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16 abril 2012

POEMA: SALID A CORRER.


SALID A CORRER,
CUANDO OS ENCONTRÉIS PEREZOSOS,
Y EL CUERPO MANDE SOBRE LA MENTE, SALID A CORRER;
CUANDO EL DÍA PESE COMO UNA LOSA, SALID A CORRER;
CUANDO EN EL TRABAJO ASOME EL DESENCANTO, SALID A CORRER;
CUANDO EL DESENCANTO SE APODERE DE LA VIDA, SALID A CORRER;
CUANDO EL DESÁNIMO SEA COMO UN OCÉANO, SALID A CORRER;
CUANDO LA FAMILIA SE OS ATRAGANTE, SALID A CORRER;
CUANDO EL JEFE OS DESPIDA, SALID A CORRER;
CUANDO EN EL EXAMEN SE TORNE LA MENTE EN BLANCO, SALID A CORRER;
CUANDO UNA LESIÓN NO OS LO IMPIDA, SALID A CORRER;
CUANDO LA LLUVIA INUNDE LOS CAMINOS Y APETEZCA LA MESA CAMILLA, SALID A CORRER;
CUANDO EL FRÍO SEA LA NOTICIA DE LOS TELEDIARIOS, SALID A CORRER;
CUANDO EL CALOR TAMBIÉN LO SEA, SALID A CORRER;
CUANDO VUESTRA PAREJA OS ABANDONE, SALID A CORRER;
CUANDO SEÁIS VOSOTROS LOS QUE ABANDONÉIS A VUESTRA PAREJA, SALID A CORRER;
CUANDO EL SUELDO NOS LLEGUE A FIN DE MES, SALID A CORRER;
CUANDO NI TAN SIQUIERA TENGÁIS SUELDO, SALID A CORRER;
CUANDO LA VIDA OS ABOFETEE SIN PIEDAD, SALID A CORRER;
CUANDO VUESTRA INCLINACIÓN SEA EL FRIGORÍFICO, SALID A CORRER;
CUANDO LA BALANZA SE CONVIERTA EN VUESTRA BESTIA NEGRA, SALID A CORRER;
CUANDO ANSIÉIS LA MÁS FRESCA CERVEZA SIN QUE OS ASALTE EL REMORDIMIENTO, SALID A CORRER;
CUANDO LA NOCHE SE HAYA IDO EN BRAVUCONADAS Y VASOS LARGOS, SALID A CORRER; 
CUANDO LA TABACALERA OS FELICITE CADA AÑO NUEVO, SALID A CORRER;
CUANDO SOÑÉIS CON ESOS CUERPOS DELGADOS DE CINE, SALID A CORRER;
 CUANDO EL COLESTEROL OS SONRÍA CON SORNA CADA MAÑANA, SALID A CORRER;
CUANDO EN CADA REVISIÓN MÉDICA EL MÉDICO OS ABRONQUE, SALID A CORRER;
CUANDO EL PASO DEL TIEMPO OS ENTRISTEZCA LA PIEL, SALID A CORRER;
CUANDO NO QUERÁIS DISCUTIR CON NADIE, SALID A CORRER;
CUANDO EL SILENCIO SEA UN PRÓFUGO Y QUERÁIS ALCANZARLO, SALID A CORRER;
CUANDO NECESITÉIS AUSENTAROS DEL MUNDANAL RUIDO Y LA SOLEDAD SEA VUESTRA MEJOR ALIDADA, SALID A CORRER.
CUANDO EL RUIDO DE LA CIUDAD OS REVIENTE LOS OÍDOS, SALID A CORRER;
CUANDO LA ÚNICA NATURALEZA QUE DISFRUTÁIS ES LA MACETA DEL BALCÓN DE VUESTRO PISO, SALID A CORRER;
CUANDO QUERÁIS LLORAR DE FELICIDAD VIENDO UN AMANECER O UN ATARDECER, SALID A CORRER;
CUANDO QUERÁIS COMPRENDER QUE LA FELICIDAD ES MÁS BARATA DE LO QUE TE CUENTAN, SALID A CORRER;
SALID A CORRER, SIEMPRE, PORQUE EL CORRER QUIZÁ SEA LO ÚNICO QUE OS HARÁ LIBRES.    

26 diciembre 2011

UNA RUTA DE NAVIDAD

Los preparativos aguardando en el coche para iniciar la ruta de 13 kilómetros, que comenzará en Alitaje.

Más allá de las desnudas choperas se alarga la ruta que llevará mis pasos hasta la inmediaciones de Fuente Vaqueros. 

El "Piorno", preside toda la Vega y parece atesorar el débil sol de la tarde de Navidad.  

 Las famélicas choperas de la Vega dormitan en invierno y guardan todo su esplendor para la próxima primavera.

 Los ajados olmos se sienten arropados por las última hojas caídas del otoño recién ido.

 El verde de las últimas lluvias aún pugna por ganar espacio a las hojas secas.

 Las primeras fincas de la vetusta arquería de Alitaje aún recuperan el aliento de la última Nochebuena.

 A la izquierda, las casas más altas de Pinos Puente, parecen descansar en el regazo del Piorno.

 Unos minutos antes mis últimas pasos de la ruta del día de Navidad hacían crepitar las hojas secas.


07 diciembre 2011

TROTAR ENTRE OLIVOS



Ciertamente, me temo que hay cosas que hacemos los corredores que es probable que sólo puedan comprender otros corredores.
Hablo de algo muy esencial: perderse una buena mañana de fiesta, cuando el ajetreo está en la calle, los bares y en los grandes almacenes, y trotar entre olivos por caminos rotos por las torrenteras y el paso de tractores y otros vehículos pesados.
Subir pequeñas lomas y bajarlas; saltar un pequeño riachuelo seco; alzar los ojos sudorosos y sólo ver un inacabable mar de olivos.
Y saber que eso lo vas a seguir haciendo mientras las piernas, el corazón y los pulmones quieran.
Y sientes mucha satisfacción por elegir esa opción tan trivial y sencilla, tan al alcance de todo el mundo, que no sabes si contarlo o no. No es más que correr por la naturaleza, trotar entre olivos. Nada más.
Lógicamente, lo acabas contando -porque todo lo que te hace feliz tiene más sentido si lo compartes- pero no estás seguro de que te entiendan, a no ser de que a quien se lo cuentes también tenga tu misma opinión de ese tipo de cosas, tu misma inclinación; es decir, a un corredor.
Era el día de la Constitución y mientras la televisión expulsaba mentiras de políticos ruines que han hecho de la democracia su negocio, yo era el que corría entre esos olivos desmadejados y anárquicos.
Es decir, un acto trivial con espectadores mudos prestos ya a dar su fruto.

18 noviembre 2011

CORRER EN OTOÑO


Foto de José Manuel Pérez (http://josemanuelfv.blogspot.com)

¡Ay, correr en otoño! ¿No es el sueño de cualquier corredor? Pisar las hojas secas por esos caminos húmedos por mor de la suave neblina, confundida por el humo de las chimeneas de los cortijos; una temperatura no demasiada fría, ni demasiada cálida; basta con ir con una primera capa no demasiada gruesa. Sin guantes. Sin gorro. Rodando sin necesidad de contemplar el típico vaho del invierno; cruzarte con gente que aún pasea, fieles al hábito del verano (en pocos días ya desaparecerán de los caminos y los senderos); contemplar a ese perro que ves todo el año atado a su caseta, cómodamente sentado, camuflado con el tono marrón de las hojas caídas; presentir que el sol va poniéndose sin prisas; rodar a buen ritmo con las sensaciones a flor de piel, sin que pesen los kilómetros; charlar con la mujer anciana que todos los días hace su paseo vespertino apoyada en sus bastones; contemplar las acequias de la Vega como torrenteras alegres, nostálgicas aún del verano; estirar contemplando el misterioso horizonte otoñal; oler la leña ya apilada junto a las chimeneas; una suerte de castañas listas para asarse; el presentimiento de la Navidad que llega.
Correr en otoño ¿Quién pudiera hacerlo eternamente?

05 noviembre 2011

LLUVIA SOBRE EL TARTÁN


La tarde-noche, en coherencia con todo el día, era lluviosa y algo fría y si además era viernes no se daban las mejores condiciones para hacer series.
Sin embargo, hay un principio básico en esto del correr: por mucho que nos cueste comenzar y dar la primera zancada, después todo son parabienes.
Así que consciente de que apenas había hecho nada desde mi último viaje, cuando la noche ya era cerrada y lluviosa cogí el coche y por una inaudita poco transitada carretera nacional llegué al polideportivo de Atarfe para hacer series en su magnífica pista de verdadero tartán -la cual presionas con los dedos y descubres su blandura-, que en su segunda acepción dada por la Real Academia Española de la Lengua consiste en "material formado por una mezcla de goma y asfalto, muy resistente y deslizante, que se emplea como superficie de pistas de atletismo".
Hacer series en un lugar así cuesta mucho menos trabajo, sin duda que, además, absorbe la lluvia eficazmente.
Cuando llegué a Atarfe, me descubrí ante unas instalaciones lluviosas -llovía copiosamente en ese momento- un campo de fútbol de césped artificial ocupado por cuatro equipos de fútbol 7 y nadie corriendo en su pista. Además portaba una nula predisposición psicológica para hacer series. Toda la pista para mí, me dije, pero con esa copiosa lluvia difícil era comenzar y había que sacar ganas. Tenía frío, llovía copiosamente y la mente estaba perezosa, así que busqué las excusas perfectas para volverme al coche, cuando justo en el momento de emprender la "huida" por la misma carretera por la que había llegado, de pronto, como en las películas de ciencia ficción, dejó de llover. Volví. Y no me arrepentí de haberlo hecho porque, aunque tan sólo hice cuatro series de mil para no cargarme, estas fueron deliciosas. No demasiado rápidas -entre 3'58'' y 4'02''- pero muy gratificantes. Descubrir que vas muy cómodo a ritmos inferiores de quince a veinte segundos sobre el ritmo medio en competiciones de diez kilómetros te infunde mucho ánimo.
En la segunda serie comenzó a caer una lluvia fina que, aunque muy espectacular a través de los haces de luz de los focos, resultaba muy agradable para correr; además, ya no tenía apenas frío. De hecho, en cada serie iba despojándome de una capa hasta quedarme en capa básica Adidas de manga larga y malla pirata New Balance. Todo fue a pedir de boca y salí con una mueca de satisfacción del estadio tras estirar y hacer técnica de carrera.
El error hubiera sido haberme ido de las instalaciones sin los deberes hechos.
Así que la inquietud que tenía por hacer algo de calidad antes de la Media Maratón de Granada ya está superada y sólo queda correr con ganas y ánimo por las calles de Granada. Esta tarde iré a recoger el dorsal.

11 agosto 2011

DESMITIFICANDO EL VELETA



Con Luis y Jesús, antes de la salida, ilusionados, dispuestos a comerse el Pico como si fuera un merengue.

LA CARA: Subiendo sin demasiado esfuerzo las duras rampas dejado Pinos Genil. LA CRUZ: Andando por el Dornajo, incrédulo y contrariado por los problemas musculares surgidos.


El esforzado corredor, José Antonio Flores, en sus inicios como corredor, compraba y leía con avidez la revista Runner’s, pero no se detenía jamás en las páginas dedicadas a media maratón y maratón –a cualquier maratón-, probablemente por considerar que aquella no era una prueba para él y, tal vez (uno jamás sabrá los recovecos de nuestra alma), por miedo a lo desconocido, por negación a algo que no formaba parte de su entorno.

Correr, sí, pero correr tranquilo, correr distancias cortas, correr contemplativo. Con su ilusión de bajar de 50 minutos en 10 kms., por sus añorados caminos de la Vega le bastaba.

Sin embargo, en esto del correr como en la vida misma, las sorpresas, lo desconocido, lo imprevisto, está a la vuelta de la esquina, mucho más cerca de lo que creemos. Por tanto, si dando el primer paso se comienza a correr, conviene meditar muy en serio si conviene darlo porque una vez dado todo lo demás ya forma parte del destino.

Y el destino quiso que se acabara inscribiendo a una primera media maratón. La de Granada, en octubre de 2005. Ajeno aún a esa barbaridad de 21 kms., y con diez kilos más que hoy y un mayor porcentaje de grasa, la semana anterior a la celebración de la prueba y con el miedo escénico metido en el cuerpo, midió con el coche 21 kms., exactos y se dispuso a correrlos. Los hizo despacio y acabó totalmente derrotado, imbuido al terminar de un miedo escénico aún mayor ante la prueba oficial de la semana siguiente.

Y con esas dudas y temores se presentó en la salida de su primera media maratón, en la que faltando tres kilómetros casi desfalleció. Llegó en 1 hora y 51 minutos, que no estuvo nada más dada la escasa preparación que tenía. Su primera barrita energética –que luego ha utilizado muy poco- no era de la marca Isostar. Se llamaba “Huesitos”, que devoró en el kilómetro 18. Evidentemente, estaba escaso de esa sapiencia correril, como bien dice Alfredo.

A partir de aquel día, comprobó que no sólo leía con delectación los reportajes sobre media maratón sino que se detenía, por curiosidad, a ojear –y hojear- lo que se escribía sobre maratón, aquella barbaridad de prueba, opinión que aún mantiene.

Como ocurría en la excelente obra de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, todo es relativo y dependerá del contexto y de la situación. En Liliput serás el más grande porque todo lo que te rodea es pequeño; pero en Brobdingnag será al contrario, un ser diminuto que podría ser aplastado por cualquier bebe del país sin apenas esfuerzo. Por tanto, la dualidad pequeño-grande es muy relativa, algo similar a lo que ocurre en el atletismo. Llegas a meta en el mismo tiempo que gente de la que nada sabes y te preguntas: ¿son excelentes corredores porque han llegado a tu par? O por el contrario: ¿son corredores del montón porque han llegado a tu par? Y esas preguntas adquieren una especial relevancia en pruebas dantesca como la de este tipo. Todo, totalmente relativo.

Y uno es grande en sus propósitos de acuerdo y – y no es una redundancia- con sus propios propósitos que para nada tienen que ver con los de los demás. Ahí estriba la grandeza de correr.

Y esos propósitos pueden ser infinitos. De hecho nuestro corredor acabó haciendo su primera maratón tan sólo año y medio después de correr su primera medio maratón.

Por tanto, desmitificó la distancia reina de una forma más sencilla de lo que había previsto y esas páginas dedicadas al maratón de revistas especializadas se convirtieron a sus ojos tan placenteras y normales como las demás que hablaban de correr.

La vida se cuenta por etapas. Por ciclos que se cierran, como tanto gusta referir a su amigo y Álter, Jesús Lens. Superada la etapa del maratón, tenía mitificadas –como nos ocurre a todos- pruebas como la Subida al Pico del Veleta, pero como todo es relativo, no es exactamente lo mismo lo que uno se imagina sobre lo que serán las cosas con lo que son las cosas en realidad. Y se puede asegurar que la imaginación siempre altera la realidad, lo mismo que la memoria deforma los acontecimientos pasados.

Sin embargo, no se inscribió -según cuenta- en la prueba del Veleta para desmitificarla y afrontar el miedo a lo desconocido porque si así fuera a lo largo de su vida hubiera hecho cosas imprevisibles, como por ejemplo, rodear su cuello con aquella serpiente pitón que le ofreció un conocido dueño de una o haber hecho parapente ante la insistencia de otro conocido, que además era monitor de esa disciplina. No, al Veleta se apunté sin reflexión, sí, –acuérdense de su artículo en Ideal sobre la revelación- pero considerando que contaba con la preparación básica para afrontar esta prueba.

Pero la desmitificación de esta prueba, que se basa en acabarla, se consigue sin demasiado esfuerzo; de hecho, en su fuero interno considera que cualquier corredor bien preparado puede acabarla (igual que defiende que cualquier persona puede acabar una maratón), sabiendo que alternará correr con el andar. Ahora bien, si de lo que se trata es de trepar hasta la cima del Pico corriendo, la mitificación aún tiene cierta vigencia, piensa.

09 agosto 2011

XXVII SUBIDA GRANADA-PICO VELETA (7/8/2011)


El muy preciado y prestigioso trofeo.


La noche previa a la prueba había sido corta en sueño. Por lo general –y mucho menos en periodo estival- no es común levantarse un domingo a las cinco de la mañana para ir a correr a las siete. Pero sabedor de que siempre olvido detalles importantes (calcetines, vaselinas, protectores solares...), opté por anticipar la madrugada, a pesar de la escasa costumbre de irme a dormir temprano –he de reconocer que soy más ave nocturna que diurna y leo y escribo por la noche-. Me obligué, pero mandaban los biorritmos y no fue fácil conciliar el sueño. Por tanto, la noche corta y las horas de sueño escasas.

Para aparcar en una zona con no demasiado aparcamiento ¿mejor coche o moto? Pequeña diatriba que hay que solucionar. Para evitar problemas de última hora, moto pues, la cual atraviesa rauda un centro de Granada aún silente y dormido, aspecto que engrandece y singulariza aún más este tipo de carreras, pero curiosamente no me pregunté en ningún momento ¿qué hago aquí?

El ambiente es aún desangelado en la zona de salida, apenas unos cuantos corredores y numeroso personal de la organización trayendo y llevando cosas desde las furgonetas anárquicamente aparcadas al final del Paseo del Salón, en la zona más cercana a Puente Verde. Justo desde allí se inicia la prueba, previas dos vueltas a ese bulevar señero granadino. Sorprendente el nutrido grupo de espectadores -familiares de los corredores los más- que nos animaron a las 7,15 horas, que el horario de salida.

Prudencia decían todos los consejos de foros y relatos vivenciales. Prudencia en todo momento, principalmente –nos decía el ganador de edición de 2005, Oscar Alarcón- en esos primeros 11 kilómetros de falso llano hasta Pinos Genil, que al ser fáciles la tendencia es acelerar. Prudencia y cabeza fría que ya llegarán las puertas del infierno.

Y llegaron. El infierno cada uno lo vive de forma distinta y cada uno es esclavo de su genética, su capacidad mental y física y resultado de su propio entrenamiento. Para muchos las puertas del infierno podrían estar en las mismísimas primeras rampas pasado el pueblo de Pinos Genil, pero para otros, los menos, probablemente no atisben el inframundo hasta bien pasada la zona de los Albergues, en la Hoya de la Mora.

Yo comencé a vislumbrar esas puertas cuando comprendí allá por el avituallamiento sólido del kilómetro 23 que mis abductores –principalmente el derecho, que es mi pierna vaga- se cargaban más de lo aconsejado. Subí tranquilo pero solvente las duras rampas de la antigua carretera de la Sierra y me incorporé a la nueva sin demasiados problemas a pesar de la dureza del recorrido en esa zona de carretera nueva, pero en ese avituallamiento tras comer con delectación unos trozos de melón, sandía y plátano y beber líquido, comprendí que la segunda parte de la carrera para mí ya no iba a ser lo mismo. Antes, a la altura del Hotel El Guerra, Roberto Gil, en mitad de la carretera me ofrecía, a elegir, agua fresquísima o isotónico –creí ver- fresquísimo. Opté por el agua. En ese momento iba bien, y él mismo me asegura en un comentario anterior que no llevaba aspecto de sufrimiento. Pero mis problemas musculares comenzaron unos kilómetros más tarde. Ya dije en el análisis de Ideal que este tipo de factores pertenecen al grupo de los desconocidos. Pero no llegué a percibir tal dolencia como lesión; no, al menos, que me moderara en el esfuerzo.

Para comprender esa aseveración basta con comprobar unos datos: la figurada media maratón la pasé sin demasiada fatiga en 2 horas y 10 minutos y al paso por El Dornajo, tan sólo cuatro kilómetros después, el Forer marcaba 2,42, es decir que empleé en esos duros cuatro kilómetros 32 minutos, o lo que es lo mismo, lo que supone correr cada kilómetro en, aproximadamente, ocho minutos. Dentro de ese intervalo de tiempo, lógicamente, se encontraba los minutos perdidos en el avituallamiento sólido, que no fueron excesivos. Estaba claro que tenía un problema.

Tenía un problema porque faltaban aún los siguientes 25 kilómetros y éstos eran los más duros de la prueba, no sólo por la dificultad orográfica, sino por la altura y la fatiga muscular ya acumulada.

Sin embargo, no me puse nervioso porque mi mente tardó poco en interpretar –al mismo tiempo que olvidar- que la segunda parte de la prueba nada tendría que ver con la primera. Así que con esa premisa inicié corriendo las primeras duras rampas del Dornajo produciéndose lo que ya era una realidad constatable: fuerte dolor y pinchazos en los abductores y una rigidez que daba la sensación fueran a partirse por la mitad. En esas circunstancias, la única opción que tenía era andar rápido. De esa forma, la zona se relajaba y me posibilitaba continuar.

No sabía con exactitud qué pasaría en los siguientes kilómetros, pero sí que subir el Dornajo corriendo iba a ser imposible, pensamiento éste que me produjo desazón porque entrené por allí y sentí muy buenas sensaciones: mi propósito e ilusión era subir esos mortíferos siete kilómetros iniciales corriendo, porque llegado a la zona de las Sabinillas podría buscar una mejor recuperación dada la menor dificultad de ese trayecto, para beber en el avituallamiento situado justo en el cruce que gira hacia la zona de los Albergues e intentar, sí era posible, subir esos pocos kilómetros hasta las puertas de la Hoya. Es lo que había hecho en el entrenamiento hace unas cuántas semanas y es lo que me planteaba hacer en esta prueba. Pero dada mi dolencia muscular –nueva en mi mapa fisiológico de lesiones- eso ya se quedaba en el plano de lo teórico.

La única opción era andar lo más rápido posible y, coyunturalmente, correr hasta que la zona dañada lo permitiera.

No recuerdo en qué punto de la subida al Dornajo apareció Víctor Bernier perfectamente pertrechado en su traje ciclista montando una bicicleta de carretera de aspecto inmejorable. Víctor me acompañó y animó durante varios kilómetros en los cuales le fui explicando mis dolencias. Posteriormente lo vería a falta de dos kilómetros aproximadamente. José Antonio que te veo muy bien, ya estás casi en la meta, me dijo mi paisano de adopción.

Como decía, me dio mucha rabia no poder subir El Dornajo y mucho más apenas arrancarme a correr por la zona de las Sabinillas, que sin saber porqué me parece estéticamente muy atractiva. Justo en ese trazado vi a lo lejos a José del Oliver con cámara en mano esperando mi paso y bromeando me puse a correr para la foto (¿habrá salido la foto?). Por tanto, si sobre el kilómetro treinta y cinco aún tenía ánimo de bromear no debía ser malo mi estado físico. Otra cosa era poder correr.

A partir de ahí, el cada vez más insistente goteo de corredores que iban andando me animó y ya comprendí que hasta el final de la prueba -unos quince kilómetros todavía- el andar rápido se iba a convertir en la "vedette principal". Ya me lo vino a decir Víctor: ahora te enfrentarás con los montañeros. Estos andan que vuelan.

Otro paso para mí simbólico -y psicológico- es el los "chiringuitos" de La Hoya de la Mora, unos metros antes de la barrera que impide el paso de vehículos. Por ahí, quería pasar corriendo y apretar los dientes si el dolor aparecía. En ese momento iba con un corredor jienense e íbamos hablando de entrenamientos y carreras. Le dije que por ahí iba a pasar corriendo y si se animaba. Él no se animó y yo pasé corriendo, pero a esas alturas -por encima de los 2750 metros ya-, el correr y el andar rápido prácticamente ya iban de la mano. De hecho, este corredor jienense llegó a mi altura al minuto de estar yo tomando liquido en el primer avituallamiento de carretera que conduce al Pico del Veleta. Un poco antes, el periodista de Ideal y también corredor, Manolo Pedreira, apostado con su bicicleta junto al Albergue militar me dijo que fuera pensando en el contenido del artículo para Ideal. Y cumplí su deseo en los siguientes kilómetros. Por tanto, si aún podía pensar en un artículo se demostraba una vez más que mi estado general no era malo. El problema, nuevamente, era poder correr.

A partir de ahí, la estampa es típica: corredores andando rápido y algún que otro intentando correr para parar casi enseguida. Ya estábamos a diez kilómetros de la meta.

Diez kilómetros que se hacen interminables. La estampa viene a ser ésta: en casi todo momento ves imponente el pico del Veleta. Lo ves cercano y tienes la sensación que ya lo estás tocando, pero olvidas que estás en alta montaña y que las carreteras en este terreno simulan una colmena: hay que rodear una y otra vez para llegar hasta arriba, complicándose cada vez el terreno. Pensaba más o menos en eso cuando me crucé al gran Daniel, que venía de correr la mini-subida, la "prueba de los niños" como él mismo me comentó con su gracejo habitual. Andó conmigo animándome durante unas decenas de metros.

Entonces fue cuando comencé a comprender la dificultad de andar rápido -o no- en altura y el porqué de la presencia de tanto bastón cuando semanas previas entrené por aquella zona. Definitivamente, correr por allí es casi imposible tras haber superado más de cuarenta kilómetros, pero andar se convierte en una tarea también titánica. Las piernas ya van rotas y el ritmo aeróbico cuenta ya mantenerlo. Son momentos en los que la prueba te abofetea la cara. Y efectivamente, corredores con experiencia montañera, pasaban raudos, tal y como aseveró Víctor. Pero si estaban ya por allí, también demostraban ser buenos corredores.

A falta de cuatro o cinco kilómetros ya no existe lucha interna sobre el correr y el andar. Quien haya realizado esta prueba sabe de lo que estoy hablando. Lo único que ya importa es llegar y, eso sí, dejar fuerzas para entrar en meta corriendo, asunto éste que se convierte una hazaña para muchos corredores. Hay quien ya no puede ni dar una zancada y llega andando y hay quien al llegar cae destrozado al suelo. La meta se encuentra en un desvío de la carretera y transcurre por un terreno muy irregular y pedregoso donde cuesta dar zancadas. Sin embargo, me sorprendí a mi mismo arrancando desde bastante antes del camino, en plena carretera, para doblar a la derecha y penetrar en el camino pedregoso sin problemas físicos, al margen de la afección muscular en los abductores. Llegué fuerte y pletórico y con un sabor agridulce. Dulce por haber culminado la prueba y agrio por no haber podido correr durante más kilómetros.

Pero en estas pruebas, definitivamente, mandan más los factores desconocidos que los conocidos y yo fui víctima de varios de ellos.

Como conclusión final diré que a pocas horas de haber terminado la muy temida y prestigiosa prueba del Veleta mi sensación ahora es más dulce que agria. He comprendido que esta prueba se puede hacer con muchas más garantías si se asume un entrenamiento más largo y sistemático que incluya gimnasio y mucho entrenamiento en altura.

Pero sí he sido sincero en toda la crónica también lo seré en la siguiente aseveración que suena un poco anormal y pretenciosa: no he tenido casi en ningún momento la sensación de sufrimiento infinito -aunque sí sufrimiento, por supuesto- que afirman sufrir muchos corredores. Es cierto que sufrí sobre los kilómetros 23 a 25, no tanto por un bajón de mi estado físico sino por la constatación de que algo no iba bien en mis abductores. Sin embargo, dicho esto, estoy totalmente seguro que el sufrimiento hubiera sido más infinito si no hubiera tenido esos problemas musculares y hubiera corrido muchos más kilómetros.

Asimismo, siguiendo con la racha de sinceridad he de decir, porque así lo entiendo, que acabar esta carrera es muy difícil, que hay que tener una buena base física, que hay que hacerse como corredor para emprender este tipo de pruebas, pero también afirmaré que si se alterna el correr con el andar puede estar al alcance de cualquier que cumpla con esos elementos mínimos. Otra cosa muy distinta es no dejar de correr en todo momento o, incluso, correr hasta el kilómetro cuarenta, algo que es posible conseguir -y me propongo hacerlo- con una preparación más concienzuda y temprana.

Por supuesto, dar la enhorabuena a todo el que ha conseguido llegar a la cima, con independencia del tiempo realizado -en mi caso, 6 horas y 45 minutos-, y agradecer muy sinceramente la excelente disposición de mi compañero de club Esquí-Atletismo Caja Rural, Bernardo de la Torre, -ya "veletero"- por esas cervezas Alhambra especial fresquísimas y esas viandas que nos tenía preparadas en Pradollano, al mismo tiempo que admirar la merecida progresión de mi también compañero de club Fernando Medina por esa progresión en su tercer "Veleta".

Gracias a todos (en el blog y en la vida real) por esos ánimos durante las semanas previas y animaros a que os inscribáis en el Veleta del 2012 donde muy probablemente nos veamos si las circunstancias acompañan.

Y si habéis llegado hasta aquí redoblar mi gratitud dada la extensión -que era necesaria- de esta sentida crónica.

08 agosto 2011

UNA PRUEBA NO PENSADA PARA MORTALES


Sí amigos, llegué a la cima. En 6 horas y 45 minutos. Salió todo perfecto, excepto una carga excesiva de mis abductores en torno al kilómetro 25 que afectó sobremanera a la segunda mitad del recorrido, el más duro con diferencia. Ocurrió a la altura de el Centro de Visitantes de El Dornajo. Tiempo habrá de hablar de esta prueba, de crónicarla, de reflexionar sobre ella, de poner algunas fotos si me hago de alguna.
Sin embargo, la premura periodística manda y ahora colgaré el artículo-análisis que escribo para Ideal y que podréis leer esta misma mañana de lunes dentro de amplio reportaje que firmará el periodista Manolo Pedreira. Os dejo con ese artículo por si no pudierais leerlo en la edición papel:

El día que me inscribí en la edición de este año de la Subida al Pico del Veleta escribí en mi bitácora personal que este tipo de decisiones obedecen más a una revelación que a una reflexión. Acababa de terminar la dura carrera del Río Dílar y animado por las buenas sensaciones, al día siguiente, nada más abrir el banco, formalicé mi inscripción. Algo similar me ocurrió cuando corrí mi primera maratón, en Madrid. Y es que, como ocurre en la vida ordinaria, en el mundo del corredor las gestas arriesgadas no superan la segunda vuelta del tapiz de la reflexión. Sabía que no había cumplido por completo los cánones de un entrenamiento especializado para esta prueba en los últimos tres meses, pero la suerte ya estaba echada. Ya digo, se trataba de una revelación.

Correr esta prueba pertenece al mundo de lo vivencial. Hay pruebas que puedes imaginártelas cuando te las cuentan a pesar de no haberlas realizado, pero ésta no, siendo ese su principal dilema: solo podrás hacerte una idea de su dureza corriéndola.

Si te precias como actor de teatro no podrás ver culminada tu trayectoria si no has interpretado jamás "To be or not To be", y en la misma medida ocurre en la órbita del corredor: no conseguirás ver culminada tu trayectoria si no has participado en alguna ocasión -y has finalizado- en esta prueba, considerada la más dura del mundo por carretera. Pero esa culminación como corredor resulta mucho más significativa si además has nacido en Granada porque desde el momento en que llegas allí arriba, en lo sucesivo, verás el Pico del Veleta con otros ojos.

Asumir la participación en esta prueba conlleva tener en cuenta muchos factores, unos conocidos y otros desconocidos. De entre los conocidos es básico asegurarte que cuentas con una preparación básica para asumir este reto y que has realizado, al menos, algún test de entrenamiento individualizado. Sin embargo, los desconocidos, por su propia naturaleza, han de ser intuidos y pueden ir desde una aniquiladora pájara en mitad de la carrera hasta una lesión muscular sobrevenida. Y, además, tener en cuenta una premisa nuclear: la necesidad de alternar el correr con el andar rápido, requisito común para la gran mayoría de los mortales participantes, dadas las imposibles rampas, la dificultad de respirar durante muchos kilómetros por encima de los dos mil quinientos metros de altura y el tremendo desgaste muscular que se produce. Un poco de todo eso sufrió este corredor que firma. Un mortal que ha culminado una prueba pensada para dioses, que son los que suelen frecuentar las alturas.

JOSÉ ANTONIO FLORES VERA

Dorsal 131


25 enero 2011

CORRER CON LOS SENTIDOS


Escucho por enésima vez la obra conceptual "Nostradamus" de Judas Priest y me viene a la mente la época en la que no salía a dar un paso por los caminos si no era acompañado por la música del Ipod, en particular, era este trabajo músical el que más frecuentaba. Y, curiosamente, las notas de esta obra de la banda británica me trae a la mente caminos fríos y solitarios; y hojas caídas. Probablemente lo escuchaba en los meses de invierno y otoño y de ahí esos recuerdos.
Es curioso comprobar cómo la acción de correr está unida de manera indeleble a otros mundos, a otros sentidos. Evocas alguna música, algún olor o alguna visión mientras corres y todo se queda grabado en algún lugar de tu mente, para siempre.
Probablemente nuestro estado mental y anímico sea muy distinto mientras corremos. De hecho, el organismo y la mente no se encuentran en un plano normal mientras realizamos esta actividad. El organismo trabaja a un ritmo frenético. El corazón bombea la sangre a más velocidad y los tejidos y músculos están en constante movimiento, mientras que la mente genera endorfinas que ayudarán a erradicar el dolor del esfuerzo al tiempo que crearán una adicción imborrable. Además, el oxígeno llega más fresco a la mente y es normal que ésta trabaje a otros niveles. De hecho, siempre las mejores ideas para escribir se presentan mientras corro. Pero no exageremos: no son demasiadas esas ocasiones.
Incluso la soledad hace sus estragos. Las horas en las que un corredor está sólo son muchas. Decía el escritor Javier García Sánchez que durante un maratón sería posible convertirse del cristianismo al judaísmo y volver de nuevo a reconvertirse al cristianismo y es posible que no exagere.
Yo no se exactamente en qué pienso mientras corro. Probablemente esté atrapado por la respiración, por mi crono, por mi ritmo..pero en otras ocasiones me atrapa una idea o bien me atrapa un paisaje o el color de las copas de los árboles.
Veo el vídeo de "esos locos que corren" que hace unos días pusimos por aquí y puedo comprender el gesto que el dibujante ha puesto al corredor y sobre todo la cara de estupor que muestra cuando es atacado por un pájaro. Seguramente es la expresión más gráfica de lo absorto que puede ir un corredor cuando es sorprendido por alguna circunstancia. Esa cara de estupor es la misma que hemos puesto todos en alguna ocasión cuando nos ha ocurrido algo por algún camino perdido. Y, probablemente, es la misma cara de estupor que yo dibujé cuando aquella rata no se despegaba de mis zapatillas -mucho más asustada que yo- o cuando aquel dogo francés con cara de malaleche me esperaba paciente en mitad de un estrecho camino, sí, aquel que acabó jugueteando conmigo sin cambiar un ápice la expresión de su cara.

17 diciembre 2010

LA MAGIA DE CORRER

No escribo nada nuevo si digo que correr es algo mágico. Se trata de una secuencia que ocupa, por lo general, una hora o una hora y media pero que trasciende todo el día: antes de correr y después de hacerlo.
Por ejemplo, ahora que el invierno ya se nos ha echado encima. Consigues organizarte para que la noche no te atrape con su negro manto, es decir, sacrificas parte de la comida seria del almuerzo y dejas tiempo para correr una hora o una hora y media. La tarde es fría, friísima, y nada invita a correr, pero contra todo pronostico, en dirección contraria a la que toma todo el mundo, rastreas en el armario y sacas la malla larga Asics, la camiseta técnica una capa pero de cierto grosor, los guantes, el gorro de lana y echas -por si acaso-, una braga (que ya permanecerá todo el invierno en el maletero del coche) y te adentras en una Vega solitaria, oscura y helada.
Los caminos que pisas en verano y primavera ahora están duros por el frío y algo embarrados y las hazas grises y estériles de fruto; la acequia lleva agua pero su rumor es sordo para no confundir el invierno con la primeara y delante de tus narices se va formando el halo que despide tus pulmones. Te ves de una pieza porque no hay ni un miligramo de piel al descubierto y con esa guisa, en soledad, vas acumulando kilómetros: uno, dos, tres, cuatro....así hasta once (que son los hechos esta tarde).
No te cruzas con nadie y vas centrado en tus piernas, en tu respiración, mientras piensas que el correr te acompaña todo el año, que es de las pocas cosas puras y constantes que llevas a cabo y que no se trata de una actividad en la que te obligues sino que de esa actividad depende que otras muchas cosas de tu existencia conserven su equilibrio.
Te miras perdido en la inmensidad del frío y casi te emocionas, pero no sabes por qué. Podría ser porque te sigues sintiendo vivo a pesar de las inclemencias del tiempo; o incluso podría ser que te atisbas a ti mismo yendo contra corriente. Sea lo fuere, lo cierto es que ese tiempo milagroso que dedicas a acumular kilómetros lo sientes como tu sello identificativo.
Y cuando estás estirando y engulles el plátano que siempre llevas para después de correr contemplas que ya está cayendo el negro manto de la noche, mientras piensas en la ruta que vas a hacer mañana.

08 diciembre 2010

CON LA MUERTE EN LOS TALONES



Cuando corremos nos ocurren cosas. Porque son muchas las horas dedicadas a esta actividad, muchas las circunstancias; y en el juego de probabilidades siempre éstas están del lado de la mayor incidencia. Aquel refrán sabio de nuestros ancestros que afirmaba que el cántaro que tanto va a la fuente se acaba rompiendo no es más que la expresión del sentido común contenido en el sabio refranero. A veces lo que nos ocurre corriendo no es más que la relación causa-efecto que conlleva estar expuesto a inclemencias meteorológicas o conflictos con animales, personas o vehículos, pero jamás había mirado para atrás ante la presencia de un infernal ruido y me había encontrado con una avioneta tras de mí, volando rasante a no más de doscientos metros del suelo y a una distancia de unos trescientos metros. Es lo que me ocurrió hace unos días cuando me disponía a hacer catorce kilómetros por la Vega. Y, lógicamente, lo primero que me vino a la cabeza -porque uno está imbuido por el cine y por los libros- es esa obra maestra de Hitchcock, "Con la muerte en los talones". Así que de pronto, comprendí la grandeza de esa escena de Gary Grant perseguido en campo abierto por una avioneta que, en principio, parecía completamente inofensiva. Me sentí en la piel del protagonista y percibí la distancia que hay entre el cine y la vida, aunque el cine siempre es más inofensivo que la vida misma.
Obviamente, esta avioneta -de color amarillo, casi naranja- no tenía la misma intención que la de la película ni yo era perseguido por nadie, que yo supiera.
Yo estaba simplemente corriendo y la avioneta probablemente estaba haciendo un recorrido de recreo y a tenor de la poca altura que llevaba conducida por alguien muy experto, o bien -y eso me intranquilizó aún más-, por alguien muy inexperto. Incluso es probable que igual que en la película fuera una avioneta fumigadora algo extraño porque de ser así la hubiera visto -a esta u a otra- en otras ocasiones.
La avioneta con su infernal ruido siguió haciéndolo durante todo el recorrido que hice corriendo pero ya no la vi volar tan bajo.
Fue una gran experiencia, visto con la lejanía de los días, pero recuerdo que en el momento en el que la vi detrás de mí sólo pensaba emular al falso George Kaplan y buscar un lugar blando en el que dar con mi cuerpo en el suelo. Por suerte la avioneta giró a su izquierda y se perdió entre las musarañas otoñales de las choperas y yo seguí corriendo, no pudiendo evitar de reojo hacia atrás de vez en cuando.

01 diciembre 2010

UNA RUTA PRIVILEGIADA



Como sabéis no soy un corredor nocturno. Tampoco soy un corredor urbano. Me estresan demasiado los coches y me fastidia ir sorteando personas por las aceras. Se pierde ritmo y hay que ir con mil ojos.
Pero las circunstancias actuales son las que mandan, y la realidad es que es muy difícil iniciar una ruta coherente en estos días porque la noche se viene encima demasiado pronto y más si el cielo está cubierto de nubes, comiéndose la luz, como es el caso de los últimos días en Granada.
Así que en la noche del miércoles me he visto forzado a hacer una ruta nocturna y urbana, dos elementos perturbadores juntos. Por tanto, no teniendo más remedio que aceptar la tiranía del tiempo decidí hacer una ruta a lo grande. Y esa grandeza viene dada no por el ritmo, que ha sido suave, ni por los abundantes kilómetros, que han sido sólo doce, ni por las sensaciones, que han sido justas, sino por la belleza del recorrido y de los lugares transitados.
Partiendo de la nueva Avenida García Lorca, en la parte noroeste de la ciudad me he dirigido hacía la zona del Monasterio de Cartuja para enfilar la antigua carretera de Murcia -una subida no demasiado dura que ofrece unas vistas espléndidas de la ciudad- hacia el barrio del Albaicín, al que he accedido por la calle Pagés, con visita obligada al Mirador de San Nicolás, que a las 20,45 de esta tarde limpia y lluviosa se encontraba majestuoso y por breves momentos he podido de nuevo -siempre me ocurre- retroceder en el tiempo al contemplar los palacios nazaríes de la Alhambra. Tras tomar un poco de aire y saborear esa belleza que atesora milenariamente Granada, he bajado por la cuesta de Chapíz hacia el Paseo de Los Tristes, lugar en el que me he vuelto a reencontrar con los palacios que conforman la Alhambra si bien presidiendo majestuosamente el entorno del río Darro, afluente del Genil.
La noche era serena y lluviosa y tan sólo pequeños grupos de visitantes se encontraban por el entorno de la Carrera del Darro, circunstancia ésta que posibilitaba correr sin agobios por tan angostas calles.
La llegada a Plaza Nueva ofrece a los ojos una amplitud inusitada y el reflejo de la lluvia en las relucientes baldosas junto a la Real Chancillería provocaban una visión doblemente bella del entorno. Realmente acostumbrado a mirar a Granada con otros ojos -que son los del residente-, recorriendo este entorno en zapatillas y bajo la lluvia los primeros sorprendidos han sido los ojos mismos; otra forma de mirar y de ver.
Ya en la Gran Vía, perfectamente iluminada, la opción tan sólo consistía en poner el piloto automático y dejar que las piernas atravesaran esta gran arteria de la ciudad que conecta con otra gran arteria: la Avenida de la Constitución; y desde ahí hasta mi domicilio apenas dista un kilómetro y medio.
No diré que repetiré porque prefiero correr de día y en lugares resguardados por la naturaleza, pero sí he de correr de nuevo de noche y por la ciudad, esa será mi ruta, que es un privilegio que tenemos en esta sin par ciudad.

20 noviembre 2010

OTOÑO


Foto de Jose ManuelFV

Creía yo (estaba convencido de ello) que el invierno era la estación del año que más me gustaba. Pero cuando irrumpe el correr-estilo de vida en mi existencia (creo que ha estado ahí desde siempre) hace ya algunos, años la estación otoñal cada vez me cautiva más.
El pasado jueves corría entre el Pantano del Cubillas y Caparacena y como iba tranquilo, a un ritmo no superior a 5'15'' me dediqué a embelesarme con los distintos matices de color de las copas de los árboles. Intenté dar número a cada tono pero era una tarea imposible, algo que comprobé de manera efectiva cuando a la vuelta apreciaba que esos colores que ya había numerado eran otros, heridos por la luz del cielo a medida que caía la tarde.
Y esta tarde, a eso de las 14,30 horas, salía a hacer 13 kilómetros por la Vega y me emocionaba cuando pisaba las hojas secas caídas de las choperas. Pero me costaba adivinar si la emoción era mayor aún cuando escuchaba el silencio a mi alrededor, un silencio que, incluso, casi posibilitaba escuchar el latir de mi corazón.
Y el humo de las chimeneas de los cortijos y casas de labranza. Un espectáculo que sólo se aprecia en su profundidad en otoño porque el color plomizo del cielo crea una estampa tan pictórica que impresiona. Comprendo ahora por qué los grandes pintores han dedicado su talento a esta estación en pugna con la tumultuosa primavera.

En el sentido más deportivo del término he de decir que sigo corriendo a un menor ritmo por las distintas ocupaciones y por la traición que insufla la caída de la noche. Y como no soy un corredor nocturno procuro correr siempre tras un almuerzo muy frugal procurando no salir después de las cinco de la tarde.
Pero me encuentre bien, rodando a ritmos aceptables, aunque sin esforzarme demasiado y buscando la posibilidad de correr alguna prueba de competición en el mes de diciembre que me posibilite ir creando el hábito adecuado de cara a la muy probable participación en la Media Maratón de Almería a finales de enero de 2011.
Esta noche del sábado, 20 de noviembre, se ha celebrado la prueba nocturna de Atarfe, prueba que siempre me ha parecido simpática y rápida, pero este año no me ha apetecido mucho ir.

17 noviembre 2010

PACO MONTORO: EL CORRER COMO VIDA.



Paco Montoro, corredor y amigo de los libros y el buen cine tiene la facultad de escribir con el alma. Además, es de mi generación.
En su última entrada lo ha vuelto a hacer, por lo que cada una de sus palabras encierra una verdad absoluta y descarnada, por lo que no puedo más que identificarme con ellas.
Desde siempre intuí que su vida es rica porque ama correr por encima de muchas cosas y, como nos pasa a muchos, que amamos el correr por encima de muchas cosas no anhelamos mucho más.
Comprendo y comparto su opinión y desazón hacia lo que le rodea que no es más que la solución a la que llegan las personas honestas y sensatas ante tanta estulticia. Una suerte de Ignatius Reilly que incapaz de comprender el mundo que le ha tocado vivir decide hacerlo de forma creativa e intrigante, aunque lo verdaderamente creativo e intrigante para Paco - y para mí- no sea otra cosa que perdernos por esos caminos, en mi caso, de la Vega y por esos montes malagueños en el suyo. Con eso es suficiente. O bien una suerte de personas alejadas pero unidas en el destinO como ya aprendimos de Murakami cuando insiste sobre la espiritualidad que representa correr.
Muchas personas deambulan por el mundo provistos de riqueza y de ambición. Pero es tan atroz su deambular que asustan y el alma se les corroe al mismo ritmo que acumulan cada céntimo. No existen pero lo ignoran.
Sin embargo, hay otras personas que sí existen y tienen un fin aunque nada desean. Tan sólo desean que les dejen ausentarse como Paco leyó un buen día de su admirado y ya desaparecido Dr. Sheehan. Desde entonces el buen doctor corredor se convirtió en su guía y mentor.
Un buen día Paco Montoro se asomó al tubo catódico y se miró a si mismo y lo que vio no le gustó en absoluto. Comprobó que se estaba convirtiendo en un tipo al que se le escapaba la vida por la anchura de su abdomen. A la mañana siguiente comenzó a correr y desde entonces no se ha detenido. Tan sólo hizo lo que debió. Nada más.
Este breve escrito podría parecer un panegírico pero era necesario hacerlo una vez leída su última reseña.
Tal vez sea esto lo más sensato que jamás he escrito.

31 octubre 2010

XVI MEDIA MARATÓN CIUDAD DE JAÉN (31/10/2010)




Podría mantenerse, sin apenas margen de error, que el corredor madruga un domingo horrible, cuando todos los partes meteorológicos advierten de alerta amarilla en la región, por un hecho que va más allá del mero dato de correr. Es algo que siempre se ha preguntado y nunca he sabido responderse.

Un corredor es una persona corriente como todas, pero como todas, también tiene su forma de enfrentarse e interpretar el mundo que le rodea. Y ante ese hecho pocas conjeturas se pueden hacer. Poco margen queda para la especulación.

Esta mañana del domingo, 31 de octubre, es de esas en las que se decide romper con todo lo que te rodea y decides auto excluirse por unos horas. Una mañana en absoluta concebida para congraciarse con la naturaleza ni para erradicar el hambre en el mundo. Los cielos amanecen apocalípticos y el viento no es más que la llamada final para un hipotético fin del mundo.

Pero aún así el corredor coge el coche, introduce en la rendija del lector de cedés "Wishmaster" del grupo finés "Nightwish", provisto de unos potentes riffs y una voz lírica muy adecuada a esa mañana apocalíptica, que le acompañarán sin descanso hasta la cercana y antigua capital del Santo Reino. Porque ir a Jaén siempre le agrada, desde que hace tiempo se quedó atrapado por su historia y secretismo interior. Desde que supo que muchas civilizaciones buscaron resguardo en su solar y allí guardaron sus secretos más preciados.

Va sólo. Sin compañía alguna, que es una situación también muy adecuada si de lo que se trata es de observar ese mundo misterioso y apocalíptico que se abre ante sus ojos. Además, de esa forma, tendrá tiempo para pensar en cómo planificar esa carrera que tiene fama de dura en todos los foros y blogs de corredores. Y si la dureza del recorrido no fuera suficiente, el corredor se encontrará con la dureza meteorológica, que resultará ser la peor de las durezas dentro del catalogo de incidentes climáticos: el viento. El corredor aguanta bien la lluvia, cierto calor, el frío, la nieve, pero no soporta el viento. Mira al cielo y clama por un buena nube que le acompañe durante toda la carrera, pero también porque desaparezca el viento.

Llega a Jaén y la atraviesa, tal y como vio en Google Maps, pero está convencido que ha de haber otro acceso más idóneo. Sin embargo, como es natural, encuentra las calles exentas de tráfico y llega al lugar de salida en poco tiempo. Pero comprueba que ya parece que han llegado todos porque es imposible aparcar cerca, así que aparca a, aproximadamente, un kilómetro de distancia, en una imposible cuesta que podría ser el prefacio de lo que le espera. Y lo que le espera no sabe bien qué es ya que por estas tierras sólo ha corrido en esa mítica San Antón que se celebra cada festividad del mismo, en el mes de enero y por la noche.

Recibe una llamada de Alejandro para entregarle el dorsal y todos esos rituales que anteceden antes de la salida se suceden con tiempo y sin problemas. Antes saluda a varios compañeros de Caja Rural, a Roberto y a su mujer, Paqui.

Hace frío y viento. Pero no llueve. El corredor -ya lo ha dicho- quisiera que lloviera porque -entre otras cosas- el viento desaparecería en parte. Pero eso no está en sus manos y comienza a calentar, momento en el que ve a Juan Carlos con el que correrá los primeros nueve kilómetros, que serán tranquilos como es de esperar de dos corredores que aún no han salido con garantías de su respectiva lesión.

No ha querido llevarse el Forer porque no va a necesitar estar pendiente de velocidad media ni de tiempo. El corredor ha venido a correr suave. A hacer, como ya dijo en su blog, en torno a la hora y cuarenta y cinco o cuarenta y siete minutos.

-A cómo vamos, Juan Carlos

-A 4,45 por la bajadilla. En torno a los 5 minutos en llano.

-Esa debería ser la media.

-Sí.

Y, efectivamente, esa será la media hasta el kilómetro nueve aproximadamente. Pero el corredor incumple. O incumplen sus piernas, ya que al inicio de la subida del primer paso por el llamado "Gran Eje" se separa unos metros de su acompañante que le comenta brevemente que siga.

Fotografía gentileza de Paqui -mujer de Roberto-, siempre tan atenta.

El corredor ha comprobado que la parte baja del gemelo izquierdo dolorida los días anteriores no le está dando problemas -a pesar de que ha notado algún brevísimo pinchazo en la salida- y se encuentra con fuerzas para subir esa parte complicada de la carrera, a pesar del fuerte viento que, en ocasiones, parece casi detenerle en seco.

Cuando pasa por el kilómetro diez, que es la conclusión de la carrera de los que han optado por la prueba más corta, no advierte el tiempo que ha empleado, pero debe estar por encima de los cincuenta minutos.


Fotografía gentileza de Paqui -mujer de Roberto-.

A partir de ahí irá progresando a cada kilómetro, sin que el cansancio ni el dolor se hagan presentes en esa segunda vuelta que volverá a pasar por los mismos lugares.

Comprueba el corredor que es de las pocas pruebas en las que no le adelanta apenas ningún corredor, sino al contrario. Comprende que ha salido con los corredores de la hora cuarenta y ocho o cincuenta y poco a poco se va acercando a los que harán en torno a la hora cuarenta y tres o cuarenta y dos. Lo aprecia en el ritmo, pero no sabe si podrá seguir esa progresión. Pero no porque no se encuentre con fuerzas, que las tiene, sino porque teme que el gemelo se rebele.

Comprueba también el corredor que, a pesar, del fuerte viento, en la segunda vuelta comerá varios minutos al crono, pero aún así sigue llevando en mente la idea de que a esa carrera ha ido sin pretensiones de mejora en el crono. En primer lugar, porque no es una carrera adecuada para mejorar crono alguno; en segundo, porque puede recaer en la lesión.

Pero se siente con fuerzas para correr más deprisa y sube las cuestas con solvencia, incluso adelantando a mucha gente.

Cuando llega el tramo final, éste se hace infinito. No tanto por la falta de fuerzas sino por la dureza de los últimos tres kilómetros y medio, tal y como le advierte Roberto pasado el diecisiete. Una dureza que se acentúa extraordinariamente con el fuerte viento que de nuevo en el Gran Eje se convierte casi en una barrera que casi impide avanzar.

Entonces le pasa por la mente una breve observación, más que una idea en sí: se encuentra mucho mejor de lo que cree. Es más, observando como sube y lo poco cansado que se encuentra, se podría decir que está, a pesar del parón de octubre, en un momento-forma extraordinario. Casi rompedor. Y lo barrunta porque se encuentra tan fresco como lo estaba en la salida y porque las cuestas no parecen hacerle mella en la respiración, ni en el cansancio, ni en las piernas. Aún así, será prudente y no correrá el próximo domingo en Granada.

No sabe con exactitud cuál ha sido su tiempo en meta, pero sabe positivamente que está por debajo de la hora y cuarenta y cinco minutos.

Comprueba que ha vuelto a errar en su pronóstico y ha olvidado que es la carrera el único dato objetivo que a los corredores les pone en su sitio.

Rápidamente, cuando llega, la organización le encamina junto a los demás corredores al pabellón cubierto, en cuyo interior ya se observa el diverso material que va a ser entregado a los éstos.

Se pregunta el corredor si esta muestra de prodigalidad y generosidad en cuanto al material deportivo entregado no será uno de los motivos que esgrimen cientos de corredores para correr en esta mañana apocalíptica de la capital del Santo Reino.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...