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06 enero 2014

UN PROPÓSITO ES UN DESPROPÓSITO (IDEAL 6/1/2014)


Por prioridades, o por aquello de lo caduco de la prensa, interrumpo el artículo sobre la última ciudad bávara -Múnich- (el cual volveré a subir mañana) y   dejo espacio para insertar el artículo que publico hoy en el diario Ideal, de temática muy de primeros de año. ¿Quién no se ha hecho uno o más propósitos al comenzar el nuevo año? ¿Quién no ha llegado al final del año y comprobado con desazón que no lo ha cumplido? De ahí que denomine a este artículo:  

UN PROPÓSITO ES UN DESPROPÓSITO

Por su propia naturaleza, un propósito suele consistir en un despropósito anclado en el tiempo. Y como no hay forma de desanclarlo, nada mejor que esperar a que comience el año para intentar hacerlo. De ahí que ninguno suela cumplirse.
            Ahora que ha comenzado el nuevo el año, todo el mundo se hace propósitos. Y está bien que así sea; al menos, como higiene mental y autocomplacencia. Pero hay que decirlo alto y claro: un propósito siempre nace con vocación de fracaso. Para eso se inventaron.
            De hecho, quien decide cambiar el rumbo de algún aspecto de su vida, ya sea dejar de fumar o comenzar a correr -por referirme a dos de los propósitos más al uso-, lo suele hacer sin importar que el nuevo año asome o que esté ya feneciendo. Es más, ni tan  siquiera se atrevería a llamarles propósitos. Esa denominación engañosa arruinaría la hazaña.
            Curiosamente, al hilo de estos dos propósitos citados, que casi todo el mundo ha acariciado en alguna ocasión, siempre me ha llamado la atención que se incumplan sistemáticamente, sin necesidad de esperar a que amanezca el día dos de enero. Dejar de fumar -o de beber-, curiosamente, se incumple metódicamente al alargarse los fastos de Nochevieja hasta bien entrado el primer día del año; y si eso es así, ¿quién tiene cuerpo para comenzar a correr ese mismo día si, además, no lo ha hecho hasta ahora?
            Los propósitos, por tanto, no son otra cosa que metáforas de nuestra propia existencia y es probable que hasta un resumen de nuestras vidas. Propuestas de llevar a cabo cosas que nacen con vocación de incumplimiento, pero que ofrecen una paz mental y espiritual mucha más casera y barata que el diván del psicoanalista.
            En ocasiones, los propósitos no son más que tendencias comerciales e incluso políticas. Me explico. Muchas de las cosas materiales que queremos para el nuevo año no son producto de nuestra deseo sino de las agresivas campañas de los publicistas, que sabedores de la vulnerabilidad de nuestra psicología la utilizan a su antojo: un coche para el nuevo año, aprender un idioma, un crucero, un nuevo móvil (no hay más que fijarse en los últimos anuncios del viejo año y los primeros del nuevo). E incluso tendencias políticas, decía, sobre todo si el año que se estrena es de elecciones: el propósito de cambiar los cargos políticos de tan nefasta gestión (en ese caso sí que resulta lamentable que los propósitos no se cumplan), a cambio de ofrecernos nuevos que al poco tiempo suelen mostrarse aún más incompetentes, si eso fuera posible.
            Por tanto, haga memoria el hipotético lector acerca de qué propósitos hechos el último día del año han llegado a ser fructíferos. En realidad, pocos o ninguno. En cambio, los nuevos hábitos -que no propósitos- suelen llegar sin preaviso. Sencillamente, un buen día alguien decide dejar de fumar porque comprende que es inútil, insalubre, molesto y costoso; y también un buen día -el verano es ideal para ello- decide comenzar a correr porque comprende que es útil para el organismo y la mente, saludable y agradable, además de barato. Así de fácil.

            Y ni tan siquiera ha denominado propósitos a esos cambios de hábitos ni ha tenido que esperar a que comience el nuevo año. 

07 octubre 2013

'FUNCIÓNFLAUTA' (IDEAL, 7/10/2013)

'Perroflauta',  'Yayoflauta'...¿quién no ha escuchado estos términos? Términos que se usan de manera diaria en el periodo de crisis. Pero van surgiendo nuevas derivaciones. Una que escuché a un compañero de trabajo y que me pareció muy representativa es 'Funcioflautas', para hacer alusión a las serias dificultades económicas por las que atraviesan determinados colectivos de funcionarios que ven que sus sueldos en vez de aumentar o mantenerse, bajan cada año, pero no sus obligaciones económicas ya de por sí paupérrimas. Así que me pareció interesante escribir un artículo de nombre genérico: 'Funciónplauta', el cuál ha salido publicado en Ideal en la edición de 7 de octubre de 2013. Por si no lo habéis leído en papel aquí tenéis su versión digital.    


FUNCIÓNPLAUTA 


Enferma tiene que estar una sociedad cuando aplaude los veinte kilos de euros anuales de Cristiano y vitorea a Messi en la puerta de los juzgados cuando acaba de declarar por presunto delito fiscal, al tiempo que raja contra los mil quinientos euros de sueldo de un policía. Podría tratarse de una burda simplificación, es cierto, pero a grandes rasgos así funcionamos en este país.
               Hay que decirlo claro: probablemente seamos el país democrático que más machaca a su función pública, la cual inspira en el imaginario colectivo una especie de rechazo por la fijeza del puesto y el sueldo fijo. Una fijeza del puesto cada vez más debilitada y un sueldo fijo progresivamente mermado hasta el punto que ya hay quien denomina a la función pública como 'funciónflauta', como bien me decía Eduardo, un compañero de trabajo, la otra mañana. Una denominación que deja a las claras las penurias económicas por las que atraviesan un enorme porcentaje de funcionarios de nivel medio y bajo tras años de estudio, para poder justificar que hay sectores en la sociedad que aún están peor. O sea, una especie de redentores modernos.
               Analizar de dónde viene esa aversión a los servidores públicos en este país no es tarea fácil. Probablemente de cuando el funcionario no era más que un protegido del político de turno, un recomendado, un cesante. Pero desde aquellos tiempos hasta ahora muchas cosas han cambiado a pesar de que ese imaginario colectivo aún sigue muy vivo.
               Gran parte de culpa de la persistencia de esa idea global la tiene el político que entró con la democracia. Y, particularmente, el de los últimos diez o quince años. De hecho, la función pública en España -cuesta creerlo- se comenzó a fomentar en serio en el tardofranquismo y bastaron un par de legislaturas democráticas para que comenzará a hacerse  añicos. Se confundió el servicio público, por medio de un sistema bien estructurado de igualdad,  mérito y capacidad, por el del pretendido servicio público basado en el clientelismo. Es decir, se vuelve de nuevo a los años en los que la función pública no era más que el capricho de políticos descerebrados e inmorales.  Políticos que confunden gobernar con apropiarse de lo que gobiernan; ser elegidos en las urnas con ser dioses.  Y en su endiosamiento no comprenden que hacen un flaco favor a la función pública como concepto, haciendo abstracción de las personas que la integran. La prostituyen y luego la arrojan a la basura sin que lleguen a comprender que lo que están haciendo es debilitar uno de los pilares más sólidos del Estado y de la democracia. Precisamente su solidez deriva de las ideas de los revolucionarios franceses al comprender que tras remover los cimientos políticos del país necesitaban la presencia permanente de un ente que preservara y continuara esos valores (la muy lúcida pregunta-metáfora de ¿quién ha de abrir la puerta del ministerio cada mañana?). Pero todo eso está siendo olvidado. Y por políticos demócratas, precisamente.

               De forma paralela a esa ceguera  de la clase política la sociedad, azuzada por ésta, amplifica ese desdén y lo eleva a categoría de plaga, al no comprender que la función pública real como concepto -no esa que ha entrado por la puerta de atrás del clientelismo-, es el valor más sólido de su vida diaria. El maestro, el médico, el policía, el funcionario de los juzgados y de la administración, el guardia civil de la carretera, el operario del ayuntamiento, el cartero, el inspector de Hacienda, el de Trabajo, el juez, ....Mucho más fácil: comiencen a contar desde que se levantan hasta que se acuestan el número de funcionarios que le atienden de manera gratuita a usted y a su familia (ya verá cómo en esa lista no aparecerá ningún asesor político) y a continuación compárenlos con los servicios que le ofrecen Cristiano y Messi. O, incluso, con los que les ofrecen esos políticos que les gobiernan. Y luego, me lo cuentan.    

27 agosto 2013

LITERATURA DE VIAJES (IDEAL 24/08/2013)

Reproduzco a continuación el artículo que me publicó el diario Ideal el pasado 23 de agosto y que con tanto cambio, hasta ahora, no me ha sido posible subir al blog.

LITERATURA DE VIAJES     


Cuando nos referimos a literatura de viajes no estamos aludiendo a meras guías de las muchas que pululan por el mercado y que solemos adquirir cuando visitamos una ciudad o un país. Son guías útiles y prácticas, bien escritas por alguien que ha hecho el recorrido que nosotros pretendemos emular y cumplen con creces la función para la que nacieron. Podríamos decir que son como libros de autoayuda aplicadas al turismo, nada más.
            Sin embargo, si nos referimos a literatura de viajes aludimos a otra cosa muy distinta. Nos referimos a un género literario que ha ido tomando cuerpo poco a poco en nuestro país, muy auspiciado por esos célebres viajes por España de autores románticos franceses e ingleses en el siglo XIX; y diversas muestras hay de viajeros de esos y otros países por España en ese siglo, cuando viajar por nuestro país era más una aventura que un viaje a causa de la inseguridad de los caminos que unían ciudades y pueblos. Así lo viene a indicar el escritor francés, Théophile Gautier, en su obra 'Viaje por España, Ed. 1843' que relata un viaje de seis meses que lleva a cabo en 1840 por algunas de las ciudades más importantes de nuestro país.
            No obstante, no fueron los viajeros franceses e ingleses los únicos que plasmaron en papel sus impresiones viajeras. De hecho, un buen ejemplo es nuestro universal escritor accitano, Pedro Antonio de Alarcón, que perteneció a ese exclusivo grupo de literatos españoles que apostó por este tipo de literatura, llegando a dedicar un libro de viajes a  la Alpujarra en el último tercio del siglo XIX.
            Pero hubo que esperar hasta 1948 para que el panorama de la literatura viajera en España diera un giro copernicano gracias a la pluma del nobel Camilo José Cela, el cual en su 'Viaje a la Alcarria, Ed. 1948' introduce una impronta que, en mi opinión, dista mucho de ser romántica, si bien todo lo que tenga que ver con los recuerdos, las añoranzas y los sentimientos, atributos básicos en la literatura viajera, de alguna manera lo es por muy decimonónica que sea esa corriente literaria. Y es que con Cela se inaugura  una nueva manera de contar y narrar los viajes. Fiel a su estilo directo, desvergonzado y sin tapujos, pero no exento de calidad literaria, 'Viaje a la Alcarria' supuso una bocanada de aíre fresco en la forma de ver y contar con prurito literario lo que podría pasar desapercibido al viajero que no viaja con esa vocación.  
            Además, ese libro contribuyó a poner en el mapa a esa comarca repleta de pequeñas poblaciones, muchas de las cuales fueron importantes en distintos periodos de la historia de España como es el caso de Pastrana y su relación histórica con Ana de Mendoza y de la Cerda, conocida como la Princesa de Éboli, o el de Cifuentes, lugar de nacimiento de la indicada noble española que tan peculiar papel desempeñó en la intrigante corte de Felipe II; o la estrecha relación de este pequeño municipio alcarreño con el literato y noble Don Juan Manuel, en cuyo término mandó construir el autor de 'El Conde de Lucanor' en el siglo XI el castillo que aún se muestra enhiesto presidiendo alto y orgulloso la pequeña villa.
            Porque la buena literatura de viajes contribuye a la idealización del lugar narrado y  nos acerca a los hechos históricos,  contados de primera mano por el literato viajero con una prosa literaria cálida y cercana  ausente en los libros de historia. Una literatura que nos anima a visitar ciudades y lugares que ya quedarán para siempre en la retina. Sin embargo, no existe una visión unívoca  dentro de la literatura de viajes. De hecho, quien esto suscribe se sintió defraudado cuando se adentró en las páginas del libro citado anteriormente, 'Viaje por España', de Gautier al comprobar que en las páginas dedicadas a la Granada de 1840 -a pesar de los profusos datos sobre la Alhambra y el Albaicín, incluso sobre Sierra Nevada-, ofrece una visión muy sesgada de la ciudad a nivel social, principalmente - él mismo lo viene a insinuar en algún momento-,  por haber conectado el viajero romántico tan sólo con el entorno social y económico más privilegiado de la ciudad, sin que tengamos referencias concretas sobre el costumbrismo latente en el pueblo.

            Ese aspecto es mejorado en la literatura viajera de Cela, autor muy minucioso con los pequeños detalles de su viaje a pie por gran parte de la Alcarria en junio de 1946, aspecto éste que nos ha permitido a sus lectores tomar el puso al 'modus vivendi' de esa comarca gracias al contacto directo del autor con las gentes llanas del lugar, gran mayoría por entonces, en esa zona deprimida de la España rural de la posguerra. Casi cuarenta años después el propio Cela, ya escritor consagrado, repitió ese viaje en 1985 -'Nuevo viaje a la Alcarria', Ed. 1986-,  en Rolls-Royce, con choferesa negra y con gran aparataje mediático; e, incluso, en esa revisión del primer viaje encontramos una literatura viajera de alto nivel que ha sido continuada con posterioridad por autores más jóvenes, como es el caso de Julio Llamazares, por citar tan sólo a uno de los escritores actuales que fomentan este tipo de literatura.                 

27 abril 2013

CONTRADICCIÓN (IDEAL 27/4/2013)

¿Quién no se ha sentido alguna vez contradictorio? ¿Quién no ha considerado en alguna ocasión que lo que piensa o siente es contradictorio? Curiosamente, determinados pensadores marxistas aludieron a la contradicción como concepto a la hora de abordar sus planteamientos teóricos. 
De todo eso escribo hoy en Ideal ¿Os lo vais a perder? Podéis leerlo en papel o aquí, vuestro blog:  





CONTRADICCIÓN


'El movimiento mismo es una contradicción' afirmó Engels. Y qué duda cabe que esta frase del pensador alemán encierra mucha verdad. La vida es movimiento y el movimiento es contradicción.
               Las fuerzas del bien y del mal. El yin y el yang, la dualidad de lo existente. Mal iría todo si se dirigiera en una sola dirección. Un mundo unívoco, plano. Un mundo sin perfiles, sin aristas, donde todo es coherente y nada es ambiguo. Sí, la contradicción está muy presente en nuestras vidas; es más, la contradicción conforma nuestra propia existencia.
               Cada día nos movemos en páramos de contradicción donde el caos reina a su antojo, haciendo que la existencia se convierta en una mera brizna de paja a merced del viento. Pero aún así, luchamos a diario contra las fuerzas contradictorias; hacemos de esa lucha un intento de perfección que, en realidad, no existe. Nos gusta cómo escribe alguien, pero odiamos su personalidad; nos embelesa la música de determinados grupos o autores pero excavamos en sus personalidades y sentimos rechazo; no nos gusta el careto del vecino, pero reconocemos que es educado y nada ruidoso; odiamos la caza, pero nuestro mejor amigo es cazador; odiamos los toros, pero miembros de nuestra familia son taurinos confesos; nos gusta el azúcar pero también la sal; el güisqui pero también la leche. Todo es un cúmulo de contradicciones sin remedio.
               La contradicción es como una hiedra que lo va cubriendo todo. Se intenta extirpar, pero eso tan sólo consigue que la fuerza de sus ramas acaben cubriéndolo todo. No hay remedio porque 'el movimiento mismo es una contradicción'. Una especie de contrapeso que rige en las fuerzas naturales, algo así como el día y la noche que son, tal vez, los ejemplos más claros de contradicción que se conocen. Pero difícilmente se podría explicar el día sin noche ni la noche sin día.           
               Si trasladamos esa misma contradicción al ser y sus circunstancias, comprobamos que nada podría resultar tan contradictorio como el ser mismo. Existen contradicciones vanas y contradicciones vitales. Las primeras no implican riesgo ni son nocivas (dudar acerca de qué coche comprar, qué camisa ponerse), pero, curiosamente, se nos va la vida en ellas. Están tan presentes en nuestra existencia que consideramos que son importantes, pero no lo son. Sin embargo, las contradicciones vitales -que son las importantes- se suelen postergar. Están ahí tan recónditas que ni siquiera son percibidas, a pesar de que nos permiten caminar cada día y nos sacuden el alma; forman parte del movimiento y sin éste nada somos. En la inmovilidad, por su propia naturaleza, no cabe la contradicción. De ahí que los grandes pensadores como el citado Engels y el mismo Karl Marx, entre otros, a la hora de abordar sus teorías, que pretendían sentar las bases del cambio social y económico del mundo, tuvieran muy presente en sus obras el concepto de la contradicción como antídoto contra el inmovilismo.  


(PERO, NO DEJÉIS DE VISITAR LA ENTRADA ANTERIOR SOBRE LA PRUEBA DEL PADRE MARCELINO)


22 febrero 2013

FALLIDA REORDENACION DEL SECTOR PÚBLICO ANDALUZ (IDEAL, 22/2/2013)


Es fin de semana y necesitamos descansar; leer cosas amenas, hacer deporte, relajarse en definitiva...Pero os sugiero la lectura de este, mí artículo, publicado este viernes en Ideal. Os lo sugiero porque está escrito para que se entienda de forma clara lo que ocurre en la Junta con su pretendida Ley de reordenación, conocida por todos como del 'enchufismo'; y porque está pensado para el público en general y no tan sólo para el personal perjudicado

 FALLIDA REORDENACIÓN DEL SECTOR PÚBLICO ANDALUZ 

A las Administraciones Públicas se les ha ido la mano en materia de personal. O mejor dicho: se les ha ido la mano a los políticos que las dirigen. Olvidaron pronto lo que preceptúa la Constitución en materia de acceso a la función pública y con el paso de los años han ido construyendo un rompecabezas del que ya no es fácil salir. Para buen ejemplo de este dislate está el caso de Andalucía, que podría pasar por ser el más escandaloso de este Estado agonizante, que ya tiene su mérito.
Aquí en el sur, la Junta de Andalucía comenzó hace lustros a deteriorar de forma voluntaria su propia función pública por la vía de los hechos consumados. Inicialmente, ese deterioro comenzó lento y pausado: se iban creando diversos entes y empresas públicas, que pocos sabían para qué servían ni cuál era el sistema de acceso; algo paradójico, porque ya se contaba con una Administración potente, poblada de funcionarios y personal laboral. Empleados públicos -provenientes del Estado, ayuntamientos y propios- más que suficientes para cumplir con las tareas encomendadas por el Estatuto de Autonomía en los distintos sectores de actividad, excepto casos puntuales de necesidad coyuntural. Es más, en la misma medida que se creaban cada vez más entes y empresas públicas de dudosa legalidad y utilidad, continuaban aprobándose las preceptivas ofertas de empleo público y los concursos de traslado, que son los mecanismos reglados para el acceso y la promoción en las Administraciones Públicas. Luego, habría que preguntarse sobre el por qué de esa persistencia continuada en configurar una Administración paralela a toda costa y coste.
En un primer momento, esos entes no eran muchos y pasaban muy inadvertidos para la opinión pública e, incluso, para el propio empleado público, pero la cada vez más desenfrenada creación de éstos por parte de cada uno de los distintos gobiernos andaluces generó en pocos años una superestructura –Administración paralela- que a día de hoy se levanta como un 'leviatán' de enormes tentáculos y que ya nadie puede -ni quiere- controlar. Cada consejería se convirtió en una especie de Reino de Taifas y como si se tratara de una bola de nieve que va aumentando su volumen a cada paso, esa Administración paralela no ha hecho otra cosa que engordar y en su anárquico transitar ir devorando el presupuesto en materia de personal, que ya de por sí cuenta con magros créditos consolidados para abonar las nóminas de los verdaderos empleados públicos (todos aquellos, que de una forma u otra -oposición o concurso-oposición- han ido accediendo a un puesto público de acuerdo con la legislación vigente, que nos guste o no es la que hay).
Así las cosas, la propia Junta de Andalucía, consciente de que esa gran bola de nieve podría acabar por hacer tambalear el propio equilibrio institucional, no se le ocurrió otra cosa que iniciar una huída hacia delante aprobando en 2010 una pretendida reordenación del sector público andaluz a través de una excepcional y silente herramienta jurídica, el Decreto-Ley, que luego fue convalidado en el parlamento andaluz por la vía de la Ley ordinaria. Esa reordenación se basa en la figura de la agencia, emulando, tal vez de manera torticera, algunos modelos de función pública de países de nuestro entorno europeo que, jurídicamente, nada tienen que ver con el nuestro. A esa norma los empleados públicos y la mayoría de la prensa andaluza y nacional la conocen como la ‘ley del enchufismo’.
La idea que se barajaba en los altos despachos de la Junta era muy clara: aprobar protocolos con el fin de integrar en esas pretendidas agencias a propios y a extraños; es decir, a los empleados públicos y al personal contratado de esos entes y empresas públicas. Pero no advirtieron, o no quisieron advertir, que ese personal contratado no es empleado público porque no ha accedido a la función pública por las vías legales de acceso a la misma; además, al no disfrutar de la condición de funcionario de carrera carece de la potestad administrativa necesaria que exigen las normas administrativas para ejecutar ciertos actos. En puridad, y a solicitud de los propios empleados públicos (que contrataron a dos prestigiosos despachos de abogados andaluces con sus propios recursos económicos, sin subvención ni nada), es lo que está manteniendo, a través de distintas resoluciones, la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TSJA –descentralizada en Granada, Málaga y Sevilla-, que reiteradamente vienen a advertir que esos protocolos de integración son un claro atentado jurídico al sistema de acceso a la función pública vigente. Pero lejos de derogar de una vez por todas esa ley de reordenación, la Junta de Andalucía continúa en su empeño reformador sin que a estas alturas los andaluces sepamos aún el motivo de tal perseverancia jurídico-política, denostada tanto por el Poder Judicial en Andalucía, los propios empleados públicos, la mayoría de los medios de comunicación, los sindicatos sectoriales y profesionales de la función pública y el partido mayoritario en el parlamento andaluz.

10 julio 2012

EL INTRUSISMO EN LA FUNCIÓN PÚBLICA (IDEAL, 12/7/2013)

                                                   
La batalla informativa por conocer con rigor cómo y de qué está configurada la función pública en España está completamente perdida. Ha habido tanta contaminación informativa por parte de determinados sectores sociales y políticos influyentes de nuestra sociedad que a estas alturas el concepto genérico de funcionario –utilizado de manera indiscriminada- se ha convertido en abominable. Ese concepto ya desintegrado y casi peyorativo forma ya parte del imaginario colectivo y está provisto de una carga negativa que convierte el malentendido en conocimiento general, que es lo que ocurre cuando no hay interés o voluntad en abordar los asuntos con seriedad y rigor.
            Desde la irrupción de la democracia en España y a medida que tras la promulgación de la Constitución de 1978 se fueron constituyendo las diecisiete Comunidades Autónomas y las dos Ciudades Autónomas de Ceuta y  Melilla años después, la función pública ha ido incrementando su número de efectivos como resultado lógico de la diversificación administrativa. En distinta medida, la Ley de Bases del Régimen Local, aprobada en 1985, permitió a las entidades locales asumir más competencias, lo que supuso un incremento de su propia función pública y, asimismo, la creación de nuevas Universidades y el crecimiento de las ya existentes conllevó el reclutamiento de más empleados públicos. Ahora bien, por secuencia lógica, esa descentralización administrativa del Estado en favor de las Comunidades Autónomas conllevó un importante vaciamiento del sector público estatal, a pesar de que las Comunidades Autónomas no se conformaron con ese trasvase estatal y continuaron con una política de recursos humanos expansiva en los años siguientes, en parte, gracias a que la propia LOFAGE años más tarde introdujo la figura de las Entidades Públicas Empresariales como norma básica que podría trasladarse al resto de las Administraciones Públicas. Probablemente, es a partir de ese momento cuando se produce el punto de inflexión que posibilita la contratación de personal laboral al servicio de estas nuevas formas organizativas, que se rigen en su gestión, generalmente, por el derecho privado. Este personal contratado, por su naturaleza jurídica no puede ser considerado empleado público ya que no pertenece en puridad a la Administración Pública sino a sus Sociedades Instrumentales circundantes.
            El problema a día de hoy es que desde 1997 hasta nuestros días todas las Administraciones Públicas, en mayor o menor medida, han abusado, sin justificación la mayoría de las veces, de la creación de estas auténticas administraciones paralelas que han ido engordando su nómina de manera exorbitante e injustificada hasta el punto que ha sido el mecanismo más directo que han utilizado los partidos políticos en el poder para hacer uso de la figura del clientelismo político, que debió quedar desterrado tras la reforma de la función pública de 1984, a pesar de que ya contaban con la regulación de la figura del personal eventual, encuadrado dentro de la categoría de empleado público –incluso en el vigente EBEP-, y de la que han abusado hasta límites casi obscenos.
A día de hoy a todo ese ingente colectivo que presta sus servicios en las administraciones paralelas los distintos gobiernos les suelen poner el epíteto de funcionarios en igualdad jurídica a los que sí lo son en realidad, lo que supone una escandalosa tergiversación al tiempo que provoca un rechazo unánime de los tribunales. De hecho, es así como la propia Junta de Andalucía llama a ese personal externo que ocupa esa extensa administración paralela, tan costosa para los andaluces.
            Por tanto, la reforma del sector público que pretende llevar a cabo el gobierno central no puede ser ajena a este fenómeno y tendrá que conllevar, necesariamente, medidas legislativas básicas que permitan la eliminación de gran parte esas administraciones paralelas en que se han convertido toda esa miríada de Sociedades Instrumentales ya innecesarias, y la consiguiente eliminación de los puestos de trabajos a cargo del capítulo I de los distintos presupuestos de las Administraciones Públicas que son, en realidad, ajenos a la función pública. De hecho, gran parte de esos puestos a cargo de las arcas públicas podrán ser absorbidos perfectamente por el sector privado, tan necesitado de estímulo profesional.
            Nadie discute que la función pública en España necesita una enorme reestructuración, pero ésta no podrá llevarse a cabo sin que se produzca la necesaria eliminación de ese intrusismo citado y la restitución progresiva a esa verdadera función pública que jamás debió ser adulterada y que, con sus defectos y sus carencias, es un símbolo desde los albores de la Revolución Francesa de cualquier Estado de Derecho que pretenda serlo.  

Por José Antonio Flores Vera

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UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

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