14 julio 2009

MOHAMED VI: POPULISMO GROSERO



La muerte nos iguala, y por eso hay que hilar muy fino para analizar el asunto del "Gregorio Marañón".
Nos encontramos con que en este hospital una joven marroquí embarazada fallece a causa de la gripe A, algo que produce estruendo en Marruecos y produce amenazas de demanda judicial al citado hospital por parte de la familia de la fallecida.
A los pocos días, a todos nos ha sorprendido la muerte del hijo de la fallecida, al que, inicialmente, con mucha pericia médica, pudieron salvar tras la muerte de la madre.
Al parecer, un error en el tratamiento administrado ha producido la muerte del bebé.
Inmediatamente, las autoridades del hospital reconocen, sin fisuras, un error por parte de una enfermera.
En pocas horas el "demócrata" jefe los marroquíes fleta un avión para trasladar el cuerpo del bebe, demostrando un olfato político cínico. Es decir, un rey absolutista que no garantiza los servicios básicos a sus súbditos lleva a cabo un acto groseramente populista y desde su diezmado país sobrevuela el país que está posibilitando que muchos de sus súbditos posean sanidad y educación gratuita, y con grandes gestos grandilocuentes nos restriega en el morro que el cadáver es suyo, ante el silencio cómplice de nuestro gobierno.
Y, claro, se trata del rey de uno de los países con más derechos sociales y sanitarios del mundo y hemos de admirarnos ante ello. Que renuncia a sus enormes posesiones, lujos y oropeles, en favor de su pueblo. Dios, qué cinismo.
¿ Qué está pasando en España ? ¿ Por qué siendo un país que ofrece servicios sociales y sanitarios gratuitos tiene que sufrir el bochorno de ver cómo el avión de un reyerzuelo divino sobrevuela nuestro país para retirar el cadáver de uno de sus súbditos, que seguramente en su país hubiera tenido menos posibilidades de vivir?
España es uno de los pocos países del mundo que ofrece sanidad gratuita sin mirar pasaporte alguno, situación ésta que a la larga va a deteriorar el sistema público sanitario. De hecho, ya lo está deteriorando aunque nadie quiera reconocerlo.
El emigrante lógicamente sale de su país para mejorar su calidad de vida. Por lo general, viene a trabajar, pero no obviemos que también busca un sistema gratuito de sanidad y educación -yo en esa situación también lo haría-. Y España lo tiene.
Por tanto, me parece repugnante que se haga demagogia de todo esto. Ha habido un error médico. Le ha tocado a un bebé extranjero, como podría haberle tocado a un español. Se ha reconocido el error y nada hay que objetar. Ahora las autoridades sanitarias o judiciales depurarán responsabilidades, como ha de ser. Pero no se ha de cortar madera del árbol caído.
España tiene un sistema sanitario universal. Y tiene errores, lógicamente. Marruecos no tiene un sistema sanitario. Y, por lo pronto, no puede aspirar ni tan siquiera a tener errores.
Por lo pronto es lo que hay. Hacer demagogia fletando aviones o sojuzgando un sistema sanitario como el español me parece demencial, sobre todo cuando quien lo hace no es ejemplo de nada.
Los derechos humanos son universales y hay que reclamarlos, pero hay que actuar con coherencia en esa reivindicación y utilizar las mismas varas de medir: no podemos solicitar derechos en un país y plegarnos al mandato divino de su rey en otro.

10 julio 2009

EL EQUILIBRIO EN EL CORREDOR



Venía a hablar mi buen amigo Paco Montoro en su última entrada sobre la relación existente entre el estado anímico y el correr. Y a consecuencia de su entrada, le comentaba que hace poco una compañera de trabajo, buena corredora, me venía a comentar que determinadas circunstancias relacionadas con un cambio importante en su trabajo le habían mermado las ganas de entrenar. La causa principal: la posibilidad de no poder competir algunos domingos por mor de ese cambio laboral, ya que ella es guardia de seguridad.
Y, efectivamente, tal y como también le comentaba a Paco, existe una estrechísima relación entre el estado de ánimo y el correr. Por lo menos esa es mi apreciación y, entiendo, que en eso coincidimos muchos corredores.
Pero ocurre que, paradójicamente, también el deficiente estado de ánimo se combate corriendo, estableciéndose una especie de círculo vicioso difícil de romper.
Cualquier causa que afecte a la psique del individuo, ya sea de tipo personal o colectivo, puede detraer fuerzas para entrenar y para competir. De ahí que el estado ideal del corredor deba ser el equilibrio y la templanza, elementos éstos que no siempre son fáciles de conseguir.
En mi caso particular, la ilusión que me produce correr, pensar con anticipación qué rutas voy a hacer en los próximos días, cuántos kilómetros correré o, incluso, que ropa y calzado deportivo llevaré; esa ilusión, decía, es el complemento perfecto de mi existencia. Pero sé positivamente que para que esa ilusión aflore necesito tener un mínimo de estabilidad emocional y una vida ordenada. De lo contrario, no tengo el suficiente empuje para planificar rutas o kilómetros y acabas postergando la actividad de correr. Y esa postergación es la antesala de la inanidad. De ahí que necesite cierto orden y equilibrio para poder llevar a cabo mis entrenos y participar en las carreras que elija.


Por ejemplo, pensemos en el maratón. Probablemente, apreciados lectores, quienes nos hayáis corrido aún ninguna -algo que ya tenéis que enmendar-, tal vez, no hayáis experimentado lo que ahora expondré. Pero seguramente sí os identificaréis con lo que digo quienes hayáis corrido el maratón.
Me refiero a la estrecha relación que existe entre la disposición a correr una maratón y el equilibrio personal. Ese equilibrio ya es necesario en la fase embrionaria, es decir, cuando tomamos la primera determinación de correr la prueba reina del atletismo. Imaginemos, pues, el enorme equilibrio y estabilidad, por no hablar del estado de ánimo, que se ha de poseer cuando planificamos los monstruosos entrenos necesarios para poder rendir mínimamente el día de la prueba. La necesidad de correr, en soledad casi siempre, entre 70 y 90 kilómetros a la semana, con independencia del estado anímico, los agobios laborales o familiares, con independencia de la lluvia, el frío, la nieve, el calor, la necesidad de comer lo adecuado, descansar lo necesario, y tener que alternar todo eso con trabajo, familia y todo lo que conlleva la imprevisible existencia en el día a día. Sin equilibrio, sin estabilidad, sin un estado de ánimo positivo, sin una fuerte determinación y una férrea voluntad, llevar a cabo esa empresa sería poco menos que imposible. Lo sé por experiencia.

08 julio 2009

UN ARTÍCULO CON UN PAR



No sé si habéis -permitidme que os tutee, porque aunque a muchos os conozco, a quienes no, tengo la sensación que también- leído el último artículo de Arturo Pérez Reverte en el El Semanal, que es donde habitualmente escribe. Porque no tiene desperdicio.
Os voy a poner el enlace, pero antes me gustaría comentarlo y que vosotros-as lo hagáis después de leerlo.
Ya conocemos la labia y la pluma que gasta el amigo cartaginés. Que no tiene pelos en la lengua y que dispara con la misma pólvora que utiliza su personaje Alatriste.
Yo no lo había leído, pero me lo fotocopió un compañero de trabajo y lo deveré de un tirón en el autobús urbano cuando regresaba a casa.
Resulta que escribe -muy bien, por cierto- lo que pensamos muchos -yo diría que casi todos- sobre esa gentuza -ese es su título- que despilfarra el dinero público, que utiliza coches oficiales, que comen y viajan como nuevos ricos a costa del erario público. Una clase dirigente que se ha procurado un estatus, con independencia del color que defiendan y que para colmo pertenecen a una generación más que mediocre -excepto raras excepciones- de dirigentes muy alejados de la verdadera vocación pública y totalmente apegados a privilegios y favores materiales, esos que ellos mismos se han dado. Pero no diré más. Mucho mejor leer el artículo de Pérez Reverte pinchando en este enlace y luego comentáis:


05 julio 2009

XXI PRUEBA DE FONDO "RÍO DÍLAR" (5/7/2009)




Correr la prueba de Dílar significa correr en una prueba humana. Una prueba muy dura pero que está en este lado de la razón, que hay que distinguir de aquellas otras más inhumanas e irracionales, como es el caso de La Ragua y tal vez el Conjuro, de entre las que conozco.
Pero esa humanidad no la hace fácil ni asequible. Principalmente por las altas temperaturas que se padecen a lo largo de la mayor parte del recorrido.
La de esta mañana ha sido una prueba en la que he llevado en todo el momento el asfalto pegado a los pies, sin un atisbo de buenas sensaciones, que parecieron asomar en la última rampa, ya en pleno pueblo de Dílar, faltando doscientos metros para la llegada. Hipotéticas sensaciones que ya no me servían en absoluto porque los quince kilómetros anteriores habían sido todo un mosaico de cansancio y piernas exentas de frescura. La que es necesaria para afrontar una de las pruebas más duras del circuito.
Pero había que correr. Para seguir estando ahí; para seguir recordando que uno es corredor y poder seguir ratificando que esta actividad es una buena idea. Una de las mejores ideas.


A 20 metros de la meta, junto a otro corredor. Foto debida a Paqui (esposa de Roberto).

Tras el disfrute en la anterior prueba del Valle de Lecrín, mucho estuve tentado de repetir ese viaje plácido en esta prueba e incluso esas fueron las primeras inquietudes de la salida: departiendo y hablando con conocidos en los primeros kilómetros, con Santi, por ejemplo, del club de los Trotanoches, al que saludo. Pero no, finalmente decidí arremangarme el pantalón y afianzar el paso. Pero éste no iba. Lo comprobé en las primeras rampas que llevan al pueblo de Gójar.
Me decía Mario que en los primeros kilómetros iba clavado, y aunque no era esa mi situación exacta, sí compruebo que me costaba un mundo coger un ritmo adecuado. Ni siquiera en las bajadas, que también las hubo. Y, claro, en esas circunstancias las mejor opción es intentar confabular con la fuerza que posees y esperar la llegada de las buenas sensaciones.
Sin embargo, en esta prueba la dificultad va de menos a más. Advertí - no sin cierto terror- que lo que nos esperaba desde la bajada de Ogijares hasta la tortuosa vía de servicio y desde ahí de nuevo hasta Dílar, no era otra cosa que la verdadera esencia de la carrera.
Comentaba Alejandro, compañero del club, que la vía de servicio que transcurre paralela a la autovía de la Costa es un suplicio. Y, efectivamente, lo es. Lo es en el plano psicológico más que en el físico. Pero para mejor comprenderlo recompongamos la situación: 5 de julio en el sur de Andalucía. Cerca de las 11 de la mañana de uno de los días de más calor del año y todo un trozo de asfalto por recorrer, sin un mínimo de sombra, sabiendo, además, que lo que esperaba no era nada fácil. Esas vastas circunstancias convierten, sin duda, este tramo en duro y pesado. Tanto, que pude ver cómo se detenían los primeros corredores en el cruce de Otura, al final de esta vía.
Nada indicaba que mi situación fuera a mejorar: las buenas sensaciones no llegaban. Sin embargo, en honor a la verdad, haciendo abstracción de los primeros kilómetros de viaje turístico, iba en mi sitio y no veía corredores que me adelantaran, estando ya en torno al kilómetro 10 de carrera.

¡AGUA POR FAVOR!

El agua que faltó a muchos corredores de la parte final del pelotón (vuelve a fallar la organización de esta prueba en varios aspectos), estuvo a punto de faltarme en un avituallamiento. Los voluntarios responde a su denominación sobradamente. Ocurre en todas las carreras. Se desviven. Se multiplican para que poseamos el líquido elemento, pero en uno de los avituallamientos pasé sólo, perdido en uno de esos raros cortes que se producen en ruta. Y no observaron mi paso. Poder aferrarme al botellín del agua "in extremis" gracias a la pericia del voluntario se convirtió en la certeza de que llegaría a Dílar, aunque cada vez en peores condiciones. De lo contrario, la película de la carrera podría haber cambiado. Si Alfonso X, el El Sabio, afirmó que por una herradura de caballo se puede perder toda una batalla, en nuestro caso, una mera ausencia de agua en carreras de este tipo, provistas de altas temperaturas, puede ser el punto de inflexión de nuestro rendimiento.
Ni siquiera el paso por el frondoso parque a la entrada de Otura sirvió para refrescarme. No conseguía recuperar. Y con ese equipaje vas llegando a Otura.
Entre Otura y Dílar siempre se produce el desconcierto. Esa carretera local no tiene vocación competitiva, a tenor del vergonzante espectáculo del tránsito de coches en ambas direcciones. Así que volvamos a imaginar esta nueva situación: cuatro kilómetros para llegar a Dílar, precisamente la parte más dura de la prueba, por una carretera inmisericorde, donde el sol se ceba con los corredores, que además van inquietos por esa permanente circulación de vehículos. Que sirva, por tanto, este texto como denuncia formal y que de una vez por todas se solucione ese problema -junto a la escasez de agua-, o bien, que estos pueblos dejen de participar en el Circuito, que con sus miserias y sus grandezas suele tener aciertos organizativos. Siempre habrá localidades que acogan con más entusiasmo alguna de las pruebas, como ya ha ocurrido en esta edición.
Ese desconcierto organizativo coincide con el anímico del corredor. Y el ánimo y la voluntad comienzan a lanzar mensajes para que nos detengamos. De hecho, muchos corredores acaban haciéndolo, mientras que otros minoran visiblemente el paso.
Mi calvario particular sigue estando presente. Sin dejar de beber agua en ningún avituallamiento sabía que llegaría, pero que el precio sería bajar el ritmo. No encontraba otras opciones.
El entrenamiento en cuestas en las últimas fechas posibilitó que éstas las afrontara con menos respeto, pero aún así la sensación de ir pegado al asfalto continuaba. Y temía ya, a falta de cuatro kilómetros, que nada fuera a cambiar.
Y nada cambió. No sufrí en exceso las subida iniciales de entrada a Dílar, así como tampoco la corta pero dura cuesta de la calle que da acceso a la meta, en la que, burlonamente, aparecieron las primeras y únicas buenas sensaciones. Mi problema era otro distinto: ¿falta de fuerza? ¿Cansancio? ¿Falta de descanso? Por ahí deben ir las razones. Empleé un tiempo de 1 hora y 13 minutos, según la organización, algunos segundos más que los reales, a una media de 4´43", según reza el mensaje enviado al móvil.
Pero es una prueba que había que hacer, que quería hacer, para seguir sintiendo ese embrujo de correr, para seguir afrontando pruebas duras. Lo más secundario: el por qué y el cómo del estado físico. Soy un corredor aficionado.
Cuatrocientos fueron los corredores que atravesaron la línea de meta y a todos y cada uno de ellos y ellas, les quiero dedicar esta entrada. En primer lugar, porque es una prueba muy dura. En segundo, porque el calor es un claro hándicap. En tercero, porque lucharon por llegar a meta en una época en la que mayoría de los mortales ya está eligiendo la tumbona de la playa. Y de entre todos-as los que llegaron a meta, especial referencia a quienes se quedaron sin agua, a falta de cinco kilómetros, los más duros y los más calurosos. Con algunos hablé y, lógicamente, estaban indignados.

Bastante presencia de compañeros del club, la siempre incombustible presencia de Roberto al que saludo desde aquí, y el arrojo de Mario -con el que acudí a la prueba- por participar en esta dura prueba tras una noche toledana, como diría Jesús Lens. Enhorabuena a Francis Rodriguez Tovar por su segundo puesto, en un gran año para él.

En síntesis, una prueba alejada de mis propósitos más ambiciosos, pero realizada con gran satisfacción y sentimiento de estar donde debía de estar.

01 julio 2009

UN CIRCUITO DE PELÍCULA

























Cuando el pasado domingo, a eso de las 10,15 de la mañana completé la ruta del Torreón árabe de Albolote, me dije que tenía que inmortalizar ese trayecto. Así que tras ducharme, enristré la cámara digital y repetí en coche la casi totalidad del recorrido -excepto la llegada última al torreón, muy complicado para un coche-, con la idea de ir haciendo instantáneas de la ruta.
El resultado ha sido curioso, ya que tenía muy fresco el recorrido en la mente y tan sólo debía ir deteniendo el coche en los puntos que considero más importantes, tanto por la dificultad como por la particularidad del paisaje.
Y salió una película, algo que aún no había ensayado en los varios años que llevo de bloguero. Una experiencia muy novedosa, que espero todos podamos cumplimentar con nuestros recorridos preferidos. Os comento.

La primera instantánea muestra el camino de entrada a la carretera que dará acceso a la tremenda cuesta inicial del Torreón. Ese camino, que no conocía hasta hace unas semanas, nos fue mostrado a mí y a Juan Carlos por Mario, un experto en lugares recónditos. Ese camino arranca dos kilómetros antes de la zona urbanizada dramáticamente -denunciada por los ecologistas, por cierto-, alrededor del nuevo campo de Golf que hay en las inmediaciones del Pantano del Cubillas, perteneciente esa zona - no el pantano- al municipio de Atarfe. Arrancamos, por tanto, de un edificio estéticamente mejorable que albergará un colegio denominado C.U.M.E., si no recuerdo mal. También es posible penetrar por una vereda serpenteante que nos dio a conocer Mario.
Ese camino es curioso, principalmente por su ubicación. Se va subiendo, pero no es dura la subida, a pesar de que sabes que subes. Lo sabes, principalmente, cuando regresas en bajada. Por tanto, esa primera foto es la parte última del camino que enlaza con la carretera local de Albolote, que conecta a su vez con el camino de monte -inicialmente asfaltado- del Torreón, tal y como podemos vez en la segunda foto.
En la tercera ya se anuncia la dirección del Torreón, el cual se puede vislumbrar al fondo, si observamos detenídamente.
Inmediatamente, sin tregua, comienza la tortuosa subida inicial de aproximádamente 1200 metros, como se puede apreciar en la cuarta foto, hasta llegar a la zona del merendero, adornado por una suerte de mesas y bancos de piedra, incluyendo una barbacoa también hecha de piedra, tal y como vemos en la siguiente foto. A partir de ese momento estamos en una zona de pinar, tal y como muestra una foto posterior.
A partir de ese lugar de descanso acaba el asfalto para dar paso al camino. Ese camino que vemos emerger en la siguiente instantánea.
Particularmente considero que a partir del merendero, la cuesta es más llevadera, pero todo dependerá de cómo hayamos recuperado en esa subida inicial.
Las siguientes fotos siguen el trazado del camino y se reflejan las vistas que vamos alcanzando desde la parte de arriba. Sin duda, una de las panorámicas más impresionante antes de llegar al Torreón es el Pantano del Cubillas.
Se podrá comprobar que el camino preside toda la subida y que las señalizaciones van apareciendo paulatinamente.
Obsérvese, asimismo, trozos de camino de monte muy empinados pertenecientes a la subida por la cara oeste, cuando accedemos desde la zona más cercana a Caparacena.
Cuando llegamos a una pequeña vaguada, que apenas nos permite coger algo de aliento, se observa que aparece una nueva señalización indicando la dirección del Torreón, para lo cual no tendremos más remedio que asumir una corta pero durísima cuesta asfaltada de nuevo en la que es posible ver "clavadas" las bicicletas de montaña, muy frecuentes en esa ruta. En algunas fotos, asimismo contemplamos algunos momentos de la bajada.
Superada esa cuesta el Torreón ya no es obstáculo alguno, aunque haya que subir un carril incómodo todavía.
Finalmente nos esperarán unas vistas de Granada y varios pueblos de alrededor, que difícilmente podremos contemplar desde otros lugares. Además, tendremos el privilegio de comprender el vasto sistema defensivo árabe, ya que es muy visible el Castillo de Moclín, la Alhambra y alguna que otra torre vigía árabe repartidas en pequeños montículos lejanos.
¿ Ha merecido la pena la subida ?

28 junio 2009

INTEGRANDO LAS CUESTAS EN LA VIDA



Dicho así, tal y como se puede leer en el título, pareciera que, tras un largo periodo de reflexión, de pros y contras, de intentos más o menos baldíos, es decir, tras un periodo de duro parto, finalmente, como resultado de una meditación profunda y arriesgada, integro las cuestas.
Las cuestas de la vida. Las cuesta del corredor. Ambas muy parecidas, porque no son más que la apuesta por no sucumbir a esos duros tramos, que se producen tanto en la vida como en los caminos del corredor.
De ahí que las metáforas sobre la vida se puedan aplicar al correr y viceversa; de ahí, que a los corredores también nos sintamos cómodos en la filosofía, en la literatura y hasta en el arte.
Porque mucho de eso hay cuando se asume una cuesta (dejo ya a la imaginación del lector las de la vida o las del corredor). En una cuesta sufres físicamente y sufres psicológicamente. De hecho, hace apenas unos días, comentaba aquí mismo con motivo de la subida a La Ragua que para subir esas demoniacas cuestas hay que ir muy preparado psicológicamente. Y esta mañana de domingo pensaba lo mismo, cuando en soledad, con el silencioso ruido (en el silencio también es detectable el ruido si estamos habituados a ello), afrontaba esas temibles rampas iniciales que conducen al Torreón árabe de Albolote. Volvía de nuevo a presentir las mismas sensaciones del espíritu de La Ragua, porque sabes que cuando te enfrentas a una cuesta alrededor no hay nada, sólo tú, tu cabeza, tus pulmones, tu corazón y tus piernas. No hay apoyos y el asfalto o el camino es hostil sin remilgos. Y poder subir en esas circunstancias, con todos los elementos en contra es dignificarte como persona y como corredor.
Porque existe también otro aspecto a tener en cuenta cuando se decide subir una cuesta dantesca. Resulta que vives en un mundo a la intemperie de malos hábitos, trasnoches, alimentos o líquidos antagónicos para el deportista....es decir, no perteneces a ese templo de la élite, porque eres corredor aficionado y habitas en el mundo de los vivos, un mundo también poético y cargado de literatura y sensaciones. Y desde ese mundo tienes que reinventarte, fortalecerte psicológica y físicamente, para que una buena mañana de domingo vestirte de corredor y en la soledad del fondo subir, subir y subir.
De hecho, el trasvase desde ese mundo de los vivos a ese mundo de fortaleza física y psíquica, en mi caso, fue asumido en pocas horas. Desde ese trasnoche del viernes, en excelente y magnífica compañía que pasamos Mati y yo con Jesús y sus amigas catalanas y universales, con el amigo de éstas profesor de español en Atenas, con Roberto y Paqui, tras empaparnos con una amena charla de Fernando Sánchez Dragó, escuchar música sudanesa y refrescarnos con más de dos cervezas hasta altas horas, desde ese trasnoche, decía, hasta la excitante subida de esta mañana hasta El Torreón de Albolote, apenas han distado veinte y pocas horas y todo ha sido posible. Ese es nuestro privilegio como corredores aficionados ¿No creéis?

Dos momentos de la subida al Torreón, de mucha dureza. Fotos tomadas unas horas después de la subida de hoy.

25 junio 2009

UN MEMORABLE ENCUENTRO LITERARIO

Asistí ayer a un encuentro literario de muchos kilates. Porque se está celebrando en Granada el primer encuentro de literatura de viajes, que sospecho -aunque él no lo haya dicho- se debe en gran parte a esa vitalidad literaria de mi amigo y Álter, Jesús Lens, al que considero un tifosi - si me permite un lenguaje futbolero- de este género literario, que fomenta en la teoría y en la práctica.



Pude asistir a ese entrañable encuentro del autor con su personaje. El autor, Antonio Lozano. El personaje, un ser de carne y hueso, presente en el encuentro, llamado Waleed Saleh Alkhalifa, iraquí de nacimiento, aunque residente y nacionalidad en España, el cual atesora una increíble historia de expulsiones y persecuciones por mor de sus ideales políticos en el inhóspito Irak del derrocado y ya fallecido, Sadam Hussein.
Antonio Lozano -y así se lo comenté ayer- me ha sorprendido gratamente con su anterior novela, "El caso Sankara", y ha editado hace poco tiempo "Las cenizas de Bagdag", basada en el referido Waleed, novela que ha ganado la XXIII edición del premio de novela Benito Pérez Armas en 2007, probablemente el galardón más preciado de las letras canarias.
Ese encuentro, estuvo muy bien apadrinado por Jesús, que se le veía como pez en el agua. Como se nos veía a la mayoría de las personas que poblábamos el Teatro Isodoro Máiquez, durante la charla con que nos deleitó Javier Reverte, un escritor y viajero de raza.



Javier Reverte atesora la fina ironía de aquel que ya lo ha relativizado todo y cree en tan sólo "cuatro o cinco cosas", tal y como él mismo mantenía.
Si para cualquier mortal el viaje se convierte en toda una aventura para el cuerpo, el alma, el espíritu y la mente, para quien ha dado la vuelta al mundo, con apenas una mochila sujeta al hombro, ha dormido a la intemperie en los vastos y salvajes territorios de Kenia, o ha nadado en un gruta azul de un recóndito lugar del mediterráneo, el viaje es en sí la esencia de la vida, que además cuenta con la maestría del escritor forjado a base de textos y tiempo.
Acertadas me parecieron algunas de sus perlas que fue soltando a lo largo de más de una hora de charla. Entre ellas, imposible de olvidar la correlación que estableció entre el oficio de escritor con otros oficios que necesitan talento, pericia, tiempo y mucho aprendizaje. Decía Javier, que ha escuchado a mucha gente decir barbaridades del tipo: "¡ el día en que me ponga a escribir un libro!", pero jamás ha escuchado decir a nadie aquello de: "¡el día en que me ponga a operar a corazón abierto!". Luego ¿por qué -se preguntaba el escritor- se habla con tanta ligereza cuando se trata de escribir y no cuando se trata de operar a una persona a corazón abierto? Y es que el oficio de escritor necesita ese talento que ofrece el oficio, los años y la perseverancia.
Comentaba también Reverte que es posible ser viajero, pero que nada tiene que ver eso con ser escritor. Porque un escritor que escribe de viajes no es un notario que narra el viaje, desde que hace la maleta hasta que llega a su destino. Un escritor tiene que escribir literariamente, sin que importe que empiece por el final del viaje y termine con el principio. Totalmente de acuerdo con él.
Quienes hayáis leído los libros de Javier Reverte, comprenderéis la cercanía y humanidad de este escritor, algo que es palpable en su excelente prosa. Su trilogía de África ha deleitado a miles de lectores. Y quien esto firma mañana mismo se va a afanar en la búsqueda de "Corazón de Ulises", porque del viaje a Grecia habló ayer el autor y eso me fascinó sobremanera.
Muchas fueron las perlas que nos ofreció un veterano de la vida, de los libros y de los viajes. Y todo debido a este excelente primer encuentro que los dioses conserven muchos años. Espero que Jesús se encargue de ello.

23 junio 2009

DE LITERATURA Y VIAJES


No se salten esta excelente cita que tendremos a partir del miércoles 24 de junio en el Teatro Isidoro Máiquez del Centro Cultural de CajaGRANADA.
Una cita en la que tendremos oportunidad de enfrascarnos en la mejor literatura de viajes, que contará con la presencia de nuestro amigo y Álter de un servidor, Jesús Lens. Eso será mañana miércoles.
También, mañana miércoles, tendremos oportunidad de escuchar las palabras de los novelistas Antonio Lozano y Javier Reverte.
El primero me ha deleitado con su novela "El caso Sankara", que recrea de forma magistral, la vida, obra y muerte del que probablemente haya sido uno de los pocos gobernantes íntegros del castigado continente africano.
El segundo novelista, muy conocido por su literatura de viajes y que me deleitó en su día con su libro "Vagabundo en África".
Además, tendremos la ocasión de escuchar la voz polémica de Fernando Sánchez Dragó, el próximo viernes 26. Un escritor polifacético y enfermizamente viajero.
Pero, además, habrá mas figuras literarias, y una actuación musical procedente de Sudán.
Ya les digo, no falten a estas citas, rebozantes de multiculturalidad, literatura y viajes, que además son totalmente gratis.




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21 junio 2009

XVIII PRUEBA DE FONDO " VALLE DE LECRÍN": CORRIENDO EN BUENA COMPAÑÍA



A punto de llegar a meta. Con Paco, José Manuel y Jorge Aguilera. A la izquierda un joven corredor de Pinos Genil, lector de este blog, que estuvo mucho tiempo corriendo con nosotros.

Dos cosas son sumamente placenteras: correr un domingo por la mañana y hacerlo en compañía de amigos. Por eso la prueba de esta mañana en Dúrcal es para enmarcar. No exagero un ápice si digo que ha sido una de las pruebas que más he disfrutado.
Recién llegado del correctivo de La Ragua y con tan sólo doce kilómetros en las piernas en los últimos siete días, correr sosegadamente esta prueba en compañía permanente de Paco y José Manuel - y eventualmente de otro compañero del club, el letrado Jorge Aguilera, el cual ha sufrido un pequeño pinchazo isquiotibial- ha sido de un placer infinito. Algo a lo que estoy pensando abonarme de vez en cuando, por varios motivos: porque se ve la carrera desde otra óptica; porque se disfruta mucho más de la compañía y de la conversación; porque valoras y disfrutas el paisaje que atraviesas; porque los kilómetros van pasando tranquilos pero constantes. Por muchos motivos, ese correr sosegado me ha enganchado.

Paco y yo corriendo por la Vega, hace unas cuantas Nocheviejas.

Desde que salimos de Granada, Paco y yo, en el coche de mi amigo, completamente engolfados en un charlar permanente (no recuerdo que Paco y yo hayamos tenido ni un minuto de silencio entre nosotros en los muchos lustros que llevamos conociéndonos), en un reír constante, hasta que llegamos a la capital del Valle de Lecrín, todo ha ido a pedir de boca. Desde la fallida incursión en el pueblo hasta el buen aparcamiento, cerquísima de la línea de salida. Pero lo más significativo: que hayamos podido correr Paco y yo durante todo el trayecto, como antaño.
Y es que el correr es disfrute máximo. Poder dedicarse un domingo por la mañana a correr, alejados de hábitos más insanos, bebiéndonos el primer sol de la mañana, siendo testigos de la quietud dominical...todo un complejo paraíso de deleite al alcance de la mano.
Lo de menos: el resultado de la carrera, los tiempos, los puestos, la bolsa del corredor -mala, por supuesto-. Lo de más: esa buena compañía: la ilusión por el deporte, la motivación de la animada charla, la cerveza fresca en ese coqueto y fresco parque de Dúrcal. Con la ventaja, además, de comprobar que cuando el día apenas comienza a desperezarse ya hemos cumplido con nuestra misión atlética y volvemos a casa con el buen sabor de la victoria, porque no otra cosa es haber corrido y disfrutado en compañía de amigos.
Ah! ¿el tiempo empleado en esos 10.300 metros aproximados? Unos 52 minutos. Está bien ¿no?

17 junio 2009

EL FENÓMENO LARSSON



Escribía hoy en Ideal, mi amigo y Álter Ego, Jesús Lens, sobre el fenómeno Larsson, y analizaba acerca de este bombazo literario que mañana verá en las librerías de toda España la tercera entrega, "La reina en el palacio de las corrientes de aire". Y, lógicamente, uno que ha leído los dos libros anteriores de este fenómeno Millenium, le comentaba a Jesús en su blog lo siguiente:

No soy gran conocedor de la novela negra. Crimen y Castigo -¿la mejor?- y algunas más que me has aconsejado, querido amigo. Me han gustado los dos primeros libros de Larsson, me he divertido, casi me ha amanecido, me he impacientado en cada página para ver qué pasaba en la siguiente…pero desconfío mucho de los fenómenos literarios de masas. Por eso estoy inquieto con este éxisto literario, del que no llego a captar tanta pasión colectiva. No sé, no sé…

Y le comentaba de esta forma porque es cierto que desconfío sobremanera de los fenómenos literarios de masas. En puridad, desconfío de todo lo que se consume en masa. Pero no por apostar por una tendencia elitista, ni mucho menos, que es otro aspecto que nada me interesa, sino porque no creo que tantas personas como se dice hayan leído el libro, aunque sí lo hayan comprado. Veamos si soy capaz de defender mi postura.
Cuando algún producto -y la literatura lo es, en gran parte- "cala" en el consumidor -y el lector o aspirante a ello también lo es, en gran parte-, todo el mundo corre despavorido a comprar ese producto (probablemente yo también lo haré), si tiene un precio asequible, o al menos a informarse sobre él, si su precio no es tan asequible. Se produce entonces como una especie de pandemia colectiva consumista, derivada de las referencias aparecidas sobre ese producto en los medios de comunicación de masas. Y eso es algo parecido a lo que ha ocurrido con los libros de Stieg Larsson, algo completamente ajeno a su intención cuando los escribió y que, lamentablemente, no ha podido gozar de la miel del triunfo porque falleció prematuramente, si bien todo ese bienestar económico que ofrecen las grandes ventas lo están disfrutando, principalmente, su padre y hermano ya que su pareja de siempre está teniendo muchos problemas legales para cobrar los derechos de autor, toda vez que Larsson no casó con ella para intentar protegerla de las múltiples amenazas que él recibía a diario por combatir activamente posturas antifascistas y de extrema derecha.
Pero, en fín, no era sobre eso de lo que quería escribir, sino del fenómeno, que tiene dimensiones, al menos, europeas.
Pero, ¿ porque los dos primeros libros de Larsson han tenido ese éxito arrollador? Sinceramente, no podría dar una respuesta certera. Nadie podría hacerlo. Pero sí tengo una modesta opinión sobre ello.
En los libros de Larsson han confluido varios factores. Por una parte, la sencillez de los textos -que no hay que confundir con la complejidad narrativa que tienen sus novelas-; por otra parte, Larsson pone al descubierto las miserias de las que adolece una sociedad como es la sueca, que desde nuestra posición valoramos como prácticamente utópica y perfecta; además, se está refiriendo a personas aparentemente normales, algunos de ellos bastante frikies, como es el caso de la Salander, pero normales en la medida que pertenecen a una sociedad contemporánea de un país que pasa por ser uno de los símbolos de la perfección civilizadora actual, pero que esconde muchas miserias, crímenes y otras perlas.
Luego ¿podría ser, por tanto, esa mezcla explosiva lo que ha posibilitado el éxito de los libros de Stieg Larsson? Os dejo con vuestra opinión, que me interesa sinceramente.

14 junio 2009

II MEDIA MARATÓN DE MONTAÑA LA CALAHORRA-PUERTO DE LA RAGUA (14/06/2009)


Dos amigos corredores, quien esto suscribe y Victor (arriba)
Pedro, Gregorio y Mario (abajo). Unos minutos antes de la salida.



Dos imágenes de la subida: la primera muestra una de las múltiples rampas que hemos de subir, por la parte del parque natural. La segunda, la carretera de alta montaña nevada.

El escritor norteamericano Tobias Wolff afirma que "estamos hechos para persistir. Así es cómo descubrimos quiénes somos". Una frase repleta de sentido horas después de haber traspasado la línea de llegada en la estación de invierno de La Ragua.
Una prueba de 21 kilómetros largos en esta ocasión, según los GPS, que es imposible si se programa fríamente. De ahí que las palabras del escritor norteamericano tenga pleno sentido.
Porque se trata de persistir constantemente para intentar llegar a esa altísima meta en el mismo corazón del Puerto de La Ragua, una zona repleta de nieve muchos meses del año y que lleva dos años esperando que poco más de doscientos "inconscientes" corredores decidan visitarla, sin necesidad de emplear vehículo de motor alguno, por estas fechas.

Un proverbio chino atribuía la responsabilidad de un segundo engaño al receptor. Y aunque aquí nadie sale engañado desde La Calahorra, podría ser perfectamente aplicable la interpretación de ese proverbio. En 2008, esos doscientos y pico corredores fuimos a buscar sensaciones por un recorrido que sólo conocíamos sobre el papel. Y muchos cantábamos a los cuatro vientos que no íbamos a repetir. Por tanto, como receptores de esa segunda vez, no cabe pensar más que nuestra memoria es efímera como las hojas caducas de los árboles en otoño.
Volví a perjurar que no volvía, y lo hice en esta ocasión en la llegada, en voz alta y clara, ante un nutrido número de corredores y voluntarios, algo de lo que es testigo mi buen y ponderado amigo Gregorio, del que en pocos días sabremos su parecer de esta prueba. Pero a continuación indiqué que como había sido Concejal, me era perfectamente atribuible la frase mundana: "mientes más que un concejal".

Ahora sentado ante el portátil, cómodamente en casa, con el aire acondicionado adecuado, tras unas buenas viandas, un sueño reparador y la satisfacción que ofrece el deber cumplido, observo que la memoria se me difumina, aunque no quisiera dejar de recordar ese prolongado sufrimiento experimentado en las rampas de la carretera de alta montaña. Sé que eso se olvidará, como se olvida un dolor de muelas o el martillazo en un dedo, porque es lógico que el dolor se olvide, ya que de lo contrario no sería posible vivir. Pero, al menos, me gustaría que esa imagen de sufrimiento, corriendo en unas condiciones altimétricas imposibles, deje un mínimo poso y me haga más prudente, algo que valoro difícil, visto lo visto.

Unos días antes, aún con muchas dudas en mente sobre si debía correr o no esta prueba, arrastré a Mario a que se inscribiera y ambos lo hicimos justo cuando sonaba la campana. Días antes había observado cómo todo el entrenamiento que barruntaba para hacer esta prueba se iba haciendo añicos: no participé en la subida a Lanjarón, en la prueba de Órgiva, que es siempre una buena piedra de toque; no subí con Mario al Llano de La Perdiz, que siempre es un entrenamiento exigente; y para colmo dejé para la última semana un par de subidas al Torreón de Albolote, para no ir con lo puesto. Para colmo, el pasado viernes, dos días antes de esta prueba, tomé una decisión de lo más arriesgada: correr 14 kilómetros por la Vega de Pinos Puente, que me dejaron unas piernas muy cansadas, sin posibilidad de recuperación total.
Esas piernas cansadas que ya me ofrecían los primeros síntomas en la estrecha vereda que conduce a la carretera local de Aldeire, apenas recién iniciada la prueba de esta mañana. Unas piernas que me restaban la frescura deseada para afrontar con garantías las primeras rampas de ese bosque del entorno de Sierra Nevada que nos acogía con su rumor de naturaleza y sus arroyos cristalinos.
Y, con esas malas sensaciones, comencé la prueba. Totalmente asustado ante lo que me esperaba. Mucho más asustado por mi estado de cansancio que por el duro terreno que había por delante.
En esas condiciones de cansancio y falta de frescura, no es de extrañar que los casi 14 kilómetros anteriores a la entrada a la carretera de alta montaña se convirtieran en muy duros. Mucho más duros de lo que recordaba del año anterior.
En su momento, escribí en Diario de un corredor que esos primeros 13 kilómetros largos son bastante asumibles para un corredor que esté entrenado, pero no ha sido esa la sensación que he tenido hoy. En puridad, esta mañana, esas rampas rotas, probablemente por torrenteras de agua y nieve, me han hecho sufrir más de lo que recordaba, pudiendo haber perdido entre tres y cuatro minutos hasta la salida a la carretera con respecto al año pasado. Y es que no sentía frescura en las piernas y si falta esa frescura la respiración es más torpe y asimétrica. Sufrí. Pero ese sufrimiento -pensaba- no será comparable con el que aguardaba en los últimos siete kilómetros. Así de desolador era mi estado mental y físico en ese momento. Por tanto, era preferible no pensar y seguir alargando la zancada lo que se pudiera.
Con la salida a la carretera volví a experimentar que comenzaba otra carrera. Cambiaba la posición ergonómica de los corredores, se ajustaban gafas, camisetas, pantalones, gorras... y comenzábamos a asumir esas primeras rampas.
Para muchos corredores, esas primeras rampas son infernales. Sin embargo, para mí no eran más que el "hall" del infierno, porque éste se encontraba -qué paradoja- algo más arriba. Honestamente hablando, estas primeras rampas, en las dos ediciones de esta carrera, las he interpretado bien. Al menos, hasta el kilómetro 16. Por desgracia no es posible afirmar que entre el comienzo de la carretera -casi en el kilómetro 14 de carrera- hasta el 16, nos estemos refiriendo a un terreno benigno. En absoluto: se trata de un terrreno infernal, como decía, si bien, en mi opinión, los kilómetros que siguen al 16, hasta el 21, son la boca del infierno. No existe un milímetro de terreno suave, ni falso llano alguno. Tampoco lo hay entre los kilómetros 14 a 16, pero la acumulación de kilómetros a esa altura ya se va haciendo cada vez más patentes en las piernas, el corazón y la mente.
Y es cuando no piensas en otra cosa que en abandonar. Piensas en frases épicas como la de Dani: no hay dolor. O bien, intentas buscar la lógica de la subida. Una lógica que procuras hacerla fácil: un paso tras de otro. Pero son ecuaciones demasiado simples para tan arduo terreno. De manera que observas de pronto que se trata de una carrera con un gran componente de fuerza psicológica. Te dices que es probable que tus piernas, tus pulmones y tu corazón aguante, pero ¿y tu mente? ¿ Aguantará ésta el embite? ¿Sabrá interpretar este año lo que no supo interpretar el año pasado? ¿Has procurado entrenarla al tiempo que has entrenado el resto del cuerpo? Grandes dudas y grandes interrogantes. Difícil tarea de concreción en circunstancias tan adversas y con tan poco tiempo para pensar.
En mi opinión, la falta de solución a ese complejo galimatías es lo que hace que el corredor se detenga. Y mi gran preocupación en ese momento ya no eran las piernas cansadas -algo que a esas alturas ya me importaba poco-, ni el reproche por no haber entrenado con más antelación para esta prueba, no. Ahora el problema estaba en buscar un apoyo mental que me permitiera seguir corriendo.
Había bebido durante la carrera y había digerido perfectamente el gel para aumentar esa carencia de energía. Por tanto, si quería no volver a detenerme no había más opción que arrojar al vacío los interrogantes relacionados con el físico y centrarme en los relacionados con la psicología, con la voluntad de seguir corriendo, con el interés en llegar a meta sin detenerme.
La solapa de la gorra técnica Adidas me facilitaba no mirar extensamente las rampas que continuaban, así que la única preocupación sería mirar al suelo y buscar esa solución psicológica que me permitiera seguir. A esas alturas, ya digo, ya había olvidado, piernas y pulmones.
Enfrascado en esas cuitas iban asomando muy lentamente los carteles kilométricos. Alzas la vista y te encuentras el 18. Un ligero cálculo mental te indique que estás a tres kilómetros. Obviamente, a esas alturas no sabes que esta carrera ha constado de unos cuatrocientos metro más, información en este momento no precisa y deseable.
Sabes que tres kilómetros por esta carretera de alta montaña, nada tienen que ver, ni tan siquiera con subidas "más normales", pero eliminas inmediatamente ese pensamiento negativo para no entrar en obstáculos psicológicos. Así que sigues tu lento paso acumulando metros, hasta que aparece el kilómetro 19. Esos dos últimos kilómetros, son tremendamente duros. No observas otra cosa que curvas y más rampas. El sol está presente pero no te aflige en esas alturas. Además un viento a veces excesivo te aporta el frescor necesario. Pareciera nacido del espíritu de la nieve y que intentara resistirse a abandonar esos lares. Es un mal viento, pero sopesas que estando en el infierno como estás probablemente se trate de un benigno presagio.
Cuando llegas al kilómetro 20 confluyen en mi mente sentimientos ambivalentes: sabes que estás a poco más de un kilómetro, pero también sabes que ese kilómetro en estas pruebas se convierte en eterno y, sin lugar a duda, la mente que sigue influenciada por el diablo -no olvidemos que estamos en el epicentro del infierno- puede hacerte una mala pasada. Y vuelves a pensar en detenerte. Pero en este momento ni sería oportuno, ni congruente. Además, piensas en el después y en la batería de autoreproches que te devorarían el alma.
Pedro, amigo y seguidor de este blog, desde bastantes kilómetros atrás, tal vez consciente de que iba sufriendo, no paraba de animarme. Admirable su disposición, toda vez que él, sin duda, también debía ir tocado.
Cuando pasas por el cartel del kilómetro 21, comprendes inmediatamente que lo que restan no son 97 metros, pero ya ves el arco de llegada. En ese momento soy consciente que esperaba ese momento desde el año anterior, un momento que no pude saborear como hubiera deseado, toda vez que cuando lo visioné venía andando. Esa era la espina que me devoró durante días y que quería quitarme. Esa espina por la que me preguntó Víctor en la plaza de La Calahorra: ¿Te has quitado esa espina, José Antonio? La llegada en esta prueba es muy motivante. Sales del terreno de carretera y entras en una pequeña vaguada de tierra. Ahí está ese arco. Pedro iba unos metros más adelantado, mira para atrás y me hace señas de alzar juntar nuestras manos en la entrada, a cuyo gesto respondo.
Y una anécdota en la misma entrada. Nada más llegar, me dirijo a la parte posterior de un coche de la Guardia Civil - que por cierto ha hecho un excelente trabajo, junto al resto de otros cuerpos como Policía Local y Protección Civil, así como el numeroso grupo de voluntarios-, buscando sombra y apoyo, justo en el momento en el que llega un árbitro aludiendo que había entrado como una moto y no había podido tomar nota del dorsal ¿Entré como una moto? Tal vez por las ganas de llegar. Finalmente, un tiempo empleado de 2 horas, 10 minutos y algunos segundos, según mi cronómetro. Dos minutos menos que el año anterior, a pesar de haber corrido sobre cuatrocientos metros más. Satisfecho, pues.
Casi toda la plana mayor Verde ha corrido esta prueba, en tiempos coherentes con la forma de cada uno de ellos. Y el debú de Mario, que sé repetirá. Y las mejores palabras para Gregorio, que ha vuelto a subir al cajón como local. Increíble la marca de mi amigo Jose -Oliver-, que ha entrado el séptimo en la general. Y, lógicamente, saludar de nuevo a todos los amigos con los que tuve la ocasión de intercambiar unas palabras antes, durante y después de la prueba.

En la plaza de La Calahorra, con un calor de órdago, una vez nos bajó el autobús de la organización, comentaba con varios amigos que nada más que por esa cerveza Cruzcampo, fresquísima, merecía la pena subir a La Ragua. Por tanto, si hay cerveza, podríamos dejar lugar a la duda para valorar si vuelvo a "subir" el próximo año. Pero antes hay que olvidar.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...