Asunto complejo tienen en sus manos los dirigentes comunitarios. Pero sobre todo los ciudadanos que, al final, siempre serán los perjudicados más que benefactores de las políticas que llevan a cabo sus dirigentes.
Decir que el mundo es asimétrico en todos los aspectos no aporta apenas nada a lo que ya sabemos. Hemos construido una sociedad desigual, en la que determinados países han prosperado y alcanzado un bienestar más que aceptable, mientras que otros siempre están en el furgón de cola, sin posibilidad de salir del catastrófico agujero en el que están instalados, bien por la injusticia de la historia o el abuso de sus sátrapas, normalmente apoyados por Occidente.
A estas alturas ya tenemos claro que la pobreza de muchos es la razón de la riqueza de unos pocos. Ocurre con las personas, pero también con los estados. Pero también ocurre que en cuestiones de economía casi nunca hay mecanismos de equilibrio que consigan buscar una solución para que los ciento noventa y cinco países soberanos que conforman el mundo convivan como buenos vecinos sin necesidad de entrar en la propiedad del otro. Y si a todo eso hay que sumar violentas guerras, genocidios, guerras de religión, segregaciones étnicas o cualquiera de las diferentes formas de crear el caos, la solución no es que no sea fácil, es casi imposible.
Por tanto, es propio y un derecho natural que las personas busquen refugio allí donde puedan si en su propia tierra peligran sus vidas. Y también es propio que a la hora de buscarlo dirijan la vista hacia países prósperos, los cuales estarán en mejores condiciones económicas, políticas y sociales para albergar a las personas refugiadas. Se trata de un orden propio del derecho natural, pero también es una cuestión económica, porque nada se mueve en el mundo sin la economía.
La foto del niño sirio yaciendo ahogado en una playa de Turquía, para más morbo, cerca de un lugar turístico para gente pudiente, ha abofeteado aún más las mejillas de los países ricos, que remisos y dudosos a la hora de aceptar contingentes de refugiados de Siria y otros países, no han tenido más remedio que dar su brazo a torcer, empujados por la opinión pública, que ha sido aún más sensible a esa realidad que muestra la fotografía. Hay un clamor a favor de acoger refugiados. En un orden lógico, los países ricos deben ayudarles, pero también es obligación de los gobiernos y de los ciudadanos decidir con responsabilidad en cuanto a lo que esto conlleva. No se trata de que deban ejercer un liberalismo a ultranza en el que el hombre no cuenta, sino tener claras las consecuencias, tanto económicas como sociales. Por desgracia hoy día las buenas intenciones y las ideas humanitarias tienen un coste económico, social y político sobre el que hay que reflexionar con la mayor imparcialidad y seriedad posible.
España, remisa a acoger refugiados hasta el final, ha hecho unas cuentas aproximadas y ha calculado que la acogida de 15.000 ciudadanos sirios refugiados costaría a las arcas públicas 150 millones de euros. Pues bien, en una sociedad moderna, en un Estado de Derecho en el que los números es la razón fundamental de las políticas públicas, eso debe estar presupuestado de manera conveniente. No se trata de un apunte cínico, sino de una realidad que hay que afrontar. Como hay que afrontar el hecho del mayor coste subterfugio pero real que hay que asumir por la permanencia de todos estos seres humanos, ya que a plazo medio no estarán en situación de producir para la sociedad que les acoge, es decir, desarrollar una profesión. O sea, contribuir a la sociedad que les acoge.
Muchos ponen el ejemplo de que España ha sido un país emigrante, pero hay que distinguir una emigración laboral con una emigración forzada por una guerra. Es cierto que tras la Guerra Civil española muchos españoles se vieron forzados a irse y fueron acogidos por otros países, pero no olvidemos que la mayoría de esa gente eran intelectuales y políticos del bando vencido que aportaron mucho a las sociedades que les acogieron, como profesores, escritores, artistas o, sencillamente, gente muy preparada. Por supuesto -seamos serios-, no será el caso de los 15.000 ciudadanos sirios, o al menos, no será el caso en su mayoría. De hecho, ya se están dando cifras de lo que costaría acogerlos, asunto que no sucedería si fueran ciudadanos que llegaran con una profesión bajo el brazo. Mucho menos en España, país que expulsa del mercado laboral a muchos españoles. En pocas palabras, todo este contingente humano habrá de ser auspiciado a través de los presupuestos públicos, es decir -no nos engañemos- del dinero de los impuestos de los ciudadanos. No lo digo como crítica, ya que soy de los que opinan que refugiarse en otro país es lo lógico y normal (yo sería el primero que lo haría si de lo que se tratara es salvar mi vida y la de mi familia y amigos), lo digo como razón pragmática que hay que asumir desde el primer minuto. Y lo que defiendo en este artículo es que eso me parece lo lógico y lo correcto. Y postulo porque los gobiernos eliminen partidas de gastos suntuarios e innecesarios para poder dotar presupuestariamente ese coste sin que tenga que salir del bolsillo de los ciudadanos. Eso es perfectamente posible. Otra vía es que la ciudadanía admita la subida de impuestos para esa acogida, pero me pregunto ¿será eso admitido, incluso por los santones más progres favorables a la acogida, esos que dicen que todo lo pague el Estado pero luego se quejan de la cantidad de impuestos que hay que asumir; o que sencillamente invaden impuestos cuando le es posible? Es más, muchos de los que deciden por nosotros, los ciudadanos, no pagan impuestos o, sencillamente, evaden capitales por las noticias que hemos conocido en los últimos años. En ese sentido, ¿asumirían los políticos una bajada de sueldo y la Casa Real una bajada sustancial de sus asignaciones para dedicarlo a la acogida de refugiados? No. Sinceramente, creo que no, ya que nuestros políticos no se llaman José Mújica (Presidente Uruguayo).
No son reflexiones cómodas, ya lo sé, pero hay que mojarse. Poca gente lo hace.
En estos días, estoy visitando foros y hay una clara disposición a la acogida, cosa que me parece lógica en un mundo tan desigual, pero también muchos ciudadanos están preocupados por el coste económico, quejándose que deberían ser 'refugiados', en primer lugar los ciudadanos propios que subsisten sin empleo ni prestaciones.
Todo esto suscita un amplio debate que hay que afrontar. Y lo debe de afrontar Occidente desde la premisa de saber que su riqueza y el bienestar económico y social de sus ciudadanos es posible que se deba al deterioro de la vida en países subdesarrollados, por lo que acogiendo a individuos desfavorecidos, de alguna manera se devuelve la moneda, ya que nada es gratis ni fácil de conseguir en este dispar mundo, supuestamente civilizado.
Por su parte, los ciudadanos del primer mundo deberíamos de estar dispuestos a asumir que las cosas no podrán seguir como hasta ahora; que no será posible no abrir la puerta a los ciudadanos del llamado tercer mundo; que no será posible seguir manteniendo el mismo estatus ante un mundo tan desigual; que si Occidente no se ha preocupado de crear riqueza y bienestar en los países pobres de Asia, África y América (todo lo contrario, siempre los ha explotado), ahora ya es tarde para ello y no habrá más remedio que abrir las puertas de sus casas para acoger a quien de una manera u otra acabará entrando. Así de complejo y de real el mundo en el que vivimos.
Los gobiernos occidentales deben saber que el gasto público tras la acogida de cada vez más ciudadanos de la parte del mundo más desfavorecida será más amplio. Insisto, deberán ponerse las pilas y dejarse ya de gastar en gastos innecesarios. En prebendas, en fastuosos gastos oficiales, en boato, en inversiones estúpidas. Deberán derivar el gastos superfluo hacia partidas sociales, educativas o sanitarias. O eso, o seguir con el mismo nivel de gasto, lo que conllevaría subir los impuestos de los ciudadanos residentes. ¿Se bajará la casta del burro cómodo en el que están instalados?
Por otra parte, los países occidentales han demostrado torpeza histórica al creer que podrían cerrar sus fronteras de oro. El mundo es global y no hay fronteras que impidan la entrada del sufrimiento, del hambre, de las guerras, del genocidio. En realidad, todos haríamos lo mismo si nos encontráramos en la situación de los sirios. Pero poco se han preocupado las potencias mundiales de crear riqueza y forzar la paz en los países a los que no les ha podido extraer nada material, ya sea petróleo u otros recursos naturales valiosos. Lo lógico y conveniente siempre es crear riqueza en todos los países de la orbe mundial para que los ciudadanos puedan seguir viviendo en su tierra que, en última instancia, es lo que pretende todo el mundo, ya que nadie emigra por voluntad propia. España es un ejemplo de ello por los muchos emigrantes que siempre ha tenido.
Ante todo este asunto es obligatorio hacerse estas preguntas:
¿Estarán dispuestos los países occidentales a asumir presupuestariamente la entrada de refugiados, eliminando partidas suntuosas que favorecen siempre a la casta?
¿Estarán dispuestos los ciudadanos, en su caso, a pagar más impuestos para acoger a más refugiados?
¿Están preparadas los países occidentales a cada vez más gente del tercer mundo?
¿Habrá conflictos étnicos, religiosos, sociales, económicos?
¿Habrá acabado el estatuto social y económico de Occidente?
Muchos interrogantes que hacerse ante la realidad que se le viene encima a Europa y a los países occidentales.