04 enero 2010
LA INFLUENCIA DE LA ZAFIEDAD
31 diciembre 2009
BUENOS PROPÓSITOS
24 diciembre 2009
RELATO DE NAVIDAD (ESPECIAL DE IDEAL 24/12/2009)
Hago un inciso en las historias de X para introducir el relato navideño publicado hoy en el especial que cada 24 de diciembre edita Ideal.
Decíamos en el relato de "Mañanabuena", que volveríamos a ojear Ideal y descubrir dos relatos, pero esta mañana ante la incertidumbre de salir a trotar o no, este tema ha sido olvidado. Pero nunca es tarde para rectificar. Y si no habéis podido leerlo en papel impreso -formato en el que gana mucho- os lo dejo a continuación.
ODIOS Y RECUERDOS (MI AMIGO ODIA LA NAVIDAD)
Un amigo mío odia la navidad. Pero yo creo que lo que odia es tener cada año la frustración de no saborear estos días tal y como experimentó en una ocasión. Porque desde entonces puso todo su empeño en vivir esta época del año como aquel momento mágico, si bien pasaron los años y sus anhelos y sueños se mostraron cada vez más incompatibles con la tediosa realidad.
Soy testigo de su emoción ante el armónico baile de los copos de nieve en su lenta caída y he advertido en su videoteca varias versiones de Canción de Navidad, pero algo oculto en su ser le ensombrece su mirada en esta época.
Sé de su desencanto porque se aleja del consumismo voraz y no soporta salir sin bufanda entre el veinticuatro de diciembre y el seis de enero. Incluso hay quien afirma que le ha visto cada año agazapado en un rincón de la iglesia durante la Misa del Gallo, con una botella de aguardiente escondida en los bolsillos interiores de su pelliza.
Por tanto, si hubiéramos de hacer una radiografía de hábitos y sentimientos, mi amigo ocuparía un número alto en el ranking de fieles navideños, aunque nadie que le conociera u observara podría ratificar esa afirmación. Quizá por eso admira tanto a Ebenezer Scrooge. De hecho, defiende la teoría de que este viejo millonario y cascarrabias creado por Dickens es la persona más navideña de la historia, aseveración que produce hilaridad allí donde la cuenta.
Sin embargo yo creo que su idea no es tan descabellada, porque nada irrita más al verdadero amante que la infidelidad hacia lo que ama, aunque él mismo no lo sepa. Y, realmente, con la Navidad llevamos ya lustros siendo completamente infieles.
Recuerdo que hace muchos años tras salir de una fiesta de Nochebuena a eso de las tres de la madrugada, mi amigo se alejó del grupo y penetró en la oscura y misteriosa vega nocturna que rodea la bucólica arquería de Alitaje. Y a pesar de los tres grados bajo cero se sentó sosegadamente en el borde de una acequia y se dedicó a mirar el cielo increíblemente estrellado, favorecido por el tierno manto blanco de Sierra Nevada.
Los demás pensamos que las copas de esa noche le estaban haciendo efecto e intentamos disuadirlo. Te quedarás helado, le advertíamos. No obstante, ajeno a nuestras súplicas comenzó a hablar de forma onírica.
Era su sueño y su misión estar allí esa noche, dijo. Era tanta la poesía de aquel lugar en aquella noche que quedarse helado no significaba más que una banalidad. Algo ridículo en comparación con la emoción que estaba experimentando.
Lógicamente, todos comprendimos que aquellas palabras no eran las de una persona ebria, así que decidimos compartir su dicha, si bien el brillo límpido de su mirada no pudimos igualarlo ni por asomo.
Y como aquella noche mágica no se ha vuelto a repetir, mi amigo odia la Navidad.
Un relato que os dedico a vosotros, amigos y amigas que durante un largo año seguís con voluntad y constancia este blog, con independencia que odies o améis estas fechas.
Pero no dejéis de leer la historia de X, justo a continuación.
23 diciembre 2009
X, EN NAVIDAD
No había sido fácil la convivencia entre X y Conchi tras aquella conversación que tuvo ésta con Luis.
Aquella conversación –no era posible negarlo- había acabado tensa. Una tensión generada por dos personas que aparentaban simpleza pero que, en realidad, estaban muy dotadas para la persuasión y sí fuera necesario para la manipulación, si bien en ese terreno Conchi podía ganar por goleada.
Habían transcurrido algunos meses, pero conviene conocer qué ocurrió desde que X llegara a casa tras acabar su primera carrera oficial.
X, tras cambiarse y tomarse una cerveza en un bar a la salida del pueblo, intentó armarse de valor. Desde la boda del sobrino de Conchi todo había ido de mal en peor, y para colmo sabía que la intervención de Luis había dejado las cosas más maltrechas todavía. Aún así, de nada le servía postergar el asunto: era su casa y tenía que volver tarde o temprano. Otra cuestión distinta sería conocer qué le repararía el futuro. Mejor dicho: que les repararía el futuro a él y a Conchi.
Ondeando un silencio de mediodía dominguero en la calle, X penetró en el portal de su casa. Al abrir la puerta del piso le pareció contagiarse del aire tenso que aún se respiraba en el interior del edificio. No pronunció el nombre de su mujer como era en él habitual. Tan sólo el leve murmullo de las llaves al dejarse caer en la base del armario del pasillo presagiaba de la llegada de X.
Sabía que Conchi estaba en casa. Pero también sabía que no contestaría.
Su primer contacto con su mujer fue tenso pero respetuoso. Ella parecía enviarle dardos con la mirada, pero en realidad ella tan sólo estaba preparando el terreno para una defensa a ultranza. Desde luego, no estaba dispuesta a renunciar a esa vida que le había ido tan bien en la que un X servil, amorfo e inopinado pasaba desapercibido para la cada vez más planificada y cómoda vida de Conchi. Si alguien consideró en alguna ocasión que esta mujer era de principios simples y básicos estaba muy equivocado.
Mientras tanto, Luis salió aturdido tras la entrevista con Conchi. El amigo de X también jugaba a la teoría de la confusión. De hecho, todo el mundo afirmaría que se trataba de un individuo bastante lerdo, cuyo máximo interés en la vida consistía en estar delante de un vidrio rebosante de coñac y cola. Pero, una vez más, todo el mundo estaba de nuevo equivocado. Y eso era algo que Conchi sabía muy bien. De hecho, las dos personas que franqueaban a X no eran dos angelitos precisamente. Dos personas que aparentaban precisamente lo que no eran. Y ambos lo sabían. Y por eso se temían y respetaban. Siempre había sido así.
Ante ese panorama, la iniciativa emprendida por X consistente en correr podría tratarse perfectamente como una estrategia escapista. Pero no lo iba a tener tan fácil
X en los siguientes meses siguió corriendo. Y siguió adquiriendo ropa técnica, zapatillas, revistas, libros y visitando blogs de corredores. Nada le importaba más que eso.
Por su parte, Conchi, inteligente y sagaz como una gacela observaba de cerca y callaba. Sin duda estaba preparando su estrategia.
En cuanto a Luis, seguía animando a su amigo facilitándole, incluso, el entrenamiento y procurando no hacerle caer en la tentación de la barra del bar.
De esa manera la vida seguía su curso. Y cuando quisieron darse cuenta llegó la Navidad.
Los campos estaban nevados y X seguía corriendo. En casa ya no existía un ambiente tenso, entre otras cosas porque ni siquiera existía ambiente.
Los amigos ya no llamaban, excepto Luis, que procuraba hacerlo cuando no estaba Conchi, y la familia, sin comprenderlo, comenzó a murmurar en cuanto se presentaba ocasión.
Se hablaba de separación, de desamor y de desdicha, pero nada de eso se llegaba a materializar.
Para entonces X ya había corrido cinco pruebas oficiales y había debutado con un tiempo de 1 hora y 45 minutos en una media maratón. Incluso ya no le avergonzaba llevar pantalón corto porque ya no había tanta grasa que ocultar. Su figura había cambiado y su forma de ver la vida también había experimentado un cambio.
Ante tal evidencia, Conchi había decidido no inmiscuirse en la vida de X. Incluso, se había apuntado a un gimnasio.
Pero les gustara más o les gustara menos, al matrimonio se le planteaba un problema inminente: llegaba la Nochebuena y tenían que decidir a qué casa de familiares acudir.
X, ante tal disyuntiva no deseaba hacer papel alguno y prefería que los demás pensaran que la crisis matrimonial estaba muy avanzada. Por su parte Conchi, comprobaba como la losa de la soledad cada vez le aplastaba más, mientras observaba que la felicidad de X siempre estaba ataviada de malla y camiseta técnica. Si tenía algún problema él lo solucionaba corriendo.
Como sabemos el día de Nochebuena siempre es especial. Lo es desde que amanece y todo el mundo lo capta.
Esa mañana X, como era en él costumbre cuando el trabajo se lo permitía, se fue a hacer unos kilómetros. Ni siquiera desayunó con Conchi como había hecho en los últimos diez años. Tampoco proveyeron nada para la noche, ni decidieron a qué casa irían.
Por tanto, todo quedó en el aire en una casa que cada vez era más gélida.
Cuando X regresó de hacer 15 kilómetros por un campo helado y cubierto de la escarcha nocturna, sorprendentemente, se encontró a Luis en su casa. Justo en el sillón de enfrente se encontraba una compungida Conchi, que ofreció a Luis Anís de Rute y polvorones de Antequera. Sudoroso y maltrecho X hizo atisbo de sentarse pero con contundencia le dijo a sus principales seres queridos que mejor esperaran a que se duchara.
Cuando salió de la ducha Conchi y Luis aún no se habían cruzado una palabra, por lo que la presencia alegre y jovial de X cogiendo a su mujer y a su amigo de sus respectivos brazos fue como agua de mayo.
-Ahora nos vamos los tres a tomarnos unas copas al bar de la plaza, como colofón a la cena de Nochebuena, la que, por cierto, pasaremos juntos.
Conchi no pudo evitarlo y comenzó a llorar, mientras que Luis descubrió que sus ojos se tornaban cristalinos como la escarcha invernal del campo.
22 diciembre 2009
MAÑANABUENA
¿Un gorro de verde? ¿Qué era eso? ¿Significaba que íbamos a hacer una excursión al Tirol o algo parecido?
Nada de eso. Se trataba de la “Mañanabuena”, una original combinación de deporte, celebración navideña y disfrute lúdico de la naturaleza por una Vega granadina, que esa mañana, si los elementos se congraciaban, podría estar cubierta con un manto nebuloso y frío. Un frío que se presiente con tan sólo otearlo.
Hace lustros que comenzó ese rito. En principio algo extraño y, tal vez, planeado contra corriente, en una mañana que adquiere una configuración distinta al resto de las mañanas del año. Una mañana que es el preludio de una noche que se torna mágica y familiar. Fría y misteriosa. Entrañable y nostálgica.
Una mañana en el que el ajetreo de las calles y plazas de los pueblos y ciudades se convierte en un saludo cálido y fraternal entre personas conocidas y no conocidas.
Con esa imagen en la retina, ese grupo de corredores, se imaginaba la población que iban dejando a sus espaldas, mientras avanzaban sigilosamente enfundados en sus mallas técnicas y resguardando sus manos con guantes oscuros. Tan sólo esos gorros verdes de Papa Noel hacían presagiar que nos encontrábamos ante el grupo que cada “Mañanabuena” surca bajo aquel manto nebuloso y frío un vasto territorio verde y precioso.
Mientras corrían gozosos, sabían que el pueblo del que partieron se estaba preparando para la madre de las fiestas familiares. Cada zancada, que hacía crepitar con estruendo las frías y secas hojas caídas del otoño, se conciliaba con el entorno, sin que importara no poder estar en ese momento plácidamente charlando en una de las muchas acogedoras tabernas de la localidad, que ya estaban disponiendo sus chimeneas de estruendosa llama para poder saborear junto a ella un polvorón de Antequera y una copa de Anís de Rute.
Pero ellos sabían que a cada paso dado tenían más cerca ese momento mágico en la calle Sacristía donde una generosa Carmela –madre de nuestro Compae Paco- nos ofrecería lo mejor de su despensa navideña.
Pero volvamos a los prolegómenos de la ruta de 15 kilómetros por la Vega. A ese momento mágico en el que, previamente a lanzarse a la fría Vega, estos corredores frente a una taza de humeante café se mezclan con los parroquianos en ese cálido bar situado a la entrada de la localidad.
¡Verde que te quiero verde! –dijo el poeta en su momento.
Un color y un grupo en torno a esa tonalidad cromática. Verde por la cerveza, verde por el estado físico de muchos de sus integrantes, verde por los escasos tonos en las hojas de las alamedas de la Vega de Pinos Puente. ¡Verde, verde, verde…!
El frío invernal hace su aparición en la mañana del recién estrenado invierno. Poco a poco van llegando al punto anual de reunión para esta fría, pero al mismo tiempo, calurosa mañana.
- ¿Habéis desayunado?
- ¡Yo sí! ¡Ponme una copa de coñac que me quite el frío! ¿Me dejas el periódico? Seguro que han publicado, como el año pasado, dos cuentos de Navidad en el periódico Ideal, surgidos de dos grandísimos dueños de la letra y amos del arte de escribir.
Y sin abandonar los guantes que enfundan sus templadas manos, de un trago, el fuego apagado del alcohol penetra hasta el fondo de su estómago.
- ¿Cómo puedes? A mí me pones un café bien caliente y una tostada. Con mantequilla y mermelada. ¡Energía y un poco de grasa, que falta nos van a hacer! –replica otro de los agregados a esta verde cita que comienza a hacer historia.
Saludos y más saludos. El grupo va creciendo por minutos. Es momento de compartir charla y zancadas. Lejos quedan esos momentos de tensión en las competiciones; de sufrimiento en largas tiradas, series o entrenamientos; de alguna cerveza compartida…
Alguien rompe este armónico desorden y activa la alarma de la Mañanabuena:
- ¡Vamos, que nos vamos!
Una quincena de kilómetros les espera para soltar las preocupaciones acumuladas del año, para charlar de lo que pudo ser y no fue, del trabajo, de la familia, de los querubines que nos trajo el 2.009… Incluso de algún amor que se cruzó en el camino y tal como vino, se fue.
El vaho que exhalan sus bocas tras las primeras zancadas se pierde en décimas de segundo. Alguien se pone a la cabeza pero rápidamente le instan a que afloje el ritmo. No es momento de hostilidades sino de disfrutar de ésta, nuestra pasión y locura. El asfalto refleja el sonido de las pisadas y, a lo lejos, una difusa neblina permite vislumbrar algún solitario cortijo y ese mítico castaño que aún se mantiene en pie tras el transcurso incesante de décadas pasadas.
Unos lejanos ladridos simulan la escasa presencia vital de la fría estación.
Cuando entraron por las puertas, Carmela no prestó ni la más mínima atención al Compae. Y eso que el muy malandrín llevaba varios días sin pasar a verla. Y, por una vez, tampoco se volcó en José Antonio, buen amigo de su hijo desde tiempos inmemoriales. Aquella mañana, Carmela sólo tuvo ojos para Javi, que llegaba maltrecho, un poco escacharrado.
- Pero muchacho ¿qué te ha pasado?
-Un perro, señora, un perro, que comenzó ladrando muy de lejos y acabó dándonos una buena corrida...
- Y una pequeña mordida. Eso os pasa por bullas, fuguillas y acelerados –dijo Gregorio, bromeando ante la malla rota de Javi, percance más aparatoso que realmente peligroso.
Javi, sonriendo, le echóla culpa a un Antonio que, además de hincarse un coñac, venía con mono de Vega, pero éste no dejó pasar la oportunidad:
- Si es que Víctor es un provocador, señora Carmela.
- ¿Provocador? Con esa cara de angelito que tiene...
Y todos prorrumpieron en estentóreas carcajadas.
Las Verdes, un heterogéneo puñado de amigos que habían conseguido convertir una primigenia relación virtual en una verdadera amistad, real, material y perdurable, consolidándose como una peña a la que no mueve otro afán que el de disfrutar de una afición común: correr.
- Pero ¿y esto? ¡A esta criatura no le podemos dar un anís!
Onio acababa de entrar en la casa de Carmela, tirando de uno de esos carritos adaptados para quiénes gustan de conciliar la vida familiar con la deportiva.
- Al niño no, pero a mí... ¡id poniéndome una copita!
Y, tras él, asomaron la cabeza Mario, Javi, José Manuel, Jesús, Txomin, Cristian... aquello amenazaba con convertirse en el caótico camarote de los Hermanos Marx.
Entonces llegó una tronante voz desde la calle:
- ¡A ver! ¿Qué escándalo es éste? ¡Fuera y alto a la Guardia Civil todo el mundo!
Y allí estaban, Abel y Daniel, disfrazados del Duende Verde de los tebeos de Spiderman, invitando a todos los miembros de Las Verdes que habían participado en la Mañanabuena a ponerse el gorro preceptivo y a brindar por el año que se terminaba, repleto de grandes momentos atléticos para todos y, sobre todo, a levantar los vasos por el año entrante, cambio de década, umbral para una nueva época de entrenamientos, largas tiradas, series, exigentes carreras y desafíos al límite que, sin embargo, al calor del hogar de la casa de Carmela, no parecían tan terribles, ni mucho menos...
Autores:
José Antonio Flores (Opiniones Intempestivas)
Jesus Lens (Pateando el mundo)
Gregorio Toribio (Estoy que no puedo)
Podéis leer este relato, indistintamente, en cualquiera de los tres blogs
PD: Probablemente sobre el kilómetro cinco de la Media Maratón de Granada -no recuerdo bien- Gregorio me soltó de golpe, muy fiel a su estilo: voy a escribir el día 22 sobre la Mañanabuena. Y yo, que intento ver un proyecto literario en multitud de sitios no me lo pensé y con el sosiego que daba ir corriendo a 5 minutos el kilómetro le arrojé este dardo: ¿Por qué no escribir un relato a cuatro manos?.
Inmediatamente se le comenté a Jesús Lens, cuya respuesta ya sabía antes de recibirla, dado que también olfatea un proyecto literario allí donde se intuya. De manera que tras unos primeros compases en el blog de Las Verdes y para no aburrir al personal, los tres comenzamos a cartearnos ciberneticamente como si fuerámos tres tortolitos.
No llego a alcanzar si nos lo pasamos mejor en esa correspondencia, alisando las aristas y retroalimentando el proyecto o ahora que ya está en marcha en los tres blogs.
Huelga decir que estamos ilusionados.
Con el misterio 408X3 os dejamos y ofreciendoos el relato navideño de Mañanabuena os deseamos a todos una Navidad dichosa en compañía de los vuestros.
20 diciembre 2009
LITERATURA NAVIDEÑA PARA EL DÍA 22
18 diciembre 2009
COMIDAS NAVIDEÑAS (IDEAL 18/12/2009)
Hoy, quienes hayáis tenido ocasión de leer la edición impresa del remozado Ideal, hipotéticamente os habréis encontrado con un artículo por mí firmado. Un artículo muy navideño.
Siendo época, como es, de las comidas de empresa navideñas, me ha parecido oportuno escribir sobre ello. Lo someto a vuestra consideración:
COMIDAS NAVIDEÑAS
Sospecho que existe una débil frontera entre la comida navideña fraternal y la comida navideña profesional. Y a la experiencia que pueda aportar el hipotético lector me remito.
Las comidas navideñas de empresa tienen un gran significado desde el punto de vista sociológico. Pero también desde otros puntos de vista, pues estos eventos tienen mucha relación con todo aquello que constituye el tejido de las relaciones laborales y personales tanto en el sector privado como en el sector público.
Se comentaba en este mismo periódico hace unos días que el coste de las comidas navideñas, en el momento de crisis actual, no es asumido por las empresas en la mayoría de los casos, sino por el propio comensal y a su vez empleado. Y, lógicamente, este detalle configura de forma muy distinta estas efemérides.
Cuando la empresa asume el gasto, el empleado no se atreve a no asistir al ágape. De no hacerlo podría ver planear sobre su cabeza el fantasma del desarraigo profesional o en el peor de los casos del despido. Así de estrictas son estas circulares que invitan a la comida. Porque es de conocimiento común que tras estas invitaciones existe todo un catálogo de intereses confesables o inconfesables que entroncan con el egocentrismo mal entendido del empresario, ya que éste no lleva bien que a su llamada los empleados le espoleen con el silencio y la ingratitud. Que sea el empleado raro, asocial, introvertido y solitario pase, porque se trata de un caso aislado, previsible e identificable, pero que el rechazo sea generalizado no es soportable para el jefe absoluto que observa cómo se va agrietando la relación laboral y de camino la falta de dirección y mando. Y por ahí no está dispuesto a pasar.
Por tanto, para evitar esas indeseables situaciones, el empresario podría buscar dos vías de muy desigual contenido: o bien favorecer durante todo el año un buen clima laboral y respetar los derechos de los trabajadores, que asegurará una aquiescencia en masa a la hora de asistir a la comida navideña; o bien no hacerlo, pero asegurarse por medios más o menos ortodoxos una asistencia masiva a esa comida, que suele convertirse siempre en un eficaz termómetro que gradúa las relaciones personales y profesionales en el seno laboral.
Si por el contrario el gasto lo asume el empleado, ya son muy otras las consecuencias, porque existe un mayor acto de libertad individual, en principio.
Digo en principio, porque tampoco la libertad total es posible, aunque esa pequeña dosis de libertad es mucho más democrática. De hecho, esos empleados no obligados por invitación alguna, suelen buscar integrarse en grupúsculos libres que dinamitan de manera decisiva la comida colectiva optando por comidas más tribales. Esos grupúsculos también existen en la comida teledirigida pero son menos identificables.
Sin embargo, tampoco estarán exentos de cierta presión esos empleados libres, aunque siempre podrán alegar coincidencia de actos o inventarse ocupaciones ficticias, amparándose en el mínimo derecho a la libertad que ofrece el dinero propio.
En esta selva social en que se convierten las comidas navideñas de empresa, no están ausentes las famélicas relaciones que pueden darse entre los propios empleados tras un largo año de encuentros y desencuentros, pero imagino que ese asunto daría para otro artículo.
NUEVOS PROYECTOS LITERARIOS YA CONSOLIDADOS
Me refiero a nuevos proyectos literarios ya consolidados, porque por su propia naturaleza un proyecto no es otra cosa que una intención qu...
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Picadura `de lo que sea' en el gemelo izquierdo. Estas imágenes que veis en pantalla, desagradables a la vista, se deben a mis a...
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