FUNCIÓNPLAUTA
Enferma tiene que estar una
sociedad cuando aplaude los veinte kilos de euros anuales de Cristiano y
vitorea a Messi en la puerta de los juzgados cuando acaba de declarar por
presunto delito fiscal, al tiempo que raja contra los mil quinientos euros de
sueldo de un policía. Podría tratarse de una burda simplificación, es cierto,
pero a grandes rasgos así funcionamos en este país.
Hay que decirlo claro: probablemente seamos el país
democrático que más machaca a su función pública, la cual inspira en el imaginario
colectivo una especie de rechazo por la fijeza del puesto y el sueldo fijo. Una
fijeza del puesto cada vez más debilitada y un sueldo fijo progresivamente
mermado hasta el punto que ya hay quien denomina a la función pública como
'funciónflauta', como bien me decía Eduardo, un compañero de trabajo, la otra
mañana. Una denominación que deja a las claras las penurias económicas por las
que atraviesan un enorme porcentaje de funcionarios de nivel medio y bajo tras
años de estudio, para poder justificar que hay sectores en la sociedad que aún
están peor. O sea, una especie de redentores modernos.
Analizar
de dónde viene esa aversión a los servidores públicos en este país no es tarea
fácil. Probablemente de cuando el funcionario no era más que un protegido del
político de turno, un recomendado, un cesante. Pero desde aquellos tiempos
hasta ahora muchas cosas han cambiado a pesar de que ese imaginario colectivo
aún sigue muy vivo.
Gran parte de culpa de la persistencia de esa idea
global la tiene el político que entró con la democracia. Y, particularmente, el
de los últimos diez o quince años. De hecho, la función pública en España
-cuesta creerlo- se comenzó a fomentar en serio en el tardofranquismo y
bastaron un par de legislaturas democráticas para que comenzará a hacerse añicos. Se confundió el servicio público, por
medio de un sistema bien estructurado de igualdad, mérito y capacidad, por el del pretendido
servicio público basado en el clientelismo. Es decir, se vuelve de nuevo a los
años en los que la función pública no era más que el capricho de políticos
descerebrados e inmorales. Políticos que
confunden gobernar con apropiarse de lo que gobiernan; ser elegidos en las
urnas con ser dioses. Y en su
endiosamiento no comprenden que hacen un flaco favor a la función pública como
concepto, haciendo abstracción de las personas que la integran. La prostituyen
y luego la arrojan a la basura sin que lleguen a comprender que lo que están
haciendo es debilitar uno de los pilares más sólidos del Estado y de la
democracia. Precisamente su solidez deriva de las ideas de los revolucionarios
franceses al comprender que tras remover los cimientos políticos del país
necesitaban la presencia permanente de un ente que preservara y continuara esos
valores (la muy lúcida pregunta-metáfora de ¿quién ha de abrir la puerta del
ministerio cada mañana?). Pero todo eso está siendo olvidado. Y por políticos
demócratas, precisamente.
De forma paralela a esa ceguera de la clase política la sociedad, azuzada por
ésta, amplifica ese desdén y lo eleva a categoría de plaga, al no comprender
que la función pública real como concepto -no esa que ha entrado por la puerta
de atrás del clientelismo-, es el valor más sólido de su vida diaria. El
maestro, el médico, el policía, el funcionario de los juzgados y de la
administración, el guardia civil de la carretera, el operario del ayuntamiento,
el cartero, el inspector de Hacienda, el de Trabajo, el juez, ....Mucho más
fácil: comiencen a contar desde que se levantan hasta que se acuestan el número
de funcionarios que le atienden de manera gratuita a usted y a su familia (ya
verá cómo en esa lista no aparecerá ningún asesor político) y a continuación compárenlos
con los servicios que le ofrecen Cristiano y Messi. O, incluso, con los que les
ofrecen esos políticos que les gobiernan. Y luego, me lo cuentan.
Se agradece mucho que la prensa publique artículos como este, donde se expresa lo que tantos funcionarios pensamos. Es cierto que muchísima gente sigue pensando que los funcionarios públicos existen por obra gracia de los políticos, como en el siglo XIX, y no distinguen al funcionario de carrera (independiente frente al político) del que ha sido contratado a dedo en las empresas públicas (que depende de el). Volvemos a la necesidad de una democracia transparente, cuya transparencia ayudaría a ver claras estas cosas.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo Carlos en tu diagnóstico: la función pública no ha de estar vinculada al político de turno. Precisamente el sistema moderno buscaba esa independencia como bien dices. Pero todo se ha venido abajo, curiosamente, en el sistema que debería ser el más garantista. Estamos a años luz de esa transparencia, me temo. Saludos.
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