SI HUELE MAL, PODRÍA ESTAR PODRIDO
Por José Antonio Flores Vera

Por lo pronto, y mientras no se
decida su eliminación, siguen siendo el refugio de las grandes fortunas
corruptas del planeta, lugar de parada obligatoria de toda esa ingente cantidad
de dinero de procedencia cierta o incierta que no es fácil ocultar bajo loseta
alguna. Y, como no podía ser menos, a ese refugio económico se han arrimado las
grandes fortunas de los ídolos futbolísticos que juegan en el fútbol patrio,
porque no debemos olvidar que España sigue siendo un buen sitio para tejemanejes
de este tipo, basta con emular los movimientos de políticos y empresarios con
acreditada experiencia en este juego. Es más, es posible que hasta intercambien
sus mismos agentes económicos, por llamarlos de una manera aséptica.
Dicho esto, ¿está resultando
sorpresivo que los jugadores más mediáticos de la liga española hayan sido
condenados o estén a punto de serlo, así como algunos de sus dirigentes? En un
plano intuitivo no debe serlo. Como decía, es algo que ya se barruntaba por muy
lego que se esté en estas cosas. Quizá la sorpresa haya sido que los órganos
judiciales y tributarios hayan decidido dar ese paso, en un país en el que el
fútbol es alimento del pueblo y te la puedes ver con esa masa amorfa y
enfervorecida que se indigna ante la persecución judicial de sus millonarios
ídolos, pero no ante el estado general de corrupción que los alimenta y ampara.
Y, claro, aquí ya entra en juego —lo sé, es una redundancia— una cuestión
política de gran magnitud y expansivo calado, sobre todo cuando se trata de
órganos administrativos que dependen directamente del gobierno, como es el caso
de la Agencia Tributaria, que tan poco precisa estuvo con las cuentas de la
hermana del Rey. Porque se plantea un serio dilema: si se fiscalizan y
controlan las cuentas del fútbol y todo ese flujo de capital conocido o no, que
acaba en las Islas Vírgenes u otros paraísos “terrenales”, podría llevar al
efecto directo que la mejor liga del mundo —según los expertos— acabe
adelgazando tanto que ya no sea posible reconocerla, tal y como ocurrió con la
liga italiana en aquellos años de crisis, escándalos y fraudes. Y si eso
llegara a ocurrir, el poder político deberá de estar preparado para reconducir
toda esa furia masiva que, sin duda, se manifestará. Lo fácil siempre es dejar
las cosas como están hasta que las tapas de las alcantarillas sean empujadas
con fuerza por el lodo acumulado bajo ellas, algo que es propio de países más
oscuros y, por supuesto, no asentados en una democracia real. Así que abierto
ya el tarro de las esencias futboleras —de la misma manera que se ha abierto en
parte el de la corrupción política—, no debería extrañarnos que el fútbol
español de élite nos arroje en los próximos años más casos de corrupción de
enorme trascendencia mediática. Así debe ser, sin lugar a duda. No solo para
mayor credibilidad del país y sus instituciones sino por el propio bien del
fútbol, deporte que surgió de materiales nobles y que en la actualidad está en
entredicho por mor de las grandes y descontroladas sumas que se mueven en torno
a él.
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