Amigos-as, la paciencia es una virtud. Lo dijo Shakespeare y creo que puede ser aplicable a todos los aspectos de la vida, pero en esta entrada no voy a filosofar, no, sino que voy referirme a la paciencia en el correr. Y esa reflexión viene a cuento de lo que experimentaba ayer tarde en mi sesión de diez kilómetros por la Vega entre Pinos Puente y Fuente Vaqueros.
Ya conté que la semana pasada hice trece kilómetros y me sobraron tres, así que comprendí que mis mejores sensaciones, el mejor entreno, ese que no te deja vacío y exhausto, por ahora, no debe pasar de diez kilómetros. En esa distancia me siento cómodo, a un ritmo medio nunca inferior a 5'15'' el mil. Corro sin ataduras de reloj y sólo aspiro a acumular kilómetros. Si me encuentro cansado bajo el ritmo y si me encuentro más entero lo afino algo más.
Y es ahí donde entra en juego la paciencia. Correr me gusta y con esas premisas estoy más que satisfecho.
Y, más o menos, en eso pensaba ayer cuando pasadas las 8,30 de la tarde iniciaba mi ruta. Percibía que comenzaba lento, en torno a los 5'25'', y percibía también que sin esfuerzo, alrededor del kilómetro 4, se me ocurría mirar el Forer y leía un ritmo de 4'52''. Sin proponérmelo. En ese momento ya había dejado el camino de la Vega y corría por el margen izquierdo de la carretera local que une Fuente Vaqueros con Sierra Elvira, cerca ya de la entrada al Camino de las Cruces que me volvía de nuevo a conectar con la Vega. Verdaderamente las sensaciones eran excelentes y la impresión de que mi forma se iba ajustando muy certera. Sentía que había encontrado la razón de ese lento cambio: la paciencia.
Percibía igualmente que las pulsaciones eran mucho más bajas que las marcadas el domingo por la mañana en idéntico recorrido. Y más impresionante fue comprobar cómo tras subir la pequeña rampa del ferrocarril las piernas, fresquísimas, alargaban la zancada y en los últimos seiscientos metros me ponía sin esfuerzo en 4'19''. Algo increíble para mi forma actual.
Curiosamente, cuando la noche ya se había desperezado y el frescor en Granada ganaba el terreno al tórrido sol, leía en el libro "El correr Chí", que un corredor debe de correr la distancia necesaria que le permita correr los kilómetros plenamente, sin caer en esfuerzos excesivos por el mero hecho de hacer distancias largas. En definitiva, el autor venía a decir que las distancias no son lo importante, sino el sentir que los kilómetros que se hagan sean totalmente plenos y adaptados a nuestra forma actual. Es el mejor antídoto contra las lesiones y el sobrentrenamiento.
Sin saberlo, sin haber leído aquello, fue lo que hice esa misma tarde, lo que vengo haciendo desde que sé mejor escuchar al cuerpo.
Mi distancia-forma, por tanto, está ahora en los 10 kilómetros. No significa que no pueda hacer más, pero es en los diez en los que encuentro el organismo pletórico y sin proponérmelo puedo ir a ritmos adecuados. De ahí que siga instalando durante algún tiempo en esa distancia aproximada, sin tocar los doce o trece kilómetros hasta que transcurran, al menos, un par de semanas.