Amigos-as, la actualidad obliga. Hoy estaba previsto subir versos del poeta alicantino Miguel Hernández, pero tenemos una cita con la Navidad. Y con su literatura más señera: los cuentos y relatos de Navidad.
Como ha venido sucediendo en años anteriores, el especial de Ideal, que cada año dedica a cuentos y relatos de Navidad, ha publicado uno mío, en páginas muy cercanas al publicado por mi amigo Jesús Lens, que podéis leer en su blog. El escrito por un servidor lo reproduzco a continuación, aunque ambos ganan mucho leyéndolos directamente en las páginas del periódico. Si no lo habéis leído os dejo con él, no sin antes desearos paz y felicidad en estas fechas:
EL ATROPELLO
Había pasado tan sólo un año. Pero la percepción del paso del tiempo y de las cambiantes circunstancias no eran acordes con esos breves doce meses. La suntuosidad que rodeaba su existencia hace un año, apenas le era ya familiar. En su momento, toda esa abundancia, ese tren de vida, ese derroche, iban cómodamente sentados en su turismo cuatro por cuatro, como algo totalmente natural. Siempre consideró que se lo merecía porque su ambición siempre había estado muy afilada y había trabajado duro. Pero debía admitir que su suerte había cambiado y quienes le rodeaban ahora ya no pululaban a su alrededor como insectos ante una cucharada de miel, por lo que habría que colegir que el goce y disfrute de su compañía como aseguraban todos no era tan turbadora como él suponía. Además, todo aquel cambio le había dejado fuera de lugar. Avanzaba diciembre y junto a él el inevitable frío propio de aquellas fechas, siempre atento a resurgir en su ciudad, de contrastes increíbles. Eso sí que era invariable, pero todo lo demás se había transformado. Sin embargo, tenía a su favor una cosa: cuando gozaba de poderío económico jamás consideró que aquella situación formara parte de un plan preestablecido por el destino, ni que gozara de la suerte innata de ser elegido por un dedo divino. Simplemente había tenido suerte. Había tocado varias teclas no siempre honestas y la suerte le había sonreído. Nada más. Por eso, encontrándose ahora en circunstancias diametralmente opuestas, lo lógico sería seguir manteniendo la misma línea de pensamiento. Decididamente su forma de ver la vida y su propia existencia había sido siempre muy prágmática, alejada de sentimentalismos ni alteraciones del ánimo, ni siquiera en estos días de derrota y pérdida con el trasfondo de las luces navideñas, tan melancólicas siempre. Ahora bien, había cometido un error en el pasado consistente en no advertir que las claves de su éxito social había sido el dinero y las muchas corruptelas orquestadas. Si la vida no era más que un carrusel de vanidades, tal y como siempre había sostenido, ¿cómo no fue capaz de advertirlo en su momento? Se encontraba en el mismo bar, en el que hace justo un año había sido homenajeado, mientras pensaba en todo esto. De hecho, todo lo relatado le vino a la mente por encontrarse precisamente allí. Recordó que por una puerta situada a su derecha apareció su esposa, enfundada en un ostentoso abrigo de piel de zorro. Un regalo que le costó un riñón, una cifra que ahora prefería ni recordar en las circunstancias en las que se encontraba. Por su parte, su mejor amigo lo arrastraba hacia la calle y le mostraba una flamante moto scooter de un negro brillante increíble, dotada de un potente motor. Tenía varias motos, pero se había encaprichado de esa y su amigo se la regaló. Un buen regalo, sin duda, pero calderilla en comparación con los ingresos que él le había posibilitado a su amigo de toda la vida, gracias a la presión que hizo en el ayuntamiento para que recalificaran aquellos terrenos imposibles. Así que con aquel fastuoso comienzo se inició una velada de increíble lujo, anegada por el champán y los caros delicatessen. Casi cien personas que lo idolatraban y lo agasajaban como a un héroe. Lógicamente, la borrachera de vanidad y etílica fue descomunal y, tal vez, por eso no fue consciente que tras acabar la fiesta montó en su potente vehículo y, transtornado por la volatilidad del alcohol, activó la marcha atrás en vez de activar la marcha adelante, sin advertir en absoluto que en aquel momento pasaba junto a la parte trasera del vehículo aquella pobre anciana. A pesar de su estado ebrio, le pareció advertir un golpe pero no era fácil afirmarlo, considerando las dimensiones y la solidez del vehículo, de manera que no se molestó en hacer comprobación alguna sobre el terreno. Naturalmente le causó extrañeza que aquellas sirenas de la policía se acercaran a él a toda velocidad, sin ser capaz de advertir apenas que le estaban dando el alto. En pocos días, todo se convirtió en papeleo, declaraciones, retirada del carné de conducir, dinero y más dinero para cubrir los gastos de sus abogados y una constante caída en picado de sus ingresos. Aquella mujer no había fallecido pero se encontraba muy grave y se demostró en el juicio que el atropello se produjo como consecuencia de la enorme cantidad de alcohol ingerida, y para colmo no existió el más mínimo acto del deber de socorro debido. Por tanto, el sistema jurídico no le iba a soltar hasta limpiarlo, sin duda. Curiosamente esa noche, que pasó en el calabozo municipal, no apareció nadie con un vestido de zorro y no lograba recordar qué había pasado con la scooter negra. De hecho, no había ni rastro de uno sólo de los casi cien invitados. Pareciera que a todos se los hubiera tragado la tierra. La única compañía de la que disfrutó aquella fría noche de diciembre fue la de aquel policía orondo con cara de bonachón que le miraba de hito en hito con cierto gesto de desprecio. Lógicamente, aquel largo proceso lo desplumó y todos sus negocios, legales e ilegales, cayeron en un pozo profundo. La propietaria del vestido de zorro se separó de él y su amigo probablemente desaparició con ella en aquella reluciente moto negra de potente motor. Desde entonces, tras salir de la cárcel a los seis meses, había adquirido el hábito de visitar a diario a aquella anciana, alojada en un hospital -cercano a aquel bar- desde hacía un año. De hecho, era la única visita que la octogenaria tenía.
Como ha venido sucediendo en años anteriores, el especial de Ideal, que cada año dedica a cuentos y relatos de Navidad, ha publicado uno mío, en páginas muy cercanas al publicado por mi amigo Jesús Lens, que podéis leer en su blog. El escrito por un servidor lo reproduzco a continuación, aunque ambos ganan mucho leyéndolos directamente en las páginas del periódico. Si no lo habéis leído os dejo con él, no sin antes desearos paz y felicidad en estas fechas:
EL ATROPELLO
Había pasado tan sólo un año. Pero la percepción del paso del tiempo y de las cambiantes circunstancias no eran acordes con esos breves doce meses. La suntuosidad que rodeaba su existencia hace un año, apenas le era ya familiar. En su momento, toda esa abundancia, ese tren de vida, ese derroche, iban cómodamente sentados en su turismo cuatro por cuatro, como algo totalmente natural. Siempre consideró que se lo merecía porque su ambición siempre había estado muy afilada y había trabajado duro. Pero debía admitir que su suerte había cambiado y quienes le rodeaban ahora ya no pululaban a su alrededor como insectos ante una cucharada de miel, por lo que habría que colegir que el goce y disfrute de su compañía como aseguraban todos no era tan turbadora como él suponía. Además, todo aquel cambio le había dejado fuera de lugar. Avanzaba diciembre y junto a él el inevitable frío propio de aquellas fechas, siempre atento a resurgir en su ciudad, de contrastes increíbles. Eso sí que era invariable, pero todo lo demás se había transformado. Sin embargo, tenía a su favor una cosa: cuando gozaba de poderío económico jamás consideró que aquella situación formara parte de un plan preestablecido por el destino, ni que gozara de la suerte innata de ser elegido por un dedo divino. Simplemente había tenido suerte. Había tocado varias teclas no siempre honestas y la suerte le había sonreído. Nada más. Por eso, encontrándose ahora en circunstancias diametralmente opuestas, lo lógico sería seguir manteniendo la misma línea de pensamiento. Decididamente su forma de ver la vida y su propia existencia había sido siempre muy prágmática, alejada de sentimentalismos ni alteraciones del ánimo, ni siquiera en estos días de derrota y pérdida con el trasfondo de las luces navideñas, tan melancólicas siempre. Ahora bien, había cometido un error en el pasado consistente en no advertir que las claves de su éxito social había sido el dinero y las muchas corruptelas orquestadas. Si la vida no era más que un carrusel de vanidades, tal y como siempre había sostenido, ¿cómo no fue capaz de advertirlo en su momento? Se encontraba en el mismo bar, en el que hace justo un año había sido homenajeado, mientras pensaba en todo esto. De hecho, todo lo relatado le vino a la mente por encontrarse precisamente allí. Recordó que por una puerta situada a su derecha apareció su esposa, enfundada en un ostentoso abrigo de piel de zorro. Un regalo que le costó un riñón, una cifra que ahora prefería ni recordar en las circunstancias en las que se encontraba. Por su parte, su mejor amigo lo arrastraba hacia la calle y le mostraba una flamante moto scooter de un negro brillante increíble, dotada de un potente motor. Tenía varias motos, pero se había encaprichado de esa y su amigo se la regaló. Un buen regalo, sin duda, pero calderilla en comparación con los ingresos que él le había posibilitado a su amigo de toda la vida, gracias a la presión que hizo en el ayuntamiento para que recalificaran aquellos terrenos imposibles. Así que con aquel fastuoso comienzo se inició una velada de increíble lujo, anegada por el champán y los caros delicatessen. Casi cien personas que lo idolatraban y lo agasajaban como a un héroe. Lógicamente, la borrachera de vanidad y etílica fue descomunal y, tal vez, por eso no fue consciente que tras acabar la fiesta montó en su potente vehículo y, transtornado por la volatilidad del alcohol, activó la marcha atrás en vez de activar la marcha adelante, sin advertir en absoluto que en aquel momento pasaba junto a la parte trasera del vehículo aquella pobre anciana. A pesar de su estado ebrio, le pareció advertir un golpe pero no era fácil afirmarlo, considerando las dimensiones y la solidez del vehículo, de manera que no se molestó en hacer comprobación alguna sobre el terreno. Naturalmente le causó extrañeza que aquellas sirenas de la policía se acercaran a él a toda velocidad, sin ser capaz de advertir apenas que le estaban dando el alto. En pocos días, todo se convirtió en papeleo, declaraciones, retirada del carné de conducir, dinero y más dinero para cubrir los gastos de sus abogados y una constante caída en picado de sus ingresos. Aquella mujer no había fallecido pero se encontraba muy grave y se demostró en el juicio que el atropello se produjo como consecuencia de la enorme cantidad de alcohol ingerida, y para colmo no existió el más mínimo acto del deber de socorro debido. Por tanto, el sistema jurídico no le iba a soltar hasta limpiarlo, sin duda. Curiosamente esa noche, que pasó en el calabozo municipal, no apareció nadie con un vestido de zorro y no lograba recordar qué había pasado con la scooter negra. De hecho, no había ni rastro de uno sólo de los casi cien invitados. Pareciera que a todos se los hubiera tragado la tierra. La única compañía de la que disfrutó aquella fría noche de diciembre fue la de aquel policía orondo con cara de bonachón que le miraba de hito en hito con cierto gesto de desprecio. Lógicamente, aquel largo proceso lo desplumó y todos sus negocios, legales e ilegales, cayeron en un pozo profundo. La propietaria del vestido de zorro se separó de él y su amigo probablemente desaparició con ella en aquella reluciente moto negra de potente motor. Desde entonces, tras salir de la cárcel a los seis meses, había adquirido el hábito de visitar a diario a aquella anciana, alojada en un hospital -cercano a aquel bar- desde hacía un año. De hecho, era la única visita que la octogenaria tenía.
Triste. Muy triste para estas fechas, pero a veces el azar, que tan benigno y repetido es a veces para unos pocos, se torna en puñetero. Es tan rápido y sencillo que te cambie la vida... Obviamente, me ha recordado a Sherman McCoy, el yuppie neoyorkino de La Hoguera de las Vanidades.Una caída en picado. Pero bueno, qué se le va a hacer, no todo iba a ser regocijo y felicidad para estas fiestas, ¿no? Una ostia directa de realidad
ResponderEliminarEfectivamente Javi, un bocado de realidad. Una prueba de vida, que demuestra que todo es efímero y vanidoso y sobra lo presuntuoso y frívolo. Mati y yo os deseamos a tí y Nuria una noche realmente "buena".
ResponderEliminarJavi, me lo has quitado de la boca. Una inspiración en ese Amo del Universo que nos lleva a pensar que la vida son dos días, y es una noria. Que tenemos que ser consecuentes.
ResponderEliminarUn gran relato que disfruté esta mañana, impreso, y ahora de nuevo, en pantalla. Un relato que nos habla de las cosas de la vida, desde el convencimiento de que hay que ser éticos, sensatos, en nuestro comportamiento. Un cuento de Navidad que es una pesadilla, pero muy, muy real.
Enhorabuena, Alter.
Jose Antonio, tus entradas geniales como siempre.Un abrazo y que pases una agradable noche en compañia de los tuyos.
ResponderEliminarQuerido Alter, una enorme satisfacción ver nuestros relatos de navidad publicados en Ideal. Dos relatos con líneas argumentales muy distinta pero que cuentan una historia, muy navideña en ambos casos. He disfrutado mucho con la lectura de estaré bien y ese guiño emocional a nuestro deporte y a esa película que caerá esta noche como todas las Nochebuenas.
ResponderEliminarPaco, te deseo Feliz Navidad en compañía de los tuyos. A ver si el próximo año nos conocemos por fín¡ Muchas gracias por tus palabras amigo.
Un abrazo desde tu tierra.
Ayer pude tener el lujo de ojear el texto en papel impreso junto a su autor. Por la noche ya sí que pude hacerlo detenidamente en casa de mis padres. Un sensacional relato que demuestra que nuestra vida puede estar en un hilo y el destino nos puede deparar la mayor de las felicidades o el más absoluto fracaso.
ResponderEliminarSuerte que ayer, cuando íbamos en esa larga tirada no hubiese ningún atropello.
Felicidades por el relato. Digno de un gran escritor.
Grego, una pequeña aportación a la literatura.
ResponderEliminar¡ Qué grande patear por la Vega !.
Gracias por tus palabras amigo.
Buen y comprometido "cuento" para conocer esa parte de la realidad que nos rodea.
ResponderEliminarUn gran compendio entre lo que significa alcohol y conducción, así como las consecuencias a posteriori de lo que es un accidente y la activación de la conciencia.
Salud amigo. Toni Sagrel.
Son tres las navidades que he disfrutado de tus entradas por esta fecha. Me acuerdo de lo que disfrutaba en aquel Diario de un corredor de tus salidas por La Vega granaina...hoy he disfrutado de este relato, que celebro que lo cuelgues para los que no tenemos la oportunidad de leerlo en impreso...siempre mejor. Felices fiestas amigo
ResponderEliminarAmigo Toni, un cuento de compromiso, nseñalando la prepotencia, pero dejando un resquicio a cierta esperanza. Es lo que quería transmitir. Gracias por tu certero análisis.
ResponderEliminarPaco, es cierto lo que comentas. Siempre he tenido muy presente la Navidad y sus símbolos. Antes en Diario... y ahora en Opiniones Intempestivas. Que podamos seguir en contacto es algo que me agrada sobremanera amigo, tras un largo año de carreras y entrenamientos. Espero que estés ya más recuperado y estés disfrutando de estas fechas en compañia de los tuyos. Un abrazo.
Me gusta el elato que publicas, pero entre los seleccionados de esta Navidad, hay algunos como "Señorita Sinatra" que son bastante mejores
ResponderEliminarEStoy de acuerdo con Juan, el relato del acordeonista de "Señorita Sinatra" es un alegato frente a la nueva ley que prohibe actuar en la calle, es realmente conmovedor.
ResponderEliminarSi os interesa, lo he encontrado en la red:
ResponderEliminarLo vi por primera vez una gélida mañana de enero. Estaba sentado frente a un hotel de lujo sobre una sillita plegable, que a duras penas aguantaba su peso, tocando el acordeón. Sonaba el tema de Sinatra “Strangers in the night”, le dí una moneda, me dijo “¿le gusta Sinatra srta.?, yo sonreí y él me dijo “Muchas gracias Srta. Sinatra”. Desde ese día, todas las veces que pasaba le daba algo y el me contestaba cortésmente: “Muchas gracias, señorita Sinatra y yo sonreía satisfecha y disfrutaba de su música. Pasaron los días y llegó la primavera, el verano, pasó el otoño y él seguía ahí tocando, hiciera frío o calor.
Era un hombre muy mayor, casi un anciano, sin apenas pelo y con un acento que bien podría proceder de algún país del este de Europa. Llevaba una vieja chaqueta, una bufanda raída y unos zapatos muy usados. Claro está no llevaba guantes, imposible para tocar el acordeón.
Se acercaba Navidad y ese invierno estaba siendo particularmente inclemente. Por las noches los termómetros alcanzaban temperaturas bajo cero y durante el día, a pesar del tímido sol, la gente tenía que abrigarse a conciencia.
Aquella mañana me dirigí a la puerta del hotel con un paquetito envuelto en papel de regalo con un enorme lazo, el paquetito contenía una bufanda, un gorro de lana y un poco de dinero, nada más. Al girar la esquina lo vi, tocaba un antiguo tema de jazz y sus notas eran el único vestigio de calidez que sobrevivía en aquel ambiente invernal. Me acerqué a él y le di el paquete, se quedó sorprendido y yo, sin darle tiempo, le dije: “Feliz Navidad” el me contestó “Feliz Navidad señorita Sinatra” rápidamente me fui.
Pasaron los meses y el ancianito seguía en su puesto, endulzando con sus melodías las mañanas y las tardes de los transeúntes, entre ellos, yo, que cada vez que pasaba me detenía a escucharle y le dejaba una pequeña limosna.
Llegó el verano y me fui de la ciudad: Transcurridas las vacaciones volví y a los pocos días al pasar por la puerta del lujoso hotel Imperial miré a ver si estaba el dulce acordeonista, pero no. Pregunté a unos y a otros, a los del estanco, al vendedor de cupones, a los dueños de las joyerías, en la farmacia, pero fue en vano, nadie sabía nada. El conserje del hotel aventuró que probablemente habría muerto “Ya se sabe, estos pordioseros son todos unos borrachos y siempre acaban igual” me enfrenté a él recriminándole su actitud “y tú qué sabes?, jamás le vi beber, sólo le oí tocar maravillosamente, lo mismo que tú y todos los demás, no hacía daño a nadie, ¿sabes? No hacía daño a nadie” me alejé airada.
Volví a mi casa con el corazón encogido y una pena enorme, era un hombre mayor, muy mayor, era natural que algún día muriera pero así, ¿de repente?, ¿de dónde era? ¿tendría familia, amigos, conocidos, alguien que le llorara? Yo, que apenas lo conocía, empecé a llorar con las lágrimas más amargas que recuerdo.
Pasó el tiempo y, aunque no puedo decir que lo eché de menos, sí puedo afirmar que lo eché en falta, tanto que empecé a evitar pasar por la puerta del hotel Imperial porque su ausencia me llenaba de tristeza.
Llegaba Navidad y, atrapados por el bullicio y la alegría, salimos de compras. Las tiendas estaban a rebosar, las luces de colores iluminaban la ciudad y los niños de vacaciones jugaban y cantaban revoltosos. Al salir de una tienda nos detuvimos a mirar el escaparate y, de repente una melodía entrañable sonó detrás de mí, pensé que la imaginación me estaba jugando una mala pasada, no podía ser, pero sí, me giré, era él, mi amigo sin nombre, mi amigo al que yo daba por muerto estaba ahí. Llevaba la bufanda y el gorro que le había regalado, por su cara resbalaba una lagrima y de su acordeón surgían impecables las notas de “Strangers in the night”.
Me acerque a él y emocionado me dijo “Buenos días Srta. Sinatra, creía que no la volvería a ver, cuanto la he echado de menos”.
Juan, detecto cierta vehemencia gratuita en tu comentario. No se trata de una competición. Cada uno tiene sus gustos. Por ejemplo a mí no me ha gustado demasiado. Me han gustado más otros. Saludos.
ResponderEliminarT
ResponderEliminarQuizás me haya dejado llevar por la vehemencia pero, sin duda, pero saca a la palestra un tema de candente actualidad en esta ciudad, la nueva ley...con la que no todos estamos de acuerdo
ResponderEliminarEn cambio yo siempre intento escribir mi relatos alejado de asuntos relacionados con la actualidad. Intento que la literatura, buena o mala, salga en estado puro.
ResponderEliminarSin embargo, en alusión a la ordenanza de la convivencia, como se suele denominar, hay aspectos que considero positivos, tales como el ruido de vecinos, prostitución callejera, ruido callejero gratuito. No todo es malo de esa norma.
Aunque no se sí hablamos de la misma norma.
En cuanto a los relatos, los últimos cuatro años he sido seleccionado y en los cuatros la protagonista es la ficción, sin buscar asuntos de actualidad, aunque, en el del año pasado: El atropello intento que se vislumbrara los excesos del ladrillo y del dinero fácil.
ResponderEliminarUtilizo la ficción, incluso, en mis artículos de Ideal.
Saludos.
Ah, por lo que veo habéis esrito relatos, yo no soy escritor, simplemente soy lector, ahora entiendo un poco el "pique" dicho soin ofender que lleváis...
ResponderEliminarSaludos
No conozco al autor/a del relato, lo leí en el periódico y ahora he podido leerlo aquí gracias a un tal Pablo, aunque no lo encuentro en la red. Creo que mi opinión es la de un sencillo lector que sólo busca el placer de la literatura.
ResponderEliminarSaludos José Antonio, tu relato y el de Jesús también están bien, aunque allá cada cual con sus preferencias.
No Juan, nada de piques. Todo lo contrario. A los escritores nos encanta la creación de otros escritores. Pero como bien dices todos tenemos nuestras preferencias. Por lo que leo conoces a mi amigo Jesús Lens. Espero que sigas mi blog a partir de ahora. Saludos y feliz año nuevo.
ResponderEliminarJose Antonio, mira este blog relateandoenweb.blogspot.com
ResponderEliminarMe parece que esta chica tiene mucho, pero mucho que decir
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