Los que vencen, cualquiera que sean los medios empleados, nunca se avergüenzan.
No hace muchas entradas hablé de la encrucijada en la que encuentra este joven italiano, que un buen día decidió publicar lo que llevaba lustros envenenándole la sangre. Nacido y criado en la región de la Campania, en el sur de Italia, ha sido testigo del crimen organizado y así lo ha denunciado.
En aquel momento esta entrada no tuvo éxito alguno -aunque considero que es un asunto que nos debería preocupar a todo-. Ahora vuelvo a intentarlo con este artículo publicado en Ideal de hoy domingo.
Como decía a Jesús Lens en un SMS, a esta gente hay que apoyarla.
El joven Roberto Saviano, autor de Gomorra, se ha metido en un buen lío. Pero no está claro que lo haya hecho de forma voluntaria, porque la voluntariedad no siempre es sinónimo de tomar decisiones basadas en el libre albedrío.
Ha escrito un libro en el que da señas suficientes sobre los distintos clanes mafiosos que asolan su adorada tierra del sur de Italia a los que se les conoce como la Camorra napolitana. Así que un buen día, dotado como está de dignidad y coraje y apretando los puños "hasta que las uñas se me clavaron en la palma de la mano" ante la tumba del Pier Paolo Pasolini se apoderó de una aseveración del cineasta italiano, y no careciendo de pusilanimidad entonó un "yo sé" acusador que sacralizó y no dejó que se esfumara como se esfuman la mayoría de los propósitos. Escribió y denunció. Por tanto, como decía, se metió en un buen lío.
Pero un buen lío que honra al ser humano, ese ser humano que la mayoría de las veces ve transitar la corrupción, la ilegalidad y el abuso sin inmutarse en la mayoría de los casos, y en otros casos intentando ser candidato a penetrar en ese ilegal e inmoral mundo de la mafia ya sea italiana o sean esas tareas vergonzantes de políticos de un país cualquiera que tanto se asemejan a la mafia. Una mafia que en el país transalpino parece ser más poderosa que el Estado al que sustituye y solapa en buena parte del territorio italiano, pero de manera muy contundente en la tierra de Roberto.
Yo sé y denuncio, se dijo un día este licenciado en filosofía y brillante escritor. Y esa decisión solemne ante la tumba del cineasta le ha cambiado la vida de una manera impredecible a día de hoy.
Pasó en su momento con Salman Rushdie y ha ocurrido con periodistas e intelectuales de la Rusia pos soviética. Sin embargo, en el caso del escritor anglo-hindú el mal que le perseguía, aunque podría venir disfrazado de cualquier forma, encontraba acomodo objetivo y real en un país como es Irán aún auspiciado en una concepción política y religiosa alejada de la realidad actual. E, incluso, en el segundo caso, el de las mafias rusas, aún se podía percibir el desmembramiento político de una forma de concebir la sociedad. Pero la sombra que amenaza a Roberto Saviano es otra. Una sombra invisible, un organismo inexistente oficialmente pero revestido de un poder ilimitado que anida en cualquier rincón del mundo. Y esa será la carga que deberá soportar la espalda del joven italiano y que no debería soportar sólo. Porque denunciando él, toda la sociedad debería suscribir esa denuncia. De lo contrario nada importante habrá denunciado este escritor, que pudo elegir llevar una vida placentera alejada del tirón mediático que, ahora, podría costarle su vida y su obra.
Saviano creció tragándose todo el mal que veía en las calles donde moraba y con la paciencia de un alquimista y la precisión de un cirujano fue amontonando en su zurrón las ideas, que una vez ordenadas, se convirtieron en su extraña novela Gomorra. Buscó e investigó hasta que la sangre no tuvo más remedio que buscar desfiladeros más amplios. Lloró ante cadáveres honestos y admiró a las contadas personas que, ante la poca convicción del Estado italiano, decidieron iniciar una luchar sin cuartel ni recursos contra todos aquellos boss que interpretaban la existencia como una partida de póker con las cartas marcadas. Admiró al alcalde comunista Renato Natale por desafiar a aquella gentuza y lloró la muerte del cura Don Peppino Diana, que fue tan hábil con la palabra como jamás lo serán los asesinos con las armas. Por tanto, el tercer mártir decidió que sería él mismo y concibió por entonces su proyecto de libro que ahora no debería caer en saco roto ni en el olvido de nadie.