Bien, demos un giro copernicano alejándonos un poco de los temas onerosos de los últimos post, como la crisis o películas que te invierten el alma. Hablemos de algo mucho más agradable -atención amigos jiennenses-. Comienzo desde el principio.
Hace ya dos años, justo al día siguiente de correr la media Maratón de Granada de 2006 partí hacia Jaén para participar en un curso profesional que allí se celebraba. Jaén siempre ha gustado, principalmente por motivos derivados de la literatura y particularidades propias de la ciudad, algo a lo que dedicaremos esta entrada y la siguiente. En ocasiones las ciudades penetran en el alma a través de los libros y de la buena literatura, o bien, a través de algún aspecto concreto que es lo que me dispongo a relatar en esta entrada.
A Jaén fui acompañado por un compañero de trabajo, y sin embargo amigo, con el que he acudido a distintos lugares de Andalucía, cuando nos han otorgado algún curso. Se trata de Antonio. De manera que cuando acabamos el curso en la sesión matutina, y antes de comenzar la sesión vespertina nos fuimos a la zona antigua e histórica de Jaén, en los aledaños de su impresionante Catedral renacentista, cuyas amplias naves visitamos en primer lugar. Allí comenté a Antonio el misterio que envolvía a la imagen del Santo Rostro y la existencia de símbolos paganos en la fachada de la catedral. Ilustrados y con el espíritu enriquecido y tranquilo -siempre me ocurre cuando visito una Catedral y no por motivos religiosos, precisamente-, nos dirigimos al "Callejón de los Borrachos", que es como denominan los lugareños a ese pequeño entramado de calles estrechísimas -algunas sin salida- repleta de tabernas antiguas. Nos explicó Alicia, natural y devota de su tierra, que lo de "borrachos" era fácil de suponer: nadie salía de aquel callejón sin una copa de más, algo que se cumplió a la perfección un par de horas más tarde.
La principal idea era buscar una taberna de principios del siglo XX -que sigue casi inalterable en su estructura- denominada "Casa Gorrión". No conocía esa taberna meses antes, pero los inquietos personajes de una de las novelas de Nicolhas Wilcox, "La lápida templaria", (algo de lo que hablaremos en el próximo artículo) me hablaron de aquel lugar, porque era visitado asiduamente por varios de ellos. Así que, teniendo idolatrado el lugar, gracias a la literatura, no daba crédito a mis sentidos cuando puse el primer pie allí. Y tomamos una cerveza y dos y tres y muchas más, acompañados siempre de buenas viandas. Así que cuando los efluvios alcohólicos estaban en ese momento en el que ya no te pesa el cuerpo y la mente se vuelve chispeante al par de los ojos, mi amigo Antonio, espontáneo siempre en esa situación, le dijo al "seco" pero profesional dueño de la taberna: "mi amigo escribe en Ideal de Granada y le va a dedicar un artículo a la taberna de usted". Yo, lógicamente, me quedé mudo, porque nada estaba tan alejado de mi intención, que en ese momento no era otra cosa que seguir saboreando el exquisito jamón, el exquisito queso y todo lo que iba apareciendo por la vetusta barra de madera. Cuando Antonio pronunció esa frase, mi mente enseguida comenzó a funcionar: había que pensar rápido para buscar una excusa, sobre todo después de comprobar que toda la pared estaba llena de reseñas periodisticas y artículos de escritores prestigiosos, cientos de escritos dedicados al lugar. Pero fue mucho más rápido el seco tabernero: "A ver si es cierto. Pero que no sea un artículo típico". Lógicamente, aquella frase seca y demoledora me dejó sin aliento. Ya no tenía opción ni réplica. Así que me comprometí a hacer aquel artículo, que fue publicado en Ideal Granada e Ideal Jaén y posteriormente hablé con el tabernero, temiendo que interpretara el artículo como típico. Pero no, secamente, también, me dijo con autoridad inusitada: era el artículo que tenía en mente. Enhorabuena. El buen hombre no le dio tiempo a comprar Ideal Jaén, así que un buen día que, de nuevo, sin mi amigo Antonio, volví a Jaén a otro curso, le visité y le prometí que le enviaría una copia original, porque quería colocarla también en la pared. Pero no lo he hecho aún, entre otras cosas porque me cogió la mudanza de por medio y aún no sé muy bien si ese artículo lo tengo en casa o en la de mi madre (soy un desastre para todo lo que he publicado). Así que os dejo con el artículo para vuestra consideración, tal y como fue editado.
UN GORRIÓN NADA COMÚN
Por José Antonio Flores Vera
Existen varias maneras de acercarse al mundo real, pero quizá sea el conocimiento previo e imaginado de éste el que mejor destile las sensaciones aún no conocidas. Sin duda que existen mundos previos, y de todos éstos el más evocador es el literario, ese que encorseta todas las fragancias aún por oler, todos los sabores aún por saborear o todos los objetos aún por descubrir. Desde esa aproximación es la única manera inicial de conocer lugares, personas o cosas que después pululan en el mundo físico. Es como una ensoñación en la que se representan las cosas para luego comprobar con satisfacción que son exactamente igual cuando se conocen. Algo parecido ocurrió cuando conocí “Casa Gorrión” de Jaén.
Ya había saboreado su vino añejo, comido sus fantásticos callos y olfateado su excelente jamón de la mano del medievalista de buen yantar Íñiguez y del cura arrepentido Pío Expósito, personajes ambos inmersos en la búsqueda de una lápida de origen templario – que no es más que una búsqueda interior- e increíblemente más cercanos a la realidad que a la ficción ya que es posible que de éstos algo tenga su autor, Nicolhas Wilcox, o bien, Juan Eslava Galán. De manera que entré en ese conocimiento literario de una zona de Jaén también muy literaria y penetré en el angosto callejón – al que llaman los lugareños el de “los borrachos”, dada la abundancia de tascas y bares-, del casco histórico de la ciudad del Santo Reino. Así se lo manifesté a Paco, actual regente y bisnieto del fundador de tan peculiar taberna, cuando visité el local aprovechando cuestiones profesionales y bien acompañado por mi amigo Antonio, siendo ambos muy bien guiados por el hermano de éste, Juan Carlos y su compañera Toñí. Heme, me dije, en un lugar de solera literaria e histórica. Por tanto, Paco, me gustaría escribir un artículo en Ideal sobre este lugar, le dije. Que sea personal, respondió lacónico el tabernero, y reconozco que pocas veces había escuchado una respuesta tan breve y tan intensa, además de muy literaria.
Así que por lealtad a la sugerencia lacónica del titular de tan eximio lugar, ni siquiera haré mención al jamón decenario que encerrado en una urna de cristal preside el sótano-bodega, ni tampoco a las honestas circunstancias que llevaron al bisabuelo del actual dueño a fundar el lugar. Tampoco haré mención a los excelentes manjares que es posible degustar, ni al vino de la casa cuyo sabor y presencia en el paladar es la interpretación fiel del abolengo del lugar.
De la mano de mis amigos, ya digo, me fue posible encontrar un Jaén muy literario. Una ciudad interior cargada de historias y lugares donde no es posible encontrar el turismo de masas que está acabando con las expectativas del verdadero viajero, buscador de rincones. Y quizá por ese motivo sea tan mágico “Casa Gorrión”, inmerso en esta zona tan peculiar de la ciudad. Este local en otra ciudad de turismo efímero aparecería poblado de rubias cabelleras y bermudas de chillones colores. Pero en Jaén, no, desde luego que no. De ahí que penetrar en la taberna sea recordar momentos más puros y auténticos, sobre todo cuando compartes barra antigua con los lugareños, mezclados con la bohemia y la savia más literaria de la ciudad, más cercana a moldes castellanos que a andaluces, por mucho que cantara el poeta a los jienenses como muy andaluces. Honestamente hablando, Jaén y la mayor parte de su provincia me evoca más sensaciones castellanas que de la ancha Andalucía.
En la taberna “Casa Gorrión” todas esas mixturas y sensaciones son posibles. Pasar de lo literario a lo cotidiano, de lo cotidiano a lo bohemio, de lo bohemio al buen comer y beber. Es uno de esos lugares que uno ya se ha imaginado cuando lo ha leído, para posteriormente, una vez visto y vivido, seguir imaginándolo, sin que la fría y desbaratadora realidad haya conseguido arrancarlo de tu imaginación calenturienta por mor de las lecturas y la ficción de los personajes.
Paco ya sabía de la trascendencia literaria de su local y de las honoríficas reseñas que le brinda Eslava Galán en su obra, pero probablemente ignora que ese trasfondo literario es el devenir obvio de una manera de entender el mundo, plasmado por él mismo en su original forma de preparar en la barra las vituallas que minutos después te va a servir o por la honda sabiduría de entender lo que inspira al viajero curioso su local.
Por todos esos motivos vividos e imaginados, mis visitas a Jaén ya tendrán siempre una razón que no solo será gastronómica.