Resulta paradójico que siempre huyamos de sogas, de cuerdas, de cadenas... de redes, pero que sigamos tan enganchados a la versión social de todas esas ataduras enunciadas. Una red puede ser algo físico, pero también puede ser una metáfora de ese elemento tangible. Unirle social a todo eso puede ser una verdadera perversión si lo pensamos detenidamente.
Y yo lo he pensado detenidamente.
Comencé a disponer de Facebook muy tarde, en 2015. Desde mi blog, desde este blog, veía esta red social con desdén, como mirándola por encima del hombro, incluso con desconfianza. Yo seguía con mis textos casi diarios sobre literatura, sobre mi pasión por correr, sobre cine, sobre política, sobre música...Y no entendía que debiera también estar en Facebook. Es más, vivía al margen de todo eso. He de reconocer que desconfía mucho de esta red: la veía como una amenaza para ese mundo de los blog creado pieza a pieza y con tantas dificultades, años atrás.
Un día, una conocida me dijo que había subido a Facebook algo que yo había escrito en este blog y que estaba teniendo mucho éxito. ¿Mucho éxito? Me pregunté. ¿Un texto que he escrito casi para mí, estaba teniendo mucho éxito? Descubrí que sí, que era cierto. No tenía acceso a Facebook pero comencé a ver ese texto mío –en realidad, un relato corto sobre la corrupción, tan de moda– por todas partes; y si estaba por todas partes, estaba por toda la red, básicamente por Facebook que era la red más importante y casi única que existía por entonces (es posible que alguna más, no lo sé). Aún así, no di el paso y no me abrí una cuenta, un muro, como se decía a nivel de calle.
Pero lo di a principios de 2015 y casi sin querer. Yo había publicado mi primer libro Conversación en la taberna y 41 relatos –donde se encontraba ese relato exitoso y que daba título al libro– y alguien conocido lo puso en un grupo público de mi pueblo. Aquello se disparó. Y como soy agradecido decidí abrirme una cuenta para dar las gracias a todas esas felicitaciones de toda esa gente que me conocía directa o indirectamente. Así comenzó todo.
Han sido más de cinco años con altos y bajos y ha sido en Facebook y después algo en Instagram donde he volcado toda información sobre mis libros y donde comenzaron a surgir los primeros lectores. Por lo tanto, no me voy a ir dando un portazo. Aquello fue útil al principio. Hasta que observé que todo el mundo quería vender libros a través de las redes sociales, sobre todo escritores no conocidos y autopublicados. Yo me estaba convirtiendo en uno más, y aunque no escribía en Facebook solo con ese fin, reconozco que también me movía esa idea. Pero no, Facebook ni ninguna red social es útil para vender directamente libros, sobre todo cuando no te conocen. Es similar a entrar en un bar donde tampoco nadie te conoce vociferando que compren tu libro. Y aunque te conozcan, no será nunca el método adecuado. No, no funciona así. En todo caso, podrá servir para dar a conocer tu estilo y, eventualmente, en qué estás trabajando o acabas de publicar. Pero nada más.
Pero no es esa la razón fundamental por las que abandono las redes sociales, ni tampoco por la que he estado en ellas cuatro largos años. Lo hago porque ya no me aportan nada, es más me roban tiempo, energía mental y, en ocasiones, ofrecen disgustos e incomprensiones. He comprendido que todo lo que necesites buscar está en Internet, sin necesidad de pasar por las redes sociales, que, en todo caso, lo que estas hacen es comprimir en píldoras informativas, casi siempre mal diseñadas y engañosas, la información que con más amplitud y rigor puedes encontrar en la red o, mucho mejor, en los libros físicos o digitales, que para el caso es igual.
Irme también es una forma de intentar regresar a una época en la que me sentía más a gusto y en mayor conexión con lo que escribo y leo. Volver a una etapa más analógica alternándola con otra digital representada en los blogs, que visto lo visto hoy día son casi herramientas analógicas si las comparamos con la digitalización mal concebida de las redes sociales, las cuales tienen un porcentaje demasiado alto de postureo y egocentrismo y muy poco de verdadero aporte cultural e informativo, con las excepciones que siempre las hay, las cuales naufragan en el inmenso océano de inanidad en que se han convertido (las redes sociales).
Soy consciente que es ir contra contracorriente, aunque eso nunca se sabe, porque el futuro está cambiando a un ritmo imposible de seguir. Quizá mucho más tras la etapa que hemos vivido o estamos viviendo desde mediados de marzo. Pero ir contracorriente no significa que sea negativo, todo lo contrario. Dejé de hacer turismo de masas porque era imposible disfrutar de encantadores e icónicos lugares y me acostumbre a disfrutar de los espacios, en principio, inanes pero vacíos, por lo que supongo que igual ocurrirá ahora abandonando las redes. Será una soledad placentera y cálida a la que te acostumbras pronto.
En todo caso, el cambio es connatural a nuestra existencia, una opción de crecimiento que no se ve al instante, pero que es efectiva.
Saludos blogueros.