Cuando tengo previsto hacer un entreno duro y largo, lo suelo planificar el día anterior. Veo los pros y los contras del terreno, la temperatura que se puede alcanzar, la hora de salida (en verano, básicamente para evitar las horas de temperatura más alta; en invierno, primavera u otoño me da más o menos igual), las zapas más adecuadas para el terreno, la ropa técnica, llevar o no llevar correa de hidratación, ingerir más hidratos o menos, pero aún así, no las tengo todas conmigo. Principalmente por dos motivos: Uno. Porque algunos aspectos planificados se caen del programa. Dos. Porque a pesar de la rigidez con la que planifico la ruta, siempre es posible hacer algunos cambios, en función de cómo me vaya encontrando.
Y algo de eso pasó en el pasado entrenamiento del sábado, ocho de agosto. Cayeron cosas del programa y opté por hacer una ruta, que debí haber acortado dadas las circunstancias. Explico.
De todo lo planificado, cayeron varias cosas. En primer lugar, la hora de salida y el cálculo incorrecto sobre la temperatura. Lo de la hora lo suponía, porque a las tres y media de la madrugada tenía aún los ojos bien abiertos engolfado en capítulos de la fascinante y adictiva serie francesa Braquo; sin embargo, erré con lo de la temperatura llevado por ese viernes vespertino medio tormentoso y caída hipotética de las mismas. De hecho, el sol no me acompañó apenas a lo largo de los 21 kilómetros de circuito pero estaba ahí, tras las nubes, provocando una calina casi irrespirable en muchos tramos. Esa fue una de mis tumbas y el por qué le llamo a este entrenamiento fallido. A ello hay que sumar lo inoportuno de haber optado por la ruta menos adecuada.
Cuando comienzas una ruta casi nunca sabes cómo vas a estar unos kilómetros más adelante. En ese aspecto hay muchas sorpresas y me las he llevado todas. Desde salir como una tortuga de ochenta años y llegar como una liebre joven; o bien, salir como una liebre joven y llegar como una tortuga de ochenta años. Así que en ese aspecto no suelo detenerme demasiado. No obstante, a los ocho, diez o doce kilómetros de ruta ya sí es posible vaticinar con bastante exactitud cómo vas, que es justo el momento en el que debes de tomar la decisión de acortar o alargar el circuito.
Cogí el camino mozárabe, el cual discurre más arriba de la zona de los cementerios de Pinos Puente y a pesar de las dificultades de éste -principalmente en los primeros cinco kilómetros y medio-, me encontraba moderadamente bien. No había ausencia de fuerzas ni piernas cansadas. Así que me dije, que cuando llegara al punto en el que debía de tomar la decisión de volver por el mismo camino o alargar hasta Olivares, siguiendo la carretera que une esta población con Colomera, tomaría la decisión adecuada. Ese punto kilómetro es el ocho y medio. Pero en vistas de lo que ocurrió posteriormente, no tome la adecuada. Decidí seguir hasta Olivares sin valorar en profundidad varias cosas importantes a saber: Una. Malas sensaciones en esa dura recta empinada final hasta llegar a la carretera, que fue como un aviso de falta de fuerzas. Dos. No prever en su justa medida que aunque apenas había sol la calina del nublado era más mortífera que el propio sol cayendo en picado, provocando una sensación de humedad parecida a cuando correr en lugares de costa. Tres. Haber cometido dos errores alimenticios: ingesta de hidratos demasiadas horas antes de la ruta (hidratos, además, de mala calidad, por cierto -pizza-) el día anterior y mal calculo del líquido portado a pesar de haber pasado por dos fuentes públicas.
El resultado final no podía ser otro que catastrófico: me quedé sin fuerzas antes de llegar al Cortijo de Enmedio, faltando aún cinco kilómetros y medio para llegar a Pinos Puente.
Subí con relativa solvencia la cuesta que une Olivares con el Cruce con Tiena, pero a partir de ahí, el liquido se fue acabando y el poco que había no estaba ya en condiciones de ser ingerido, a pesar de que había dormido en el congelador toda la noche. Así que los últimos cinco kilómetros fueron un arrastrarse por la carretera, debiendo alternar andar con correr. Exactamente eso me ocurrió en la última Media Maratón de Motril, casi por las mismas circunstancias.
Por suerte, el tramo que une Olivares con Pinos Puente, salvando algunas zonas, es benigno. Existe una continua leve bajada hasta el Cortijo de Enmedio y a partir de ahí el terreno no es demasiado complicado. Aún así, procuraba andar en las bajadas y correr en las subidas para no perder tono muscular, pero eso cada vez era más complicado.
Normalmente este tipo de malas sensaciones, días antes de una prueba dura, no es demasiado ventajoso para la psicología de un corredor. Ahora bien, en mi caso, no suelo hacer un drama donde no lo hay. Entrenamientos nefastos como éste los he tenido a montones, lo importante es siempre racionalizar las causas, porque si estás entrenando bien y sumando kilómetros, siempre ha de haber un por qué de estos días fallidos. Lo importante es conocer ese por qué y erradicar esas causas, a pesar de que no todo se puede controlar en esto de correr. Sencillamente, hay días en los que el organismo no responde y otros en los que sí. Todo corredor que se precie debe contar con eso.
Quería contarlo aquí, porque servirá para otros y también para mi mismo, ya que con el paso del tiempo estos artículos suelen ser esclarecedores por su utilidad didáctica.
Pongo aquí algunas fotos tomadas en esta misma una ruta hecha anteriormente en bicicleta:
Bajada de Olivares hacia Pinos Puente, antes de llegar al Cortijo de Enmedio -aún en término de Moclín-. Al fondo ya se aprecia el Piorno y los picos de Sierra Elvira. Foto de J.A. Flores. |
Cuesta de Olivares anterior al Cruce de Tiena. Al fondo Olivares y su Barrio Alto. Foto de J.A. Flores. |
Búcor (ya en término de Pinos Puente) Foto de J.A. Flores. |