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Núremberg (Foto de J.A. Flores) |
La ciudad bávara de Núremberg
está marcada por la historia reciente. Citar a Núremberg, conlleva, necesariamente, referirse al largo
proceso que allí tuvo lugar entre el veinte de noviembre de mil novecientos cuarenta y cinco y el uno de
octubre de mil novecientos cuarenta y seís contra funcionarios, responsables y colaboradores del régimen
nacionalsocialista dirigido por Adolf Hitler.
El derecho penal internacional no estaba aún asentado,
pero aún así las naciones aliadas, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial
(EEUU, URSS, Gran Bretaña y Francia), decidieron juzgar a quienes infringieron
crímenes contra la humanidad, basándose en un documento jurídico denominado la
Carta de Londres, que posibilitaba la creación de un Tribunal Militar
Internacional, compuesto por avalados juristas de estos cuatro países. Porque, como bien se vino a decir en la introducción argumental, para segurar la futura convivencia, no era posible ignorar este tipo de crímenes.
Sin embargo, la segunda ciudad más importante del länder
bávaro, es mucho más que eso. Es innegable que su protagonismo, antes, durante
y posterior a la Segunda Guerra Mundial le añadió una impronta que antes
no poseía, pero también lo es que esta ciudad atesora una historia propia que se
remonta al año 1050 (año en el que aparece el nombre de la ciudad citado por
primera vez documentalmente) de nuestra era, pero que data desde la existencia del Imperio Romano de Occidente (dato fundamental para comprender el por qué de la elección de esta ciudad como uno de los puntos geográficos fundamentales de la obsesión hitleriana).
El hecho de que la ciudad, verdaderamente, florezca a partir del Siglo XI conlleva que su trazado histórico aún conserve el diseño medieval, a pesar
de la devastación infringida por la aviación aliada. Sin embargo, el tesón alemán y
las grandes sumas invertidas por los aliados, permitieron que resurgiera de sus cenizas
basándose en los planos originales del Medievo. Ciudad también marcada por la
Reforma Luterana, conserva aún su creencia protestante a la vez que la
católica, ambas en perfecta armonía. No en vano el contribuyente alemán auspicia con sus
impuestos a ambas confesiones de forma generosa.
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Panorámica del Christkindlesmarkt (Foto de J.A. Flores) |
Cuando el viajero contempla Núremberg por primera vez
comprende que está ante una ciudad que cuida su pasado, su historia y sus
tradiciones. Y si esa visión coincide durante el periodo del Adviento navideño
todo puede convertirse en mágico. Eso sí, se ha de estar dotado de un saneado
espíritu navideño o, al menos, no estar en conflicto con este periodo. Y si se cumplen esos requisitos básicos, el disfrute de las calles, plazas, monumentos y comercios es máximo. No
en vano, su Christkindlesmarkt pasa por ser el más famoso del mundo y uno de
los más antiguos que aún permanece. Lógicamente, ayuda que el entorno esté tan
cuidado y que posea uno de los cascos históricos peatonales más grandes de
Europa.
Pero pongámonos en situación: el español celebra la
Navidad aupado por la tradición. Decora su vivienda, sus espacios comerciales, sus
calles y plazas y edificios, pero eso no bastará para comprender la impronta navideña
que se respira en cualquier ciudad alemana.
El español cuida los detalles navideños, nadie lo duda,
pero eso no bastará para pugnar con cómo los cuida el ciudadano alemán. Se
observa claramente en sus calles, en sus comercios, en sus casas. No sabemos
por qué, pero nadie entiende la Navidad como se entiende en Alemania. Pero si
la imaginación del hipotético lector de esta crónica -que no haya visitado aún
Núremberg en este periodo- tuviera a bien realizar un mayor esfuerzo, nada de éste podrá
aún ni acercarse a la impronta navideña que sus sentidos captarán cuando se
asome a esta ciudad bávara, imaginación que le servirá para guiarse por las
distintas ciudades que irán apareciendo en estas crónicas viajeras. Una Navidad
que ya hemos presentido en nuestro subconsciente pero que aún no conocemos; y
cuando ya la hemos conocido, sabemos a ciencia cierta que era la que dormitaba
en ese subconsciente.
Pero no se trata tan sólo de la Navidad. Veamos, por ejemplo,
sus tabernas y restaurantes. No puede ser fácil resumir cómo son ni, tan
siquiera, hacer una somera exposición del servicio que en ellas se
recibe. Tan sólo podría decir algo que, tan sólo de forma atribulada, podría acercarse a una definición torpe:
tradición. Tradición en las viandas, en la cerveza, en sus diversas carnes
servidas de forma especial. En la propia configuración de las -por lo general-
amplias estancias. Pero ya habrá lugar de hablar de estos templos gastronómicos, aprovechando esas
visitas a las cuatro ciudades que integrarán estas crónicas.
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Casa-Museo de Alberto Durero y
entorno
(Foto de J.A. Flores) |
O, por poner otro ejemplo, la renovada y permanente memoria de uno de sus hijos más dilectos: el pintor y escultor Alberto Durero. De hecho, su casa-museo parece haberse detenido en el tiempo, tanto como el entorno. Y no sería exagerado afirmar que el espíritu de su figura eminente aún transita por las calles y plazas de su ciudad y que esto se concibe como un orgullo pequeñopatrio para el ciudadano.
Definitivamente, una frase vino a la mente de este viajero cuando paseábamos
por la ciudad: verdaderamente esta ciudad parece de juguete. Sin duda, una
apreciación torpe, que en una exposición más amplia podría significar que
pateas por una ciudad recién sacada de un cuento; una ciudad de esas en la que
no concibes que haya suciedad, excrementos varios, coches y ni tan siquiera
avances modernistas. Una ciudad que podría ser un decorado y, a la vez, una ciudad en sí
porque el diseño de sus muchas calles empedradas, sus medievales puentes y
edificios y su calmado río Pegnitz, que rompe en dos su casco histórico, así lo manifiestan al cielo. De ahí
que saltar de esa ciudad ensoñadora a la terrible realidad que atesora no sea
un ejercicio fácil aunque se inevitable.
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Palacio de Congresos del Partido Nacionalsocialista
(Foto de J.A. Flores) |
Porque inevitable es conocer la megalomanía nazi de su
colosal sede congresual a imagen y semejanza del gran circo romano y su ajada tribuna del Campo Zeppelin. Y es en ese
aspecto en el que hay que loar la compleja y meritoria objetividad teutona a la
hora de abordar en sus museos tanto la documentación que se baraja de la
presencia nazi en la ciudad como la exposición detallada de lo acaecido en los
procesos celebrados en su aún vigente Palacio de Justicia. Un chute de historia
sin parangón.