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20 mayo 2011

EL DILEMA DE VOTAR (IDEAL 20/5/2011)



Me he mojado. A nivel físico e intelectual. De la primera forma lo hice el pasado jueves cuando un auténtico diluvio cayó sobre mi cabeza a lo largo y ancho del entrenamiento de doce kilómetros que realicé ese día. De la segunda, hoy, en el artículo que me publica Ideal que, curiosamente, tiene una teórica coincidente en parte con lo que denuncia el movimiento 15M, si bien es un artículo que lo tenía prácticamente redactado con bastante anterioridad.
Por si no lo hubierais leído en papel, con él os dejo.


EL DILEMA DE VOTAR


Entramos en la primera parte de una sucesión de elecciones que alargará su sombra hasta el año próximo. Y es tan negativa la imagen del sistema de partidos y de los políticos que el ciudadano sensato no sabe si hipotecar el sistema electoral no acudiendo a votar o, por el contrario, afianzar el mismo sistema de partidos que rechaza acudiendo a votar. Es una grave dualidad, un hondo dilema.

En una sociedad democrática avanzada –y suponemos que en ese grupo nos encontramos- el protagonismo de los políticos no debería ser tan pertinaz. Una sociedad democrática avanzada debería de reflejarse en su sociedad civil, en sus universidades, en sus intelectuales, en su avance tecnológico, en el trabajo y en el esfuerzo de la ciudadanía... y, por supuesto, la clase política debería pasar a un segundo plano. O a un tercero.

Pero no pasa a un segundo o tercer plano porque nuestra clase política no es una parte más de nuestra sociedad sino una casta muy diferenciada, retroalimentada en su esencia y sostenida en ese sistema electoral que potencia las listas cerradas y los pactos tácitos y expresos entre partidos. Son ejemplares de una misma especie que porfía por mantener sus privilegios, como cualquier casta orgullosa.

La otra especie, el ciudadano, está harta de comprobar cómo los partidos políticos simulan combatir la corrupción que anida en su seno con acusaciones hacia la de los otros que siempre a sus ojos es más grande y más corrupta si aquí se acepta la redundancia. Y, claro, cabe preguntarse si el tejemaneje de los partidos políticos es algo en sí aislado en nuestra imperfecta sociedad o si, por el contrario, no es más que un reflejo y una síntesis de nuestra forma y modo de interpretar la vida. De hecho, esta segunda tesis no sería demasiado descabellada si observamos la sociedad que nos circunda.

Por ejemplo, que compruebe el hipotético lector cómo se manipula la legalidad a su alrededor. Compruebe y analice –por ejemplo- las últimas reuniones de su comunidad de propietarios y podrá deducir cómo la legalidad casi nunca se cumple y siempre prospera la propuesta o acción ilegal de algún vecino ante el escandaloso silencio de los demás. Compruebe las últimas medidas tomadas en su municipio. O la manipulación de los estatutos en su club, peña, o asociación a la que pertenece. Y si eso es así en pequeñas parcelas de poder qué no ocurrirá en las grandes, sobre todo en esas en las que, además, se entremezclan los asuntos de estado con las artimañas políticas y los intereses económicos.

Es evidente que en nuestra sociedad la ley nace con vocación de incumplimiento, que es una tradición muy latina, pero es muy moderno, muy europeo poseer leyes que regulen cada una de las facetas de la convivencia. Curiosamente, de vez en cuando, algunas de esas normas se cumplen, aunque no en vano ya que casi siempre suele haber algún interés confeso o inconfensable detrás de ese férreo cumplimiento.

Pero debemos de abonarnos al optimismo y no pensar que todo está perdido, de hecho, hay gente honesta que trabaja en la sombra cada día para que las cosas no se deterioren cada vez más. Incluso en los partidos. Incluso en los pequeños territorios de poder diarios. Sin embargo, ese descomunal trabajo en la sombra no es más que la excepción que confirma la regla o tal vez la razón de que aún podamos contarnos entre los pretendidos países democráticos.

20 marzo 2011

DESPIDOS EN EL SECTOR PÚBLICO (IDEAL 20/3/2011)


Bueno, pues damos un cambio radical en esta nueva entrada. Se trata del artículo -que tiene un pronunciado carácter técnico- que hoy, domingo, publico en las páginas de Ideal.
Normalmente, cuando publico un artículo, la marca es mi nombre, pero el de hoy viene acompañada -dado su contenido- por dos datos: formación académica y profesión, ya que se refiere a estos asuntos relacionados con la función pública.
Considero que es un artículo polémico con el que se podrá o no estar de acuerdo, pero espero que no deje indiferentes ni a sirios ni a troyanos.


DESPIDOS EN EL SECTOR PÚBLICO

Algunas noticias poco tranquilizadoras aluden a la posibilidad de despidos en el sector público tras las elecciones municipales del 22-M, algo que está causando alarma en las oficinas públicas de todas las Administraciones. Se alude a despidos de personal laboral, pero este tipo de informaciones si no son precisas pueden crear un desconcierto descomunal porque las relaciones laborales en el sector público no son de fácil comprensión actualmente dada la irrupción de entidades públicas empresariales, agencias, fundaciones, entes instrumentales y otras formas organizativas.

Que existan despidos en el sector público estatal, autonómico y local no debería de provocar sorpresa alguna si se analizan estas cuestiones en su justa medida.

Como se indica más arriba, el sector público no lo integra sólo la Administración Pública General de cada Administración Territorial sino que habría que sumar todas esas formas organizativas antes aludidas, creadas en los últimos años, que cuentan con miles de contratados que no ostentan la condición de empleado público tal y como lo regula el artículo 8 y siguientes del Estatuto Básico del Empleado Público. Por tanto, ese personal contratado, una vez liquidada o adelgazada esa parte del sector público, vería extinguida su relación laboral como cualquier trabajador de cualquier empresa privada. Su adscripción a la Administración Pública no es tal, o al menos, no es la misma que posee el Empleado Público. Se trata de trabajadores contratados al amparo de cualquier forma de contratación prevista en el derecho laboral español cuya regulación básica está contenida en el Estatuto de los Trabajadores y demás legislación complementaria y los respectivos convenios colectivos.

Por tanto, esa especie de "escándalo" que cunde como la pólvora por las oficinas públicas no debería ser tal si se analiza objetivamente, que es lo que pretende este artículo.

Otra cosa distinta es si se anuncia el despido de empleados públicos, algo que exigiría un análisis diferenciado. Éstos, según el artículo 8 del EBEP se clasifican en: Funcionarios de carrera, funcionarios interinos, personal laboral, ya sea fijo, por tiempo indefinido o temporal y personal eventual.

En mi opinión, esta clasificación legal está adulterada en el sentido de que el personal eventual, en puridad, no debería de formar parte de la condición de empleado púbico. De hecho, no es un asunto baladí que la plantilla de personal eventual -y, por tanto, de empleado público- que existe en todas las Administraciones Públicas Territoriales ha ido en aumento con el paso de los años. Pero se ha de saber que este tipo de personal penetra en las oficinas públicas al margen de los principios constitucionales de mérito, capacidad, igualdad y publicidad ya que se trata de una elección discrecional que tienen los órganos de gobierno, que deciden sin atajos cuando y a quién contratar así como cesar, con los límites presupuestarios de la respectiva Administración Pública. Su nombramiento se basa en la confianza y en el asesoramiento especial.

Sin embargo, haciendo abstracción del criterio legal -que no siempre es el criterio más ético- la realidad que se impone es que esta plantilla es excesiva e injustificada. Por tanto, sería muy deseable el adelgazamiento de este tipo de personal ya que, en la mayoría de los casos, ha sido el instrumento utilizado por los partidos políticos para dar cobijo a muchas personas afines.

En cuanto a la polémica que nos ocupa sobre el despido en el sector público, habría que afirmar por tanto que la noticia que ahora circula, en buena lógica, ha de referirse necesariamente a ese tipo de personal contratado que forma parte del sector público externo y en menor medida al personal laboral que forma parte de la Administración Pública General. Y menos que a ninguno se ha de referir al personal laboral fijo que ostenta una condición de estabilidad muy similar al del funcionario de carrera ya que ha superado un concurso, o bien un concurso-oposición, en condiciones de igualdad en un proceso publicado en alguno de los boletines oficiales de las respectivas Administraciones Territoriales. Por tanto, cumple para su ingreso en la Administración Pública con los principios constitucionales de igualdad, mérito, capacidad y publicidad, aunque no existe una relación de permanencia al estar sometidos al régimen laboral y en el plano jurídico teórico se podría prescindir de sus servicios aunque es algo muy improbable.

Cosa distinta sería el caso del personal laboral ya sea indefinido o temporal o el mismo funcionario interino. Estos colectivos han funcionado de manera útil, legal y regular en la función pública moderna, pero no se puede afirmar que en el futuro sea así dado que en un momento histórico cambiante y de crisis como el que atravesamos y, mermándose como están los créditos de personal en todas las Administraciones Públicas, podrían verse perjudicados ya que no ostentan ninguna relación de permanencia ni estabilidad.

Que en el futuro pudiera plantearse la posibilidad de despidos de funcionarios de carrera que, además de cumplir con los principios constitucionales de acceso a la función pública, poseen un nombramiento legal y están vinculados a su Administración Pública por una relación de permanencia regulada por el Derecho Administrativo, en mi opinión, debería de conllevar una reforma del artículo 103.3 de la Constitución española y cambiar, por tanto, nuestro actual régimen legal de función pública.

20 febrero 2011

COINCIDENCIAS LITERARIAS (Ideal, 20/2/2011)

Un asunto que siempre me ha apasionado es el mecanismo creador de Tolkien y esa amistad particular con C.S. Lewis, ambos destinados a escribir algunas de las obras más señeras de la literatura fantástica. Me bastó leer la biografía sobre Tolkien escrita por Carpenter y ver la estupenda película Tierras de Penumbra dedicada a C.S. Lewis para saber que había algo extraordinario en la amistad de aquellos dos hombres y el mecanismo de creación de sus respectivas obras.

A todo eso me refiero en este artículo que publico hoy domingo en la edición de papel del diario Ideal. Espero que os apasione esa historia como a mí me apasionó en su día.

En la historia de la literatura, en ocasiones, se dan coincidencias excepcionales. Lees algunas obras y algo de la vida de sus autores, pero te quedan cabos sueltos, interrogantes sin resolver. Así que un buen día, fruto del azar, obtienes alguna información casual sobre esos autores que te brinda la pieza que necesitabas para montar ese puzle literario inacabado. Y fue eso lo que ocurrió cuando vi por primera vez la película “Tierras de Penumbra”, dirigida en 1993 por Richard Attemboroug y protagonizada brillantemente por Anthony Hopkins y Debra Wringler, que narra la extraordinaria relación tardía del escritor C.S. Lewis y la escritora estadounidense Joy Gresham.

Curiosamente, meses antes, había leído la brillante biografía sobre Tolkien escrita por Humphrey Willianm Carpenter y sobre ésta sobrevolaba en todo momento la sincera amistad entre el autor de “El Señor de los Anillos” y el autor de la saga de “Las Crónicas de Narnia”. Una amistad que fue testigo del complejo proceso de creación de estas dos señeras obras de la literatura fantástica universal y que estaba cimentada sobre la base de las muchas coincidencias literarias y personales que compartían estos dos autores, profesores ambos de la Universidad de Oxford. La fascinación por la mitología nórdica y la lingüística medieval europea fueron elementos fundamentales para fomentar esa amistad, así como un material imprescindible para construir sus respectivas obras.

El halo mítico de las grandes obras universales se extiende también a sus autores, de manera que el conocimiento de la vida de éstos nos revela que detrás de su genio literario está la persona que se sumerge en la cotidianidad con las mismas herramientas que cualquier ser humano, aunque provistos de una mente en constante ebullición, una permanente ventana abierta a la creación. Concretamente, en el caso de Tolkien existió a lo largo de su vida una curiosa y rara simbiosis entre su ordinaria y gris vida académica, principalmente en Oxford, y esa luminosa y compleja imaginación que le llevó a crear mundos oníricos e imaginarios que les inspiraban su peculiar concepción del lenguaje. Esta extraña dualidad resulta fascinante.

De aquella película citada se echa en falta –porque no era su fin- la estrecha relación de C.S. Lewis con Tolkien y tampoco existe una recreación expresa del varonil club de “The Inklings” del que ambos eran miembros fundadores, aunque sí es posible ver en cierta secuencia de la película alguna eventual salida de tono de uno de esos exclusivos miembros cuando C.S. Lewis decide romper su pertinaz soltería. Lógicamente tan sólo se trata de una conjetura personal -porque nada de eso se hace explícito en el film-, pero apostaría mi fe a que ese personaje simbolizado no podía ser otro que el que de manera imaginada representa a Tolkien (o al menos es lo que uno quisiera ver), cuya falta de aceptación del emparejamiento tardío de su amigo está más que documentada y así se puede leer abiertamente en la biografía de Carpenter. Lógicamente, no fue éste el motivo del leve alejamiento tardío entre ambos autores porque por encima de todo existía una sincera amistad, simbolizada en el continuo aliento que se ofrecieron mutuamente para culminar sus respectivas obras, pero está claro que entre dos autores amigos siempre existe cierta dosis de rivalidad literaria e, incluso, hasta pueriles celos, a pesar de que Tolkien y Lewis pudieron disfrutar en vida de un enorme reconocimiento literario.

El paso del tiempo, las sucesivas ediciones e, incluso, el cine han contribuido a que las obras de Tolkien y Lewis acrecienten el halo mítico de éstos, pero detrás de toda esa parafernalia que fabrica la idealización de los autores y sus obras, siempre existirá el lado humano de dos personas desbordadamente creativas que pasaban muchas tardes leyéndose uno a otro sus obras inéditas en alguna de esas tabernas inglesas que ofrecen el recogimiento necesario para la conversación, la amistad y la literatura.

29 enero 2011

COMPAÑEROS DE VIAJE (IDEAL 29/1/2011)


Os dejo con un artículo que he publicado este sábado en Ideal. Tan real como la vida misma. Tras esta entrada, si todo va correctamente, subiré la crónica de la Media Maratón de Almería.

COMPAÑEROS DE VIAJE

Quien se dedica a la política sabe que existen muchos compañeros de viaje. Y también sabe que cada uno de éstos tiene ya su viaje programado.

Cuando alguien se acerca voluntariamente a un partido ya ha medido de alguna manera su ambición personal. Por lo general, los comienzos suelen estar dotados de alguna ambición ideológica, pero esa percepción cambia con el paso del tiempo. En breve, comienza la lucha por el poder interno y al poco se van vislumbrando los cargos públicos a los que se puede optar, quedando siempre ese convencimiento de que por ser militante fiel ha de ser premiado. Y ese premio que se busca, por lo general, va a tener un componente crematístico. Así es el alma humana, que en ocasiones tiene sus honrosas excepciones.

Pero curiosamente, esa fidelidad al partido decae en la misma medida que el partido no ofrece al militante cargos públicos, asunto que se agrava mucho más cuando ese militante fiel ya ha saboreado la miel del cargo. Es entonces cuando el más fiel y abnegado militante, el mejor compañero de viaje, se puede convertir en la mayor pesadilla para el propio partido.

De hecho, asistimos en estos días a un par de casos sonados: el del antiguo ministro del gobierno de Aznar, Francisco Álvarez Cascos, que dolido ante la negación de su partido para que encabece la candidatura a las autonómicas del próximo mes de mayo en Asturias, no sólo se larga dando un sonoro portazo del partido que tantos cargos, fama, poder y dinero le ha dado sino que crea a su vez otro partido político, que necesariamente habrá de ser fraticida. Algo similar, aunque en menor escala, ocurre con el que otrora fuera uno de los alcaldes más populares de Granada, Gabriel Díaz Berbel, que dolido porque el partido ya no cuenta con él, amenaza con irse y -quién sabe- si crear otro partido.

Casos como éstos abundan a lo largo y ancho de nuestro país y en todos los partidos, pero existen otras opciones mucho más crematísticas y con final feliz que también hemos conocido en estos días. Por ejemplo, el caso de los millonarios empleos conseguidos por los dos líderes más importantes que han tenido los dos principales partidos de este país, el PSOE y el PP. González y Aznar, tan enemigos en su momento, ahora se dan la mano en asuntos similares: asesorar a grandes empresas a cambio de grandes emolumentos y asesorar personalmente a grandes líderes políticos y grandes millonarios, tareas todas muy rentables y que premian con creces esa fidelidad partidista, que es una opción totalmente contraria a la anterior.

Por tanto, que a nadie le quepa duda que acercarse a un partido y saber navegar en él es una idea ventajosa y de futuro, que en ocasiones trasciende a más de una generación, lo que convierte la fiel militancia en algo muy similar a fabricarse un buen porvenir para sí mismo y para los descendientes, acción que ya pusieron en práctica con éxito los antiguos romanos y que, al parecer, sigue vigente.

28 octubre 2010

RECURSOS PÚBLICOS (Publicado en Ideal el 28/10/2010)


Amigos-as, hoy he vuelto a escribir en Ideal. En esta ocasión me refiero a los recursos públicos, que parecen inagotables, pero que no lo son. Caen servicios públicos, cae poco a poco el estado de bienestar ¿Se gasta mal? ¿Somos demasiados demandantes? ¿Hay demasiadas prebendas y privilegios en los que gastar el dinero? Interrogantes que me hice a la hora de escribir el artículo. Yo creo que es interesante o al menos abre una línea de reflexión y opinión, que es lo importante.
Os dejo con el artículo por si no habéis tenido ocasión de leerlo en papel -algo que completamente lógico en el caso de que no viváis en Granada-.

RECURSOS PÚBLICOS



Acostumbrados como estamos a considerar que el dinero público es ilimitado no nos hemos detenido a pensar que todos los recursos económicos por su propia naturaleza siempre son limitados.

Hasta ahora conocíamos que una empresa cae en picado si los ingresos son menores que los gastos. Pero no habíamos reparado en que ese mismo mecanismo también rige en el sector público aunque el resultado final no sea la quiebra técnica porque se supone que prima el interés general y porque es fundamental mantener la mayoría de los servicios públicos aunque sean deficitarios, pero esa acción cada vez será más insostenible si no se cambian algunas cosas.

No hay costumbre de cerrar estados, comunidades o ayuntamientos, pero en los últimos años hemos asistido a la quiebra económica de algunos de los primeros, como han sido los casos de Argentina e Islandia y últimamente asistimos a la de Grecia, país miembro de la Unión Europea y de la zona Euro, que en una economía tan globalizada afecta a todos sus socios monetarios y preocupa a los que no lo son. Es una especie de efecto mariposa económico. En esa lista negra, en una deshonrosa cuarta posición –tras Portugal e Irlanda-, al parecer, se encuentra España, que además es el país de la Unión Europea que destruye más empleo. Se trata de estados que, sencillamente, gastan más que ingresan y necesitan emitir cada vez más deuda o devolverla con más interés porcentual. Son las tiranías del mercado.

Sin salir de nuestro entorno estatal, hemos conocido en los últimos meses la inviabilidad económica de pequeños y grandes ayuntamientos. De hecho uno de ellos, el de Jerez de la Frontera, intentó montar un expediente de regulación de empleo, mecanismo legal tan sólo previsto para el sector privado, y hace unos días el Ayuntamiento de Granada ha planteado a la empresa concesionaria del servicio de limpieza y recogida de basura la reducción de doscientos puestos de trabajo para que pueda seguir siendo viable dicho contrato, e incluso se plantea la privatización total de algunas líneas de autobús urbano. Pero mucho más preocupante es la reestructuración que quiere llevar a cabo la Junta de Andalucía, aunque a ésta habrá que dedicarle un espacio propio. Por tanto, no ha de resultar extraño que cada vez sea más frecuente asistir a clausuras de servicios públicos supuestamente deficitarios, conllevando esta acción una marcada matización del estado de bienestar previsto en la Constitución de 1978 y de camino un intenso debate.

El mayor déficit en las cuentas públicas ha coincidido con la menor recaudación impositiva derivada de la crisis. De todos es conocido que en época del ladrillo todas las Administraciones Públicas han obtenido beneficios económicos importantes derivados de los jugosos impuestos aplicados y que ante tan apetitosos recursos económicos no debe de extrañar que no haya existido el suficiente celo institucional para asumir el control sobre determinadas construcciones, sin que sean necesarias matizar las consecuencias que todo esto ha tenido sobre la corrupción, porque sobre ese asunto ya podrá imaginar el hipotético lector todo lo imaginable y hasta lo inimaginable.

Ante el panorama que se presenta, en mi desautorizada opinión, la solución que barajan los estados, las autonomías y los ayuntamientos no debe ser la despiadada subida de impuestos que casi roce con la confiscación, sino la mejor racionalización del gasto público como haría cualquier modesto hogar solvente y honrado y un control judicial severo de prebendas y privilegios ya que ese control no se puede confiar a quien los disfruta.

14 octubre 2010

UNA TRISTE HISTORIA DE UN PAÍS (PUBLICADO EN IDEAL EL 14/10/2010




En estos últimos días estoy leyendo historias reales de gente real que cuenta su desesperación ante la falta y perspectiva de empleo en este país. Pero lo sangrante es que se trata de gente joven, con no más de treinta y cinco años y con muchos títulos y másteres en sus currículos. Gente que siguiendo el consejo de sus mayores han estudiado para ser algo o tener algo en la vida y que ahora comprueban cómo ser algo o tener algo en la vida no depende de esos títulos, luego, ¿de qué depende?
Triste este país que gasta fortunas en formación y luego no recoge esos frutos, dejando en la cuneta a cada vez más gente, mientras que inefables figuras políticas con juventud y modesta formación copan grandes puestos de responsabilidad por el sólo hecho de pertenecer a una casta política determinada.
Por su parte, las grandes fortunas (de misteriosa formación muchas de ellas) envían a sus retoños a estudiar a ilustrísimas universidades internacionales de las que saldrán con un empleo bien remunerado, además de con un título prestigioso bajo el brazo; y sí fallara esa opción siempre estará la fortuna de papá para apoyar sus proyectos de futuro si es que los hay. Por su parte, los retoños del pueblo llano, ése que ha pagado impuestos hasta la saciedad a las arcas públicas de este país, tan sólo podrán optar como máximo a un mísero sueldo de menos de mil euros (muchos ya sueñan con ser mileuristas) en el mejor de los casos y en el peor a vegetar de empresa en empresa a la espera de que algún empresario sin alma o ahogado por las deudas les explote hasta la saciedad mientras el gobierno mira hacia otro lado u orgulloso de crea empleo.
Y ese triste panorama se completará con millones de inmigrantes que llaman a nuestras puertas pensando aún que es aquí dónde está la tierra prometida porque nadie les ha explicado aún que ya no hay ni para propios ni para extraños. De todas formas se quedarán porque siempre tendrán más opciones y ayudas sociales que en sus respectivos países de origen, lugares donde la podredumbre, la negación de la vida y la falta de esperanza hace tiempo que se convirtieron en sus símbolos nacionales.
Así que el gobierno se pondrá a pensar. Si es un gobierno como el actual, sin norte alguno, buscará recursos de los únicos que lo pueden aportar: la cada vez más subyugada mano de obra existente en este país, siendo el grupo predilecto el de los funcionarios, que disponen de estipendios mensuales asegurados, míseros en la mayoría de los casos; en segundo lugar, habrá que hincar el diente a pequeños empresarios y autónomos que necesitan treinta horas diarias para sacar su empresa adelante; y acabarán por negar su merecida pensión a esos que durante muchos lustros aportaron sin rechistar, pero jamás serán tocadas las grandes fortunas por miedo a que se escapen a otros paraísos en los que nunca se pone el sol ni a la casta dirigente, que tiempo ha blindaron con leyes vergonzosas sus prebendas y patrimonios.
Y como resulta que aquéllos que se ponen por bandera otros colores e insignias saben que no hay futuro en este diezmado país, puestos a hundir el barco, ya de por sí muy hundido, saquean y se apoderan con la connivencia del capitán del barco hundido que, débil como un pájaro, busca el apoyo imposible justo a quienes le saquean.


Mientras tanto, el país sigue pendiente de princesas del pueblo y otras más reales y del efecto que adquiere un objeto de cuero cuando se dirige a una rara geometría compuesta de tres palos porque puestos a narcotizarnos de forma gratuita -ya que las otras formas de narcotizarse suele costar caro- nada mejor que utilizar el mando del tubo catódico y esperar no más de media hora.
Lo aquí escrito podría parecer una historia triste y exagerada pero se parece demasiado a la realidad como para que sea ficción.

11 julio 2010

EL FÚTBOL COMO CATARSIS, Publicado en Ideal el 11/07-2010 (Día de la finalísima)


Nada había escrito sobre el mundial, sobre el fútbol, hasta ahora. Así que me animé a escribir un artículo para Ideal, abordando el éxito de España en este mundial de una forma diferente. Otra óptica que podría sugerir otra forma de ver las cosas.

Un artículo que es probable que quienes viváis por esta zona hayáis visto publicado esta mañana en la edición de papel de Ideal. Si no es así, os lo reproduzco. A ver qué os parece.


Que la selección española -todas las selecciones, en sus respectivos países- cause esa histeria colectiva cuando juega, pero principalmente cuando gana, ha de tener una explicación para los sociológicos y los estudiosos del comportamiento humano.

Uno lo intenta ver desde sus modestos conocimientos sociológicos aportados por una asignatura en la carrera, pero no alcanza a ver qué es lo que provoca en casi todos nosotros esa alegría inmensa que sentimos cuando un balón penetra en la portería rival.

Nos familiarizamos con los jugadores hasta el punto de parecer que son amigos o parientes nuestros, personas que se sientan cada noche en nuestra mesa a cenar con nosotros. Nos caen bien como jamás nos caerán otros ricos, aunque no nos caigan tan bien muchos de sus dirigentes, que en su mayoría no son más que advenedizos que se lucran incesantemente de forma prepotente e interesada.

Es más, cada uno de nosotros nos convertimos en un seleccionador más e intentamos corregir a Vicente del Bosque en sus alineaciones y tácticas y nos enfadamos cuando no sienta a Torres en el banquillo.

En síntesis, estamos tan conectados con la denominada "roja" que por unos días ha ocupado la atención de nuestros días, por encima de otros problemas menos prosaicos.

El fútbol produce una catarsis en las personas. Nos transforma y va más allá de ser un mero deporte. Durante unos días nos olvidamos de nuestros propios problemas personales, de los problemas económicos que atraviesan nuestras vidas y el país entero; nos olvidamos de los malos rollos laborales y, en determinados casos, nos olvidamos incluso de nuestras inquinas personales hacia nuestros semejantes. En una palabra, hacemos una piña. Y, lo que es más curioso, nos sentimos integrantes de un país, algo ya tan denostado en la España de las Autonomías.

Por eso y por otros efectos a todos nos interesa que haya fútbol, que el mundial no acabe nunca y que España juegue la final del Mundial de Sudáfrica.

Eso lo saben los políticos y los poderosos sociales y económicos, que contemplan desde su baranda como todo un pueblo al que se le está haciendo culpable de todos sus tejemanejes se vuelve más controlable y actúa de manera eficaz el antídoto de la amnesia colectiva.

Será por eso por lo que ahora muchos, desde sus sillones de piel y sus suntuosos despachos, se frotan las manos y se dan palmadas unos a otros en la espalda. Porque no olvidemos que mientras nosotros, el pueblo, estamos celebrando la victoria de España en las calles y en las plazas sin percibir un céntimo por ello ellos siguen pensando en cómo aplicar medidas coercitivas que ajusten cada vez más las pobres vidas de sus súbditos.

Sin embargo, a estas alturas uno se pregunta si el fútbol, en esta ocasión, no haya cumplido eficazmente su función, si esa catarsis y esa amnesia colectiva sufrida no haya podido llegar en un momento idóneo para desterrar de nuestras vidas esa pesadilla diaria que suponía conocer con cuentagotas esas medidas económicas restrictivas que siempre se ceban con la gente del pueblo. Una oportunidad única para perder de vista por unos días la mentiras de los políticos, la demagogia sindical y el cinismo de los responsables empresariales.

16 junio 2010

HAY ALGO QUE NO ES COMO ME DICEN EN LA FUNCIÓN PÚBLICA (PUBLICADO EN IDEAL EL 16/06/2010)


Un poco cansado de escuchar memeces en tertulias y otros lugares nefandos acerca de la Función Pública, decidí escribir este artículo que hoy publica Ideal. Un artículo que sé que es largo -he superado en 80 palabras lo que nos indica Ideal-, pero que a nadie dejará indiferente. Como dice el título, se trata de Función Pública. Lo dejo a vuestra consideración.

HAY ALGO QUE NO ES COMO ME DICEN EN LA FUNCIÓN PÚBLICA

Horas antes –metafóricamente hablando- de que el Presidente del gobierno español anunciara, entre otras, el recorte del sueldo de los empleados públicos españoles, gran parte de la propaganda mediática afín y alguna no afín ya habían llevado a cabo su trabajo de desgaste con un notable alto de media y en algunos casos con sobresaliente.

Sin embargo, pocos o ninguno de éstos se refirieron a datos veraces ni se preocuparon de consultar los datos oficiales sobre este sector, que están a golpe de ratón de cualquier ordenador desvencijado con cutre conexión a Internet.

Todos o casi todos comenzaban sus arengas favorables a recortar y, en algunos casos, hasta lapidar a la función pública, confundiendo y tergiversando los conceptos. Hablaban o escribían de funcionarios públicos cuando lo correcto hubiera sido hablar o escribir de empleados públicos, porque se ha de saber que si bien todos los funcionarios públicos son empleados públicos, no todos los empleados públicos son funcionarios. Basta con consultar el artículo ocho del Estatuto Básico del Empleado Público para comprobarlo, pero ni en eso se molestaron.

Y, claro, con esa información distorsionada y con esas premisas la desinformación – en una sociedad ya de por sí desinformada – fue escandalosa, provocando que las hordas envidiosas de este país se lanzaran hacia un colectivo, que según el último boletín estadístico del personal al servicio de las Administraciones Públicas con datos de julio de 2009 y publicado en diciembre de ese mismo año, engloba a un total de 2.659.010 empleados públicos en el conjunto de las tres administraciones territoriales y las universidades públicas inscritos en el Registro Central de Personal, a los que habría que sumar algunos cientos de miles más no inscritos en este Registro Central, tales como funcionarios retribuidos por arancel, reservistas de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y Fuerzas Armadas y algún que otro colectivo de importancia numérica menor.

Y resulta que la radiografía real de ese personal al servicio de las distintas Administraciones Públicas no es ni de lejos la demagógicamente planteada por toda esa propaganda, que los resumía básicamente en torno a la idea aproximada de que son funcionarios quienes no teniendo nada que hacer ni interés alguno se pasan parte de la mañana desayunando en el bar de la esquina sabedores de su empleo y sueldo fijo. Es decir, unos egocéntricos que observando cómo el país se va a pique siguen leyendo plácidamente la prensa deportiva.

Esa desinformación está haciendo mucho daño a este colectivo de casi tres millones de personas y por añadidura a los servicios públicos en general, esos que siguen funcionando cuando el político que los dirige ya dormita su jubilación en un consejo de administración de alguna multinacional o disfrutando de una pensión pública "chavesniana" o "solbesiana".

Pero siendo grave toda esa desinformación, mucho más lo es el eco que ha producido, de manera que es común toparse con debates de taberna y de mercado en el que las ciudadanas y ciudadanos creyendo ya conocerlo todo, porque han visto una tertulia o han leído un titular, se enfurecen porque esa panda da vagos y vagas cobran del Estado y están todo el día en la cafetería ("que lo que yo te diga, que lo han dicho en una tertulia"), sin reparar en que la gran mayoría de éstos parásitos (y parásitas) educan a sus hijos y cuidan por su salud, mientras que el resto cuidan a sus mayores, velan por su seguridad, aplican y gestionan justicia o se encargan de todo el papeleo que eso conlleva. Además, barren sus calles, agilizan pensiones y subvenciones, gestionan impuestos y encierran en la cárcel a pederastas y asesinos o procuran que el terrorismo internacional no aterrice en la puerta de su casa atajándolo en sus países de origen, allá por territorios ignotos y de sol rabioso.

E, incluso, probablemente no sepan que la gran mayoría de esos “golfos y golfas” se sacrificó en su día opositando, mientras que otros -o tal vez ellos mismos- especulaban en la economía sumergida o solicitaban subvenciones imposibles.

Probablemente tampoco se sepa que, como más arriba indicaba, existe un sector, los llamados empleados públicos eventuales, que engrosan esa nómina por el simple hecho de que algún cargo público les reclamó en algún momento basándose en una perentoria confianza o asesoramiento especial y que sin duda ha servido para –aunque no sólo para eso- darle una opción a compañeros del partido con poca fortuna laboral y, efectivamente, esos no han opositado jamás para ese puesto. Y que existe otro sector minoritario que sin afearle su legítimo mérito en el acceso al empleo público optaron desde el principio por estar cerca de aquel que paga y administra, porque paga bien y administra mal, al tiempo que de esa forma tan serpenteante evitan convertirse en mileuristas como lo son más del ochenta por ciento de sus colegas sufrientes, aunque eso sí, su alto precio les hace convertirse en títeres del poder.

De manera que cuando se emplea sin control el término funcionario público - hace tiempo ya convertido en peyorativo-, sin conocer o, lo que es más grave, ignorando estos supuestos, cuando tener un empleo fijo – que tampoco es el caso de todos los empleados públicos- se convierte en una herejía en este cainita país, ya se están dando las condiciones idóneas no sólo para un recorte salarial sino para una futura lapidación de lo único estable y sólido de este surrealista país, gobernado por un desnortado gobierno que estando obligado por sus socios europeos a eliminar la temporalidad en el mercado de trabajo intenta bombardear el sector público que debería de tener como señas de identidad una férrea estabilidad institucional ajena a cambios políticos y una mayor profesionalización del empleo público que a la larga redunda en un beneficio para todos (y para todas).

23 mayo 2010

MURAKAMI EN LA ORILLA (IDEAL 23/5/2010)


Tras leer el libro de Murakami y hacer aquí una crítica, y a pesar de reconocer que el libro bajaba de nivel en su segunda mitad, es tan grata la publicación de este libro y tan común entre nosotros, los corredores, el lenguaje del novelista y corredor japonés, que no pude resistirme a escribir algo sobre la relación entre el correr y el escribir, según me inspiró la obra de Murakami.

Así que decidí enviar un artículo a Ideal, que ha salido publicado hoy domingo.

Si no habéis tenido oportunidad de leerlo, tal y como ha hecho y comunicado mi amigo y Álter, Jesús Lens, os lo pongo en esta entrada, esperando que disfrutéis con él, tanto como yo disfruté escribiéndolo.

El título, como habréis podido comprobar, parafrasea una de las obras más famosa del autor: "Kafka en la orilla".

Os dejo con el artículo:


MURAKAMI EN LA ORILLA


Sabíamos hasta ahora que el novelista japonés escribía de un mundo solitario, onírico y surrealista, algo parecido a lo que identificamos con un mundo interior, que más veces de las necesarias busca las fisuras que le permitan mirar y salir al exterior, por no decir que, en ocasiones, ese mundo interior se escapa sin permiso y busca a plena luz lo que imaginariamente intuye que existe.

Tal vez por eso el escritor japonés corre a diario y participa en maratones al menos una vez al año. Y así nos lo ha contado en su último libro, "De qué hablo cuando hablo de correr", parafraseando la obra de su admirado y traducido Raymond Carver ("De qué hablamos cuando hablamos de amor").

Y quienes gustamos de la obra de Murakami, e igualmente nos subyuga esa tarea física y mental que consiste en calzar unas zapatillas técnicas y acumular kilómetros sin más, esperábamos desde hace tiempo -porque desde hace tiempo lo sabíamos- que el escritor corredor -o viceversa- nos informara desde sus altos palacios literarios de el qué y el cómo del correr literario, que aunque jamás lo haya dicho de esa manera, es la forma de correr que concibe. De hecho, las grandes distancias para Haruki no son más que el ensayo mental y físico que le preparan para adentrarse en las grandes distancias literarias. No parece concebir el hecho de escribir como algo aislado del hecho de correr.

Pero ¿qué nos ha aportado Murakami sobre la literatura y su relación con el correr? Probablemente lo que ya intuíamos cuando leíamos sus obras: que escribir y correr pueden ser mundos ajenos en el mundo real, en el mundo exterior, pero quizá no tanto en el mundo irreal, en el mundo interior. Dos mundos que comparten muchas de esas cosas que se experimentan corriendo o se experimentan escribiendo: lo onírico, lo irreal, lo solitario, la incertidumbre, el miedo, el fracaso. Demasiadas cosas en común para no pensar que en algún momento debieron de partir de un mismo punto; demasiadas cosas para no pensar que son facetas que pueden ir cómodas de la mano aunque no siempre vayan ni parezcan necesitarse.

Está demostrado que un corredor de fondo se adentra en parajes solitarios, que corre en soledad, que se funde con el paisaje y que es probable que su mundo onírico e interior sea el que conduzca sus pasos y que en su trote diario esté escribiendo ya, en su interior, su obra.

El mérito de Murakami es haber captado el sentido de todo esto y haberlo relatado en una novela-ensayo que tenía en mente desde hacía diez años.

28 abril 2010

LAS VÍAS DE LA CORRUPCIÓN (IDEAL 28/04/2010)


Ya había escrito sobre la corrupción en un artículo anterior, pero me apetecía volver a hacerlo. Así que en la edición papel de Ideal de hoy publico un artículo sobre algunas de las posibles vías de que pueden nutrirse algunas de las formas corruptas que asolan nuestro país.
Si no habéis tenido oportunidad de leerlo -y mucho no podréis si tenéis vuestra residencia en otra provincia- os lo dejo aquí para vuestra consideración.
Me ha gustado el simbolismo que ha dibujado Ferrero en mi artículo: una manzana podrida con gusano. Así que emulo el mismo símbolo, en versión propia.


LAS VÍAS DE LA CORRUPCIÓN

Pongamos que un cargo público es invitado por un tipo desconocido a tomar un café. Ese tipo, muy amable, bien vestido y con mucho trabajo zalamero a sus espaldas, se presenta como representante de cual o tal empresa que se dedica a cual o tal cosa y le dice que le gustaría poder trabajar para ese ayuntamiento, para esa comunidad, para ese ministerio. Consecuentemente el cargo público debería indicarle el procedimiento legal a seguir acerca de las licitaciones abiertas pero no lo hace, por lo que ese tipo sabedor de esas debilidades le comenta distraídamente a ese representante público que conoce tal o cual restaurante que ponen un solomillo ibérico a la brasa que no hay manera de resistirse a su sabor. Ese cargo público justo en ese momento debería tomar una decisión porque aunque no lo sepa –pero si lo sospecha- aceptando esa invitación está aceptando o al menos no está rechazando un previsible futuro compuesto de cientos de corruptelas por venir que continuarán con regalos para él y sus seres queridos y culminará con dinero, mucho dinero para él y probablemente también para su partido.
Y cargo público no valorará como ilegal la aceptación de todas esas prebendas porque no existe o no conoce ninguna norma que le impida recibir regalos de un tercero y porque esos regalos -así se lo ha dicho ese tipo- son puras liberalidades, que "nada tienen que ver con que yo pueda trabajar con vosotros o no", resultando que a estas alturas -lo habrá advertido el atento lector- ya le habla de tú.
Pero curiosa, misteriosa o legalmente la empresa de ese tipo acaba adjudicándose una parte importante de los contratos públicos que licita ese ayuntamiento, esa comunidad, ese ministerio. Y nadie duda que -en principio- esos contratos estén adjudicados con criterios legales escrupulosos cumpliendo cada uno de los artículos de la farragosa Ley de Contratos del Sector Público, por lo que ahora es el momento adecuado de hacerse unas cuantas preguntas: ¿si la empresa de ese tipo estaba dispuesta a cumplir al pie de la letra la legalidad vigente, a qué vienen esos regalos? Respuesta probable: porque podría entenderse como probable que fallara el mecanismo legal. Otra pregunta: ¿sabía ese tipo que existen contratos que prácticamente pueden ser adjudicados a dedo si no superan determinada cantidad de gasto? Respuesta probable: sí, lo sabía perfectamente, por lo que el asunto de los regalos en esos casos tenían mucho más sentido.
Se produzca una opción u otra la acción consistente en la liberalidad de regalar siempre será un apoyo. Y está claro que este tipo de cosas siempre han sido y así serán si nuevas normas no lo remedian. Pero pocas normas podrán remediar que un cargo público acepte una invitación de otra persona, circunstancia ésta que sin otras adherencias podría no significar nada.
Lo que arriba se describe es una hipotética vía que puede conducir peligrosamente hacía la corrupción pero no es la única, por supuesto. Quizá ésta sea la más sutil, la menos aparentemente perniciosa en su origen, mientras que las otras vías conllevan otros mecanismos más sofisticados y cuentan con muchos elementos que, como si de un rompecabezas se tratará, acaban encajando porque están diseñados para que encajen.
Esas otras vías van desde la creación de empresas específicas aledañas a círculos del poder dotadas de unos mecanismos sofisticados que posibilitan corromper al cargo público sin apenas error, porque existe toda una ingeniería financiera, toda un miríada de mecanismos y vacíos legales que nuestro imperfecto sistema jurídico no detecta a tiempo o sencillamente no puede detectar, hasta mecanismos que no responden a un esquema fijo pero que tienen como fin último sacar provecho de la administración y comprar voluntades y decisiones, constituyéndose empresas ficticias que al margen de las relaciones con las administraciones públicas no tienen actividad empresarial conocida.
En la otra cara de esa moneda traidora están los políticos -pieza fundamental en el mapa de la corrupción- y todo ese mecanismo del que disponen los partidos para elegirlos. Aquéllos antes de ser políticos son ciudadanos corrientes, gente de la calle que a lo largo de su existencia ha ido formándose una idea de una sociedad culturalmente instalada en la corrupción, muy activa en pequeñas prebendas que van desde las básicas ilegalidades que todos los ciudadanos cometemos a diario hasta la permanente obsesión por engañar como finalidad vital única. Pequeñas corruptelas que comienzan en la más inocente infancia desde el mismo momento que el individuo le arrebata la comida a su hermano pequeño o miente con pequeños engaños a sus padres. Luego ese individuo en la escuela procura seguir engañando por lo que se las ingenia para copiarse en los exámenes y de ese modo asegurarse el éxito y evitar el esfuerzo y una vez acabada su formación abriga la posibilidad de obtener una plaza pública a través de la intervención de algún conocido poderoso. Probablemente, intentará comprar un piso pagando la mayor parte posible de la cantidad total en dinero negro para después revenderlo por el doble de lo que costó al margen del fisco y una vez elegido presidente de su comunidad de propietarios buscará acuerdos y realizará actuaciones que esconderán siempre un interés particular y no colectivo. De manera que cuando ese individuo sea elegido para concejal, para consejero, para ministro o para otro cargo ya habrá andado la mayor parte del camino hacia la corrupción. Y probablemente desde el mismo momento que acepta ese café de ese tipo desconocido bien vestido, desde ese mismo momento ya barrunta que se presenta una gran oportunidad.

23 marzo 2010

ARTÍCULO IDEAL (23/3/2010)


En periodos de crisis como el actual los empleados públicos están de moda a su pesar. Se convierten en objeto de deseo y odio al mismo tiempo. Por lo que parece unánime la idea que metiendo en vereda a este colectivo la crisis se arregla. Es decir, menos empleados públicos menos gasto público. Solucionado. Es algo que parece estar en el subconsciente colectivo. Y si no lo está ya se las arreglan políticos y tertulianos sesudos para que esté.

Sin embargo -aunque englobado en el colectivo estoy- no seré yo el defensor a ultranza de todo ese amplio contingente porque es inmenso, variado, complejo, contradictorio y hasta indefendible en determinados casos (¿la autocrítica es políticamente correcta?). Es decir, que el corporativismo no está inscrito en los genes de este colectivo global, aunque sí existe en determinados cuerpos y grupos.

Pero resulta que, además, en nuestro país la diversidad administrativa dimanante de las tres administraciones territoriales e institucionales que penden de éstas hace aún más compleja la relación laboral de esos más de tres millones de empleados que prestan sus servicios profesionales en las distintas administraciones públicas, y que el concepto genérico funcionario ya resulta demasiado corto para nombrar a los cuatro tipos de empleados públicos: funcionarios de carrera, funcionarios interinos, personal laboral –ya sea fijo, por tiempo indefinido o temporal- y personal eventual, que son las denominaciones jurídicas que utiliza el nuevo Estatuto Básico del Empleado Público promulgado en 2007.

Esa complejidad, además, se ve reforzada por el excesivo volumen de precariedad existente protagonizada por interinidades –algunas de ellas perpetuas como las nieves del Kilimanjaro-, y la cada vez más preocupante existencia de personal eventual, cuyos titulares no tienen ninguna relación permanente con las distintas administraciones públicas en las que prestan sus servicios sino que dependen del cargo que les nombra basándose en una relación de confianza o asesoramiento especial y que es el tipo más venerado por los políticos, por manipulable, por intercambiable.

Pero por si el atento lector no lo sabe, hay que decir que la mayoría de los empleados públicos es de clase plebeya. Una ingente paria pública que no suele ver muchos dígitos a final de mes. Se trata de gente que, por su estabilidad retributiva, son apreciados sobremanera por las distintas haciendas públicas, bancos y aseguradoras, pero no tanto por sus empleadores.

Es más, por si tampoco se sabe, la clase política nada tiene que ver con la funcionarial, en sentido genérico, aunque sí existe una inconfesable clase funcionarial política. O viceversa.

No sabemos con exactitud por qué será, pero cuando se habla de empleado público (funcionario en vox populi) en el ideario común se piensa inmediatamente en un chupatintas, cómodamente sentado en una mesa y disponiendo de mucho tiempo libre, que es una imagen muy retratada desde aquellos artículos costumbristas de Mariano José de Larra y actualmente en las viñetas del genial Forges y que es algo muy alejado de la realidad actual, porque es empleado público el juez y lo es el barrendero de su pueblo, el general del Yak-42 y el ordenanza que renueva el agua de los oradores parlamentarios, que en más ocasiones de las necesarias no la necesitan. Y, claro, la complejidad viene dada por la dificultad de meter en un mismo saco a tan dispares colectivos.

En definitiva que falta información y la poca que hay está más en la órbita de la contaminación que de la información misma. Una contaminación que a la clase política le ha venido siempre muy bien si no es que ha sido propiciada por ella misma desde el día en el que decidió que la Administración Pública –con mayúsculas, como concepto- debía de estar al servicio del poder político y no al contrario. Desde ese día se fue difuminando esa línea funcionarial para convertirse en uno de los más útiles instrumentos de esa clase política provocando que el Estado de Derecho, que consagra con letras de oro nuestra Constitución, en más ocasiones de las aconsejadas deje de ser creíble ante la alta politización de la Administración, que también está ya contaminando al Poder Judicial.

Se tuvo la posibilidad de construir a principios de los ochenta -recién promulgada la Constitución de 1978- una Administración moderna y profesional, pero inmediatamente la clase política olisqueó la magnífica oportunidad que se le presentaba de utilizarla y adaptarla a sus intereses. Y con el paso de los años esa politización ha ido a más y pocos puestos públicos de importancia escapan hoy al control político y los que escapan lo hacen porque no tienen importancia.

Pero es que además, la irrupción de las denominadas genéricamente empresas públicas está creando una Administración paralela mucho menos garantista y mucho menos controlable en el ámbito presupuestario y que está sirviendo en muchos casos de cementerio de elefantes de políticos venidos a menos o sin oficio conocido más allá de la política, al tiempo que en la mayoría de las ocasiones se usurpan las funciones que deberían ser asumidas por los empleados públicos permanentes (de hecho, la mayoría de ese personal que trabaja en esas empresas públicas, por lo general, es personal contratado, ajeno a esa tipología de empleados públicos antes referida). Y, claro, ante este panorama difícilmente se puede montar una Administración profesional y creíble.

Por otro lado, nadie ignora que las distintas administraciones públicas necesitan cierta ordenación de los recursos humanos que evite esa surrealista desigualdad de tareas existente, pero para llevarla a cabo los distintos gobiernos que dirigen las distintas administraciones públicas tienen que, primero: tener voluntad política de construir una Administración moderna y eficaz y adaptarla a los nuevos tiempos; segundo: no rasgarse las vestiduras por la necesaria eliminación de altos cargos que esa ordenación conllevaría; tercero: despolitizar definitivamente la Administración Pública para que ésta sea más profesional e independiente del poder político.

Y mucho me temo que pedir que se lleven a cabo esas reformas en España, quizá, sea una petición utópica.

17 febrero 2010

PEDIR AUSTERIDAD (IDEAL 17/02/2010)


Bajo el título "Pedir austeridad" publico hoy un artículo en Ideal. Pensé en escribir el artículo tras escuchar unas palabras al ministro de Fomento a cuento del mayúsculo cabreo que tenía por lo que cobran los controladores aéreos (¿le indigna en realidad su sueldo o que cobren más que él? Nunca se sabrá). A ver qué os parece.


Pedir austeridad a los españoles. Frase muy utilizada en estas fechas tan alejadas de esos años dorados de constructores y banqueros. Y, curiosamente, al escuchar esa frase interpreto más una orden que una amable petición de nuestros patricios salvapatrias. Y también interpreto, o al menos intuyo, que con esa frase se dirigen a esa masa anónima y amorfa que trabaja y paga impuestos (excluyamos por tanto a toda esa masa amorfa y anónima que ni trabaja ni paga impuestos). Deduzco que tampoco hay que meter en esa infame masa a quienes jamás se les exige nada, a ese colectivo de elegidos y alumbrados, que lejos de exigírseles, al contrario, son ayudados, aupados.

Como lo han sido los banqueros y grandes empresarios justo en el momento que se disponían a dejar su imperio caído a la deriva. A abandonar el barco, a pesar de ser los capitanes.

Porque para pedir austeridad a los españoles no es necesario que ésta sea voluntaria –pocas austeridades lo son- sino inducida, forzada ¿Cómo? Muy fácil: eliminando los cuatrocientos euros de subvención vía IRPF, incrementando los años para acceder a la jubilación, convirtiéndonos en operarios carcamales, por no hablar de los nulos incrementos retributivos o la subida del IVA que nos espera para el mes de julio. Pedimos austeridad a los españoles. Es la frase de moda.

La pronunció el ministro de Fomento a cuento del asunto de los controladores aéreos (no es legítimo que cobren tanto, mientras al resto de los españoles se les exige austeridad, o algo así dijo). De manera que mientras decía aquello yo me imaginaba que el ministro se imaginaba al mismo tiempo una beatífica sonrisa en nuestros rostros humildes y cetrinos.

Pero también lo dice el Presidente del Gobierno en los foros internacionales y en reuniones de oraciones laicas (nueva acuñación lingüística, junto a la de alianza de las civilizaciones), allá donde se le invita. Pero no dice: españoles, ni nos define como: austeros, sino como jornaleros, término que en sí mismo encierra austeridad a borbotones y nos deja indefensos ante al mísero jornal del dueño del cortijo.

Pero puestos a pedir austeridad, también se enganchan a esa moda los enormes empresarios, algo que suena como una especie de petición redundante, casi grosera. Austeridad como argumento para no negociar subidas, para renunciar a mejoras sociales o para no permanecer en la empresa más tiempo que el preciso, que pedido de esa manera pareciera que el insolidario, el derrochador, el manirroto es el trabajador, que al mismo tiempo es el ciudadano incomprensivo y egoísta, que observando cómo su gobierno se va a la deriva precipita aún más la caída y hace amago de negarse a que la enorme mano de ese leviatán ya no entre más en su escuálida saca. Egoístas y malos ciudadanos a todas luces que no están dispuestos a retrasar su jubilación por el bien de la colectividad, que a estas alturas uno ya no sabe qué o quién es. Algo parecido a esa prestación personal que aún está legislada en algunas leyes locales y que puede ser exigida por las autoridades.

Y si el ciudadano de a pie optara por no ser solidario que se atenga a las siguientes consecuencias: más pobreza, más paro, más impuestos, menos jubilación. Es decir, que siempre se llegará a la misma solución en esa inaudita espiral.

Que no se diga que no fuimos advertidos.

18 diciembre 2009

COMIDAS NAVIDEÑAS (IDEAL 18/12/2009)


Hoy, quienes hayáis tenido ocasión de leer la edición impresa del remozado Ideal, hipotéticamente os habréis encontrado con un artículo por mí firmado. Un artículo muy navideño.

Siendo época, como es, de las comidas de empresa navideñas, me ha parecido oportuno escribir sobre ello. Lo someto a vuestra consideración:


COMIDAS NAVIDEÑAS



Sospecho que existe una débil frontera entre la comida navideña fraternal y la comida navideña profesional. Y a la experiencia que pueda aportar el hipotético lector me remito.

Las comidas navideñas de empresa tienen un gran significado desde el punto de vista sociológico. Pero también desde otros puntos de vista, pues estos eventos tienen mucha relación con todo aquello que constituye el tejido de las relaciones laborales y personales tanto en el sector privado como en el sector público.

Se comentaba en este mismo periódico hace unos días que el coste de las comidas navideñas, en el momento de crisis actual, no es asumido por las empresas en la mayoría de los casos, sino por el propio comensal y a su vez empleado. Y, lógicamente, este detalle configura de forma muy distinta estas efemérides.

Cuando la empresa asume el gasto, el empleado no se atreve a no asistir al ágape. De no hacerlo podría ver planear sobre su cabeza el fantasma del desarraigo profesional o en el peor de los casos del despido. Así de estrictas son estas circulares que invitan a la comida. Porque es de conocimiento común que tras estas invitaciones existe todo un catálogo de intereses confesables o inconfesables que entroncan con el egocentrismo mal entendido del empresario, ya que éste no lleva bien que a su llamada los empleados le espoleen con el silencio y la ingratitud. Que sea el empleado raro, asocial, introvertido y solitario pase, porque se trata de un caso aislado, previsible e identificable, pero que el rechazo sea generalizado no es soportable para el jefe absoluto que observa cómo se va agrietando la relación laboral y de camino la falta de dirección y mando. Y por ahí no está dispuesto a pasar.

Por tanto, para evitar esas indeseables situaciones, el empresario podría buscar dos vías de muy desigual contenido: o bien favorecer durante todo el año un buen clima laboral y respetar los derechos de los trabajadores, que asegurará una aquiescencia en masa a la hora de asistir a la comida navideña; o bien no hacerlo, pero asegurarse por medios más o menos ortodoxos una asistencia masiva a esa comida, que suele convertirse siempre en un eficaz termómetro que gradúa las relaciones personales y profesionales en el seno laboral.

Si por el contrario el gasto lo asume el empleado, ya son muy otras las consecuencias, porque existe un mayor acto de libertad individual, en principio.

Digo en principio, porque tampoco la libertad total es posible, aunque esa pequeña dosis de libertad es mucho más democrática. De hecho, esos empleados no obligados por invitación alguna, suelen buscar integrarse en grupúsculos libres que dinamitan de manera decisiva la comida colectiva optando por comidas más tribales. Esos grupúsculos también existen en la comida teledirigida pero son menos identificables.

Sin embargo, tampoco estarán exentos de cierta presión esos empleados libres, aunque siempre podrán alegar coincidencia de actos o inventarse ocupaciones ficticias, amparándose en el mínimo derecho a la libertad que ofrece el dinero propio.

En esta selva social en que se convierten las comidas navideñas de empresa, no están ausentes las famélicas relaciones que pueden darse entre los propios empleados tras un largo año de encuentros y desencuentros, pero imagino que ese asunto daría para otro artículo.

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...