El pasado jueves salía a correr con la sensación de atravesar campos en llamas. Eran más de la ocho y media de la tarde cuando enfilaba la modesta carretera local que une Pinos Puente con Caparacena, no sin antes dejar de pasar por ese evocador camino entre olivos que asoma al final de las instalaciones deportivas y el cementerio de Pinos Puente.
Cuando nacemos en una zona, nuestras raíces se funden para siempre con el terruño y eso ya perdura para siempre. Es lo habitual y nos ocurre a todos.
Pero si resulta que a esa unión emocional le unimos la emoción de correr por esos lugares, ya podríamos estar hablando de un verdadero hecatombe emocional, que es algo que intento saborear plenamente porque pocas cosas son tan estimulantes.
Lo material, lo ficticio, lo superfluo, se torna insignificante y ridículo al lado de estas sensaciones.
Además, se da la particularidad de que esa ruta a la que me refiero arranca al final de la calle en la que nací, de manera que el torbellino de sensaciones es exponencial.
Pero no quiero alejarme de lo que quería contar. Decía tener la sensación de atravesar los campos en llamas, a pesar de que el sol ya había decidido pactar su relevo con la luna.
Tal era el calor en el esta zona del sur de Andalucía. Probablemente estuviera corriendo en torno a los 35 grados. Y, a pesar de que tan sólo haría nueve kilómetros y medio, cuando llegué a la aldea de Caparacena no tuve más remedio que hidratarme en la pequeña fuente de la plaza del pequeño poblado. Lógicamente las pulsaciones que marcaba el Forerunner se dispararon, algo no sólamente imputable al fuerte calor sino también a mi actual estado de forma.
Pero he de admitir que disfruté. A pesar del mal estado de forma disfruté, porque llega un momento en la vida del correr que el disfrute siempre se antepone al sufrimiento.
Y es que en estos días las opciones para correr son escasas: salir antes de que el día despunte, que no es uno de mis fuertes, o esperar al ocaso - incluso en ese momento del día es difícil- son las únicas opciones. Esperemos que esta ola de calor africano duré lo que resta de mundial, también africano.
Al menos disfrutáste del entrenamiento, pero ten cuidado con esos calores, es muy peligroso.
ResponderEliminarY a ver si, al menos, bajan las temperaturas.
Mis pulsaciones también se disparan por ambos motivos José Antonio. Salimos con frío, lluvia y como , con calor. Esta última cuesta mas, pero salimos. Nos cuesta quedarnos sentado en el sofá sabiendo lo bien que nos lo pasamos ahí afuera. Un abrazo...
ResponderEliminarEse mismo día corrí yo también. 11 kms por la vega de Churriana y alrededores. Cuando llegué, en el rellano de mi urbanización, intetnando abrir torpemente la puerte principal, un vecino me preguntó si necesitaba ayuda, por mi mala cara. Sobran las palabras.
ResponderEliminarEste ola de calor es insufrible.
Sí, el calor es nuestro peor enemigo. El frío lo combatimos, la lluvia la dejamos atrás, la nieve se desliza por nuestro rostro, pero el calor no tiene remedio. Pero como bien dice Paco, no nos quedamos sentados en sofá. Somos corredores.
ResponderEliminarSaludos amigos.
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