26 octubre 2012

CUANDO LA LLUVIA DEJA DE SER TU ALIADA

Me gusta la lluvia. Siempre lo digo: me gusta que me llueva cuando entreno. En ocasiones la lluvia me busca a mí, pero en otras yo la busco a ella. Pero hay un límite. Y ese límite yo lo sitúo no en lo que cae del cielo sino lo que veo en el suelo. 
Lógicamente, cuando llueve, va a llover o ha llovido, busco asfalto y me alejo de los caminos. Entonces disfruto cuando el sudor se mezcla con el agua del cielo en la frente. Y si no hay viento alguno y la temperatura no es muy baja se redondea el círculo. Vas contemplando los árboles y plantas en la orilla del camino o de la carretera y observas el atribulado vuelo de los pocos pájaros que los tienen bien puestos y han pasado de emigrar a otros países buscando temperaturas más suaves y secas. Y admiras a ambos. Es más te congratulas con ellos. Yo que corro en soledad el noventa y nueve coma nueve por ciento de las veces, me siento en estas circunstancias narradas un ser de la naturaleza, protegido por ella pero también zarandeado, igual que ese pájaro que vuela a ras de suelo atribulado por el peso que le causa el agua en sus abundantes plumas. Los árboles no se inmutan, pero en ocasiones también los veo sufrir. Como ocurrió el pasado sábado o ha ocurrido en la tarde del jueves, cuando escribo estas líneas. 


Porque como decía más arriba hay un límite. Y ese límite lo veo en el suelo, justo en el momento en que, aún siendo asfalto, el agua se congrega en balsa y ya de nada vale esquivar los charcos: todo es un charco. Y cuando miras la frente y lo que ves no es otra cosa que una cortina de agua que, amenazadora, lucha por quitarte el protagonismo. Es, entonces, en esas circunstancias y situaciones cuando dudas. 
Si minutos antes, con el agua recién caída, la ropa aún no demasiado empapada, el suelo sin balsas, el pájaro alzando el vuelo sin problemas y el árbol soportando con entereza el agua, si esos minutos antes, alimentándote del sin par olor a tierra recién mojada, has disfrutado como un enano, ahora te llegan las dudas. Porque ya no  pisas la solidez del asfalto, tan sólo chapoteas y el color de tu ropa técnica ya no es definible. Ni tan siquiera ves ya al pájaro alzar el vuelo y algunos coches que pasan por la carretera hacen ademán de detenerse por si necesitas ser transportado (algunos me han preguntado en alguna ocasión). Si ocurre todo eso, lógicamente, dudas. Compruebas que la lluvia ya es tan intensa que está dejando de ser tu aliada, se está volviendo hostil. Pero aún así, aprietas los dientes, calculas los kilómetros que te quedan e intentas dejar la mente en blanco, intentando pensar aún que la lluvia sigue siendo tu amiga, esa que te acarició el rostro nada más hacer presencia.  

1 comentario:

  1. Ducha caliente inmediatamente después! el agua de estos días es que impone...

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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