Por prioridades, o por aquello de lo caduco de la prensa, interrumpo el artículo sobre la última ciudad bávara -Múnich- (el cual volveré a subir mañana) y dejo espacio para insertar el artículo que publico hoy en el diario Ideal, de temática muy de primeros de año. ¿Quién no se ha hecho uno o más propósitos al comenzar el nuevo año? ¿Quién no ha llegado al final del año y comprobado con desazón que no lo ha cumplido? De ahí que denomine a este artículo:
UN PROPÓSITO ES UN DESPROPÓSITO
Por su propia naturaleza, un propósito
suele consistir en un despropósito anclado en el tiempo. Y como no hay forma de
desanclarlo, nada mejor que esperar a que comience el año para intentar
hacerlo. De ahí que ninguno suela cumplirse.
De
hecho, quien decide cambiar el rumbo de algún aspecto de su vida, ya sea dejar
de fumar o comenzar a correr -por referirme a dos de los propósitos más al
uso-, lo suele hacer sin importar que el nuevo año asome o que esté ya
feneciendo. Es más, ni tan siquiera se
atrevería a llamarles propósitos. Esa denominación engañosa arruinaría la
hazaña.
Curiosamente,
al hilo de estos dos propósitos citados, que casi todo el mundo ha acariciado
en alguna ocasión, siempre me ha llamado la atención que se incumplan
sistemáticamente, sin necesidad de esperar a que amanezca el día dos de enero. Dejar
de fumar -o de beber-, curiosamente, se incumple metódicamente al alargarse los
fastos de Nochevieja hasta bien entrado el primer día del año; y si eso es así,
¿quién tiene cuerpo para comenzar a correr ese mismo día si, además, no lo ha
hecho hasta ahora?
Los
propósitos, por tanto, no son otra cosa que metáforas de nuestra propia
existencia y es probable que hasta un resumen de nuestras vidas. Propuestas de
llevar a cabo cosas que nacen con vocación de incumplimiento, pero que ofrecen
una paz mental y espiritual mucha más casera y barata que el diván del
psicoanalista.
En
ocasiones, los propósitos no son más que tendencias comerciales e incluso
políticas. Me explico. Muchas de las cosas materiales que queremos para el
nuevo año no son producto de nuestra deseo sino de las agresivas campañas de
los publicistas, que sabedores de la vulnerabilidad de nuestra psicología la
utilizan a su antojo: un coche para el nuevo año, aprender un idioma, un
crucero, un nuevo móvil (no hay más que fijarse en los últimos anuncios del
viejo año y los primeros del nuevo). E incluso tendencias políticas, decía,
sobre todo si el año que se estrena es de elecciones: el propósito de cambiar
los cargos políticos de tan nefasta gestión (en ese caso sí que resulta
lamentable que los propósitos no se cumplan), a cambio de ofrecernos nuevos que
al poco tiempo suelen mostrarse aún más incompetentes, si eso fuera posible.
Por
tanto, haga memoria el hipotético lector acerca de qué propósitos hechos el
último día del año han llegado a ser fructíferos. En realidad, pocos o ninguno.
En cambio, los nuevos hábitos -que no propósitos- suelen llegar sin preaviso.
Sencillamente, un buen día alguien decide dejar de fumar porque comprende que
es inútil, insalubre, molesto y costoso; y también un buen día -el verano es
ideal para ello- decide comenzar a correr porque comprende que es útil para el
organismo y la mente, saludable y agradable, además de barato. Así de fácil.
Y
ni tan siquiera ha denominado propósitos a esos cambios de hábitos ni ha tenido
que esperar a que comience el nuevo año.
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