No hace mucho llegó a las librerías un nuevo libro del
escritor japonés Haruki Murakami. Sin embargo, no se trata de una novela,
género al que nos tiene acostumbrados este original autor, cuestionado por el establishment literario, sobre todo, de
su país. Su título vuelve a ser una frase, algo que es muy común en este
escritor. “De qué hablo cuando hablo de escribir”, técnica titulada similar a
la usada hace varios años para el libro “De qué hablo cuando hablo de correr”,
en el que exponía cómo entendía su relación con el correr, actividad que no la
ve tan lejana de la literatura porque, en verdad, son actividades que comparten
más rasgos de los que, a priori, pudiera parecer. De hecho, en este último
ensayo —una especie de memorias sobre su trayectoria como escritor y el proceso
creativo— vuelve a relacionar ambas cosas en diversas ocasiones, hasta el punto
de afirmar que necesita sentirse fuerte físicamente para encarar la ardua tarea
de enfrentarse a una novela larga, que suele ser el género en el que se
encuentra más a gusto nuestro autor. Y por eso, entre otros motivos, corre casi
a diario (en eso yo no le podría discutir ni un ápice).
Debe ser que la madurez del escritor
—sumada a la independencia que otorga el éxito de millones de lectores en todo
el mundo— provoca en el mismo una especie de virus de sinceridad, pero el caso
es que su texto está repleto de afirmaciones crudas relacionadas con la persona
y el creador, así como con la literatura, el sector editorial y la crítica,
sobre todo en el ámbito de Japón, país donde —según sus propias palabras— no ha
sido, en general, bien tratado. Calificado desde casi sus orígenes como
escritor demasiado occidentalizado,
nunca se vio con buenos ojos en el país
del sol naciente que no haya sido demasiado empático con el mundillo
literario japonés y sí con el de otros países occidentales. Sin embargo, según se deduce de este ensayo,
todo indica que se debe más al carácter individualista del escritor que a un
rechazo sistemático en sí, como él mismo viene a repetir en varias ocasiones,
sobre todo en un país como Japón en el que el sentimiento colectivo es mucho
más acusado que en los países occidentales, razón por la que Murakami, al
parecer, siempre se ha sentido más a gusto en éstos que en su propio país.
Particularmente interesante es la
descripción que hace de su proceso creativo, de la forma en que afronta la
escritura de una nueva novela larga y la peculiar forma de crear personajes,
para lo cual “extraigo de manera inconsciente fragmentos de información
archivada en distintos compartimentos de mi cerebro y después los combino”,
denominándole a esas acciones “otoma-kobito, es decir, algo así como “enanitos
automáticos”. De ahí que entienda que el
escritor deba ser un observador atento de la realidad que lo rodea, porque es
de esa observación de donde podrá sacar el material necesario para contar una
historia o varias historias paralelas, como suele ser habitual en este
escritor. No sabemos si es falsa humildad —pienso que no— o, tal vez, el
desapego propio de un escritor consagrado que ya no ha de demostrar nada, pero
lo cierto es que se considera un escritor con un mínimo talento inicial que
forja una obra a base de perseverancia y soledad, además, de un cierto
empecinamiento, que es propio de su carácter, como él mismo reconoce. Es en ese
proceso cuando necesita sentirse fuerte físicamente y por lo que necesita una
hora de ejercicio diario que, en su caso, suele ser correr, alejándose
—reconoce él mismo también— de la imagen que se tiene en el subconsciente
colectivo del escritor maldito, acodado en un antro de perdición, rodeado de
humo y alcohol, que necesita trasnochar cada noche para poder escribir. Su
caso, es todo lo contrario: él necesita acostarse pronto y madrugar para poder
hacerlo.
En otro capítulo, como si de un
ajuste de cuentas con el mundo editorial y de la crítica de su país se tratara,
Haruki Murakami nos revela su salida editorial al extranjero, sobre todo a
Estados Unidos y Europa, lugares en los que, quizá, exentos de esa crítica
fratricida llevada a cabo en su propio país, el autor es tratado con bastante
más magnanimidad por parte de la crítica, a pesar de las dificultades de
abrirse camino como escritor japonés en occidente; un escritor entre dos mundos
muy distintos en cuanto a la concepción de la literatura. En todo caso,
Murakami ha contado con el don preciado que anhela todo escritor: la fidelidad
de sus lectores, ese muro infranqueable que ni el sector editorial ni el propio
establishment podrán superar con
independencia de épocas y lugares.
Por José Antonio Flores Vera