciones, experiencias y aventuras personales que me inspiran este noble deporte. Pero jamás he llorado o me he emocionado de manera singular cuando he cruzado la meta de una de esas pruebas que exigen sacrificio, voluntad de hierro y una condición física más o menos adecuada, tipo maratón, carrera de montaña -tipo Huella del Búho- o la mismísima Subida al Veleta.
Todo lo más, me he sentido satisfecho, contento, fiel a mi mismo por haber cumplido lo que me propuse, pero jamás he derramado una lágrima como sí dicen que derraman muchos, cosa que yo he visto con mis propios ojos.
Seguramente que todo dependerá de la forma de ser de cada uno y, también, de todos los remolinos sentimentales que haya arrastrado el gesto épico; todo lo que ha conllevado el entrenamiento, el abandono de la familia, de los amigos, de muchas obligaciones, la negación de otros placeres o, simplemente, la cantidad de tiempo empleado en entrenamientos, bajo el sol, la lluvia o la nieve. Sí, dependerá de todo eso. Pero, como todo hijo de vecino, también servidor ha pasado por esto cuando me he propuesto participar en una prueba, y jamás he derramado lágrima alguna.
Eso sí, cuando he acabado alguna de estas pruebas, la satisfacción por haberlo hecho me ha ofrecido mucho bienestar y el placer de saber que voy a saborear todo eso en los siguientes días. En mi caso, también ha habido un incentivo, poder contarlo aquí, como he hecho con casi todas las pruebas en las que he participado.
Pero veamos, por partes y a grandes rasgos, lo que he ido experimentando tras cruzar la meta de las grandes citas en las que he participado, que tampoco han sido demasiadas.
Mi primer maratón
Fue el de Madrid y me inscribí sin apenas pensarlo y gracias a mi paisano Mario. Es curioso: en todas las pruebas duras e importantes me inscrito sin pensarlo demasiado. Y por eso me he inscrito.
Cuando me vi corriendo por las calles de Madrid -ciudad que me encanta- me sentí muy bien. Pero no tanto cuando las piernas se negaban a ir más allá del kilómetro treinta y ocho. Sin embargo, a pesar de todas esas circunstancias encontradas, cuando llegué a la meta en el Retiro, no me emocioné. Tan sólo escuché decir a Mario: no sé si sentarme o tirarme al suelo.
Mi segundo maratón
Fue el de Sevilla y fuimos unos cuantos integrantes del antiguo grupo de Las Verdes.
Casi todo el mundo decía que era emocionante salir y llegar del Estadio Olímpico de La Cartuja, y a pesar de que a mí pareció interesante y visualmente atractivo, tampoco sentí una emoción especial cuando salía o llegaba. No negaré que en este maratón experimenté también la satisfacción de saber que llegaba muy entero y que lo había acabado. Enseguida me reproche no haber sido más ambicioso.
Primera Media Maratón de Montaña de la Ragua
Destaco esta prueba porque es también bastante especial. La hice en dos ocasiones. En la primera me sentí mísero por no haber sido capaz -más a nivel psicológico que físico- de llegar corriendo. En la segunda me propuse llegar corriendo hasta meta y eso me hizo sentir muy bien. Era la primera vez que hacía algo duro en altura y esas sensaciones fueron nuevas, distintas. Pero tampoco se me derramó lágrima alguna. Tan sólo tenía ojos para abalanzarme hacia el puesto de sandías que había nada más llegar a meta.
Subida al Veleta
No diré -ni creo que nadie me lo iba a permitir- que llegar hasta allí arriba no fue algo especial. Pero de ahí a derramar lágrima alguna hay un abismo. Y eso que contemplé con mis propios ojos que la mayoría de los que llegaban lo hacían. Incluso hubo quien daba gritos de alegría y emoción o se arrodillaba besando las altas piedras. De hecho, un conocido corredor que había llegado un poco antes, me esperaba con emoción y nos acabamos abrazando. Lo hice más por cortesía que por emoción.
En cambio, yo sentí un sabor agridulce. Muy contento por llegar, pero al mismo tiempo algo cariacontecido por no haber podido correr más tiempo por mor de los abductores. No obstante, sí tengo que admitir que fue algo especial, principalmente porque sabes que llegar hasta allí no es nada fácil y que muchos corredores ni tan siquiera lo intentan. Yo fui osado y estoy satisfecho por ello.
Mi primer trail
El de Fonelas de hace un año. En realidad, no se trata de un trail en estado pudo y eso lo he podido comprobar este año tras correr 'La Huella del Búho'. Aún así, me pareció algo especial porque era la primera vez que corría por este terreno. Tampoco derramé lágrima alguna, por supuesto.
Mi primer trail verdadero: 'La Huella del Búho' de Colomera
Como muchos sabéis el treinta del pasado agosto corrí este trail de treinta kilómetros y seminocturno. Y no, tampoco derramé una lágrima. Pero llegar a las calles de Colomera en noche cerrada, sabiendo todo lo que había sufrido en la prueba me produjo una sensación especial. A los pocos minutos vomité y me sentí confuso, pero esa noche, en la que no podía conciliar el sueño -no por la emoción sino por el cansancio- comencé a comprender que había sido algo muy distinto y especial. Con el paso de los días, me sentí muy bien por haber corrido una prueba de este tipo por primera vez y esa en particular y me dije a mí mismo que tenía que repetir. Pero no sé si lo haré.
Sin embargo, es curioso cómo en pruebas de las denominadas normales, sin nada especial que destacar en ellas, he llegado a meta con sensaciones muy parecidas a emociones sinceras de felicidad, aunque, lógicamente, tampoco haya derramado lágrima alguna.
Cosas del alma humana.