19 octubre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO















LA LIEBRE

Cuando quiero hacer cuestas me voy al Torreón de Albolote. Se trata de un espacio natural protegido, un frondoso bosque de pinares que preside el entorno del Pantano del Cubillas. Temo subir allí, pero al mismo tiempo brindo al cielo haberlo hecho, porque todo el entorno es excepcional en esa subida: la fuerza necesaria para subir esos repechos y esa naturaleza tan primigenia. 


Cuando subí la otra tarde, horas antes había llovido. No había barro en el camino pero sí abundantes charcos. Así que intenté en la medida de lo posible esquivarlos con desigual suerte. Cuando estaba a punto de llegar a la parte asfaltada, en la encrucijada que orienta el camino, o bien al Torreón o bien a la Ermita de los Tres Juanes, intenté esquivar un charco que abarcaba todo el camino, para lo cual tuve que correr durante unos metros por la maleza que brotaba anárquica en el borde del camino. A los pocos segundos de introducir mis pasos en aquella maleza presentí, más que percibí, un movimiento que me inquietó. Casi me detuve, pero no lo hice, porque no es prudente detenerse en plena cuesta. No obstante, intenté evitar aquello que se movía, fuere lo que fuere.  Superado el charco volví a introducirme en el camino y fue cuando la vi. Se trataba de una liebre de las muchas que a veces he visto atravesar raudamente el camino, como asustadas. Sin embargo, aquella que vi -y que con toda seguridad era el movimiento que noté en la maleza-, estaba allí plantada justo delante mía, casi impidiéndome el paso. Me miraba directamente a la cara de manera amenazante y no tuve más remedio que decirle que se apartara del camino si no quería ser pisoteada por un 10,5 UK. Inmediatamente, al tomar conciencia de que le estaba hablando a una liebre, me sentí ridículo. Su mirada era tan expresiva que consideré que tenía delante a una persona. Probablemente a esas alturas de cuesta iba tan cansado que ya no controlaba, me dije.
Para mi sorpresa la liebre me contestó. No se trataba de una alucinación ni nada por el estilo, sencillamente, la liebre me contestó. Se dirigió con perfecta pronunciación -nada de dialecto de liebre- y me reprochó que no respetara su espacio. Ante tal fenómeno extraordinario, me detuve. Lo que estaba sucediendo era incompatible con correr. La liebre siguió hablando. No recuerdo bien todo lo que me dijo pero retuve algunas de sus frases: me reprochó que los humanos no respetáramos su entorno y que actuáramos como si fuéramos los reyes de la creación. No tuve más remedio que contestarle, a pesar de que sentía que aquello era más una ensoñación que una realidad. Le refuté su argumento diciéndole que probablemente fuera cierto lo que decía, pero que no considerara que correr por un entorno natural fuera sinónimo de no respetar su entorno, todo lo contrario. La conversación siguió durante un buen rato de esa guisa: 
-Los animales de este bosque estamos más que hartos que los humanos invadáis nuestro territorio -dijo enfadada la liebre-.
-Comprendo vuestro enfado, pero no es justo que a los corredores nos integréis en ese grupo genérico de 'humanos'. 
-¿En que grupo, entonces, debemos integraros?
-Te diré una cosa: hay una cosa que odio probablemente más que tú: los domingueros que vienen en masa los fines de semana. Vienen con sus coches y comienzan a sacar viandas, poniéndolo todo perdido. Además despliegan un ruido ensordecedor.    Seguramente son esos los que os fastidian. De hecho, a mí también me fastidian y por eso intento no venir por aquí los domingos.
-Sí, esos son los peores. Luego están los que se niegan a andar un poco y acaban subiendo en coche hasta lo más cerca posible del Torreón. Esos son odiosos.
-Pienso lo mismo. A mi también me incordian con sus coches cuando subo corriendo. 
-Luego están todos esos que vienen con sus ruidosas motos...
-Sí, esos son los peores pero, supongo, que no me meterás en ese grupo...
-Bueno...no exactamente.
-Vamos a ver liebre, te enfadas conmigo porque he osado pisar la maleza para esquivar un charco, cuando sabes certeramente que quienes corremos por aquí somos los más respetuosos con la naturaleza. Mucho más, incluso, que los ciclistas.
-No digo que no. En realidad, jamás nos habéis molestado. Os vemos correr desde nuestras madrigueras y eso nos agrada...
-Luego, a qué viene esa molestia, ¿porque en una sola ocasión y por una causa justificada he pisado la maleza?
-En realidad tienes razón, pero estoy tan molesta con los humanos que visitan este entorno que he acabado por incriminarte, y ahora comprendo que sin razón. 
-Supongo que estás más que justificada. Te diré una cosa: corro mucho por aquí y os he visto a vosotras, las liebres, he visto pájaros, he visto algún reptil en los meses más tórridos y me ha gustado, precisamente, porque eso me hace sentir en armonía con vuestro entorno y con vosotros mismos. Jamás, ni yo ni ningún corredor, os hemos importunado. Todo lo contrario: siempre hemos tenido hacía vosotros, los animales, un reverencial respeto.
La liebre se ruborizó un poco al escuchar mis sensatas y  sentidas palabras. Parecía arrepentida de su mal genio. Comprendí su desazón y le extendí la mano. Ella me abrazó y me dijo que le gustaría verme corriendo por allí siempre. Me emocioné y le devolví el abrazo.  

3 comentarios:

  1. COMPAE, eso se llama comunicación telepática con animales.
    Estoy seguro que para esa liebre no eras un desconocido, no olvides que los animales son muy inteligentes y capto perfectamente tus buenas intenciones.
    La próxima vez que te cruces con ella, coméntale si este país tiene arreglo, seguro que a través de su lenguaje corporal y tu buena intuición para deducirlo, te da una respuesta mas convincente que los que nos gobiernan. Un fuerte abrazo.

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  2. Jose, jajaja lo que me he reido, y es que no puedo con eso de....."se dirigió con perfecta pronunciación -nada de dialecto liebre- y tb eso de abrazos liebre/persona.

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  3. Compae, me temo que para eso habría que hablar con gente de su especie: los reptiles, por ejemplo..

    Anónimo, bien captada la ironía...

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Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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