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26 diciembre 2013

CUATRO CIUDADES BÁVARAS (III): ROTHENBURG



Puerta amurallada de entrada a la ciudad (Foto de J.A. Flores)
     Si nadie te cuenta nada sobre Rothenburg, no habrá forma de imaginarla a pesar de haber llegado ya a su pequeña estación de tren, de presencia tan poderosa en cualquier rincón de Alemania. Una estación correcta, ni nueva ni vieja, y un paisaje a su alrededor que te dice poco.
      Y aunque nada sepas de este lugar de casi once mil habitantes, alguien te filtrará de que se trata, quizá, de la ciudad alemana más visitada por japoneses. Ese dato te podrán en guardia porque sabes que nuestros lejanos vecinos de la tierra del 'Sol naciente', eligen los rincones del planeta, por muy lejanos que estén, en función de su atractivo fotografiable. Por tanto, te dices, debo estar ante una ciudad verdaderamente singular.
               Y lo estás.
               Nosotros ya íbamos arengados por su singularidad, pero eso no fue suficiente. Es una ciudad que ya has soñado y, quizá, no lo sepas. Una ciudad que ya has visto en tu imaginación o en alguna película o te la has imaginado leyendo algún cuento medieval. Pero nada será comparable a ese elixir que correrá por tus sentidos cuando alcances a verla con tus propios ojos. Lógicamente, hizo mucho el hecho de verla totalmente ataviada de adornos navideños, pero según nos contó nuestra acreditada 'cicerone', AL, también en primavera es una ciudad-espectáculo. Probablemente lo sea todo el año.
Una ciudad que pareciera detenida en el tiempo (Foto J.A. Flores)
               La mayor parte de la ciudad -es posible que toda-, está dentro de una antigua fortificación, que conserva sus murallas y su exquisita puerta de entrada, que también existe en la parte suburbial de la ciudad. Ambas puertas -ignoro si habrá una tercera- son tanto de entrada como de salida y poder imaginarse, en tiempos ancestrales, el acceso o la salida de los carruajes medievales tirados por caballos pecherones propios de Baviera, es tarea fácil. Incluso, por muy poco desarrollada que esté la imaginación de visitante de ojos asombrados.
               Quiso el destino -o su belleza- que no fuera destruida por los países aliados durante la liberación de la Segunda Guerra Mundial. Es un privilegio que sólo ofrece la belleza. Pero también mucho habrá que deber a sus gestores, los cuales han sabido conservar la ciudad, hasta el punto de parecer detenida en el tiempo.   
               Por tanto, sumergirse en ella es vivir como en una especie de cuento; como vivir dentro de una ciudad de juguete y durante toda la visita no dejas de preguntarte del momento de tu vida en el que ya has visto o has creído ver esta ciudad, aunque fuera en visión onírica. Lógicamente, no es tarea fácil saberlo, como nunca lo es acordarte de todo lo que has soñado.
En Rothenburg, cualquier rincón es pintoresco
(Foto de J.A. Flores)
       Una vez traspasada la puerta amurallada de entrada, presidida por dos coquetos tejados terminados en punta, que te recuerdan a los que coronan muchos de los edificios del Madrid de los Austrias mayores, una empedrada calle repleta de comercios elegantemente ataviados con sus productos y motivos navideños, te deposita en su curiosa plaza central, la cual está presidida por un enorme árbol navideño natural, repleto de pequeñas guirnaldas de diversos colores. Además, para la ocasión, la plaza también está repleta de pequeños puestos navideños, en los que se venden artículos y productos de la época y se dispensan salchichas cocinadas al estilo bávaro, licores y el siempre presente vino caliente, que tan bien sienta a los helados cuerpos e impresionados espíritus de los visitantes.
         La plaza mayor o principal, enclavada en una leve pendiente, no es circular pero tampoco rectangular. Se podría decir que no tiene una forma geométrica definida. Era ocasión única para llevar a cabo el ritual que cientos de personas a esas horas están llevando a cabo: tomar un vino caliente y alguno de esos fuertes licores bávaros. Y con esas pintorescas jarras decorativas -que pueden ser adquiridas o recuperar el dinero que se deja a tipo de fianza- comenzamos un deambular por todas y cada una de las calles que surgen desde esta misma plaza. En esos momentos, no son las piernas las que caminan: es la imaginación y la infinita capacidad de asombro. Todo lo que vemos nos atrapa. Te detienes ante el escaparate de una repostería y cuando quieras pensarlo ya estás dentro del comercio comprando alguno de sus exquisitos dulces en forma de bola; te detienes ante el escaparate de motivos navideños y cuando quieras pensarlo ya estás dentro guiado por tus sentidos y tus ojos, asombrándote con todo lo que ves: figuras de madera de todo tipo, adornos de belenes y árboles navideños inimaginables e infinitos, relojes cucús de todos los tamaños y formas....nada parece faltar en las abigarradas y decoradas tiendas. Pero, aún así, todavía no sospechas de lo que te vas a encontrar a continuación, algo que supera con creces a todo lo que has visto hasta ahora en cuanto a motivos navideños. Se trata de la fastuosa tienda museo 'Käthe Wohlfahrt'. Advirtamos que el disfrute de este sitio conlleva poseer, al menos, unos gramos de espíritu navideño. Y si esos se poseen, dejarte llevar por sus laberínticos pasillos, perfecta e inimaginablemente decorados, puede ser una de tus mejores experiencias navideñas. Un pasillo conduce a una sala enorme; y de esa sala enorme salen nuevos pasillos que conducirán a otro gran espacio en el que podrás contemplar un árbol de navidad gigantesco, condimentado con todos los motivos y luces navideñas posibles junto al cual se señorea un trineo a escala real repleto de regalos, en el que se sienta una figura de Papá Noel a escala natural y es arrastrado por renos que parecieran labor de taxidermista.
Foto de J.A. Flores
      Por tanto, a estas alturas del recorrido ya te encontrarás tan atrapado y embebido por el espíritu navideño que te planteas quedarte a vivir allí. Hasta ese momento, creía que este tipo de cosas tan sólo se veían en las películas navideñas hollywoodienses de alto coste que inundan nuestras pantallas en esta fecha.
      Cuando salimos de aquel sitio, aún con los ojos repletos de la infinita plasticidad que acabamos de ver, nos aguarda el espectáculo de la noche navideña en las empedradas y coquetas calles de Rothenburg. Y, entonces, se abre ante nosotros una nueva ciudad. Las luces de las calles, las guirnaldas de sus árboles y la exquisitez de sus comercios, nos invitan a patear de nuevo los lugares que ya habíamos visto de a pleno  luz del día, sin que a ninguno se nos ocurriera ni tan siquiera referirnos al momento de despedirnos de ese mágico pueblo de la Baviera alemana.
    Pero había que hacerlo si queríamos llegar a buena hora para apurar nuestras últimas horas en Würzburg y dar buena cuenta de una inolvidable última cena. Así que cuando salíamos por el arco por el que habíamos entrada unas horas antes, el instinto te decía que era mejor que no miraras atrás, como suele ocurrir en las sentidas despedidas.

               Una vez en el tren comprendimos que la ciudad ya iba a formar parte de nuestros recuerdos más selectos. Probablemente, para el resto de nuestras vidas.     

19 diciembre 2013

CUATRO CIUDADES BÁVARAS (II): WÜRZBURG


La fortaleza de Marienberg (Foto de J.A. Flores)

El puente de Carlos (Foto de J.A.
 Flores)
        Cuando llegamos a Würzburg -ubicada a unos cien kilómetros al noroeste de Núremberg-, ya en noche cerrada, nos encontramos ante una ciudad solitaria. Una estación de tren propia de una ciudad media de unos ciento treinta mil habitantes -contando todo su término- conduce a la avenida principal, en la que afloran múltiples comercios y algunas grandes superficies.
            La calle está partida por las vías del tranvía en sentido doble y es utilizada indistintamente por vehículos privados y las sempiternas bicicletas. A lo lejos se aprecian altas torres de múltiples iglesias.
            -Esta ciudad tiene muchas iglesias -nos dice A.L-.
        No podría afirmarse que me pareciera una ciudad triste ni que el frío fuera considerable en ese momento para tratarse de una ciudad ubicada en el noroeste del länd de Baviera, en la región de la Baja Franconia.
       Un posterior callejeo por la ciudad nos abre una ciudad mucho más amplia, dotada de esplendoroso alumbrad navideño, el cual contrasta con la soledad de la ciudad. Los puestos del mercadillo navideño, silentes y ya clausurados, no nos ofrecen argumentos para creer en su alegría.
            Pero, posteriormente, el romántico puente de Carlos sobre el río Meno, el cual desembocará en el Rin, nos sorprende por su belleza y nos invita a unas vistas nocturnas protagonizadas por la fortaleza de Marienberg, que se corona orgullosa a la izquierda y un cauce fluvial amplio y caudaloso.
            El resultado del agradable callejeo por el centro de la ciudad nos convence de que se trata de una ciudad próspera y que, a pesar de la casi total destrucción infringida por la aviación británica durante la Segunda Guerra Mundial, hoy día conserva ese sabor antiguo propio de esta zona de Alemania. Esa idea permanece en nuestra mente y la corrobora la visita al agradable restaurante en el que tenemos mesa reservada.
         
(Foto de J.A. Flores) 
  El 'Backföfele' está ubicado en un antiguo barracón o amplia cuadra, cuidadosamente restaurado y decorado. No es un restaurante que tengas la oportunidad de ver a diario. Repleto de detalles y esmerada decoración, se adereza con el elegante decorado navideño. Las mesas, repletas de comensales, se ubican arracimadas sin una estructura ordenada, pero al mismo tiempo, exentas de improvisación. Se compone de varios comedores, perfectamente comunicados y dotados cada uno de ellos de una decoración algo distinta, pero encuadrada en una misma categoría de decoración de impronta rústica. Unos espacios cuentan con más iluminación que otros, pero eso tampoco forma parte de la improvisación. A estas alturas del viaje uno comienza a comprender que existe toda una vocación detallista en los restaurantes alemanes.
            Otro elemento a tener en cuenta en la restauración alemana es el buen servicio. Así que en poco tiempo somos atendidos por una camarera que nos indica con amabilidad que no todos los platos están ya disponibles. Son más de la diez de la noche y a esa hora no es fácil que los restaurantes alemanes ofrezcan viandas. Aún así, hay mucho donde escoger: carnes cocinadas de distintas formas, amplias ensaladas, quesos fundidos y guisos diversos. A.L nos va traduciendo la carta y en pocos minutos nuestra pequeña pero coqueta mesa se llena de diversos manjares. Pero siempre la cerveza merece una atención especial. Estamos en Alemania y no es fácil decantarse por alguna: Pilsen, tostada, de trigo, negra...todas las imaginables abundan y de todas las marcas. Así que continúa el festival de cerveza, que ya no acabará en todo el viaje. Un comensal vecino, comprendiendo que absorbíamos todo el encanto del lugar, nos ofrece hacernos una foto. Lógicamente, aceptamos.
   
(Foto de J.A Flores)
            La ciudad, que por la noche la encontramos serena y tranquila, por la mañana es otra. Bajamos a comprar pan recién hecho, que en este país es mucho más que una rutina diaria. La panadería de enfrente de la casa está a rebosar en ese momento, tanto  de clientes como de variedad panificadora. Por mucho que uno haya observado estas fastuosas panaderías que abundan por doquier en cualquier ciudad alemana, jamás podrá acostumbrarse al espléndido espectáculo de las estanterías repletas de panes de todo tipo, tamaño y color. Es algo que forma parte de la cultura alemana y una de las cosas que mayormente disfrutará el viajero que visite este país.
       Las calles a hora temprana ya están repletas de gente que, junto al abundante comercio y incesante paso de los tranvías de atrevido colorido, forman un espectáculo único. El viajero vuelve a tener la misma sensación que ya tuvo en Núremberg: parece una ciudad de juguete. Piensa también que una nueva versión moderna de 'Canción de Navidad' de Charles Dicken, podría encontrar aquí su mejor decorado si se le añade nieve.  

(Foto de J.A. Flores)
     Callejeamos distraídos por la ciudad en busca de sus lugares más emblemáticos y en breve nos topamos con la Residencia de Würzburg, una impresionante mole de estilo barroco, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y cuya función principal fue servir de residencia de los obispos de la ciudad.  No lejos de allí, se encuentra la vistosa catedral de San Kilian de estilo románico, que consta de dos amplias naves. Su concepción es muy sobria, pero elegante. En su puerta principal hay un enorme árbol de Navidad y al fondo de la animada calle, repleta de comercios se atisba el puente de Carlos, formando todo ello una estampa idílica.
            En pleno centro de la ciudad, se encuentra ubicado su  Christkindlesmarkt. Mucho más pequeño que el de Núremberg, se trata de un mercado navideño muy coqueto. Sus puestos guardan una gran armonía entre si y, cada uno de ellos, parece obedecer a una especialización temática. Cerrando el mercado, se ubica un puesto de mayor tamaño que dispensa todo tipo de viandas propias de la gastronomía alemana: salchichas de todos los tamaños, carnes guisadas de distintas formas y el siempre preciso vino caliente propio de estos climas tan extremos.
   El mercado está muy concurrido de ciudadanos de Würzburg y visitantes. Entramos en un pequeño puesto, repleto de motivos navideños y volvemos a sorprendernos de su cuidada decoración. Todo parece tener vida propia.
(Foto de J.A. Flores)
   Comprobamos que los dueños de los distintos comercios que frecuentamos son amables y se desviven por atender. Está claro que este país cuenta con una enorme tradición en cuanto al fomento del pequeño comercio, algo que en España es mucho más difícil de apreciar.
            Una nueva visita al puente de Carlos, en esta ocasión de día, nos convence de que estamos ante una de las ciudades más privilegiadas de Baviera, algo que se debe en gran parte a su prestigiosa universidad pública, una de las más valoradas de todo el país.

            Por la noche, volvemos de nuevo a las andadas gastronómicas y observamos que es muy difícil encontrar mesa si no se ha reservado con antelación. Debemos considerar que nos encontramos en una de las zonas más ricas de Alemania, algo que se aprecia.
        Finalmente, la encontramos en un coqueto restaurante que está atendido por camareras ataviadas con los vestidos tradicionales bávaros. Debemos compartir mesa con una hombre de mediana edad que dice ser austríaco, que resulta ser un tipo agradable y parlanchín. En muchos países europeos es normal que se haya de compartir mesa con personas desconocidas, experiencia que resulta interesante, a pesar de las reticencias iniciales que poseemos los españoles. Lógicamente, siempre se acaba conversando con quienes comparten tu mesa. El comer une mucho y eso suele ser siempre una experiencia agradable como ya expondré en sucesivas crónicas. 
          El restaurante, como ya se ha contado de otros, está provisto también de una cuidada decoración. aderezada por la navideña. Y la alta temperatura, las amplias viandas, la presencia colosal de la cerveza y la vestimenta de las camareras que nos atienden con amabilidad, producen en el viajero y sus acompañantes unas inolvidables sensaciones; y la fuerte convicción de sentirse en lo más esencial y tradicional de la vieja Europa, cuya cultura  ancestral tanto representa para este viajero. 

          

La Residencia de Würzburg (Foto de J.A. Flores)

16 diciembre 2013

CUATRO CIUDADES BÁVARAS(I): NÚREMBERG

Núremberg (Foto de J.A. Flores)
         La ciudad bávara de Núremberg está marcada por la historia reciente. Citar a Núremberg, conlleva, necesariamente, referirse al largo proceso que allí tuvo lugar entre el veinte de noviembre de mil novecientos cuarenta y cinco y el uno de octubre de mil novecientos cuarenta y seís contra funcionarios, responsables y colaboradores del régimen nacionalsocialista dirigido por Adolf Hitler.
               El derecho penal internacional no estaba aún asentado, pero aún así las naciones aliadas, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial (EEUU, URSS, Gran Bretaña y Francia), decidieron juzgar a quienes infringieron crímenes contra la humanidad, basándose en un documento jurídico denominado la Carta de Londres, que posibilitaba la creación de un Tribunal Militar Internacional, compuesto por avalados juristas de estos cuatro países. Porque, como bien se vino a decir en la introducción argumental, para segurar la futura convivencia, no era posible ignorar este tipo de crímenes.   
               Sin embargo, la segunda ciudad más importante del länder bávaro, es mucho más que eso. Es innegable que su protagonismo, antes, durante y posterior a la Segunda Guerra Mundial le añadió una impronta que antes no poseía, pero también lo es que esta ciudad atesora una historia propia que se remonta al año 1050 (año en el que aparece el nombre de la ciudad citado por primera vez documentalmente) de nuestra era, pero que data desde la existencia del Imperio Romano de Occidente (dato fundamental para comprender el por qué de la elección de esta ciudad como uno de los puntos geográficos fundamentales de la obsesión hitleriana). 
  El hecho de que la ciudad, verdaderamente, florezca a partir del Siglo XI conlleva que su trazado histórico aún conserve el diseño medieval, a pesar de la devastación infringida por la aviación aliada. Sin embargo, el tesón alemán y las grandes sumas invertidas por los aliados, permitieron que resurgiera de sus cenizas basándose en los planos originales del Medievo. Ciudad también marcada por la Reforma Luterana, conserva aún su creencia protestante a la vez que la católica, ambas en perfecta armonía. No en vano el contribuyente alemán auspicia con sus impuestos a ambas confesiones de forma generosa.
Panorámica del Christkindlesmarkt (Foto de J.A. Flores)
               Cuando el viajero contempla Núremberg por primera vez comprende que está ante una ciudad que cuida su pasado, su historia y sus tradiciones. Y si esa visión coincide durante el periodo del Adviento navideño todo puede convertirse en mágico. Eso sí, se ha de estar dotado de un saneado espíritu navideño o, al menos, no estar en conflicto con este periodo. Y si se cumplen esos requisitos básicos, el disfrute de las calles, plazas, monumentos y comercios es máximo. No en vano, su Christkindlesmarkt pasa por ser el más famoso del mundo y uno de los más antiguos que aún permanece. Lógicamente, ayuda que el entorno esté tan cuidado y que posea uno de los cascos históricos peatonales más grandes de Europa.
             Pero pongámonos en situación: el español celebra la Navidad aupado por la tradición. Decora su vivienda, sus espacios comerciales, sus calles y plazas y edificios, pero eso no bastará para comprender la impronta navideña que se respira en cualquier ciudad alemana.
               El español cuida los detalles navideños, nadie lo duda, pero eso no bastará para pugnar con cómo los cuida el ciudadano alemán. Se observa claramente en sus calles, en sus comercios, en sus casas. No sabemos por qué, pero nadie entiende la Navidad como se entiende en Alemania. Pero si la imaginación del hipotético lector de esta crónica -que no haya visitado aún Núremberg en este periodo- tuviera a bien realizar un mayor esfuerzo, nada de éste podrá aún ni acercarse a la impronta navideña que sus sentidos captarán cuando se asome a esta ciudad bávara, imaginación que le servirá para guiarse por las distintas ciudades que irán apareciendo en estas crónicas viajeras. Una Navidad que ya hemos presentido en nuestro subconsciente pero que aún no conocemos; y cuando ya la hemos conocido, sabemos a ciencia cierta que era la que dormitaba en ese subconsciente.
               Pero no se trata tan sólo de la Navidad. Veamos, por ejemplo, sus tabernas y restaurantes. No puede ser fácil resumir cómo son ni, tan siquiera, hacer una somera exposición del servicio que en ellas se recibe. Tan sólo podría decir algo que,  tan sólo de forma atribulada, podría acercarse a una definición torpe: tradición. Tradición en las viandas, en la cerveza, en sus diversas carnes servidas de forma especial. En la propia configuración de las -por lo general- amplias estancias. Pero ya habrá lugar de hablar de estos templos gastronómicos, aprovechando esas visitas a las cuatro ciudades que integrarán estas crónicas.
Casa-Museo de Alberto Durero y
entorno
(Foto de J.A. Flores) 
              
       O, por poner otro ejemplo, la renovada y permanente memoria de uno de sus hijos más dilectos: el pintor y escultor Alberto Durero. De hecho, su casa-museo parece haberse detenido en el tiempo, tanto como el entorno. Y no sería exagerado afirmar que el espíritu de su figura eminente aún transita por las calles  y plazas de su ciudad y que esto se concibe como un orgullo pequeñopatrio para el ciudadano.      
               Definitivamente, una frase vino a la mente de este viajero cuando paseábamos por la ciudad: verdaderamente esta ciudad parece de juguete. Sin duda, una apreciación torpe, que en una exposición más amplia podría significar que pateas por una ciudad recién sacada de un cuento; una ciudad de esas en la que no concibes que haya suciedad, excrementos varios, coches y ni tan siquiera avances modernistas. Una ciudad que podría ser un decorado y, a la vez, una ciudad en sí porque el diseño de sus muchas calles empedradas, sus medievales puentes y edificios y su calmado río Pegnitz, que rompe en dos su casco histórico, así lo manifiestan al cielo. De ahí que saltar de esa ciudad ensoñadora a la terrible realidad que atesora no sea un ejercicio fácil aunque se inevitable.
Palacio de Congresos del Partido Nacionalsocialista
(Foto de J.A. Flores)
  Porque inevitable es conocer la megalomanía nazi de su colosal sede congresual a imagen y semejanza del gran circo romano y su ajada tribuna del Campo Zeppelin. Y es en ese aspecto en el que hay que loar la compleja y meritoria objetividad teutona a la hora de abordar en sus museos tanto la documentación que se baraja de la presencia nazi en la ciudad como la exposición detallada de lo acaecido en los procesos celebrados en su aún vigente Palacio de Justicia. Un chute de historia sin parangón.

               

03 junio 2013

SIEMPRE QUEDARÁ MADRID

Cuando quiero viajar no muy lejos y no me apetece ir a ningún lugar -por conocido o por aburrido- acabo en Madrid. 
Porque cuando vas a Madrid la primera vez ves una ciudad; pero cuando has ido por enésima vez, acabas viendo enésimas ciudades. Así de versátil es esta ciudad. Por tanto, a la única conclusión a la que llegas, es que no existe Madrid: existen muchos Madrid. Y quizá sea eso lo que me atrae de la capital de España, algo que sólo Barcelona y pocas ciudades más pueden contar en nuestro país. 
Al principio, iba a Madrid de vez en cuando; posteriormente, iba una vez al año; y últimamente acabo yendo dos veces al año. Lógicamente, no voy solo, pero sí es habitual que pasee sólo por la ciudad en los días de estancia y en esos paseos descubro nuevos rincones. Y me sorprendo de cómo esta ciudad siempre vive en constante cambio y contradicción. Me sorprende encontrarme a alguna viejecita sentada en la puerta de su casa en las estrechas y ajadas calles del Madrid de los Austrias, en los alrededores de la Calle Toledo; y me sorprende encontrar dos calles más arriba -o en la misma calle, incluso- un innovador y moderno local en el que se pueden beber cócteles imposibles al tiempo que puedes leer algo de literatura de viajes de alguno de sus libros de su coqueta biblioteca. 
Ya lo había vaticinado todo el inmortal Paco Umbral; y antes que él, Ramón Gómez de la Serna, Mesonero Romanos, Larra, Quevedo, y tantos otros literatos. 
Ocurre que Madrid te atrapa o no te atrapa. Si lo hace, quedas atrapado para siempre; y si no lo hace, no te atrapará ya jamás. A mí, me ocurrió lo contrario desde que hice el servicio militar allí. No había mucho que hacer y tenía tiempo libre; así que me dediqué a conocer el Madrid más literario -el cual ya conocía con anterioridad por los libros-,  guiado siempre por lo que escribían los autores citados. 
Esta imagen es bastante típica en el centro histórico de Madrid. La falta de espacio de las viejas viviendas agudiza la imaginación. 

Una de las cosas que jamás deberían de perderse en Madrid son las librerías de viejo, que tan particular sello imprimen a la ciudad.   

En plena calle Toledo me pude encontrar con esta tienda, que aún se mantiene, rodeada de comercios ultramodernos de telefonía móvil y otros artículos de pleno siglo XXI 


La Puerta de Toledo supuso y sigue suponiendo una de las entradas más importantes a la ciudad.

Es impresionante el recogimiento que ofrece esta biblioteca de la UNED en los restos de las Escuelas Pías de S. Fernando, a pesar de encontrarse en uno de los barrios con mayor jolgorio de Madrid, el multiétnico Lavapiés. Fueron incendiadas en la Guerra Civil española por cenetistas para expulsar a falangistas allí atrincherados, que disparaban de  forma indiscriminada a cualquier transeúnte. 

La Plazuela del Conde de Miranda es un remanso de paz en pleno centro histórico.

Puedo recordar vivamente cómo con 'El buscón' de Quevedo en mano, me adentraba por esas calles del Madrid de los Austrias y supuso todo un descubrimiento de los sentidos, descubrir 'La Posada de la Villa', ya citada en esta obra cumbre de nuestra literatura del Siglo de Oro, que se encontraba en ruinas por entonces. Hoy día 'La Posada de la Villa' es un animado local en la Cava Baja, justo enfrente de una taberna de nombre muy conocido, gracias a la obra más señera de Pérez-Reverte 'El Capitán Alatriste', muy cerca de un lugar emblemático del Madrid de aquella época y  del de ahora: 'El Mercado de la Cebada', que comparte vecindad con el castizo teatro de 'La Latina'. 
En Madrid no hay espacio para el aburrimiento como sí lo hay en la mayor parte de las ciudades españolas. Madrid siempre es distinto y cambia en cada calle y cada plaza. La galería de personajes es diversa, curiosa e interesante. Y por mucho que nos esté azotando la globalización, esta extraña y perniciosa moda no hace sucumbir a esta ciudad. 
Al contrario de lo que pasa con Madrid, muchas ciudades españolas son aburridas.  Son planas, sin emoción apenas, demasiado correctas. Cuando las visitas la segunda vez, compruebas que ya está todo visto. A esa rutina escapan algunas, lógicamente; entre ellas, Barcelona. 
Lo que fascina de Madrid, no son sólo sus calles y plazas. Ni siquiera toda esa mística literaria y mística que posee. Lo que fascina es que siempre te encuentras a la ciudad viva. Una viveza interior que se extiende a lo ancho y largo de sus muchos lugares en los que se desarrolla una actividad continuada de música, teatro, literatura, cine..., gente que está continuamente creando, elaborando ideas y que no sucumbe a pesar del mal momento que atraviesa el país, en parte gracias a la ridícula y estrecha forma de ver la creatividad que tienen estos energúmenos del PP y su bestial subida del IVA cultural. 
Pero a pesar de las dificultades, Madrid siempre se reinventa. 
Pero también existe un Madrid menesteroso (ya decía al principio que existen muchos Madrid). Un Madrid poblado de criaturas sin dirección conocida y que confluyen en la gran ciudad atraídos por sus largos brazos acogedores. Muchos aportan, pero otros muchos no. Pero, incluso, esa impronta de ciudad menesterosa que tienen algunos ajados barrios del centro histórico, también conlleva su atractivo. Pareciera que todo lo que existe en esta ciudad, para bien o para mal, acaba siempre matizado por el distinto color de su cielo azul, como ya observara Umbral en su Trilogía de Madrid, quizá una de las mayores obras literarias escritas sobre esta ciudad y que hay que volver a releer para ver la perspectiva del paso del tiempo. 
Las mañanas de Madrid son distintas a todo. Observas una ciudad que se desespereza a su propio ritmo y ese lento ritmo, de súbito, adquiere una extraña velocidad cuando asoman los rayos del sol del mediodía. Y por la noche, ya todo cambia. Las luces cálidas de sus farolas alumbran rostros sedientos de noche y cuando el reloj ya traspasa la medianoche -sin que importe demasiado el día de semana- las terrazas y los locales rebosan de bocas y sentidos sedientos, porque siempre hay algún argumento para beberse la noche dada la enorme cantidad de actividades que se despliegan en un día cualquiera. 
Al llegar el fin de semana, se suelen agregar a esa gran bacanal cultural y de ocio las gentes que llegan de fuera; y éstos unidos a los de dentro crean todo un carrusel de sonidos e imágenes difícil de digerir si no se tiene el hábito adecuado. Por eso, el lema de 'Madrid, me mata' que se acuñó en los años de la movida de los ochenta, aún sigue muy presente.  

28 enero 2013

MADRID NO ME MATA


Librería de  viejo al aire libre en pleno centro de Madrid, a la entrada del Pasadizo de S. Ginés el lugar tan míticamente relacionado con el Max Estella (Luces de Bohemia) de Valle Inclán.

He (hemos) vuelto de Madrid con la misma mirada sorprendida que siempre. Una ciudad que no descansa de ofrecerte nuevos detalles, nuevas sorpresas. Es casi infinita en fascinación. 
Y es por eso por lo que vuelvo a ella cada poco tiempo, igual que dicen que hace el asesino al lugar del crimen o el atávico lugareño a su lugar de nacimiento. 
Y es que como escribiera Umbral sobre esta ciudad, la luz de Madrid es distinta.  Como lo es su densa historia. 
Porque no se trata de una ciudad que, como otras españolas, te sumerja en una historia paleocristiana, visigoda o medieval. Ni tampoco vas a encontrar en ella vestigios romanos ni arte románico, porque para esos fines ya tenemos muchos ejemplos vivos en nuestra piel de toro. Lugares maravillosos donde poder contemplar la historia ancestral de nuestro país; su arte milenario o las señas de civilizaciones antiquísimas. Madrid es otra cosa.
Pero ¿qué es lo que nos fascina de la capital de España? Seguramente serán muchas cosas, y cada viajero elegirá distintas razones, pero para quien esto escribe, Madrid es la esencia viva de un pasado no demasiado remoto que ha configurado el devenir de este país a nivel político, social, económico y cultural. Y todos esos elementos se encuentran a flor de piel en esta ciudad mediática. Otro elemento fascinante es descubrir cómo a pesar del paso del paso del tiempo y encontrarnos inmersos en pleno siglo XXI, conserva en pleno centro de la ciudad el sabor de pueblo mezclado con el vanguardismo de una gran ciudad. 

El amado huerto de Lope de Vega, en la casa en la que vivió sus últimos 25 años (hoy Casa-Museo del mejor autor teatral del Siglo de Oro español)  
En esta última visita la idea era conocer lugares muy concretos y saborear el Madrid más auténtico, prescindiendo en todo momento de coche y metro. Es decir, movernos por el Madrid del Siglo de Oro y el Madrid de los Austrias. 
(clikear para ver mejor)

Y para sumergirnos en el Siglo de Oro, nada mejor que conocer el barrio de Las Letras para imaginarnos de forma muy veraz y de primera mano cómo debió transcurrir ese gran momento literario e histórico de nuestro país de la mano de lugares relacionados con los literatos más señeros de ese siglo glorioso: Lope de Vega, Cervantes, Quevedo o el mismo Garcilaso. Descubrir las casas donde vivieron y/o murieron, los lugares donde recibieron sepultura o la iglesia en la que casaron o recibieron el último responso. Todo eso es fantástico, y emocionante descubrirlo. 

O bien, podemos optar a pocos pasos por descubrir el Madrid de los Austrias y contemplar e imaginar esos rincones con los que hemos soñado leyendo 'El Buscón' de Quevedo y que ahora reviven de nuevo de de forma tan eficaz gracias a literatura de Pérez Reverte y su saga Alatriste. Descubrir dónde está la Posada de la Villa, la Casa de Cisneros o la callejuela en la que fue abatido Juan Escobedo, secretario del hermano bastardo de Felipe II D. Juan de Austria. 
Pero esos detalles son tan sólo unos pocos, porque como decía, Madrid es infinita e inabarcable y siempre deja elementos, lugares y datos de distintas etapas históricas que se solapan y ofrecen renovadas oportunidades para proyectar nuevas visitas.               

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...