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10 agosto 2015

CIRCUITO PINOS PUENTE- OLIVARES- PINOS PUENTE, COMENTARIO DE UN ENTRENAMIENTO FALLIDO.

Cuando tengo previsto hacer un entreno duro y largo, lo suelo planificar el día anterior. Veo los pros y los contras del terreno, la temperatura que se puede alcanzar, la hora de salida (en verano, básicamente para evitar las horas de temperatura más alta; en invierno, primavera u otoño me da más o menos igual), las zapas más adecuadas para el terreno, la ropa técnica, llevar o no llevar correa de hidratación, ingerir más hidratos o menos, pero aún así, no las tengo todas conmigo. Principalmente por dos motivos: Uno. Porque algunos aspectos planificados se caen del programa. Dos. Porque a pesar de la rigidez con la que planifico la ruta, siempre es posible hacer algunos cambios, en función de cómo me vaya encontrando.
Y algo de eso pasó en el pasado entrenamiento del sábado, ocho de agosto. Cayeron cosas del programa y opté por hacer una ruta, que debí haber acortado dadas las circunstancias. Explico. 
De todo lo planificado, cayeron varias cosas. En primer lugar, la hora de salida y el cálculo incorrecto sobre la temperatura. Lo de la hora lo suponía, porque a las tres y media de la madrugada tenía aún los ojos bien abiertos engolfado en capítulos de la fascinante y adictiva serie francesa Braquo; sin embargo, erré con lo de la temperatura llevado por ese viernes vespertino medio tormentoso y caída hipotética de las mismas. De hecho, el sol no me acompañó apenas a lo largo de los 21 kilómetros de circuito pero estaba ahí, tras las nubes, provocando una calina casi irrespirable en muchos tramos. Esa fue una de mis tumbas y el por qué le llamo a este entrenamiento fallido. A ello hay que sumar lo inoportuno de haber optado por la ruta menos adecuada. 
Cuando comienzas una ruta casi nunca sabes cómo vas a estar unos kilómetros más adelante. En ese aspecto hay muchas sorpresas y me las he llevado todas. Desde salir como una tortuga de ochenta años y llegar como una liebre joven; o bien, salir como una liebre joven y llegar como una tortuga de ochenta años. Así que en ese aspecto no suelo detenerme demasiado. No obstante, a los ocho, diez o doce kilómetros de ruta ya sí es posible vaticinar con bastante exactitud cómo vas, que es justo el momento en el que debes de tomar la decisión de acortar o alargar el circuito. 
Cogí el camino mozárabe, el cual discurre más arriba de la zona de los cementerios de Pinos Puente y a pesar de las dificultades de éste -principalmente en los primeros cinco kilómetros y medio-, me encontraba moderadamente bien. No había ausencia de fuerzas ni piernas cansadas. Así que me dije, que cuando llegara al punto en el que debía de tomar la decisión de volver por el mismo camino o alargar hasta Olivares, siguiendo la carretera que une esta población con Colomera, tomaría la decisión adecuada. Ese punto kilómetro es el ocho y medio. Pero en vistas de lo que ocurrió posteriormente, no tome la adecuada. Decidí seguir hasta Olivares sin valorar en profundidad varias cosas importantes a saber: Una. Malas sensaciones en esa dura recta empinada final hasta llegar a la carretera, que fue como un aviso de falta de fuerzas. Dos. No prever en su justa medida que aunque apenas había sol la calina del nublado era más mortífera que el propio sol cayendo en picado, provocando una sensación de humedad parecida a cuando correr en lugares de costa. Tres. Haber cometido dos errores alimenticios: ingesta de hidratos demasiadas horas antes de la ruta (hidratos, además, de mala calidad, por cierto -pizza-) el día anterior y mal calculo del líquido portado a pesar de haber pasado por dos fuentes públicas. 
El resultado final no podía ser otro que catastrófico: me quedé sin fuerzas antes de llegar al Cortijo de Enmedio, faltando aún cinco kilómetros y medio para llegar a Pinos Puente. 
Subí con relativa solvencia la cuesta que une Olivares con el Cruce con Tiena, pero a partir de ahí, el liquido se fue acabando y el poco que había no estaba ya en condiciones de ser ingerido, a pesar de que había dormido en el congelador toda la noche. Así que los últimos cinco kilómetros fueron un arrastrarse por la carretera, debiendo alternar andar con correr. Exactamente eso me ocurrió en la última Media Maratón de Motril, casi por las mismas circunstancias.
Por suerte, el tramo que une Olivares con Pinos Puente, salvando algunas zonas, es benigno. Existe una continua leve bajada hasta el Cortijo de Enmedio y a partir de ahí el terreno no es demasiado complicado. Aún así, procuraba andar en las bajadas y correr en las subidas para no perder tono muscular, pero eso cada vez era más complicado. 
Normalmente este tipo de malas sensaciones, días antes de una prueba dura, no es demasiado ventajoso para la psicología de un corredor. Ahora bien, en mi caso, no suelo hacer un drama donde no lo hay. Entrenamientos nefastos como éste los he tenido a montones, lo importante es siempre racionalizar las causas, porque si estás entrenando bien y sumando kilómetros, siempre ha de haber un por qué de estos días fallidos. Lo importante es conocer ese por qué y erradicar esas causas, a pesar de que no todo se puede controlar en esto de correr. Sencillamente, hay días en los que el organismo no responde y otros en los que sí. Todo corredor que se precie debe contar con eso. 
Quería contarlo aquí, porque servirá para otros y también para mi mismo, ya que con el paso del tiempo estos artículos suelen ser esclarecedores por su utilidad didáctica.  

Pongo aquí algunas fotos tomadas en esta misma una ruta hecha anteriormente en bicicleta: 


Plaza de Olivares, con su fuente de agua fresquísima. Foto de J.A. Flores.

Bajada de Olivares hacia Pinos Puente, antes de llegar al Cortijo de Enmedio -aún en término de Moclín-. Al fondo ya se aprecia el Piorno y los picos de Sierra Elvira. Foto de J.A. Flores.

Cuesta de Olivares anterior al Cruce de Tiena. Al fondo Olivares y su Barrio Alto. Foto de J.A. Flores.

Búcor (ya en término de Pinos Puente) Foto de J.A. Flores.

01 agosto 2015

RUTA CALLE ANCHA DE PINOS PUENTE-CAMINO MOZÁRABE-URBANIZACIÓN LOS CORTIJOS-CALLE ANCHA (19 KILÓMETROS)

Las fotos que veréis a continuación corresponden a una ruta grabada parcialmente con la cámara deportiva SJ4000. Una ruta de 19 kilómetros que ha transcurrido prácticamente por caminos entre olivos (apenas 4 kilómetros de asfalto). La ruta salía desde la C/ Ancha de Pinos Puente, en la parte alta del pueblo, cogía el camino de Caparacena y lo dejaba inmediatamente para coger el denominado Camino Mozárabe (que también se utiliza como ruta del Camino de Santiago). Casi siete kilómetros más allá, hay que estar atento para coger otro camino similar, también entre olivos, que nos lleva hasta la Urbanización Los Cortijos-La Ribera, pasando por la Escuela de Vuelo para conectar con la carretera que une el Pantano del Cubillas con Caparacena y Pinos Puente. No obstante, dejé pronto esta carretera para conectar de nuevo con otro camino de olivos, que era de lo que se trataba en este entrenamiento y, posteriormente, volver a salir a la Carretera de Caparacena y llegar de nuevo a Pinos Puente. 
He seleccionado un buen número de fotos que irán acompañadas con un breve texto. Decir que ha sido duro, no sólo por el terreno y el número de kilómetros, sino por el hecho añadido de ir grabando el recorrido parcialmente. No obstante, eso lo suelo hacer en determinadas rutas y, lógicamente, una sola vez, porque es duro ir sacando la cámara -por pequeña que sea- conectarla, grabar y volver a guardarla...y todo eso en ruta.  

Son las las 9,30 horas de la mañana del 1 de agosto y comienza la ruta. El sol ya avisa que no habrá tregua.

Acabo de entrar en Camino Mozárabe. Polvo y olivos será lo único que veré a lo largo de muchos kilómetros.

Comienza la primera dificultad importante a los 1300 metros de iniciada la ruta. No hay problema porque las fuerzas están aún intactas.

La segunda dificultad en el tercer kilómetro es de las más importantes. La cuesta impone. Me escudaré a la derecha buscando algo de sombra.

Vuelvo la vista y vez lejano el Cerro de los Infantes. Viéndolo desde aquí se comprende la estrategia de los pueblos que lo habitaron dada su situación privilegiada que permitía dominar todo el terreno que le circundaba.  

En el kilómetro seis ya se aprecia a lo lejos la localidad de Tiena, perteneciente al término municipal de Moclín...

.....Y si se aprecia Tiena, también es fácil ver algo de Olivares, que apenas permite ver sus casas más altas, ya que el pueblo está escondido en la falda de la sierra.  

Sin embargo, si se aprecia bien el Castillo de Moclín, con su iglesia adosada a sus pies. Esta fortaleza fue una de las más importantes del Reíno Nazarí ya que dada su altura era fácil controlar la entrada de tropas enemigas. Además, desde ella era posible comunicarse a través de espejos o fuego con las principales del Castillo de la Mota de Alcalá la Real (Jaén) y la Alhambra de Granada. Entre todas éstas existía -y existe- todo un complejo sistema de torreones auxiliares, entre los que se encuentra el Torreón de Albolote.   

Cabo de dejar el Camino Mozárabe y me dirijo hacia la Escuela de Vuelo. El sol aprieta, tal y como refleja la fotografía. Voy camino del kilómetro nueve de la ruta.

Aquí podríamos decir que tenía el mundo a mis pies, dada la redondez de la imagen. Al fondo ya se aprecian los picos de Sierra Nevada.

El calor ya se va notando camino del kilómetro 10. No obstante, en ocasiones aparecía una suave brisa, que es mucho pedir si corres entre olivos.

Cuando llego a esta zona intento no mirar al frente, porque aunque parezca una broma, hay que subir aquella endiablada cuesta del final. El sol vigila lanzando sus rayos de fuego.  

Superado el kilómetro 10 pude ver la cara norte de los picos de Sierra Elvira y el Piorno. Eso significa que nos vamos acercando poco a poco al final, no obstante aún quedan nueve kilómetros.   


A la hora de iniciada la ruta, me topo con la Escuela de Vuelo y el comienzo de la zona asfaltada.

Unos kilómetros más adelante entro en la Urbanización Los Cortijos-La Ribera. Altas y lujosas casas con el Piorno de fondo. He superado el kilómetro 12 de la ruta. Ya sólo faltan siete.  

La Avenida Paraíso es enorme. Si estuviera en cualquier capital podría casi atravesarla de punta a punta. Esta avenida me dejará en la carretera que une el Pantano del Cubillas con Caparacena y Pinos Puente.

Ya he superado, por fin, la avenida y conecto con la carretera que me llevará a Pinos Puente, no sin antes volver a entrar a otra zona de olivos. En el margen superior derecho de la foto, un pájaro grande alza el vuelo y me saluda.


Como decía, vuelvo a entrar en otra zona de olivos. Por tanto, no pasaré por Caparecena, que no suelo evitar cuando no llevo agua, pero en esta ocasión sí llevo. Se trata del Camino de Santa Rosa. 

El sol cae sobre mi cabeza, pero es algo que tengo asumido.

Ya estoy en pleno camino de Santa Rosa y y he superado el camino 15 de la ruta. La buena noticia es que aún me quedan fuerzas. Más me vale.

El Camino de Santa Rosa ofrece algún respiro. Un poco más adelante el terreno se volverá a complicar. 

Ya lo dije: este terreno no da tregua.


En esta zona, el camino casi desaparece. La única opción es correr entre piedras intentando imaginarte el camino. Eso es complicado, principalmente, porque también hay una dura subida. Ya son casi las 11,20 minutos y el calor ya aprieta más fuerte.   

Superada la subida anterior, el camino se desliza hacia abajo buscando la carretera que une Caparacena con Pinos Puente. Un poco de respiro no viene nada mal a estas alturas. No obstante el camino está tan roto que cuesta correr por ahí. El Piorno ya preside toda la ruta.

Ya he dejado los olivos y corro por zona de asfalto. Estoy a punto de comenzar la subida de la conocida por los lugareños 'Cuesta de los Muertos' y a punto de entrar en el kilómetro 18 de la ruta.   

Comienza la subida. Esta cuesta siempre es dura. No demasiado larga pero sí intensa, y mucho más si ya llevas un montón de kilómetros en tus piernas y son las 11,32 horas de un 1 de agosto. 



Ya atisbo la llegada. Eso ofrece mucha satisfacción, algo indescriptible. Más satisfacción a más dura sea la ruta. 

Pocas veces se alegra uno de ver al fondo la Calle Ancha, no sólo porque nací en ella, sino porque ya estoy detenido y descansando. Misión cumplida.

30 noviembre 2014

DE MUCHAS COSAS EN GENERAL Y DE NINGUNA EN PARTICULAR

Como habéis podido comprobar, esta esforzada bitácora ha estado muy parada toda la semana pasada, pero ¡qué nadie piense que desaparece ni nada por el estilo! Sencillamente, he estado con otras cosas, pero no alejadas del mundo de las letras. Y es que estamos preparando la publicación del que será mi primer libro de relatos, cuyo título  será 'Conversación en la taberna y 41 relatos'...pero ya hablaré de él en su debido momento, que aún no hay fecha definitiva de publicación. Lo único que es seguro es que tras mantener conversaciones con distintas editoriales, finalmente lo publicará una entusiasta editorial de Alcoy, denominada Luhu Editorial. Espero que todo vaya bien y poder seguir publicando con ellos otros proyectos que tengo a punto de acabar o en proyecto. Pero de todo eso hablaré en su momento.
Pero a pesar de estar liado con todo esto -que exige tiempo y disciplina-, estoy corriendo más que nunca. Miento: no más que nunca, pero sí más que en los últimos meses. Y eso a pesar de que la luz natural se va en un pis pas y que, en ocasiones, la climatología no ayuda. Pero me está siendo fácil últimamente hacer kilómetros, arengado quizá por la Media Maratón de Antequera del pasado domingo, 23 de noviembre, a la que me alegro haber asistido porque, como suponía, iba a suponer una especie de punto de inflexión en mis entrenamientos. Y así ha sido.
El pasado sábado volví de nuevo a la rutina de las tiradas, alcanzando una de dieciocho kilómetros, que es algo que no había hecho en bastante tiempo. Por tanto, entre la tirada del sábado y el sabroso entrenamiento del pasado jueves -como conté en el margen derecho- ya he completado un total de treinta kilómetros. Por tanto, hoy domingo, último día de noviembre, haré en torno a los once o doce kilómetros, acercándome o cumpliendo mi máxima del maratón semanal, algo que últimamente tampoco cumplía.
Porque llegan unas fechas golosas, esas en las que, por mucho que te controles siempre acabas por ingerir más calorías de las que debieras o de las que, sencillamente, 'quemas', por lo que hay que tener mucho cuidado con lo que se ingiere. Mejor siempre probar para no sucumbir al pecado que ignorar las tentaciones, porque está claro que lo que se ignora o reprime se convierte en un tabú.
Por eso, siempre entreno en Navidad. Por eso y porque me gusta correr en esta fecha, saboreando ese color especial del cielo que produce la pronta huida del otoño y la entrada del invierno. De ahí que cuando he estado lesionado en estas fechas no he podido sentirme algo frustado.
Por tanto, nada mejor que entrenar pero también afinar mucho el oído ante posibles desajustes en nuestro sistema músculo-esquelético. Porque, como todos sabemos, prevenir y ser prudente siempre es mejor que estar postrado sin poder correr. De hecho, mientras escribo tengo posadas sobre mis rodillas un gel frío -por muy poco llevadero que sea en estas fechas-, y todo porque en el entreno de ayer las sentí algo doloridas y cansadas.
Consideré como muy probable que eso se debiera a varios factores, siendo uno de ellos el desgaste de las últimas zapas con las que he corrido. Sin ir más lejos, ayer recuperé de nuevo las Joma Hispalis, que había comprado ya hacía tiempo. No corría últimamente con ellas, pero decidí darles una última oportunidad. Ya había notado en entrenos anteriores que algo en ellas no iba y, ayer, en el entreno largo comprendí que habían llegado al final de su ciclo. Así que ya están jubiladas de forma definitiva. Esas jubilaciones podrían ser más precisas si yo fuera constante y anotara los kilómetros que hago con las zapas, pero soy perezoso para esto y siempre acabo por calcular los kilómetros 'a ojo de buen cubero', lo cual es siempre un riesgo. Finalmente, determino que una zapa ha llegado a su fin cuando no corro cómodo con ellas o observo que cuando las calzó acabo tocado, pero eso siempre es muy peligroso. Es más, en el pasado he llegado a lesionarme por no tener en cuenta eso.
Así que ya toca ir buscando algo en el mercado el que, por cierto, cada está más complejo y caro, en cuanto a elección de zapatillas se refiere. De ahí que haya que buscar las opciones que da Internet, los descuentos y las rebajas, es decir, que parezca un 'black friday' permanente.      

FOTOS DE OTOÑO (30/11/2014)

Adentrarme por ese camino que conduce al antiguo Cortijo de las Cruces, siempre me parece emocionante. Todo en este lugar parece lejano y cercano al mismo tiempo (Foto de J.A. Flores) 
Unos minutos antes yo venía corriendo desde ese camino del fondo a punto de acabar mi ruta de 11 kilómetros, pero no había observado la majestuosidad de las imágenes otoñales hasta que las captó la cámara (Foto de J.A. Flores)

Esa larga recta, jamás me ha desmotivado, gracias a las agraciadas vistas que pueden observarse.
Alitaje presentaba un tono oscuro, otoñal, pero al fondo El Pîorno, presentaba este claro color de sol, que aún siendo otoñal parece primaveral, tan sólo perturbado por el claroscuro de la nube que posaba cerca de su pico (Foto de J.A. Flores)  



   

01 octubre 2014

TÉCNICAS PARA ALEJAR LA RUTINA Y OTRAS COSAS DEL CORRER

   El último entrenamiento del mes de septiembre ha servido para volver a coger el frontal, además de para hacer diez kilómetros y medio excelentes. En pocas ocasiones había encontrado tan plácida la Vega: el sol poniéndose, nada de calor, nada de frío, nada de aire, casi nadie de gente, ni de vehículos. Mirabas para atrás y veías el largo camino solitario y ya casi oscuro, levemente regado aún de la lluvia caída los días anteriores. E intentabas imaginarte a ti mismo corriendo (a esa retroalimentación llegamos a veces los corredores), incluso a vista de pájaro y las plácidas sensaciones eran más especiales.
   Devorando kilómetros con facilidad. Adentrándome en caminos estrechos que provocaban que la visión cambiara. Si el camino viraba al norte, el sur lo veías frente a ti; pero si el camino viraba al este, perdías de vista el sur de manera momentánea. Ha sido gozoso. Y nuevo. 
 
Cruce Carretera de Tiena-Olivares. Al fondo, el histórico Cerro de
Los Infantes. Comienzo de ruta de entreno del sábado (Foto de J.A. Flores)  
 Últimamente utilizo con frecuencia una técnica, que no es nueva. Resulta que a estas alturas casi conozco todos los tramos de un área concreta, pero si esos tramos los altero, los uno de forma distinta, el resultado es un recorrido nuevo. En ocasiones, incluso, dejo el coche en un lugar determinado de la ruta y la recorro a la inversa o recorro un trozo y lo uno con otro. Por ejemplo, el pasado sábado corrí por una ruta que en un momento volvía a pasar de nuevo por el sitio donde estaba aparcado el coche. Y esos cambios que parecen insignificantes, en realidad no lo son. Te alejan de la rutina, que es la esencia de la persistencia, esa que acaba por devorarlo todo. Cuando sueles correr solo, has de utilizar estas técnicas, ya que la mente necesita cambios y novedades. 
Por tanto, hay que vencer a la rutina tanto en la vida diaria y en las relaciones personales, como en asuntos tan aparentemente alejados de éstas como es correr. Esos pequeños cambios nos van a posibilitar seguir corriendo durante mucho tiempo, porque nada hay más tedioso que repetir siempre la misma ruta -o, no sé, cepillarse con el mismo cepillo los dientes-, a pesar de que nos ofrezca ciertas ventajas en cuanto al conocimiento milimétrico del terreno.   

CON EL FRONTAL EN LA MOCHILA

Decía que hoy he vuelto al frontal. El sol se pone cada vez antes y es fácil que nos coja el manto de la noche en mitad de una ruta si corres por la tarde. Por eso, desde que compré este aparato para el Trail de 'La Huella del Búho', siempre va en la mochila, junto a las gafas, los apósitos de ampollas, el protector solar, la crema calentadora...Ya forma parte de esa pequeña colección, porque nunca sabes cuando vas a tener que utilizarlo, principalmente, ya digo, en estos meses que se avecinan en los que la noche ya gana al día. 
   Para llevarlo encima, y no estorbe para correr, he encontrado una solución perfecta:  lo coloco en la frente y, simplemente, le doy la vuelta. Es decir, el foco va en la nuca y la cinta me sirve como elemento válido para que absorba el sudor de la frente y no llegue hasta los ojos. Actúa como cinta de tenista. De manera que cuando lo necesito conectar, basta con darle la vuelta. Otra opción es llevarlo en el cuello, como si fuera un collar. No es molesto porque apenas pesa unos cientos de gramos.
   Y eso es lo que he tenido que hacer hoy: darle la vuelta en los últimos dos kilómetros, básicamente, para no entrar en los charcos del camino, que aún estaban repletos de agua por la lluvia de los últimos días. De esa manera, el frontal ya es un amigo más, como el GPS, las gafas, la ropa técnica, las zapas...   

15 septiembre 2014

EL TEATRO ROMANO DE CARTAGENA

Foto de J.A. Flores

















Si hubiera que destacar algo extraordinario en los últimos lustros en materia de arqueología, ese algo sería el caso del Teatro Romano de Cartagena. 
La ciudad portuaria vivió hasta 1988 sin nociones concretas de la existencia del teatro, a pesar de que estudiosos de la historia de Roma y la arqueología antigua barruntaban la posibilidad que existiera al ser Carthago Nova una de las ciudades más importantes de la España romana en el periodo anterior y posterior a la supuesta irrupción en el mundo de Jesucristo. Existía mucha lógica para pensar de esa forma, básicamente porque esta ciudad de antecedentes íberos fue la elegida por las huestes de la civilización púnica para implantar en la antigua Hispania la capital de su imperio ubicado inicialmente en el norte de África -actual Túnez-, el cual fue destruido por el más avanzado y poderoso ejército romano dirigido por Escipión, llamado el Africano, dando lugar a lo que se conoció como las Segundas Guerras Púnicas. Pero, en fin, esa es otra historia, si bien no ajena a lo que ocurrió con este majestuoso Teatro Romano de Cartagena. 
Decía, que la ciudad vivió hasta 1988 sin nociones de su existencia. Ese mismo año, unas prospecciones arqueológicas en el solar de la Casa-Palacio de la Condesa Peralta pusieron sobre la pista a los arqueólogos, gracias a la existencia de estructuras arqueológicas divididas en capas que sugerían mucha importancia. Dos años más tarde, se encontraron los primeros restos del Teatro Romano, el cual pudimos recorrer hace unos días.
La gran pregunta que se hicieron los expertos y que nos hacemos todos es cómo un elemento arqueológico tan enorme -tenía capacidad para 7000 espectadores- y en lugar tan céntrico y alto del centro de la ciudad ha podido estar escondido durante tantos siglos. La razón, una vez explicada y leída, es más fácil de comprender. 
Foto de J.A. Flores
Construido a finales del Siglo I a. C., fue abandonado a medida que las sucesivas civilizaciones fueron apoderándose de la antigua ciudad de Cartagena. Ni bizantinos, ni visigodos, ni árabes, ni cristianos hicieron gran cosa para mantenerlo a vista de todos, más bien al contrario. Bizancio construyó en su solar un mercado y los árabes un barrio. Y una vez expulsados éstos y tomado el control por los cristianos, el Teatro Romano sirvió de solar parcial para la construcción de la conocida como Catedral Vieja. Bajo sus muros y bajo las humildes casas de un barrio de casas pequeñas y modestas estuvo durante siglos sumergido esta gran obra arquitectónica y así ha sido hasta hace poco. ¿Curioso, no?
Por suerte, a día de hoy se ha podido recuperar y restaurar casi por completo, aprovechándose asimismo el Palacio Pascual de Riquelme y un corredor arqueológico bajo la Iglesia de Santa María -la Catedral Vieja- para unir el Museo del Teatro Romano, diseñado por Rafael Moneo, y el Teatro en sí. 
Todo un descubrimiento que no pudimos disfrutar en nuestra primera visita en 2007 a esta magnífica ciudad portuaria de la Comunidad murciana. Por aquel entonces, el Teatro estaba en pleno proceso de restauración y el Museo aún no estaba construido y por eso mismo la ciudad era muy distinta a la que hemos descubierto. Tendrán que decirlo sus moradores, pero la ciudad ha evolucionado gracias, entre otros aspectos, a la apertura del Teatro Romano, al que acompañan maravilllas arqueológicas romanas y púnicas, como son, entre otras, el fastuoso barrio del foro romano molinete y el resto de la muralla púnica, respectivamente. 

Curiosamente, tenía muchas ganas de visitar este Teatro Romano desde que vi hace un par de años la película de Alex de la Iglesia -una de las peores que el buen director vasco ha dirigido-, 'La chispa de la vida'. Y es que ésta se filmó durante la construcción del Museo del Teatro y la restauración del Teatro Romano, debiendo de hacerlo de noche y de madrugada para no entorpecer las obras. 
¿Recordáis al humorista José Mota unido a una tabla por la cabeza por medio de un clavo, sin poderse mover, robando todo el protagonismo de la inauguración al encolerizado alcalde, protagonizado por el desaparecido Juan Luis Galiardo?       

24 agosto 2014

EN OCASIONES VEO RUTAS

Acostumbro a reencontrarme con caminos y veredas por las que habitualmente corro. Las hago en coche, en moto, en bici e, incluso, cuando no he podido correr, andando. Las observo desde otra óptica distinta pero las reconozco. Es un juego emocionante comprobar que por ahí has pasado un día antes o hace una semana. En lugares recónditos y de poco tránsito he podido reconocer mis pisadas y eso añade más emoción a la cosa.
En ocasiones, las recorro de forma intencionada para comprobar desde otro punto de vista la inclinación, la distancia u otros factores, pero en otras me he topado con ellas de forma casi involuntaria y al verlas de pronto me ha costado reconocerlas. 
Cuando observo esas rutas, que bien pueden ser carreteras locales o comarcales, caminos agrarios, veredas o, incluso, caminos entre olivos, siempre las percibo mucho más duras que cuando corro por ellas. Seguramente se deba a la perspectiva con las que las observo. Cuando penetras en ellas corriendo no tienes esa perspectiva que sí te ofrece verlas a bordo de algún vehículo. Sencillamente cuando corres te adentras en esas rutas sin pensar demasiado en la dificultad. A mí me vale percibirlas de manera fragmentada; es decir, jamás me obsesiono por la distancia de una ruta, todo lo más -como no podría ser de otra forma- planifico el entrenamiento y sé la distancia y la dificultad que voy a recorrer, pero no acostumbro a introducir pensamientos negativos en mi mente del tipo: es demasiada distancia, no voy a poder hacerla entera, me voy a cansar demasiado, me va a coger el calor -o la lluvia o el frío- en la ruta...nada de eso me planteo, sencillamente doy el primer paso y ya está. 
También hay que decir que uno ya tiene sus tablas y sabe perfectamente el rendimiento que va a dar; sabe que ya ha hecho esas rutas o similares y que las ha acabado bien. Además, hay que decir que siempre hay que tener un gramo en el bolsillo de atrevimiento, osadía y de cierta locura. Si no fuera así, no seríamos esforzados corredores.

De eso se trataba cuando el domingo a mediodía cogía la moto y me sumergía por carreteras locales para atisbar la parte final -que no conocía, como no conozco nada de la ruta- de la dura prueba que espero correr el próximo sábado. Una de las escasas partes por las que puede penetrar un vehículo de motor. Entré por el pequeño pueblo de Olivares y llegué hasta este bonito e histórico pueblo de la comarca de Los Montes Orientales (Granada), cuya dirección de su castillo árabe se puede leer en las señales informativas,  localidad  en la que comenzará y acabará la ruta de treinta kilómetros: 

(Foto de J.A. Flores) 

04 agosto 2014

IRIHS, EL PAÍS DE LOS CELTAS (II)

Zona The Temple (Foto de J.A. Flores)
A poco que observe, el viajero descubre pronto que en Dublín hay mucha vida, animación y posibilidad de empleo. Eso lo aprecia rápidamente. Tan rápido como aprecia que es una ciudad bastante sucia al no existir una concepción diaria de la limpieza, pero al mismo tiempo plagada de grandes avenidas, grandes parques y bonitos puentes sobre el río Liffey, que atraviesa la capital del país. Asimismo comprobará que son abundantes los enormes y bellos edificios neoclásicos. Una ciudad con bastante impronta europea. Y también muy joven, una de las más jóvenes de Europa si consideramos los datos oficiales. Eso hace que la ciudad se vuelque a la calle buscando animación, básicamente a la zona de The Temple, lugar de marcha, diversión y comidas, repletos de pub con música tradicional en vivo. El pub más famoso es el que da nombre al barrio. Cuando te cuentan que en uno de estos sitios puedes pedir tu pinta de  Guinness, O'Hara's, Murphy's, Smithwick's  -hay que intentar probarlas todas, pero eso no es fácil-, entre otras, escuchar la música o contemplar sus danzas y sentirte un irlandés más es totalmente cierto. A eso ayuda que el carácter irlandés lo posibilita al ser sociables y atentos con el de fuera. Porque a pesar de que son gente por lo común bebedora, se suelen portar (bueno, hay excepciones como en todas partes) y los jóvenes parecen apegados a sus tradiciones. De ahí que la convivencia en los pub sea para el irlandés medio una forma de entender la vida y las relaciones sociales. 

     

(Foto de J.A. Flores)
  Porque beben hasta extenuarse. No en vano la marca de cerveza más famosa del mundo es de allí y también una de las más famosas de güisqui, el buen Jameson. ¿Y por qué beben tanto?, creo que llegué a preguntar a alguien. Porque es un pueblo que ha sufrido mucho, me contestan. Supongo que también por el clima, supuse internamente. Y no es que el frío sea gélido como lo es en otros lugares de Europa, pero lo hace y, además, está el aire y la sempiterna lluvia. De hecho, no ver un paraguas retorcido y doblado por alguna de las calles de Irlanda es difícil, lo que hace preguntarte el por qué la gente no invierte en buenos paraguas británicos en vez de comprarlos baratos a cualquier proveedor chino, el cual, supongo, se estará poniendo las botas.

    Todo, se ha de suponer, conforma el carácter y los hábitos de los habitantes de los países. De ahí que muchos piensen que en Irlanda la Guinness más que una cerveza es una religión.

     Lo aprecias cuando visitas su 'storehouse', la fábrica original, que hoy es un enorme edificio de siete plantas con el que hacen su agosto el actual titular y detentador de Guinness, el grupo empresarial británico Diageo (es paradójico que la marca-símbolo de un país de sentimiento tan antibritánico la ostente una empresa de ese país). En mi opinión, siete plantas totalmente pensadas para hacer caja con el turismo. Poco más que algún que otro reclamo para turistas y, eso sí, esa degustación de una pinta en su bar 'Gravity' de la última planta, con excelentes vistas a Dublín. Qué menos que se inviten a una pinta por la elevada entrada que cobran. No obstante, hay que decir que tampoco se come mal allí, si bien la comida no es el fuerte de estos países de impronta anglosajona como todos sabemos, adorándose por encima de todo el 'zumo de cebada, lúpulo o malta', a pesar de su alto precio. En ese aspecto uno echa de menos España.

    

     
(Foto de J.A. Flores)
Pero el viajero no debe de olvidar una cosa allá por donde vaya, por muy recóndito que crea estar el lugar visitado: en una sociedad tan hiperinformada y tan globalizada el turismo no es otra cosa que un invento que tiene básicamente dos caras opuestas: ayuda sobremanera a que todo el mundo pueda ver las cosas, pero al mismo tiempo 'prostituye los sitios' y les resta encanto. Otra cosa muy distinta es que el viajero sepa detectar esos otros lugares interesantes, lugares recónditos en los que el acaramelado brazo del turismo pase por alto. Los hay en todas las ciudades. En ésta encontramos alguno, siendo uno de ellos el 'Dublín Writers Museum', porque no en vano esta ciudad está declarada por la Unesco ciudad literaria.
Joyce, Beckett, Wilde, Switf, Yeats, Behan, Shaw y tantos otros. Como bien dicen los propios irlandeses es el país de su tamaño y población con más literatos internacionales. Además, la casualidad quiso que la victoriana ventana de la habitación de nuestro hotel diera a Great George St, la misma calle en cuya casa se inicia el periplo de un día de Bloom el singular y carismático personaje de la novela 'Ulises' y que actualmente acoge el centro de documentación sobre la figura de James Joyce. Son reductos de paz y recogimiento.

          Porque para sumergirse en turismo acaramelado y masivo hay suficientes lugares en Dublín, como suele ser habitual también en cualquier otra ciudad que lo merezca. Uno de estos sitios es, como antes decía, precisamente el que representa uno de los símbolos de este peculiar país: su cerveza Guinness. Pero no es el único: visitar el libro de Kells en la Old Library de la Trinity College es casi tarea imposible dadas las largas colas, a pesar del remanso de paz que suponen algunos lugares de la universidad más antigua de la República de Irlanda. 

          Y es que Guinness está indeleblemente unida a Dublín y a las 'Irlandas'. Es el claro ejemplo de una entidad privada que asume labores de símbolo nacional y público. No comentaré aquí nada de la historia de este cerveza porque hay miles de referencias en Internet, pero sí cómo percibí la visita a ese megaedificio denominado 'Guinness Storehouse' ubicado en la zona del barrio más medieval, el barrio de origen vikingo. Siete plantas de edificio que pasa por ser la atracción turística más importante de Dublín y del resto de la República de Irlanda. Nadie que haya visitado Dublín ha dejado de visitar este lugar, ya que se trata de una visita de las denominadas obligadas en cualquier guía. Otra cosa muy distinta es que cumpla con las expectativas previas que se tengan. 

          Como todos los grandes montajes específicamente pensadas para el turismo de masas el Guinness Storehose se ajusta a esos parámetros. Un lugar pensado como atracción turística con claro ánimo propagandista y crematístico. Eso es algo que aprecias nada más llegar.

          Por sus alrededores ya ves de vuelta a decenas de visitantes con su bolsa de papel de su enorme y cara tienda, y ellos mismos te van mostrando la senda que has de seguir para no perderte. Antigua fábrica de Guinness (la actual está en la zona del puerto de Dublín y puede que repartida por más lugares de Irlanda, no estoy seguro), el lugar recuerda a esas bodegas de rancio realengo que hay tanto en España como en la zona de Oporto. Un lugar que denota que allí hubo industria, pero que ahora todo está reformado y reciclado con ojos puestos en el turismo. Otra cosa es que lo que vayamos a encontrar dentro sea provechoso.

          Para este viajero no lo fue. Muestras estandarizadas de elaboración de cerveza -con grandes colas en los lugares más simbólicos- y mucha publicidad en torno al fundador de la marca, Sir Arthur Guinness. A lo sumo -siempre en mi opinión, claro está-, como antes decía, lo más apreciable es la pinta de cerveza Guinness que regalan con la cara entrada en el bar Gravity, que ocupa toda la séptima planta y que posea diáfanas vistas a la ciudad de Dublín. Eso sí, si no te importa degustar esa buena pinta con varios cientos de personas. En realidad te sientes guiri en este lugar, pero supongo que así debe ser.

          De ahí que en nuestros viajes siempre intentemos alternar estas necesarias visitas turísticas con las hechas a lugares de la ciudad alejadas del turismo que es donde realmente se aprecia el pulso real de la ciudad. Nada me parece más grato que patear un barrio alejado del turismo de una ciudad que no conoces. Contemplar sus calles, sus casas, sus gentes, su cotidianidad. Nada me parece más grato que poder tomar una cerveza o saborear un plato en uno de esos lugares anónimos. Siempre intentamos buscar espacios para ese fin. En algunos lugares es más viable que en otros, pero en el caso de Dublín, gracias a sus múltiples pub, poder saborear una buena pinta alejado del turismo rodeado de naturales es harto posible, y he de decir que una de las mejores experiencias.

          La República de Irlanda es un país católico, pero esta confesión religiosa no ostenta demasiado poder. Eso es algo muy visible en sus templos. Al contrario de lo que ocurre en otros países católicos como España o Italia, sus templos no son lugares en los que se exhiba la fuerza de la iglesia católica, al contrario, de lo que se pueda suponer no existen demasiados símbolos religiosos como suele ser habitual por estos lares. De hecho, la Catedral más antigua de Dublin, la denominada Christ Church, está consagrada a la religión anglicana y por sus pasillos es fácil ver a mujeres sacerdotisas, que es algo que choca a los ojos del viajero en un país católico. Cuenta con la cripta más grande tanto de Irlanda como de las Islas Británicas y en la misma hay espacio suficiente para la coqueta tienda de recuerdo, una pequeña cafetería y una colección de trajes de los Tudor, entre otras cosas. Me pregunté cuántas horas de luz verían al días los abnegados empleados y empleadas de esta cripta.       

          Por su parte, la vecina catedral nacional, la Catedral de St. Patrick, está consagrada al catolicismo y a falta de motivos religiosos -los hay, pero escasos-, encontramos un sin número de tumbas, placas y estatuas de héroes y personajes que han desempeñado un papel importante en la historia del país. Desde militares que han dado la vida por Irlanda hasta escritores, como es el caso de Jonathan Swift, en cuyo lugar está enterrado, ya que autor de 'Los viajes de Gulliver'  fue deán de esta catedral entre 1713 y 1745.

         

      
Ruinas del monasterio cisterciense
de Monasterboice,  (Foto de J.A. Flores)

  Pero siempre debemos tener en cuenta que Irlanda debe ser valorada principalmente por su limpida y verde zona rural, la cual conforma gran parte de la isla.

          Alejados de Dublín y su entorno, el viajero no va a volver a ver ciudades tan grandes y tan cosmopolitas. Si omitimos Belfast y el norte de Irlanda, de soberanía británica, la República de Irlanda cuenta con pocas ciudades de importancia poblacional: en el oeste encontramos Galway y Limerick y en el sur Cork, como ciudades con mayor entidad al margen de Dublín. El resto de la isla lo conforman ciudades de menor entidad y multitud de pequeños núcleos rurales en los que estriba el mayor encanto de este país, un encanto que intentan acrecentar con el idioma gaélico o irlandés que lees en todas las indicaciones públicas, a pesar de que es hablado por poquísima gente -algo similar a lo que pueda ocurrir en las provincias vascas con su idioma propio-. Lugares unidos por estrechas carreteras, totalmente respetuosas con el entorno, en las que no es fácil que dos vehículos de gran tamaño -autobuses, camiones- puedan cruzarse sin dejarse recuerdos en sus respectivos chapados. En uno de esos entornos bucólicos se encuentran los acantilados de Moher, no lejos de Galway.

          El viajero, lógicamente, no querrá salir del país sin ver una de las maravillas naturales del mundo, que es a su vez uno de los símbolos de Irlanda, pero a cambio deberá de hacerlo rodeado de cientos de congéneres. No habrá opción. Lugar privilegiado, en nuestra sociedad tan globalizada, significa lugar muy visitado. El turismo de masas, ése del que todos formamos partes, lo afea todo, pero al mismo tiempo ese mismo turismo presiona en el sentido de que estos lugares puedan ser visitados gracias al buen acondicionamiento. Se trata de una dualidad que hay que asumir.

          Estando allí y pensando en lo que ahora escribo, intenté imaginarme aquello con los ojos de los primeros pobladores, con los ojos de quienes pudieron disfrutar de todo esto con anterioridad a la llegada del turismo.                

                         

31 julio 2014

IRISH, EL PAÍS DE LOS CELTAS (I)

Los impresionantes acantilados de Moher en la costa atlántica, cerca de Galway. (Foto de
J.A Flores)
              
       




  





          'Un trozo verde y llano rodeado de un azul inmenso'. Eso me dijeron.  Y es cierto.
          Esa es la primera visión que tienes de Irlanda desde el avión. Eso sí, si tienes suerte y no está completamente encapotada por las nubes, cosa harto probable. Pero no lo estaba, por lo que finalmente fue posible ver esa pieza, como de puzle, rodeada de ese azul inmenso que componen el océano Atlántico al oeste, el Irish sea al este y el Celtic sea al sur. Las mismas aguas para tres denominaciones, dos de ellas de alto contenido nacionalista. 
          Tras contemplar el primer trozo de esta gran isla verde desde la escueta ventana del incómodo avión, te sorprendes de que exista tierra tras la inmensidad del océano. Un rato antes, el trozo suroeste de la gran isla imperial británica, justo enfrente, ya había hecho presencia, pero aún así me sorprendió ver esa otra isla más pequeña a la que nos dirigíamos, como perdida en la mitad de la nada. Más perplejo te quedas cuando recuerdas que mucho más al norte hay otra, mucho más perdida: Islandia, pero eso ya es otra historia. De todas formas, me pregunté, qué cosas son los continentes e islas, por grandes que sean si no trozos de tierra, ante la inmensidad de los océanos y los mares.
         Haciendo abstracción de su cerveza, sus típicos pubs y su güisqui, Irlanda nos hace recordar a todos básicamente dos cosas: el controvertido asunto del IRA y el no menos controvertido del rescate por parte de la UE, el segundo país rescatado tras Grecia. Después vino Portugal y, España, que no lo fue en la práctica, pero me temo que sí en la teoría. Pero ambas cosas son muy distintas cuando te las explican desde dentro; muy distintas a cuando te las explican desde fuera.
Lugar de nacimiento de Kevin Barry
primer republicano Irlandés ejecutado
por los británicos en 1920. Actualmente
hay una sede y tienda del Sinn Féin
.
(Foto de J.A. Flores)
          El Ejercito de la República Irlandesa, que responde a las siglas IRA -Irish Republican Army, en inglés-, es algo que está aún muy presente en la historia de las 'Irlandas' -mucho más en la del norte, lógicamente, de soberanía británica- y a todos nos suena a algo así como ETA, pero la historia es mucho más compleja me temo. No entraré ahora en ella, pero sí pincelaré algo.
          Fue creado en 1919 por el parlamento secesionista irlandés para preparar la lucha nacionalista contra los detentadores antiguos de la actual República de Irlanda, que no es otra que la corona británica. Por tanto, fue clave en la independencia de este país. Otra cosa es lo que ahora nos conminan a pensar las siglas IRA -y del que todas las facciones se autoproclaman herederas- tras los abundantes episodios terroristas tan sangrientos llevados a cabo en la segunda mitad del siglo XX y primeros años del XXI . Esos actos terroristas acabaron por atomizar el grupo en múltiples escisiones muy complejas y que sería arduo explicar aquí. Lo importante es que el IRA, el denominado provisional, se cuente como se cuente, es considerado el brazo armado del Sinn Féin, partido que busca la unidad de Irlanda -la República con la del Norte- y, lógicamente, también la independencia total de Irlanda del Norte, actualmente bajo la corona británica. No obstante, se trata de un partido muy representativo, mucho más en el norte, pero que también cuenta con catorce diputados en el parlamento -Oireachtas- de la República de Irlanda. En fin, todo bastante complejo.
          Tanto como la historia del país. O las leyendas, porque es probable que las leyendas en este país estén a la par, si no por encima, de la propia historia. Seguramente se deba a que los primeros textos escritos sobre la historia no llegan hasta el siglo V de nuestra era, gracias a la introducción de la escritura por los monjes druidas, una especie de sabios que lideraron la comunidad y que fueron respetados por ésta. Y eso se debe, en gran parte, a que no es una país romanizado. El genio de Roma empleó violencia para someter allá por donde iba, porque llegaban para explotar los recursos y apoderarse de ellos, pero también supuso avance y civilización. Por ejemplo, en países fuertemente romanizados como España, la impronta cultural, lingüística, jurídica e infraestructural se debe a esa invasión. Acabaron con tradiciones nativas de fuerte valor antropológico, pero a cambio introdujeron la modernidad allá por donde fueron. Gracias a eso en España contamos con múltiples y buenas vías -antiguas calzadas- infraestructuras acuíferas, instituciones consolidadas a pesar de la corrupción que siempre ha reinado, un idioma de calidad de raíz latina y todos los demás avances que todos conocemos. En cambio, Irlanda no experimentó esos avances al importarle muy poco a Roma lo que allí se pudiera encontrar. Nulos recursos naturales -carbón, entre los primeros- y un territorio climatológicamente hostil. De ello le llamaron Hibernia. Le pusieron el nombre y a continuación se fueron y esa ida-fuga se aprecia en la actualidad. De hecho, no existen vestigios romanos ni en el plano lingüístico, monumental, infraestructural o genético. De ahí que muchos se afanen en considerar a la República de Irlanda como los verdaderos detentadores -junto a la hermana Escocia- de la historia, tradición y raza celta, la cual tiene una origen indoeuropeo, pensando muchos investigadores que su origen se encuentra en el norte de la península ibérica, anterior a la romanización. 
          El segundo asunto por el que nos viene Irlanda a la cabeza -además de la Guinness, el Jameson, su música y danzas, su extraño fútbol gaélico y potente rugby- es por el asunto del rescate, del que ya se han desenganchado. Pasó de denominarse como  'tigre celta'  a 'gatito celta'. Fueron muy prósperos, uno de los países con más crecimiento del mundo, pero un buen día las cuentas no le salían y necesitaron euros y una reestructuración bancaria feroz.
          Y es que básicamente no es un país que cuente con industria -la mayoría está en la zona de Belfast, bajo la corona británica-, pero sí con mucho asentamiento de grandes multinacionales, sobre todo pertenecientes a la industria farmacéutica. La clave me la contaron allí mismo: una enorme disminución del impuesto de Sociedades y mucha facilidad para la implantación de éstas, las cuales están básicamente en su capital Dublín. Esa política ha creado y sigue creando mucho empleo, que es algo que muchos jóvenes españoles sin oportunidades aquí han sabido aprovechar.
           El resto del país vive sobre todo de la agricultura y la enorme ganadería. La República de Irlanda cuenta con más cabeza de vacas que número de personas. Eso lo aprecias en cuanto das un paseo por sus zonas rurales. Hay tantas vacas que no te imaginas el paisaje sin ellas.
          Otra cosa que el observador atento apreciará es la cantidad de mujeres jóvenes embarazadas y/o con hijos. Parece haber ansia en ese afán procreador. De hecho es habitual ver por la calle de Dublín a una mujer arrastrando a un par de niños que apenas saben andar, otro en un carrito y de nuevo embarazada, una imagen que en España ya apenas se ve y parece más propia de la época del 'baby-boom' que se instaló en España y otros países europeos hace bastantes lustros. Muchas de estas mujeres son corpulentas y con el cuerpo asimétrico de tanta procreación en tan poco margen de tiempo. Por tanto, es inevitable presumir que existen programas sociales que favorezcan a tantas madres. Y sí, así es. Sobre todo para las madres que lo son en plena adolescencia. A éstas el Estado las protege sobremanera dándoles piso, dinero y costeándoles los estudios. Una mala política, me dicen, que acabará creando parasitismo, sobre todo cuando el resto de la población ha de pagar caro por el acceso a la atención sanitaria. De hecho, es habitual que los padres de adolescentes con embarazos no deseados se desentiendan de las hijas al saber que el estado se encarga de su manutención; y no sería extraño suponer que muchas jóvenes que quieren emanciparse opten por la vía rápida del embarazo. Políticas sociales peligrosas, sin duda. Me dije que si todos los programas sociales van en esa línea no sería extraño que en un par de años la República de Irlanda necesite un nuevo rescate económico, algo similar a la feliz ideal del infame Zapatero con aquellos dos mil quinientos euros por hijo nacido. Pero aún así, la República de Irlanda no cuenta con demasiada población -algo más de cuatro millones y medio- y un tercio de ella está congregada en Dublín y su área de influencia. Debemos considerar que llegó a tener ocho millones de habitantes muchos años atrás y se dice que descendientes de éstos puede haber en torno a los ochenta millones en todo el mundo, más de la mitad en EE.UU., lugar en el que la comunidad irlandesa es muy importante, sobre todo en New York y Boston. (SEGUIR LEYENDO)  

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...