03 junio 2013

SIEMPRE QUEDARÁ MADRID

Cuando quiero viajar no muy lejos y no me apetece ir a ningún lugar -por conocido o por aburrido- acabo en Madrid. 
Porque cuando vas a Madrid la primera vez ves una ciudad; pero cuando has ido por enésima vez, acabas viendo enésimas ciudades. Así de versátil es esta ciudad. Por tanto, a la única conclusión a la que llegas, es que no existe Madrid: existen muchos Madrid. Y quizá sea eso lo que me atrae de la capital de España, algo que sólo Barcelona y pocas ciudades más pueden contar en nuestro país. 
Al principio, iba a Madrid de vez en cuando; posteriormente, iba una vez al año; y últimamente acabo yendo dos veces al año. Lógicamente, no voy solo, pero sí es habitual que pasee sólo por la ciudad en los días de estancia y en esos paseos descubro nuevos rincones. Y me sorprendo de cómo esta ciudad siempre vive en constante cambio y contradicción. Me sorprende encontrarme a alguna viejecita sentada en la puerta de su casa en las estrechas y ajadas calles del Madrid de los Austrias, en los alrededores de la Calle Toledo; y me sorprende encontrar dos calles más arriba -o en la misma calle, incluso- un innovador y moderno local en el que se pueden beber cócteles imposibles al tiempo que puedes leer algo de literatura de viajes de alguno de sus libros de su coqueta biblioteca. 
Ya lo había vaticinado todo el inmortal Paco Umbral; y antes que él, Ramón Gómez de la Serna, Mesonero Romanos, Larra, Quevedo, y tantos otros literatos. 
Ocurre que Madrid te atrapa o no te atrapa. Si lo hace, quedas atrapado para siempre; y si no lo hace, no te atrapará ya jamás. A mí, me ocurrió lo contrario desde que hice el servicio militar allí. No había mucho que hacer y tenía tiempo libre; así que me dediqué a conocer el Madrid más literario -el cual ya conocía con anterioridad por los libros-,  guiado siempre por lo que escribían los autores citados. 
Esta imagen es bastante típica en el centro histórico de Madrid. La falta de espacio de las viejas viviendas agudiza la imaginación. 

Una de las cosas que jamás deberían de perderse en Madrid son las librerías de viejo, que tan particular sello imprimen a la ciudad.   

En plena calle Toledo me pude encontrar con esta tienda, que aún se mantiene, rodeada de comercios ultramodernos de telefonía móvil y otros artículos de pleno siglo XXI 


La Puerta de Toledo supuso y sigue suponiendo una de las entradas más importantes a la ciudad.

Es impresionante el recogimiento que ofrece esta biblioteca de la UNED en los restos de las Escuelas Pías de S. Fernando, a pesar de encontrarse en uno de los barrios con mayor jolgorio de Madrid, el multiétnico Lavapiés. Fueron incendiadas en la Guerra Civil española por cenetistas para expulsar a falangistas allí atrincherados, que disparaban de  forma indiscriminada a cualquier transeúnte. 

La Plazuela del Conde de Miranda es un remanso de paz en pleno centro histórico.

Puedo recordar vivamente cómo con 'El buscón' de Quevedo en mano, me adentraba por esas calles del Madrid de los Austrias y supuso todo un descubrimiento de los sentidos, descubrir 'La Posada de la Villa', ya citada en esta obra cumbre de nuestra literatura del Siglo de Oro, que se encontraba en ruinas por entonces. Hoy día 'La Posada de la Villa' es un animado local en la Cava Baja, justo enfrente de una taberna de nombre muy conocido, gracias a la obra más señera de Pérez-Reverte 'El Capitán Alatriste', muy cerca de un lugar emblemático del Madrid de aquella época y  del de ahora: 'El Mercado de la Cebada', que comparte vecindad con el castizo teatro de 'La Latina'. 
En Madrid no hay espacio para el aburrimiento como sí lo hay en la mayor parte de las ciudades españolas. Madrid siempre es distinto y cambia en cada calle y cada plaza. La galería de personajes es diversa, curiosa e interesante. Y por mucho que nos esté azotando la globalización, esta extraña y perniciosa moda no hace sucumbir a esta ciudad. 
Al contrario de lo que pasa con Madrid, muchas ciudades españolas son aburridas.  Son planas, sin emoción apenas, demasiado correctas. Cuando las visitas la segunda vez, compruebas que ya está todo visto. A esa rutina escapan algunas, lógicamente; entre ellas, Barcelona. 
Lo que fascina de Madrid, no son sólo sus calles y plazas. Ni siquiera toda esa mística literaria y mística que posee. Lo que fascina es que siempre te encuentras a la ciudad viva. Una viveza interior que se extiende a lo ancho y largo de sus muchos lugares en los que se desarrolla una actividad continuada de música, teatro, literatura, cine..., gente que está continuamente creando, elaborando ideas y que no sucumbe a pesar del mal momento que atraviesa el país, en parte gracias a la ridícula y estrecha forma de ver la creatividad que tienen estos energúmenos del PP y su bestial subida del IVA cultural. 
Pero a pesar de las dificultades, Madrid siempre se reinventa. 
Pero también existe un Madrid menesteroso (ya decía al principio que existen muchos Madrid). Un Madrid poblado de criaturas sin dirección conocida y que confluyen en la gran ciudad atraídos por sus largos brazos acogedores. Muchos aportan, pero otros muchos no. Pero, incluso, esa impronta de ciudad menesterosa que tienen algunos ajados barrios del centro histórico, también conlleva su atractivo. Pareciera que todo lo que existe en esta ciudad, para bien o para mal, acaba siempre matizado por el distinto color de su cielo azul, como ya observara Umbral en su Trilogía de Madrid, quizá una de las mayores obras literarias escritas sobre esta ciudad y que hay que volver a releer para ver la perspectiva del paso del tiempo. 
Las mañanas de Madrid son distintas a todo. Observas una ciudad que se desespereza a su propio ritmo y ese lento ritmo, de súbito, adquiere una extraña velocidad cuando asoman los rayos del sol del mediodía. Y por la noche, ya todo cambia. Las luces cálidas de sus farolas alumbran rostros sedientos de noche y cuando el reloj ya traspasa la medianoche -sin que importe demasiado el día de semana- las terrazas y los locales rebosan de bocas y sentidos sedientos, porque siempre hay algún argumento para beberse la noche dada la enorme cantidad de actividades que se despliegan en un día cualquiera. 
Al llegar el fin de semana, se suelen agregar a esa gran bacanal cultural y de ocio las gentes que llegan de fuera; y éstos unidos a los de dentro crean todo un carrusel de sonidos e imágenes difícil de digerir si no se tiene el hábito adecuado. Por eso, el lema de 'Madrid, me mata' que se acuñó en los años de la movida de los ochenta, aún sigue muy presente.  

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