Piensa la gente que los corredores siempre vamos con una sonrisa en la cara cuando nos disponemos a correr. No es cierto; de hecho, en muchas ocasiones no se encuentran ni las fuerzas ni las ganas para ir a correr. De ahí que a los corredores no nos baste con la mera afición. Por el contrario, son necesarios muchos más aditivos para poder encarar con dedicación y voluntad esta disciplina. Porque de una disciplina como otra cualquiera se trata.
Viene a cuenta esto de lo reacio que me encontraba el lunes para hacer un rodaje que, inicialmente, pretendía ser suave, entre el Pantano del Cubillas y Caparacena -ida y vuelta-. Nueve kilómetros bien medidos no exentos de varias complicaciones orográficas. Ese lunes, no me hubiera bastado con la mera afición, porque resulta que cuando entra el otoño y la luz de la tarde se vuelve melancólica, cuesta patear caminos y veredas. Esos caminos y veredas que has recorrido con placer y deleite en los luminosos meses del verano. Pero ahora es distinto: va entrando el frío, el sol calienta menos y hay mucha más soledad en las rutas que no ha mucho se mostraban pobladas de gente. Ahora, por arte de birlibirloque desaparecen, mientras que tú sigues haciendo tus mismas rutas de siempre. Pero cuesta enfrentarse a esta nueva estación meteorológica y en esas nuevas condiciones.
Sin embargo, cuando presumía y casi daba por sentado que serían unos kilómetros penosos, todo ocurrió justo al contrario. Me sentí ligero desde el primer metro y mis piernas querían más ritmo. Yo no era el que creía que era antes de comenzar a correr. Y así, de esta forma, transcurrieron estos nueve kilómetros, intentando moderarme en el ritmo porque no se trataba de competición alguna.
Sin duda, son estas circunstancias inéditas e imprevisibles las que hacen que nuestro deporte despliegue la magia que despliega, porque sin ella todo sería mucho menos llevadero.