Lo que pasó el pasado sábado en Los Cármenes no tiene nombre. Son cosas que tan sólo suelen pasar en Granada.
No tiene nombre ir ganando al Real Madrid por uno a cero durante ochenta minutos y que éste acabe ganando a pesar de la poca ambición que demostró. De hecho el Madrid no ganó: el Granada le regaló el partido.
Y no tiene nombre que jugadores profesionales, que cobran entre 500.000 y 1.500.000 de € al año, monten esa injustificada trifulca de acoso y derribo al colegiado que va a contribuir de forma decisiva a tener un pie en segunda, ya que de forma gratuita muchos de los jugadores imprescindibles no podrán jugar el último partido en Vallecas.
Y de todo lo que no comprendo, lo que menos es ese acoso al árbitro, conjurando hacia él todas las culpas de la derrota. El árbitro en absoluto tuvo culpa de que Moisés Hurtado confundiera el fútbol con el rugbi, ni que David Cortés marque un gol en propia puerta de peña de fútbol de domingo, de esas en la que veintidós barrigudos calman su sed de fútbol y amistad. Que hubiera un poco más de prolongación de la real o que el árbitro sea de Zaragoza nada tiene que ver con el resultado final. Ni tan siquiera -¡por Dios!- que no dejara lanzar ese último córner. Es más, me lanzo a la piscina y afirmo que a pesar de los errores -muy habitual en el arbitraje- el árbitro Clos Gómez no los cometió de bulto. Quien los cometió de bulto fue: 1. El fanfarrón presidente del Granada por calentar el ambiente horas antes denunciando que el árbitro era de Zaragoza; 2. Insisto una vez más: los errores de los jugadores, que no supieron comprender que estaban a punto de ganar al todopoderoso Real Madrid y de camino salvarse del descenso y esa presión -que es psicológica- les paralizó y les violentó el cerebro.
Pero estamos en una sociedad muy hipócrita y poco justa y de camino falta de memoria. Y lo digo por esos dos puntos que perdió el Granada ante el Real Mallorca por mor de aquel paraguazo del joven moro. Aquél día el Granada ganaba por uno a cero y por lo que se veía en el terreno de juego era más probable que marcara el Granada el segundo que el Mallorca el empate. Sin embargo, ese joven, acogido en un centro de menores de la Junta -es un deporte nacional en Marruecos mandarnos menores para que les mantengamos mientras su Rey se pudre de oro y lujo- le lanzó un paraguazo a un linier provocando la suspensión del partido y la reanudación en frío días después sólo sirvió para que el Mallorca empatara tras lanzar un penalti. He de decir, como se indica aquí, que no comparto la tesis de la fiscalía, el club y la prensa de que el paraguas salió despedido de la mano del joven marroquí de forma accidental. Aquello fue mucho más grave y nadie se rascó las vestiduras; esos dos puntos pudieron hacer perder una liga y no éstos del sábado, que eran más predecibles de perder.
Y ahora, un Granada mermado que irá a Vallecas a cara de perro sin tres de sus mejores jugadores. Eso si que es un verdadero dislate.
En la entrada de mañana hablaremos de cómo corrimos y vivimos la prueba de fondo de Salobreña.