Creedme si os digo que este artículo está hecho con convencimiento. Todos los que escribo en Ideal lo están, pero algunos de ellos tienen un carácter más literario o se hilvanan tejiendo hilos distintos; pero éste publicado hoy en la edición de papel lo escribí con la humilde pretensión de que las cosas cambien por bien de todos. Es una gota en el inmenso mal (no es una falta de ortografía), pero espero que al estar escrito en un medio de comunicación muy leído en esta zona oriental de Andalucía, pueda servir para algo ('a ver si lo leyera algún pájaro' le decía por SMS a mi amigo y Alter, Jesús Lens)
Lo intentaré asimismo transcribiéndolo aquí por si no tuvierais ocasión de leerlo en papel:
UNA GENEALOGÍA DE LA CORRUPCIÓN
Difícil papeleta tendrá el
sociólogo que pretenda explicar el cómo y el porqué de la corrupción
institucional actual en España, una vez cumplidos los plazos, más o menos
consensuados, que se consideraban necesarios para que el nuevo engranaje
constitucional comenzara a funcionar como un reloj.
Pero la realidad es que ese
engranaje sigue chirriando y seguramente estamos ya ante otros síntomas, muy
alejados de los inicialmente previstos. Y si eso es así, existe una necesidad
inmediata de encontrarlos.
Así que puestos a teorizar, que
sirva este artículo para, al menos, esbozar dos argumentos embrionarios y
torpes que pudieran dar luz, aunque sea tenue, a esa lacra social que nos
consume y que nos hace cada vez más insignificantes ante Europa, el mundo y
nosotros mismos, pero no porque la corrupción sea un producto social endémico
propio de nuestro país, sino porque aquí se presenta con otros perfiles
distintos y no se libra ninguna institución, administración u órgano del
Estado.
Un argumento podría consistir en
pensar que la corrupción es una hiedra favorecida por el mecanismo intrínseco
del poder en España. En suma, un poder desaforado que mueve enormes cantidades
de dinero e intereses y que no cuenta con los controles mínimos necesarios.
Éstos existen, pero no son contundentes. El principal, lo tendría que ejercer
el Poder Legislativo, pero éste está demasiado contaminado por las grandes
cuitas electoralistas de los partidos políticos y se ha apartado ya
definitivamente de su función constitucional. Por su parte, la otra pata de la
mesa del Estado de Derecho, el Poder Judicial, es impredecible, lento y, en
breve, caro. En cuanto al Poder Ejecutivo, mejor ni citarlo. Además, estos dos
últimos cada vez son más deudos de aquél.
El otro argumento, mucho más difuso
y complejo, podría girar en torno a nuestro particular modelo de sociedad, a
nuestra historia y a nuestra propia cultura. Que la corrupción está instalada
en nuestra sociedad ordinaria podría ser una afirmación un tanto apresurada,
pero sí es cierto que es de esta sociedad de la que surgen nuestros
representantes políticos e institucionales. En absoluto vienen de otro planeta,
opción ésta que nos podría permitir conciliar mejor el sueño, pero no es así.
De hecho, cada vez está más asentada
la idea de que los ciudadanos en mayor o menor grado ejercemos a diario pequeñas
prácticas corruptas como un referente normal de conducta. En ese sentido, ha
supuesto todo un hallazgo comprobar cómo una conversación ficticia en una
taberna de dos ciudadanos orgullosos de sus corruptelas, escrita en mi bitácora
personal, ha recorrido la red con la velocidad del rayo, lo que demuestra que
la ciudadanía interpreta correctamente que la corrupción podría surgir desde la
base. De hecho, reflexione el hipotético lector y comprobará cómo en los más
mínimos centros de poder, por muy insignificantes que estos sean, siempre
afloran algunos gramos de corrupción, económica o no. En ese sentido, no me
gustaría que en algún momento pudieran ser elegidos para un cargo importante
algunos de los vecinos que me he topado en las comunidades en las que he residido.
Porque es de la base social de la
que suelen surgir nuestros dirigentes, a pesar de que cada vez son más los
prefabricados o de laboratorio que los partidos se afanan en fomentar, actitud
que no sería deplorable si ese fomento consistiera en la fabricación de un
producto -futuro dirigente- ético al servicio de la sociedad, pero no es así en
absoluto, ya que los partidos políticos solo han sabido entender la democracia
desde una óptica unívoca de poder, dinero, negocios y cargos profesionales,
alejándose cada vez más de su verdadera dimensión de servicio al pueblo, porque
no olvidemos que en la verdadera vocación política existe mucha más onerosidad
que gloria y no todo el mundo está dispuesto a guiar sus pasos por esa
perspectiva, que es tarea ingrata.